Rogério Gomes, C.Ss.R.
If some wise man had told us that the planet, in 2020, would stop because of a virus, perhaps, skeptically, we would laugh at him and, with great conviction, we would have said that it would be unthinkable for humanity to stop. Maybe we did not find such a wise man or were not able to hear the voices silenced by our daily, madly running around without time for everything nor time even for ourselves. We did not see such a wise man, nor heard the voice that would have persistently alerted us. Then suddenly, silently, something began to change the world and put everything in a panic. Our security safeguards began to be removed, and all our belief in the power, weapons, and money were shaken. Before us was an invisible being, a virus, a pandemic that has literally affected everyone. Without being ironic, the pandemic became our daily bread!
Surely, we have not seen anything in recent times equal to our fears, our uncertainties, our existential questions, whether in our myths, our science, or our faith. The unthinkable world has placed us all against the wall in such a sudden and cruel way, causing us to sense in the air the smell of anguish, of agony and the salty taste of tears and, who knows, remembering prayers that were never recognized.
The smiles, the laughter, the hugs, the kisses, the meetings, the party, the walks all ceased, and we silently gather together like a frightened flock as we witness the wolf devouring the most tender and promising sheep of the herd. We swallowed painfully the silence, hoping in our hearts that briefly, we´ll be as free as the birds in the sky, all the while following the drama presented in real-time on the stage of life. In this dramatic narrative, the most torturing thing is not to know where the enemy came from or whom his next victim will be, and it could be ourselves.
The world is sad! Not even the change of seasons has altered the pandemic funeral air ubiquitous in every corner of the world. The flowers of spring continue to dance, to perfume the environment, and to color it, but they cannot touch our hearts concerned about the future. Autumn has not been able to bring the sweetness of the fruits to take away the bitterness of these endless days. There seems to be only a tormenting, cold, cloudy winter of dense clouds over our heads and lifelessness that has erased the warmth and vitality of our Summer, suffocating us and not letting us breathe. Before us, just a sad world! Now we know the sadness concretely…
If on one side, there is a sad world; on the other, there is a human being who invents himself and reinvents himself. Even in the absurdity of chaos, the human being is reborn as a Phoenix and is surprised. And even in a sad and dark world, there are beings who, with Herculean strength, believe in life and fight to the point of losing their own. They are human beings who have in their hearts a garden of hope, adorned with roses of love and lilies of faith. They are genuine human beings who possess such transcendence that they silence us and make us think that, although the world is sad, they encourage us and tell us that the world cannot stop, and that joy will return. These beings possess neither gold nor silver nor power, and they are indeed men and women who touch real life in its beauty and dilemmas.
From the sadness of the world, we can draw a great lesson that perhaps we forgot long ago: to rescue the joy that is manifested in the small and simple things of daily life and to value the people we love, because they are, in times of a sad world, our refuge and fortress. We are reminded of, which means passing through our hearts, the men and women who do good as an act of faith in the human being. We remember that we are not only material but beings who thirst for the transcendent, for divinity, for God, because we are not enough ourselves.
The world is sad… but tomorrow the sadness will pass, and there will be an explosion of life, an Easter. It will not be an irresponsible joy that forgets the trail of the pain of these dark days, but a joy capable of taking by the hand those with sadden faces because of their losses and help them, in solidarity, to continue to follow the path of life, even when the world is sad… Joy!
Rogério Gomes, C.Ss.R.
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El mundo está triste… Mañana será otro día
Rogério Gomes, C.Ss.R.
Si algún sabio nos hubiera dicho que el planeta, en 2020, se detendría a causa de un virus, quizás, escépticamente, nos reiríamos de él y, con gran convicción, habríamos dicho que sería impensable que la humanidad se detuviera. Tal vez no encontramos a un hombre tan sabio o no fuimos capaces de escuchar las voces silenciadas por nuestro diario, corriendo locamente sin tiempo para todo ni para nosotros mismos. No vimos a un hombre tan sabio, ni oímos la voz que nos habría alertado persistentemente. Entonces, de repente, en silencio, algo comenzó a cambiar el mundo y puso todo en pánico. Nuestras medidas de seguridad comenzaron a ser eliminadas, y toda nuestra creencia en el poder, las armas y el dinero se vio sacudida. Ante nosotros había un ser invisible, un virus, una pandemia que literalmente ha afectado a todo el mundo. Sin ser irónico, la pandemia se convirtió en nuestro pan de cada día.
Seguramente, no hemos visto nada en los últimos tiempos igual a nuestros miedos, nuestras incertidumbres, nuestras preguntas existenciales, ya sea en nuestros mitos, nuestra ciencia o nuestra fe. El mundo impensable nos ha puesto a todos contra la pared de una manera tan repentina y cruel, haciéndonos sentir en el aire el olor de la angustia, de la agonía y el sabor salado de las lágrimas y, quién sabe, recordando oraciones que nunca fueron reconocidas.
Las sonrisas, las risas, los abrazos, los besos, los encuentros, la fiesta, los paseos, todo cesó, y nos reunimos silenciosamente como un rebaño asustado mientras presenciamos al lobo devorando las ovejas más tiernas y prometedoras del rebaño. Tragamos dolorosamente el silencio, esperando en nuestros corazones que, en breve, seremos tan libres como los pájaros del cielo, mientras seguimos el drama presentado en tiempo real en el escenario de la vida. En esta narración dramática, lo más torturante es no saber de dónde vino el enemigo o quién será su próxima víctima, y podríamos ser nosotros mismos.
¡El mundo está triste! Ni siquiera el cambio de estaciones ha alterado el aire fúnebre pandémico omnipresente en todos los rincones del mundo. Las flores de la primavera siguen bailando, perfumando el ambiente y coloreándolo, pero no pueden tocar nuestros corazones preocupados por el futuro. El otoño no ha sido capaz de traer la dulzura de los frutos para quitar la amargura de estos días interminables. Parece que sólo hay un invierno atormentador, frío y nublado, de nubes densas sobre nuestras cabezas y sin vida, que ha borrado el calor y la vitalidad de nuestro verano, asfixiándonos y no dejándonos respirar. ¡Ante nosotros, sólo un mundo triste! Ahora conocemos la tristeza concretamente…
Si por un lado hay un mundo triste, por otro lado, hay un ser humano que se inventa y reinventa a sí mismo. Incluso en el absurdo del caos, el ser humano renace como un Fénix y se sorprende. E incluso en un mundo triste y oscuro, hay seres que, con una fuerza hercúlea, creen en la vida y luchan hasta perder la suya. Son seres humanos que tienen en sus corazones un jardín de esperanza, adornado con rosas de amor y lirios de fe. Son seres humanos genuinos que poseen tal trascendencia que nos silencian y nos hacen pensar que, aunque el mundo esté triste, ellos nos animan y nos dicen que el mundo no puede detenerse y que la alegría volverá. Estos seres no poseen ni oro, ni plata, ni poder, y son hombres y mujeres que tocan la vida real en su belleza y dilemas.
De la tristeza del mundo, podemos sacar una gran lección que quizás hemos olvidado hace mucho tiempo: rescatar la alegría que se manifiesta en las pequeñas y sencillas cosas de la vida cotidiana y valorar a las personas que amamos, porque son, en tiempos de un mundo triste, nuestro refugio y fortaleza. Se nos recuerda, es decir, pasar por nuestros corazones, a los hombres y mujeres que hacen el bien como un acto de fe en el ser humano. Recordamos que no sólo somos seres materiales, sino que tenemos sed de lo trascendente, de la divinidad, de Dios, porque no nos basta nosotros mismos.
El mundo está triste… pero mañana la tristeza pasará y habrá una explosión de vida, una Pascua. No será una alegría irresponsable que olvide el rastro del dolor de estos días oscuros, sino una alegría capaz de tomar de la mano a los que tienen rostros tristes por sus pérdidas y ayudarles, de manera solidaria, a seguir el camino de la vida, incluso cuando el mundo está triste… ¡Alegría!