“Para que siempre puedan colaborar de modo más pleno en la realización del misterio de la redención de Cristo, invocarán incansablemente al Espíritu Santo, el cual, dueño de los acontecimientos, pone en los labios la palabra oportuna y abre los corazones” (Const.10)
Hace 288 años, la Congregación del Santísimo Redentor nació como otro Instituto Religioso en la Iglesia. En el transcurso de casi tres siglos, muchas otras obras misioneras han desaparecido, cumpliendo su proyecto, sin embargo, la Congregación continúa su camino a través de la historia con sus ciclos y reveses. ¿Por qué persiste? ¿Por qué ha sobrevivido al período de división? ¿Por qué se continúa reestructurando? ¿Y qué esperar de la Congregación para el futuro? Ciertamente, si ha llegado hasta aquí, es porque hay una fuerza divina que la nutre y la lleva a responder a su carisma. Así, en las entrañas de la Congregación el Espíritu Santo va tejiendo su obra y guiándola por caminos que, ciertamente, a menudo no entendemos.
En la historia de la Salvación, el Espíritu es el que trae la novedad, provoca, renueva la vida, convierte los corazones (Ez 37,1-14; Jo 3,1-15). Es quien opera sobre las realidades de muerte, vivificándolas y nos inspira a cantar un cántico nuevo de alegría y de esperanza a todas las naciones, a través del anuncio de la Palabra y servicio a los pequeños. Es la fuerza amorosa y fructífera de Dios presente en la historia, actuando a través de hombres y mujeres contextualizados que son capaces de captar las sutilezas de su voz. En este sentido, Alfonso la siente desde el contexto herido de su tiempo. Las heridas de los cabreros son trasformadas por el Espíritu en un proyecto redentor y sanador a favor de quienes estaban en un profundo abandono. Alfonso fue audaz y capaz de capturar los movimientos presentes en las entrañas de la historia y percibir el kairós en el reinado de kronos, yendo a la esencia de la profecía y del ministerio de Jesús, sintetizando el espíritu fundacional en el hermoso texto que conocemos bien. “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18s).
Así, la obra misionera pensada por Alfonso es profundamente pneumática, una vez que él la intuye como un proyecto misionero y la une con el mismo Espíritu que envía a Jesús al mundo y lo convierte en el anunciador de la obra redentora del Padre. En este sentido, nuestros santos, bienaventurados y los mártires, cada uno a su manera, eran hermeneutas del Espíritu al permitirse ser provocados por él y, al mismo tiempo, discernir su voz en medio a las diferentes voces del mundo. Hoy este mismo Espíritu se manifiesta en la Congregación en las diferentes comunidades dispersas por todo el mundo. Cada comunidad redentorista es un Cenáculo donde este Espíritu se manifiesta y cada cohermano se convierte en una llama viva enviada a iluminar, con su ardor misionero, aquellos lugares oscuros donde la luz de la redención aún no ha llegado abundantemente. ¡Cada cohermano es un don del Espíritu a Iglesia y a Congregación! Eso hace que podamos hacer la experiencia de Pentecostés y non de la Babel, que es el deseo de uniformización de los carismas…[1]
En nuestras Constituciones y Estatutos la presencia del Espíritu es contemplada varias veces. Es el vivificador del amor del Padre, dueño de los acontecimientos, El da la palabra oportuna y abre los corazones, está presente en el corazón de la comunidad para formarla y sustentarla, conforma los cohermanos con Cristo tiendo sus mismos sentimientos que impulsa la acción apostólica por la variedad de los ministerios. Es guía y nos asocia a la misión de Cristo. Su acción y fuerza nos hace llegar a donación total a través de la profesión como respuesta de amor. Es el vivificador de la comunidad y nos habilita para el servicio de Dios en la Iglesia e al mundo, e impulsa el servicio de animación y liderazgo entre los cohermanos para la búsqueda de la voluntad de Dios. Ayuda a los superiores y los otros congregados observar las Constituciones, los Estatutos y demás leyes de la Congregación para que puedan cumplir la voluntad de Dios y la misión de Cristo. Es él el suscitador de misioneros en la Iglesia y por su manifestación cada cohermano es llamado a tomar parte en el gobierno de la Congregación en favor del bien común. Es él el distribuidor de dones comunes para el apostolado (Cf. 6,10,23,25,47,56,73,74,80,92; Est. 049) y por fin, guiados por él, nos consagramos para seguir de cerca a Cristo, Salvador del mundo.
Este mismo Espíritu guía a la Congregación en este proceso de reestructuración para la misión. Gradualmente, de diferentes maneras y en las diferentes culturas y contextos en los que está presente la Congregación, evoca respuestas renovadoras, motivadoras y carismáticas para responder de una manera siempre nueva a las provocaciones que nos hace el Evangelio. El Espíritu es el gran timonel que guía esta barcaza, impulsada por la energía de cada cohermano que, en diferentes contextos y labor misionera, la hace navegar en los mares de este mundo, para llevar sobre todo a aquellos que están en los márgenes del mundo una palabra de esperanza para sanar sus corazones heridos. El Espíritu no ha abandonado ni abandonará a la Congregación, pero el futuro depende de la apertura de nuestros corazones y mentes para capturar sus provocaciones, leerlas en nuestros contextos históricos y culturales y convertirlos en llamas de fortaleza, ciencia, consejo, sabiduría, comprensión, piedad, temor a Dios para que podamos, como en Pentecostés, hablar en todas las lenguas el lenguaje de la copiosa redención.
Padre Rogério Gomes, C.Ss.R.
[1] Cf. GOMES, Rogério. De Babel a Pentecostés: algunas meditaciones sobre la vida consagrada. Disponible en: http://www.cssr.news/spanish/2020/05/de-babel-a-pentecostes-algunas-meditaciones-sobre-la-vida-consagrada/