(de la Accademia Alfonsiana)
El 2 de diciembre de 2019, murió un gran teólogo-profeta del siglo XX, Johann Baptist Metz (1928-2019), con él aprendimos que no se podía hacer teología a espaldas de Auschwitz, porque aquel holocausto cargaba con la fuerza simbólica de ser ese dolor silente de todos los pobres y explotados del mundo, así nos enseñó a hacer teología en diálogo, crítica, profética, sapiencial, una teología que se hacía cargo de su responsabilidad ante Dios y de cara a la historia (des)humana. Nos enseñó a que no se podía hacer una teología impasible, cómplice y burguesa, pues debía ser siempre memoria subversiva, peligrosa, que se atreviese a sacudir las consciencias y abrir senderos de futuros posibles. En fin, nos impulsaba a superar la crisis secular, asumiéndola y llevándola a senderos inesperados de humanidad plena, en interrelación con todas las tradiciones religiosas y culturales.
En este contexto de memoria agradecida y comprometida, nos cae esta frase de nuestro título pronunciada por el papa Francisco, en el Discurso con ocasión del 50° aniversario de la Comisión Teológica Internacional (29.11.2019), es una afirmación que interpela a todo quehacer teológico. «Teología bella», esplendor que atraiga y no que ciegue y obnubile, siempre con sabor y aliento evangélico, ese que produce, como recuerda el Papa, una vida guiada por el Espíritu y madurada en la vida eclesial, que se pone al servicio de la realidad, de los seres humanos y sus clamores presentes. Una teología que siempre es servicio, porque, como ya decía el Papa a la misma Comisión hace unos años (06.12.2013), es ciencia (hondura investigativa) y sabiduría (hondura sapiencial); es discernimiento desde la fe que busca comprender más y mejor la voluntad de Dios en el aquí y ahora de la historia. Esa teología que reclama teólogos y teólogas que sean «pioneros/as del diálogo de la Iglesia con las culturas», afirmaba el Papa, agregando que «este diálogo de la Iglesia con las culturas es un diálogo crítico y al mismo tiempo benévolo, que debe favorecer la acogida de la Palabra de Dios por parte de los seres humanos». Se trata de una misión, decía el Papa, que «es fascinante y al mismo tiempo arriesgada». Agregando con provocadora simplicidad que «ambas cosas hacen bien: la fascinación de la vida, porque la vida es hermosa; y también el riesgo, porque así podemos ir adelante». Precisando que «es fascinante, porque la investigación y la enseñanza de la teología pueden convertirse en un verdadero camino de santidad, como testimonian numerosos padres y doctores de la Iglesia». Pero que «también es arriesgada, porque comporta tentaciones: la aridez del corazón, el orgullo, incluso la ambición». Por eso, propone que, siguiendo las huellas de Francisco de Asís y de san Ignacio de Loyola, no se separe estudio de oración y devoción, así como que «acercarse a los pequeños ayuda a ser más inteligentes y más sabios». Esto último, sin duda es lo que puede evitar una teología meramente funcional, realizada en función de intereses meramente académicos, y a veces ideologizados, así como favoreciendo el status quo de la sociedad y de la misma Iglesia.
El Papa, al inicio de este último quinquenio de la Comisión, en su Discurso (05.12.2014), decía que una de las actitudes a cultivar en la teología, y en los teólogos/as, es la «escucha», a Dios y a lo que el Espíritu dice a las Iglesias «a través de las diversas manifestaciones de la fe vivida por el pueblo de Dios». En dicho contexto, resaltaba la importancia de la inclusión de las mujeres en la vida y labor de la Comisión, aunque diciendo – justamente – «aún no tantas…» [Dos religiosas y tres laicas, sobre un total de 30 miembros]. Y esperando que se sacase «mayor provecho de esta aportación específica de las mujeres a la inteligencia de la fe», puesto que, según Francisco, «las teólogas pueden mostrar, en beneficio de todos, ciertos aspectos inexplorados del insondable misterio de Cristo». Por lo tanto, es de esperarse una mayor presencia y algo más diversificada por sus orígenes y aportes teológicos.
Recuperando estas inspiradas invitaciones, Francisco nos invita ahora a una teología, que siguiendo en aquella línea, se anime a más todavía. Esto es, a que «la teología no se hace individualmente sino en comunidad, al servicio de todos, para difundir el buen sabor del Evangelio a los hermanos y hermanas de nuestro tiempo, siempre con dulzura y respeto», para que cada persona pueda sentir la fe «más cerca» y, al mismo tiempo, «se sienta abrazada por la Iglesia, tomado de la mano allí donde está, y acompañada para saborear la dulzura del kerigma y su novedad intemporal». Todo esto sin duda nos alienta y nos recoloca en la línea del Vaticano II (cf. GS, n. 44).
Francisco, al final, invita a andar adelante, a animarse a enfrentar «las cosas que no son claras y arriesgarse en la discusión», pero pide distinguir entre aquello que es parte de la discusión entre expertos/as, digamos, y lo que debe llegar al pueblo fiel, o sea «siempre el alimento sólido que nutre la fe». Y esto, en gran parte, es verdad. Pero nos atrevemos a decir que también el diálogo abierto ayuda, siempre que se haga como vimos que él mismo dice con «dulzura y respeto»; no es sana una teología que solo se hace entre “experto/as” por más que estén a la escucha de todas las voces posibles. La verdadera fe no debería tambalearse ni perderse por afrontar cuestiones controvertidas que a veces pueden ser confusas mientras se buscan nuevas claridades. Por otro lado, hay que reconocer que una cosa que dice el Papa es bueno no dejarla pasar, y es que es parte de la vocación de los/as teólogos/as «la dimensión del relativismo», la cual agrega Francisco «siempre estará presente en la discusión», solo que afirma que «debe permanecer entre los teólogos». Estamos de acuerdo, si se trata de transmitir a la comunidad creyente tal y cual las mismas discusiones que se dan al interno del debate teológico de expertos/as, pero insistimos que, justamente por esa dimensión eclesial que recama el mismo Papa, debería hacerse teología en mayor comunicación entre expertos/as y pueblo fiel, sin temores y con mucho respeto de la vida de fe, de la verdad del evangelio y de los clamores de la historia. En este sentido, es de esperarse mayores pasos hacia un quehacer teológico inter- y transdisciplinar (cf. VG, Poremio 4c.), no solo entre especialistas sino con la inclusión de la comunidad eclesial y de las distintas voces de nuestra humanidad que ayuden a un diálogo más plural y fructífero «para la vida del mundo» (OT, n. 16).
Padre Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR