UN SOLO CUERPO: la oración y el icono del Perpetuo Socorro

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Apóstol  de Oración constante

San Alfonso Mª de Liguori en su libro “Visitas al Santísimo”, en la primera reflexión, “Jesús, fuente de todo bien”, dice: “¡Santo Dios! Preguntan, Jesús Sacramentado, qué se hace en tu presencia o qué no se hace. Mas yo digo: y ¿qué clase de bien deja de hacerse? Se ama, se alaba, se agradece, se piden gracias. ¿Qué hace un pobre en presencia de un rico? ¿Qué un enfermo delante del médico? ¿Qué un sediento a la vista de una fuente cristalina? ¿Qué un hambriento, en fin, ante un espléndido banquete?”

Enumera diversas formas de hablar con Dios: Oración amorosa, oración de alabanza, oración de agradecimiento, oración de acción de gracias. Todas  parten de dos presupuestos: De un Dios poderoso y  misericordioso y de la limitación y pobreza del ser humano. Por condescendencia de Dios se entabla una amistad entre el Creador y la criatura. Santa Teresa de Jesús decía: “A mi parecer no es otra cosa la oración sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama” (Vida Cap. 8, nº 5).

La oración es, ante todo, un don de Dios misericordioso que nos trata como amigos, sin que nosotros hayamos puesto nada de nuestra parte para merecerlo. Se pone a nuestra disposición, pierde su tiempo para atendernos en nuestras necesidades, e incluso, en nuestros caprichos y escuchar nuestras quejas y desahogos.

La oración no se limita a hablar con Dios, es silencio para escuchar a Dios.  Y hay muchos intereses materiales en nuestro corazón que obstaculizan la escucha. Para que la voz de Dios llegue nítida debemos limpiar nuestra  casa de preocupaciones y sentimientos egoístas. Nuestra oración puede falsificarse por ambiciones y apetencias personales y, entonces, no estamos hablando y escuchando a Dios, nos estamos hablando y escuchando a nosotros mismos.  Nos parecemos  a aquel “Lord”, acusado ante un tribunal de tenerse por Dios. Interrogado  qué razones  aducía para proclamarse Dios, contestó: “Porque cuando rezo a Dios e intento escucharlo, la voz que escucho es la mía”. ¿No nos sucede a nosotros algo parecido cuando acudimos a Dios, sin estar enteramente dispuestos a aceptar su  voluntad?

Mientras en nuestra oración no nos adentremos en la escucha de Dios  y nos limitemos sólo a exponerle un elenco de peticiones y necesidades, no estaremos preparados para escuchar al hermano. No pasaremos de contemplar su físico exterior, a contemplar lo que hay detrás de esa cara, en el interior,  donde viven los sentimientos.

Luz para mis pasos es tu Palabra

Es el momento de leer Lucas  18, 9-14: Una disposición imprescindible para  la oración  es la humildad de corazón: “¡Oh Dios ten compasión de mí, que soy un pecador!” Dedicar un tiempo  para el silencio, la reflexión y la comunicación.

Meditamos a partir de los dos protagonistas de la parábola:

El fariseo tenía muchos rincones oscuros en su vida de relación con Dios. Él solo es quien habla sin darle oportunidad a Dios. También es él mismo quien pretende ser la voz de Dios, esa voz que no puede llegar hasta su corazón, porque sus oídos están taponados por su autosuficiencia y su orgullo. La propia voz del fariseo es la que resuena en su interior.

El publicano parte del reconocimiento de su indigencia. La mirada de Dios  puede penetrar hasta su interior e iluminar los rincones oscuros. La sinceridad es quien abre el oído a la voz del Señor. No emplea muchas palabras para reconocer su situación de pecado. Son suficientes para manifestar la humildad de corazón: “Un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia” (Sal 51, 19).

¿Has cerrado tus  oídos con los tapones de la autosuficiencia del fariseo?   Destapónalos con la humildad del publicano.

Ante el Icono

Contempla el Icono y pregúntate: “¿Qué  mensaje me transmite el icono de parte de Dios?”

Basta con colocarse delante de la Virgen del Perpetuo Socorro, mirarle a los ojos para sentirse atraído por su mirada.  Una mirada que inspira confianza para desahogar los sentimientos, ya sean de alegría o de angustia. Es una  invitación a pedir su ayuda y protección. Ante esta imagen sucede lo mismo  que a los leprosos cuando Jesús pasaba cerca.  Aunque tenían prohibido acercarse a las personas sanas, la figura del maestro les arrastraba como la fuente a un sediento. Sabían que no los rechazaba, que los miraría con confianza, que se atrevería a tocarles y a devolverles la salud.

Algo parecido acontece ante el Icono. Se dan las condiciones necesarias para prorrumpir en una sincera plegaria. Es la Madre de Dios, tiene a Jesús en sus brazos: “Si quieres puedes…” ¿Tienes necesidad de curación, de un remedio para tus males? Confía en su ternura, pues Ella misma la expresa con su mirada. Con sencillez, sin necesidad de palabras, le puedes abrir el corazón. Este socorro que brinda a quien se acerca se manifiesta con tal claridad que, aún aquellos  que no son creyentes, acuden a Ella implorando su protección. Es un Icono que rebosa humanidad y consuela a cualquier hombre o mujer.

El Icono proyecta la imagen de Dios. Es el espejo donde mejor se refleja el rostro materno de Dios: Los rasgos femeninos de Dios, presentes ya en el Antiguo Testamento, aparecen en la delicadeza y dulzura  del Icono. En el profeta Oseas Dios se expresa así: “Fui para ellos como quien alza una criatura a las mejillas; me inclinaba y les daba de comer” (11,4). Isaías dice: “Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (66,13). Este es el gesto de María agarrando las manos de su Hijo, asustado ante los instrumentos de la Pasión que le presentan los ángeles. María dice a los huérfanos y personas solas y abandonadas: “Acércate,  que te ponga en mis brazos, como tengo a mi hijo”.

Si en tu interior existe inquietud por la belleza y conservas  el gusto artístico propio de la persona humana, sentirás, al fijar tu mirada en el Icono, que de él fluye una hermosura sobrenatural. Brotan destellos de luz. Si esta mirada la potencias con la Fe, entonces percibirás que las palabras del Arcángel Gabriel, en el momento de la Anunciación: “El Señor está contigo”, son una realidad casi palpable. En María estás viendo a Dios, irradia la ternura del Padre Celestial.

Bebiendo de nuestro pozo

El carisma de la Congregación es el manantial donde los redentoristas  bebemos el agua de la oración. Fundados para acudir con el alimento evangélico a los necesitados de la Palabra de Dios, siguiendo el ejemplo de Jesucristo, que se retiraba a orar, a hablar con Dios, buscamos en la oración nuestro propio sustento y el pan que compartimos.

El redentorista, ya desde el comienzo del Instituto, dedica parte de su vida a la contemplación de los Misterios de Salvación. Aquellos, cuya forma de vida ha sido la entrega generosa y sacrificada a los necesitados, buscaron la fuerza y generosidad en el trato confiado con el Señor, en el silencio del convento, y han hecho de su celda un oratorio. El estudio y la composición de sus predicaciones han sido elaboradas en diálogo con Jesucristo, maestro y amigo confidencial.

La necesidad de la oración es un absoluto para el creyente, aunque la manera de orar reviste diversas formas. Entre los redentoristas se han practicado de un modo más frecuente: La meditación, la Eucaristía y amor a Jesús Sacramentado, el Viacrucis, el Rosario y las demás devociones a la Virgen María. Estas devociones vienen desde el fundador que las vivió con fervor, les dio realce, las predicó. Escribió libros que las facilitaban y las recomendó a los asistentes a las predicaciones misionales, como medios de perseverancia en la amistad con Dios.

San Alfonso, de tantos libros  como escribió, al que consideraba más adecuado para que los fieles alcanzasen la salvación, es el “Gran medio de la oración”. Él mismo afirmó: “Si estuviera a mi alcance, imprimiría tantos ejemplares como cristianos hay en el mundo, y pondría un ejemplar en las manos de cada uno”.

Las Constituciones hoy

La oración es imprescindible en la vida comunitaria y en la vida personal. La constitución 26 dice: “Los congregados hagan suya incesantemente  la recomendación del Señor: “Es preciso orar siempre sin desfallecer” Lc 18, 1.  Cita Hechos 1,14 y 2,42 para ponernos como modelos de oración a los apóstoles que acudían asiduamente  a la fracción del pan y a las oraciones y perseveraban en la oración con un mismo espíritu junto con María, la Madre de Jesús.

Esta insistencia de las Constituciones  en la oración es asumida por todo redentorista, ya desde el noviciado. Ninguno cuestiona la necesidad de la oración en cuanto a la teoría. El problema surge y con fuerza, a la hora de ponerla en práctica.

La mayor dificultad es la diversidad de actividades asumidas por la comunidad y personalmente. La oración comunitaria puede verse reducida  a la participación de solo parte de sus miembros. Por un lado la misma comunidad no ha conseguido adaptar los horarios para que todos puedan participar. Por otro lado algunos miembros han aceptado compromisos  personales que interfieren con la hora de la oración comunitaria.

La oración comunitaria y la oración personal se apoyan, o mejor, se alimentan mutuamente. La comunitaria, sin la vivencia personal del contacto directo y previo con Dios, se limita a un recitado del oficio divino, sin vivencia interior. Será  una oración impuesta, como una obligación rutinaria y, a veces, molesta. Partiendo de este estado de ánimo cualquier motivo es suficiente para dejarla. Se encontrarán fácilmente excusas y justificantes para no asistir.

La oración de la comunidad, cuyos componentes no están en unión con Dios, se parece a la carreta que va llena de cántaros vacíos. Hace mucho ruido, pero sin contenido.

La oración comunitaria es aliento vital de la comunidad. Una comunidad  que prescinde de la oración está cortando la corriente del oxígeno necesario para que la comunidad viva  unida, mantenga su opción preferencial por los necesitados y consiga que entre todos los miembros haya comprensión, perdón, solidaridad y amor. La ayuda mutua que, a veces, puede resultar sacrificada encontrará el apoyo necesario en la oración comunitaria.

Las formas de practicar la oración han evolucionado positivamente y se han enriquecido con aportaciones de vivencias evangélicas de unos y otros cohermanos y en el contacto con otras congregaciones. Estas prácticas oracionales que han ido sustituyendo a las tradicionales, trayéndoles nueva fuerza, nos sirven para mejorar nuestra oración personal y comunitaria. También para celebrarlas y vivirlas con los fieles.

 

Conclusión

Podemos terminar esta reflexión con una oración delante del Icono de la Virgen del Perpetuo Socorro:

Con nuestra mirada puesta en tu imagen,

te pedimos, Madre buena, que nos enseñes a hablar con Dios;

algo así como tú hacías al hablar con tu Hijo.

Sácanos primero de la prisión de nuestros egoísmos,

de nuestros intereses particulares y prejuicios.

Nos perdemos en el hacer y en el planificar.

A veces olvidamos nuestro ser de redentoristas,

porque hemos prescindido del silencio,

de la conversación tranquila y sosegada con Dios.

Sabemos que Dios se sirve de nuestros deseos,

que, a pesar de nuestras dudas y oscuridades,

intentan ser fieles a la vocación de atender a los pobres

y que tú sostienes con tu Perpetuo Socorro.

Dios es quien nos ha convocado a vivir en comunidad.

Jesucristo cuenta con nosotros

para continuar su misión evangelizadora.

En el niño asustado que tienes en tus brazos

nos muestras el rostro de los niños hambrientos,

de las niñas violadas, de los condenados a trabajos forzados

y privados de sus derechos.

Ayúdanos a liberarlos de esas esclavitudes,

sanarlos y acercarlos a Jesús.

Él es nuestro maestro y guía.

Prometemos seguir tu consejo:

“Haced lo que Él os diga”.

 

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UN SOLO CUERPO es un folleto mensual de reflexión y oración, preparado por el Centro de Espiritualidad Redentorista (P. Piotr Chyla CSsR  – fr.chyla@gmail.com  ).

Esta edición fue preparada por: Alberto Eseverri CSsR –  kaelcssr@hotmail.com

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