Two years ago, I had surgery for cancer, followed by a series of radiation treatments. Now, every three months, I have a regular follow-up appointment with a cancer specialist. Those appointments are, as one would expect, quick and right to the point. There is an initial exchange of pleasantries, and then a formulaic series of questions that, thankfully, I have so far been able to answer with a string of “yes” responses. Then, the physical exam, and I am cleared for another three months. Not unpleasant, but not pleasant either! And certainly, there is no doubt about who is the physician, and who is the patient.
My last appointment was a very different experience. It took place on Tuesday, April 21, in the Easter season, a couple of days after we heard the wonderful Gospel story of Thomas proclaimed in the liturgy. In these days of the coronavirus, the appointment took place over the phone, already a strange and somewhat disorienting experience. After we had gone through the usual checklist ruling out the presence of symptoms that would indicate a return of cancer, the physician asked, “And how was your Lent this year?” An unusual question.
Knowing that this physician is a Roman Catholic for whom faith is important, I replied, “It was the most profound experience of Lent I have ever had. It really a kind of retreat. I was locked in my house, in isolation, seeing only my sister, with whom I live. Not being able to go to Mass in person, or to partake in the Eucharist was a discipline and a kind of a fast for me. I didn’t fee the need to give up much more!” I shared with him a line used by a friend in an e-mail a few days before, “This was the Lentiest Lent I ever Lented!”
He laughed and said that he shared the same feelings about the season of Lent this year. And then he said, “And I’m finding it really hard entering into Easter. It feels like it’s still Lent for me.”
A quick calculation went on in my head. Was he looking to enter into a deeper spiritual conversation? I guessed that he was, and so I decided to take the plunge. “Do you suppose,” I asked him, “If our experience of Easter this year, in the midst of this pandemic, might be a lot more like the experience of the Apostles than is usually true for us?”
“What do you mean?” he asked, clearly intrigued. So I went on, “Well, they were afraid. They were locked up in the upper room. And even after they had repeated visits from the Risen Jesus, they were still afraid and uncertain. They remained locked up in the upper room. It took fifty days of isolation and fear, repeated visits from the Risen Jesus, and finally the gift of the Holy Spirit to inflame them and embolden them to leave the safety of the upper room and go out as missionary disciples.”
“I never thought about it that way.” The doctor said. I took one more bold step. “Think about the Gospel we heard at Mass yesterday.” He laughed again and said, “Thomas. I watched Mass online at the Basilica.” I invited him to think about Thomas a bit, and how Thomas recognized Jesus in seeing the wounds, and particularly in touching them. I invited him to think about him as a physician, touching the wounds of Christ hundreds of times a day. That gave him pause. He seemed genuinely moved by that and said so. He pointed out that I was touching his wounds in the conversation that we were having. I agreed. I asked him if he was willing to consider one final point. His response was very moving. “This is the best Easter homily I’ve experienced in my life.”
I came away from that conversation with my physician, humbled. I don’t always recognize the presence of God at the moment; often, I see him only in the rear-view mirror. That day, I was profoundly aware that the risen Jesus was in our midst, and God was using a vulnerable Lay Missionary of the Most Holy Redeemer, a patient, to reach out and enlighten the experience of the physician. It was truly a graced and humbling moment.
I do firmly believe that, as much as I wish we had never had to deal with this pandemic, it offers us an insight. Isolated in our homes, reflecting on the Gospel in family or virtual faith-sharing groups, hungering for the Bread of Life, we are living as close to that of the Apostles as we are ever likely to get. If we allow it, this can transform us. We, too, are waiting for the Holy Spirit as we have never waited before. Let us use these days and weeks of silence to watch for the signs that the Spirit is with us here and now.
Anne Walsh, D.Min.
Image by Alterio Felines from Pixabay
Una nueva frontera para el misionero laico Redentorista
una cita médica en medio de la pandemia del covid-19
Anne Walsh, D.Min.
Hace dos años, me operaron de cáncer, seguido de una serie de tratamientos de radiación. Ahora, cada tres meses, tengo una cita de seguimiento regular con un especialista en cáncer. Esas citas son, como uno esperaría, rápidas y directas al grano. Hay un intercambio inicial de bromas, y luego una serie de preguntas que, afortunadamente, hasta ahora he podido responder con una serie de respuestas afirmativas. Luego, el examen físico, y estoy dispensado para otros tres meses. ¡No es desagradable, pero tampoco agradable! Y ciertamente, no hay duda de quién es el médico y quién es el paciente.
Mi última cita fue una experiencia muy diferente. Tuvo lugar el martes, 21 de abril, en la temporada de Pascua, un par de días después de escuchar la maravillosa historia del Evangelio de Tomás proclamado en la liturgia. En estos días del coronavirus, la cita tuvo lugar por teléfono, ya una experiencia extraña y algo desorientadora. Después de haber repasado la lista habitual de control para descartar la presencia de síntomas que indicaran un retorno del cáncer, el médico preguntó: “¿Y cómo fue su Cuaresma este año?” Una pregunta inusual.
Sabiendo que este médico es un católico romano para el que la fe es importante, le contesté: “Fue la experiencia más profunda de Cuaresma que he tenido. Fue realmente una especie de retiro. Estaba encerrado en mi casa, en aislamiento, viendo sólo a mi hermana, con la que vivo. No poder ir a Misa en persona, o participar en la Eucaristía fue una disciplina y una especie de ayuno para mí. ¡No sentí la necesidad de renunciar a mucho más!” Compartí con él una línea usada por un amigo en un correo electrónico unos días antes, “This was the Lentiest Lent I ever Lented!” (expresión en inglés de juego de palabras no traducible).
Se rio y dijo que compartía los mismos sentimientos sobre la temporada de Cuaresma de este año. Y luego dijo, “Y me está resultando muy difícil entrar en la Pascua. Siento que todavía es Cuaresma para mí”.
Se me ocurrió un discernimiento rápido. ¿Buscaba entrar en una conversación espiritual más profunda? Supuse que sí, y decidí dar el paso. “¿Cree usted”, le pregunté, “que nuestra experiencia de la Pascua de este año, en medio de esta pandemia, podría ser mucho más parecida a la experiencia de los Apóstoles de lo que suele ser cierto para nosotros?”
“¿Qué quieres decir?” preguntó, claramente intrigado. Así que continué: “Bueno, tenían miedo. Estaban encerrados en el cuarto de arriba. E incluso después de haber recibido repetidas visitas de Jesús resucitado, seguían teniendo miedo e incertidumbre. Permanecieron encerrados en ese cuarto. Fueron necesarios cincuenta días de aislamiento y miedo, repetidas visitas de Jesús Resucitado, y finalmente el don del Espíritu Santo para inflamarles y envolverles para que dejaran la seguridad del cenáculo y salieran como discípulos misioneros”.
“Nunca lo pensé de esa manera”. El doctor dijo. Di un paso más audaz. “Piensa en el Evangelio que escuchamos en la Misa de ayer”. Se rio de nuevo y dijo: “Thomas. Vi la Misa transmitida “en línea” en la Basílica”. Lo invité a pensar un poco en Tomás, y en cómo Tomás reconoció a Jesús al ver las heridas, y particularmente al tocarlas. Lo invité a pensar en él como médico, tocando las heridas de Cristo cientos de veces al día. Eso le dio una pausa. Parecía genuinamente conmovido por eso y lo dijo. Señaló que yo estaba tocando sus heridas en la conversación que estábamos teniendo. Yo estuve de acuerdo. Le pregunté si estaba dispuesto a considerar un último punto. Su respuesta fue muy conmovedora. “Esta es la mejor homilía de Pascua que he experimentado en mi vida”.
Me alejé de esa conversación con mi médico, con humildad. No siempre reconozco la presencia de Dios en el momento; a menudo, sólo lo veo en el espejo retrovisor. Ese día, era profundamente consciente de que Jesús resucitado estaba en medio de nosotros, y Dios estaba usando a una vulnerable Misionera Laica del Santísimo Redentor, una paciente, para alcanzar e iluminar la experiencia del médico. Fue realmente un momento de gracia y humildad.
Creo firmemente que, por mucho que desearía que nunca hubiéramos tenido que lidiar con esta pandemia, ella nos ofrece una visión. Aislados en nuestros hogares, reflexionando sobre el Evangelio en familia o en grupos virtuales de fe, hambrientos del Pan de la Vida, estamos viviendo lo más cerca posible de los Apóstoles. Si lo permitimos, esto puede transformarnos. Nosotros también estamos esperando al Espíritu Santo como nunca antes lo hemos esperado. Utilicemos estos días y semanas de silencio para observar los signos de que el Espíritu está con nosotros aquí y ahora.