Nuestra fe cristian y nuestra espiritualidad redentorista se han visto interpeladas, durante las últimas décadas, a dar respuestas a la crisis ecológica. La promulgación de la encíclica Laudato Si (LS), hace cinco años, ha marcado un hito en este itinerario ético-espiritual que la Iglesia, de forma gradual, ha venido madurando. El quinto aniversario de su promulgación representa para los redentoristas la oportunidad para responder a este llamado, del cual el último Capítulo General también hizo eco. Se trata, como lo indica la Encíclica, de un desafío espiritual: “Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.” (LS 202). Por eso, el papa Francisco hace un llamado urgente a “un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos” (14). Es un llamado -en palabras del Papa- a la conversión ecológica.
La espiritualidad redentorista nos proporciona un soporte que nos permite entender nuestra misión y a nosotros dentro de este mundo. El número 217 de LS afirma: “Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa; no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana.” Como no puede existir hoy día una profunda y auténtica espiritualidad cristiana sin una viva conciencia sobre la integridad de la tierra, los redentoristas nos vemos así urgidos a incorporar esta conciencia ecológica al conjunto de valores que alientan nuestro estilo de vida y nuestro apostolado.
En la tradición redentorista ciertamente hay suficientes bases sobre la que podemos articular la dimensión ecológica de nuestra espiritualidad. Una de las claves fundamentales estaría ciertamente en la teología de la encarnación o, de manera más general, en la teología de la redención, donde se encuentra el núcleo de nuestra espiritualidad. La Communicanda sobre la espiritualidad de 1998 afirma que “nuestra espiritualidad se sitúa en la teología de la encarnación.” Así, si reconocemos que nuestra espiritualidad tiene una fuerte conexión con el Dios encarnado, por consiguiente, debemos vernos unidos a toda la creación, no solo en razón de nuestros lazos químico-físicos, sino también en razón de nuestros lazos espirituales. Porque en su encarnación, Cristo no solo asume la “humanidad” en su sentido restringido, sino a toda la realidad creada, la cual es también objeto de redención.
Noel Londoño CSsR afirma que “la encarnación ha sido la dimensión básica de la vida devocional y de la reflexión litúrgico-espiritual de los redentoristas.” (Diccionario de Espiritualidad Redentorista). Es así como, durante su vida y después de su muerte, tanto en Italia como fuera de ella, San Alfonso ha sido considerado un intérprete de la piedad popular, especialmente del misterio de la encarnación. Muchos de sus escritos revelan su profunda sensibilidad hacia este elemento fundamental de la fe cristiana: la cercanía salvadora de Dios en su Hijo Jesucristo. No es de extrañar que, durante muchos años estas prácticas piadosas, y el énfasis sobre la meditación en la encarnación, especialmente durante adviento y navidad, hayan sido adoptadas sólidamente dentro de vida de cada comunidad redentorista. Tales prácticas podrían rehabilitarse, pero esta vez vinculadas a la realidad de un mundo herido que clama por su redención.
Quizá sea éste el momento para reconocer, dentro de nuestra teología y espiritualidad, la presencia de un “antropocentrismo despótico” (Cfr. LS 68) que pone al ser humano como centro y fin de la obra redentora, ignorando que, dentro de la causalidad y efecto de la obra redentora, está contenida también toda la realidad creada. “Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las criaturas a su Creador” (LS 83).
Dentro de nuestra espiritualidad los redentoristas reconocemos que encontramos a Dios no solo cuando salimos a su encuentro en un mundo trascendental que está más allá de lo material. Antes bien, la insistencia cristiana que, por ejemplo, San Alfonso refleja en sus escritos, es que Dios ha venido ya a nuestro encuentro por amor, y que la redención se da en nuestra condición de criaturas. Las meditaciones para Adviento y Navidad de San Alfonso están precisamente centradas en un Dios hecho hombre que, por amor, entra en la historia humana para redimir a toda la creación desde dentro. De esta manera, la espiritualidad alfonsiana nos puede ayudar a reconocer que no podemos tener un conocimiento de Dios al margen del mundo creado, dentro del cual el Verbo Encarnado se hace presente.
La Encarnación de Cristo constituye, para nosotros como redentoristas, el arquetipo desde el cual se configura nuestro apostolado y nuestro estilo de vida. Afirma Noel Londoño que “la espiritualidad no puede ser etérea o desencarnada ni la obra pastoral puede ser sin alma, sin oración.” Así, una sana teología de la encarnación y de la redención necesariamente nos debe llevar a vincular el tema ecológico, no tanto por tratarse de un tema “de moda,” sino porque hace parte de la voz de nuestro consciente colectivo que ha llegado a reconocer que la redención abarca todo el ámbito de la creación.
Por otro lado, la piedad y la tradición Eucarística que hemos heredado de San Alfonso, cultiva una íntima, amable y cercana relación con ese Dios manifestado en el pesebre, en la cruz y, de manera especial en la Eucaristía. Esta relación de cercanía nos podría llevar a analizar nuestras relaciones con la Creación, dado que, como afirma el Papa “no se puede proponer una relación con el ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios” (LS 119). Muchos afirman que, a la base de la crisis ecológica está el desorden en esa triple relación entre Dios, el ser humano y el resto de la Creación. Por lo tanto, un restablecimiento de las relaciones con lo Creado necesariamente debe llevarnos a un restablecimiento de las relaciones con Dios, o viceversa. A partir de aquí, apoyados en el elemento relacional de la piedad alfonsiana, podríamos re-imaginar y re-plantear un tipo de piedad eucarística que mantenga ese sano equilibrio de relaciones entre la persona, la Creación y el Creador.
En Laudato Si queda claro que el planteamiento ecológico nos lleva al planteamiento espiritual, y viceversa. Si la obra de la encarnación y la obra redentora abarca a toda la creación, es lógico deducir la dimensión y el impacto “ecológico” sobre nuestra espiritualidad, nuestra práctica pastoral y la reinterpretación de nuestro estilo de vida en las circunstancias del mundo de hoy. No puede haber una auténtica o profunda espiritualidad – redentorista o cristiana – sin una viva conciencia sobre la tierra y su integridad.
De esta manera, la conversión ecológica de la que nos habla el Papa Francisco adquiere una relevancia enorme para los redentoristas en las circunstancias actuales. Necesitamos profundizar mejor nuestra teología de la encarnación para que nos lleve a ver el mundo creado como don de Dios y no simplemente como recursos que deben ser explotados. Y la celebración del quinto aniversario de la publicación de Laudato Si, es una ocasión propicia.
Comisión General de PS-JPIC
En https://laudatosiweek.org/ se puede obtener mayor información sobre la Semana Laudato Si. Del 16 al 23 de mayo se publicarán en línea algunos encuentros de oración, así como importantes eventos de formación y reflexión.