El Papa: “La Iglesia no es un equipo de futbol que busca hinchas”

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La entrevista de Francisco con «Avvenire» a pocos días de la clausura del Jubileo: «La unidad se hace en camino, porque la unidad es una gracia que hay que pedir». Las críticas contra «Amoris laetitia»: el Concilio volvió a la «fuente», esto «desplaza el eje de la concepción cristiana de cierto legalismo, que puede ser ideológico. Algunos siguen sin comprender, o blanco o negro, aunque es en el flujo de la vida donde hay que discernir»

«La iglesia no es un equipo de futbol que busca hinchas». Responde de esta manera el Papa a una pregunta de Stefania Falasca, editorialista del periódico italiano «Avvenire», en la larga y articulada entrevista que le concedió a pocos días de la clausura del Jubileo extraordinario de la Misericordia. Se trata de una entrevista que se concentra mucho sobre el ecumenismo. El texto íntegro se encuentra en la edición impresa del periódico católico italiano. Entre las respuestas hay una en la que Bergoglio relaciona ciertas «réplicas» contra la exhortación post-sinodal «Amoris laetitia» con la lenta y todavía incompleta recepción del Concilio Ecuménico Vaticano II. Como se recordará, hace pocos días se publicó una carta de cuatro cardenales dirigida al Papa y que contiene algunas «dudas» sobre el documento dedicado a la familia.

«Amoris Laetitia» y el «legalismo»

La Iglesia solo existe —dijo Francisco a «Avvenire»— como instrumento para comunicar a los hombres el plan misericordioso de Dios. En el Concilio, la Iglesia sintió la responsabilidad de estar en el mundo como signo vivo del amor del Padre. Con la «Lumen Gentium» volvió a las fuentes de su naturaleza, el Evangelio. Esto desplaza el eje de la concepción cristiana de cierto legalismo, que puede ser ideológico, a la Persona de Dios que se hizo misericordia en la encarnación del Hijo. Algunos siguen sin comprender, o blanco o negro, aunque sea en el flujo de la vida en donde hay que discernir. El Concilio nos ha dado esto, pero los historiadores dicen que un Concilio, para que lo absorba bien el cuerpo de la Iglesia, necesita un siglo… Estamos a la mitad.

Un Año Santo sin grandes gestos

Los que descubren que son muy amados comienzan a salir de la mala soledad, de la separación que lleva a odiar a los demás y a sí mismos. Espero que muchas personas hayan descubierto que son muy amadas por Jesús y que se dejen abrazar por Él. La misericordia es el nombre de Dios y también es su debilidad, su punto débil. Su misericordia lo lleva siempre al perdón, a olvidarse de nuestros pecados. A mí me gusta pensar que el Omnipotente tiene una pésima memoria. Una vez que te perdona, se olvida. Porque es feliz de perdonar. Para mí esto basta […] Jesús no pide grandes gestos, sino solo el abandono y el reconocimiento. Santa Teresa de Lisieux, que es doctor de la Iglesia, en su «peque vía» hacia Dios indicó el abandono del niño, que se duerme sin reservas entre los brazos de su padre y recuerda que la caridad no puede quedarse encerrada en el fondo. Amor de Dios y amor por el prójimo son dos amores inseparables.

No hubo un «plan» para el Jubileo

No, no hice un plan. Simplemente hice lo que me inspiraba el Espíritu Santo. Me fueron viniendo las cosas. Me dejé llevar por el Espíritu. Se trataba solo de ser dóciles al Espíritu Santo, dejar que fuera Él quien hiciera las cosas. La Iglesia es el Evangelio, es la obra de Jesucristo. No es un camino de ideas, un instrumento para afirmarlas. Y en la Iglesia, las cosas entran en el tiempo cuando el tiempo está maduro, cuando se ofrece.

La aceleración de los encuentros ecuménicos

Es el camino del Concilio que sigue adelante, se intensifica. Pero es el camino, no solo yo. Este camino es el camino de la Iglesia. Yo me he encontrado con los primados y con los responsables, es cierto, pero también mis predecesores hicieron sus encuentros con estos o con otros responsables. No he acelerado nada. En la medida en la que seguimos avanzando, el camino parece más rápido, es el “motus in fine velocior”, diciéndolo según el proceso expresado en la física aristotélica.

Los caramelos del Patriarca Bartolomé

En Lesbos, mientras saludábamos juntos a todos, había un niño hacia quien me incliné. Pero el niño le interesaba, estaba viendo detrás de mí. Me volteo y veo la razón: Bartolomé tenía los bolsillos llenos de caramelos y se los estaba dando a los niños, todo contento. Este es Bartolomé, un hombre capaz de seguir adelante entre muchas dificultades el Gran Concilio ortodoxo, capaz de hablar de teología de alto nivel y de estar, simplemente, con los niños. Cuando venía a Roma ocupaba la habitación en la que yo estoy ahora. Lo único que me ha reprochado es que tuvo que cambiarse.

Las acusaciones de «protestantizar» a la Iglesia (después del viaje a Lund)

No me quita el sueño. Yo prosigo por el camino de quienes me precedieron, sigo el Concilio. En cuanto a las opiniones, siempre hay que distinguir el espíritu con el que las dicen. Cuando no hay un espíritu malvado, ayudan a caminar. Otras veces se ve inmediatamente que las críticas salen de acá o de allá para justificar una postura pre-asumida, no son honestas, están hechas con espíritu malvado para fomentar división. Se ve inmediatamente cuando ciertos rigorismos nacen de una falta, de querer ocultar dentro de una armadura la propia y triste insatisfacción. Si ves la película «El almuerzo de Babette» está este comportamiento rígido.

El ecumenismo práctico y las disputas teológicas

No se trata de dejar algo al lado. Servir a los pobres quiere decir servir a Cristo, porque los pobres son la carne de Cristo. Y si servimos a los pobres juntos quiere decir que nosotros los cristianos nos encontramos unidos tocando las llagas de Cristo. Pienso en el trabajo que después del encuentro en Lund pueden hacer juntas la Caritas y las organizaciones luteranas de caridad. No es una institución, es un camino. Ciertas maneras de contraponer las cosas de la doctrina frente a las cosas de la caridad pastoral, en cambio, no siguen el Evangelio y crean confusión.

La unidad entre los cristianos está en camino

No se llega a la unidad porque nos ponemos de acuerdo entre nosotros, sino porque caminamos siguiendo a Jesús. Y caminando, por obra de Aquel a quien seguimos, podemos descubrir que estamos unidos. Es el caminar detrás de Jesús lo que une. Convertirse significa dejar que el Señor viva y opere en nosotros. Así descubrimos que estamos unidos también en nuestra común misión de anunciar el Evangelio. Caminando y trabajando juntos, nos damos cuenta de que ya estamos unidos en el nombre del Señor y, por lo tanto, de que la unidad no la creamos nosotros. Nos damos cuenta de que es el Espíritu el que nos impulsa y nos saca adelante. Si tú eres dócil al Espíritu, será Él quien te diga el paso que puedes dar, lo demás lo hace Él. No se puede ir detrás de Cristo si no te lleva, si no te impulsa el Espíritu con su fuerza. Por esto es el Espíritu el artífice de la unidad entre los cristianos. Es por eso que digo que la unidad se hace en camino, porque la unidad es una gracia que hay que pedir, y también es por esto que repito que cualquier proselitismo entre los cristianos es pecaminoso. La Iglesia no crece nunca por proselitismo, sino «por atracción», como escribió Benedicto XVI. El proselitismo entre los cristianos, entonces, es en sí mismo un pecado grave, porque contradice la dinámica misma de cómo volverse cristianos y seguir siéndolo. La Iglesia no es un equipo de futbol que busca hinchas.

La clave del ecumenismo

Hacer procesos en lugar de ocupar espacios también es la clave del camino ecuménico. En este momento histórico, la unidad se hace por tres caminos: caminar juntos con las obras de caridad, rezar juntos y reconocer la confesión común tal y como se expresa en el común martirio recibido en el nombre de Cristo, en el ecumenismo de la sangre. Ahí se ve que el Enemigo mismo reconoce nuestra unidad, la unidad de los bautizados. El Enemigo no se equivoca en esto. Y todas estas son expresiones de una unidad visible. Rezar juntos es visible. Hacer obras de caridad juntos es visible. El martirio compartido en el nombre de Cristo es visible.

El «cáncer» en la Iglesia

Sigo pensando que el cáncer en la Iglesia es glorificarse recíprocamente. Si uno no sabe quién es Jesús, o nunca lo ha encontrado, siempre lo puede encontrar; pero si uno está en la Iglesia, y se mueve en ella justamente en el ámbito de la Iglesia, cultiva y alimenta su hambre de domino y afirmación de sí, tiene una enfermedad espiritual, cree que la Iglesia es una realidad humana autosuficiente, en la que todo se mueve según lógicas de ambición y de poder. En la reacción de Lutero también estaba esto: el rechazo de una imagen de Iglesia como organización que podía seguir adelante sin la gracia del Señor, o considerándola algo descontado, garantizado a priori. Y esta tentación de construir una Iglesia autoreferencial, que lleva a la contraposición y por lo tanto a la división, siempre vuelve.

(de Vatican Insider, 18 de noviembre 2016)