Un Solo Cuerpo: Una Congregación en salida

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Introducción

En este tiempo de Pascua, cada uno de nosotros experimenta el misterioso “paso” del Señor resucitado de la muerte a la vida. Vivimos este misterio pascual en nuestra vida diaria, personalmente y como comunidad. A la luz de esto, todos somos invitados a dar un “paso” de la muerte a la vida mientras vivimos, en nuestro día a día, nuestra vocación redentorista. Al dar este “paso”, el Señor nos abre la mente y el corazón, y nos inspira a comprender cada vez mejor el papel salvífico que lleva a cabo nuestra Congregación en el mundo de hoy.

En esta atmósfera de luz, y en espera de los dones del Espíritu, nos gustaría continuar nuestras reflexiones sobre el mensaje final del Capítulo General a la Congregación. En este número de un cuerpo, vamos a considerar el tercer párrafo, titulado: Una congregación en salida.

Durante el Capítulo ha resonado con fuerza la llamada del Papa Francisco a “salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (EG 20), y a evaluar nuestras estructuras ya que en muchas ocasiones “pueden llegar a condicionar un dinamismo evangelizador” (EG 26; Cf. Const. 15). Así, cobra renovado sentido y gran actualidad nuestra vocación misionera en la Iglesia.

Nuestras Constituciones nos recuerdan que “esto lo lleva a cabo acudiendo con dinamismo misionero y esforzándose por evangelizar en las urgencias pastorales a los más abandonados, especialmente a los pobres” (Const. 1). ¿Tendremos el coraje necesario para preguntarnos dónde se encuentran las periferias en nuestras Unidades? ¿Estaremos dispuestos a mostrar nuestra disponibilidad misionera? Cada Unidad deberá estar atenta a estas urgencias, teniendo muy en cuenta a los jóvenes, a los migrantes y a los más desfavorecidos.

El texto del mensaje nos exhorta a hacer dos cosas, ambas necesarias para la vitalidad de nuestra Congregación: ir hacia adelante y evaluar. A primera vista, la perspectiva de realizar estas acciones podría desanimarnos, porque tenemos la impresión de haberlo hecho ya muchas veces en el pasado. Pero si queremos estar en contacto con el mundo de hoy y con su realidad, si queremos seguir respondiendo fielmente a la compasión creativa, probablemente debamos repetir este modelo nuevamente: andar hacia adelante (actuar) y evaluar (un paso atrás para tomar finalmente la decisión de avanzar de nuevo en la esperanza).

Nuestra Congregación sigue adelante con su historia y con sus tradiciones, con sus fortalezas y debilidades, con sus esperanzas y sus desafíos. Lo importante es que somos conscientes de que el carisma dado por Dios y recibido por Alfonso y por sus primeros compañeros debe ser aplicado de manera concreta en la situación actual. El testimonio de los Redentoristas de las generaciones pasadas nos da ánimos y nos llena de gratitud, pero no podemos quedarnos ahí. No basta con copiar el pasado o seguir haciendo lo que hemos ” hecho siempre”. Debemos abrazar con gratitud el pasado, y después jugar nuestras cartas de cara al futuro. Incluso cuando parece que nuestra vitalidad y nuestro dinamismo son muy limitados, lo que nos invita a ir hacia adelante es la conciencia misionera de que existen zonas y territorios a nuestro alrededor que necesitan la luz del Evangelio (EG 20).

También somos invitados a evaluar nuestra misión y nuestro ministerio. En este paso, no somos invitados a impresionarnos mutuamente con nuestros pequeños o grandes éxitos, sino a ser fieles a la llamada que hemos recibido. El proceso de evaluación debe llevarse a cabo en un espíritu de sinceridad y verdad con respecto a la calidad de nuestra vida apostólica y de la eficiencia evangélica de nuestras estructuras. No se trata de demoler las estructuras, sino más bien de preguntarnos si todavía son “evangélicas” y, si no, cómo hacerlas “más evangélicas.” Las estructuras existen para hacer el trabajo más eficiente y organizado. Las estructuras están al servicio de la misión y del ministerio. A veces, si no sirven realmente para los fines apostólicos, las estructuras pueden hacernos menos generosos en la respuesta a los signos de los tiempos y a la hora de aceptar nuevos retos.

En este contexto, cómo responder a las preguntas planteadas en esta sección del mensaje del Capítulo general:

¿Tendremos el valor de preguntarnos dónde están, en nuestras Unidades, estas periferias que necesitan de nuestra presencia y de nuestro trabajo evangelizador?
¿Estamos preparados y dispuestos a mostrar nuestra disponibilidad misionera?

La palabra de Dios es mi luz

Leamos el pasaje del Evangelio según San Juan, capítulo 21, versículos 1-14. Cuenta cómo el Señor Resucitado se aparece a sus discípulos por tercera vez. La historia comienza con la decisión de Pedro de “volver a su vida anterior”, a su antigua profesión. Los otros lo siguen. Cuando aparece Jesús, sólo el discípulo amado es capaz de percibir la identidad de Jesús, quién es realmente. Esto es posible porque el discípulo amado no depende sólo de la lógica de la apariencia, sino que también utiliza la lógica del amor y del corazón. Después la historia continúa con la pesca abundante, y termina con la convicción: Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?”, porque sabían bien que era el Señor.

Esta historia hace referencia a un paso o un camino de la duda y la decepción a la certeza y a la luz. Es un viaje pascual. En esta historia vemos a Pedro (el líder del grupo) que regresa a su antiguo modo de vida. Tal vez, en lo más profundo de su corazón, recordaba los días en los que dejó su trabajo como “pescador de peces” para convertirse en “pescador de hombres”. Fue Jesús el que lo llamó, y fue Jesús quien lo convirtió en pescador de hombres. Ahora Jesús ya no está en medio de ellos, y llega la tentación de volver a la vieja y “segura” tradición. Y los otros lo siguen. Regresan a sus antiguos puestos de trabajo. Ni siquiera reconocen a Jesús cuando aparece. Sólo el discípulo amado de Jesús, guiado por la lógica del corazón y del amor, es capaz de gritar: “¡Es el Señor!”. En la narración, los discípulos no dicen casi nada, pero al final se convencen de que realmente es el Señor. Su presencia los convierte ahora en creyentes. ¿Qué decir de nosotros?

¿Reconocemos a Jesús, el Señor, en aquellos que viven en las periferias, lejos de la luz del Evangelio?
¿No sentimos la tentación de creer, en momentos de dificultad y de desilusión, que es más fácil o “mejor” elegir las antiguas y “seguras” opciones?

Bebiendo de nuestra fuente

Leemos unas palabras de una carta escrita por el P. Fabrizio Cimino en nombre de San Alfonso en julio de 1758. A pesar de que se han escrito en un estilo y en un lenguaje anticuado, podemos tomar el espíritu y la intención del autor. En estas palabras, podemos tocar y sentir el celo y la pasión de nuestros primeros cohermanos en el ir a llevar la luz del Evangelio a aquellos que han sido abandonados y olvidados:

Nocera, 18 de julio de 1.758

Mis queridos Padres y Hermanos en Jesucristo, se me ha pedido por nuestro Padre que os comunique la noticia de que se nos ha pedido enviar jóvenes a las misiones extranjeras en Asia. (…) He aquí un gran campo abierto ante nosotros en el que la cosecha está lista y en espera de ser cosechada por trabajadores animados de celo apostólico. Mirad esas desafortunadas naciones bañadas en lágrimas, levantando una voz suplicante al cielo, pidiendo al Señor que os envíe hasta ellos (…) En su extrema pobreza no piden nada más que ser devueltos al seno de la Iglesia. ¡Sois vosotros los que invocáis; vosotros, os digo, los que os habéis mostrado así de generosos con vuestros paisanos! Sois vosotros los llamados a no considerar sus almas inferiores a las de vuestro pueblo. Ellos tienen el mismo Creador, han sido formados de la misma sustancia, y tienen el mismo derecho que nosotros a la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Casi se podría decir que existe un deber de justicia que nos debería motivar a llevar la luz de la verdad al país desde el que la recibimos.

Si el viaje os asusta, ellos prometen recompensaros con una acogida más afectuosa; si los inconvenientes os hacen estar nerviosos, os aseguro una rica cosecha. Si el cansancio que deberéis soportar os asusta, deberéis animaros con la recompensa eterna que os espera. ¿Y qué razones podemos tener para no ir en su ayuda?

Mis Padres y Hermanos, estoy seguro de que algunos de vosotros no queréis perder la corona que el Señor se digna ofrecer con sus benditas manos, una corona con la que me gustaría ver la frente de cada uno de vosotros adornada en nuestra casa celeste.

En conclusión, me encomiendo a vuestras oraciones, y mientras humildemente beso vuestras manos, firmo,

Tu siervo y Hermano en Jesucristo,

Fabrizio Cimino

Del Santísimo Redentor

Para reflexionar y dialogar

Llamados a llevar la luz del Evangelio a los que lo necesitan, ¿podemos encontrar en esto una invitación a revisar nuestro espíritu y nuestras estructuras para responder más rápidamente a las necesidades apostólicas de quienes viven a nuestro alrededor?
¿Sentimos profundamente en nosotros mismos que somos responsables del mantenimiento del carisma de la Congregación que nos ha dado Dios?

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UN SOLO CUERPO es un texto de oración mensual propuesto por el Centro de Espiritualidad Redentorista. Para más información:

P. Piotr Chyla CSsR (Director del Centro de Espiritualidad, Roma) – fr.chyla@gmail.com. Traducción: Pedro Lopez CSsR