(del Blog de la Academia Alfonsiana)
El 25 de junio de 2020, el Santo Padre aprobó la Samaritanus bonus, una Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el cuidado de las personas en las etapas críticas y terminales de la vida. La Samaritanus bonus está en continuidad con la rica enseñanza sobre temas del final de la vida, pero con sus propias características. Responde a un contexto cultural, médico y legal cambiado, y refleja el estilo pastoral del Papa Francisco y su atención a los aspectos de fragilidad y vulnerabilidad de la experiencia humana.
La carta consta de cinco secciones. El primer apartado El cuidado de los enfermos parte de la observación de que “es difícil reconocer el valor profundo de la vida humana cuando, a pesar de todos los esfuerzos asistenciales, sigue apareciendo ante nosotros en su debilidad y fragilidad”, pero es precisamente esta vulnerabilidad la que “fundamenta la ética del cuidado” a imitación del buen samaritano. Por ello, la Carta pide a quienes cuidan de las personas en etapas críticas y terminales de la vida “tener una mirada contemplativa” que no se apodere de la vida del otro, sino que capte su singularidad e irrepetibilidad y la cuide. De hecho, la curación no siempre es posible, pero siempre se le puede cuidar. El segundo apartado La experiencia viva de Cristo sufriente y el anuncio de la esperanza afirma la posibilidad de experimentar “la cercanía de Dios hecho hombre a las múltiples formas de angustia y dolor que pueden afectar a los enfermos y sus familias, durante los largo días de la enfermedad y al final de la vida”. El Cristo crucificado se ofrece al sufriente como un “interlocutor creíble al que se le puede hablar, dirigir los pensamientos, al que se le puede entregar la angustia y el miedo”. La tercera sección nos pide tener el corazón que ve del samaritano para abrirnos a la compasión y dejarnos cuestionar por la fragilidad, reconociendo en ella una llamada de Dios a reconocer la vida como un don sagrado e inviolable. La cuarta sección evoca los obstáculos culturales que oscurecen el valor sagrado de toda vida humana: un uso equívoco del concepto de la dignidad de morir, una comprensión errónea de la compasión que conduce a la eutanasia, un individualismo exasperado que condena la soledad y empobrece relaciones personales descartando las vidas más frágiles.
En este contexto antropológico, se sitúa la quinta y mayor sección dedicada a la enseñanza del Magisterio. Es la discusión más profunda producida hasta ahora por el Magisterio sobre la ética del final de la vida y se divide en doce puntos. En primer lugar se aborda el drama de la eutanasia y el suicidio asistido, que son una derrota de la medicina y la sociedad (V, 1). En cuanto al tratamiento, se recuerda la obligación moral de excluir la persistencia terapéutica y la posibilidad de recurrir a medios extraordinarios y / o desproporcionados, teniendo en cuenta que “la proporcionalidad … se refiere a la totalidad del bien del paciente” (V, 2). El deber de brindar cuidados básicos y, en particular, nutrición e hidratación, se reafirma siempre que sea beneficioso para el paciente (V, 3). La parte dedicada a los cuidados paliativos es hermosa y actual: son “un símbolo tangible del acercamiento compasivo a los que sufren” y deben entenderse de una manera más amplia que la visión tradicional “como un enfoque integral del cuidado” (V, 4). En el cuidado de los enfermos terminales es central el papel de la familia que, por tanto, debe recibir la ayuda y los medios adecuados y ser seguida también a nivel humano y espiritual “ya que constituye una única unidad de cuidado con los enfermos” (V, 5). Una novedad para los documentos magisteriales es el tratamiento extenso del acompañamiento y atención de situaciones críticas en la edad prenatal pediátrica (V, 6). Se observan algunas inexactitudes técnicas en el tema de las terapias analgésicas y la sedación paliativa, pero es importante haberlas tratado ya ex profeso (V, 7). La cuestión de la dignidad de las vidas desechadas regresa con referencia a personas en estado vegetativo y con mínima conciencia para quienes se solicita la continuidad de terapias mínimas, pero junto con el apoyo adecuado para todos aquellos que, familiares o no, los cuidan. (V, 7). Vinculado al problema de la eutanasia y el suicidio asistido, se espera la objeción de conciencia por parte de los profesionales de la salud y las instituciones católicas, alcanzando – si es necesario – la desobediencia civil (V, 9). Tras una reflexión sobre el acompañamiento pastoral y sacramental de quienes van hacia la muerte (V, 10), por primera vez, el problema de la cercanía pastoral a quienes piden la eutanasia o el suicidio asistido y la reconciliación imposible entre las opciones de muerte y sacramentos de la fe (V, 11). Un último punto se refiere a la reforma del sistema educativo y la formación de los profesionales de la salud para que se abran a las necesidades de la atención personal integral.
En un contexto cultural que parece depositar toda la confianza en la tecnociencia, la Samaritanus bonus coloca la relación humana en el centro del acto de cuidado. Si bien la eutanasia y el suicidio asistido expresan renuncia y desesperación, la Carta nos invita a encontrar sentido en el ocaso de la vida, cuando emerge dolorosamente la fragilidad humana con la que estamos mezclados y solo una mirada purificada puede ver los rasgos de Christus patiens en el rostro del paciente, haciéndose com-pasión y proximidad.
P. Maurizio P. Faggioni, OFM