Del Espíritu Santo en la teología a la teología del Espíritu Santo.

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

Del Espíritu Santo en la teología a la teología del Espíritu Santo.
Hacia una teología en y con el Espíritu Santo

La experiencia de vivir según el espíritu de familia, de una época, de un grupo o comunidad es significativa y, en gran parte, determinante para nuestras existencias. Vivir dentro de ese hálito fundamental nos da sentido de pertenecía y nos ofrece ciertas seguridades. Sentirse parte de una cultura, dejar que su espíritu llene nuestras acciones y comportamientos, gustos, poesías y canciones, elecciones cotidianas que les dan sabor y sentido al diario vivir, eso sí que es respirar y dejarse llevar por algo más que una mera programación o impulso instintivo. Así pues, hacemos la experiencia de realizarnos en y con ese elemento, que no es fácilmente conceptulizable, pues es algo que sin más se le percibe, se lo vive, se siente su presencia y atracción, se disfruta su gusto, se valora su fuerza y se celebra su carga identitaria. Podríamos darle miles de nombres, con lo cual explicaríamos mucho, si bien sería mucho más lo que se nos escaparía de tales clasificaciones, porque la experiencia es más desbordante que la precisión de los conceptos.

Algo así ha ocurrido con el Espíritu Santo, ese gran olvidado/desconocido, que sin embrago nunca ha estado ciertamente ausente. Lo que ha sucedido es que su presencia ha sido siempre desbordante e incómoda, dando por resultado una presencia que por momentos se volvía ausencia o desfiguración de lo que en verdad era. El Espíritu Santo siempre ha estado «en la teología», su presencia era tan evidente en la Biblia que no era fácil dejarlo completamente en sordina. Nombrado y figurado, con varios conceptos e imágenes muy distintas. Es interesante porque se va de lo más interior e inmaterial, a lo más externo y profundamente concreto. Si al Padre y al Hijo se les identifica más categorías personales, paternidad/filiación, al tercero se le da, justamente, la identidad de una dimensión personal: comunión. Pero todo ello, le dio presencia sin quizás darle una voz auténtica, sin permitirle ir más allá del concepto y de la imagen; quizás porque las otras dos (Padre/Hijo) eran más inmediatamente representativas. Sin embargo, hay que reconocer que en general las tres personas han quedo muchas veces difusas detrás del concepto de «Dios», expresado así, sin más, diciendo sintéticamente mucho aunque ocultando mucho más.

Pero es bueno reconocer que no pocas veces a lo largo de la historia del cristianismo, en todas sus versiones, también ha habido una «teología del Espíritu Santo», se ha reflexionado sobre él, se ha buscado darle una identidad y misión en el seno de la Trinidad y en la economía de la salvación, en los grandes tratados, en la iconografía y en la liturgia. Su presencia es sorprendente, sin él, sin esa tercera presencia y dimensión, todo el andamiaje se derrumbaría. Pero sintéticamente se podría decir que era más “funcional” que real. Para que se vea, es como la tercera parte del credo, donde se proclama «creemos en el Espíritu Santo», pero donde los enunciados posteriores han tenido mayor relevancia, al menos en la práctica y en el modo de enfocar la misma teología.

Es mérito de todo el enriquecimiento teológico y vital del siglo pasado hasta hoy, que estos dos tipos de acercamiento al Espíritu Santo hayan sido profundizados y mejor encaminados. Si bien queda todavía mucho por realizar. No nos da aquí el espacio para nombrar a muchos/as teólogos y teólogas que lo hacen posible. Pero somos del parecer que se debería seguir profundizando en la dinámica de vivir y reflexionar la fe cristiana «en y con el Espíritu Santo», esto es, en y con la fuerza, la hondura, la suavidad, la sutileza, la permeabilidad, la libertad, de la comunión, del vuelo creador, liberador y santificador, de la penetración profunda de todas las cosas, de la creatividad siempre abierta a nuevos horizontes. El propósito del Espíritu no es más que dar espacio al amor de comunión en el corazón de la historia humana, por lo tanto, permitir la realización del reino de Dios en esa historia. La vida-en-y-con-el-Espíritu es dinámica y creativa, actualiza el depositum fidei en la realización dinámica de la existencia, al continuar el proyecto de nueva humanidad del Dios-Padre/Madre, proyecto revelado en Jesucristo.

La fe suscitada en la experiencia de vivir-en-y-con-el-Espíritu no es otra cosa que la misma libertad que lleva a desarrollar una moralidad creativa (como un estilo de vida nueva), al servicio de la realización del proyecto de Dios. El lugar por excelencia de este realidad es, sin duda, la conciencia humana (cf. GS, n.16). La acción del Espíritu a través del fortalecimiento de la conciencia permite a los seres humanos auto-determinarse como tales a través de elecciones y acciones concretas. El Espíritu en el corazón de la historia y las conciencias se presenta como amor comunional, se convierte en un amor que busca unir y reintegrar a toda la humanidad, junto con todo el ecosistema, con Dios-Padre/Madre, es decir, con la comunión en la diversidad. Una teología que asuma todo lo que brevemente hemos presentado será una teología que escucha, recibe y discierne los signos de los tiempos, en diálogo con la siempre viva Palabra de Dios; será una teología intercultural, interreligiosa y ecuménica; Será una teología de y desde la experiencia, y por lo tanto narrativa, proactiva y performativa.

Dedicamos estas reflexiones peregrinas al gran hermano y teólogo Yves Marie-Joseph Congar (1904-1995) a 25 años de su pascua, pues fuera él uno de los que más nos ha introducido en esta dinámica del Espíritu, en la vida y reflexión de la teología en nuestras Iglesias. Y en su homenaje, quisiéramos terminar con unas palabras provocadoras de otro hermano en la fe ecuménica, I.D. Zizioulas (1931): «¿Aceptamos todos/as que el Espíritu es constitutivo de la Iglesia y que, como tal, apunta a la prioridad ontológica y la ultimidad de la persona en la existencia? ¿Estamos preparados/as para permitir que esta verdad afecte a nuestras instituciones eclesiales, nuestra ética, nuestra espiritualidad… de modo decisivo?».

Padre Antonio Gerardo Fidalgo CSSR