Durante los últimos años la evidencia sobre la degradación de nuestro planeta se ha venido haciendo cada vez más clara y creciente. Igualmente, es creciente el compromiso individual, de instituciones y grupos humanos con lo que se ha denominado, la “justicia ambiental.”
Como testigos del redentor en un mundo herido, los redentoristas reconocemos que estamos viviendo en un tiempo que nos pide actuar con “urgencia” frente a la actual crisis ecológica. La cartilla de reflexión sobre la pastoral social continúa ofreciendo un ejercicio de diálogo y reflexión entre los elementos de nuestro carisma y el llamado del Papa Francisco a sanar y restablecer nuestras relaciones con nuestra Casa Común. Por supuesto, la reflexión es un ejercicio que mantiene su valor si nos mueve a acciones concretas que sean el reflejo de un compromiso con la “ecología integral.” El presente número es una publicación de la Comisión General de Pastoral Social, y se titula “Los Redentoristas y la Justicia Ambiental.”
Comisión General de Pastoral Social
Justicia, Paz e Integridad de la Creación
Introducción
Wuhan, para la gran mayoría de nosotros hasta hace poco, era un nombre desconocido, el nombre de una ciudad con la cual nadie jamás imaginó llegar a tener algún vínculo. Cuando las noticias anunciaban el inicio de una posible epidemia en esta ciudad, todos contemplábamos ésta como una realidad muy lejana, como muchas otras antes. Pero cada vez más nos íbamos dando cuenta cómo gradualmente se acercaba a nuestro continente, a nuestro país, a nuestra ciudad , a nuestro barrio, a nuestra familia, hasta llegar a tocar a nuestro núcleo familiar, a nuestros amigos más cercanos y – en muchos sentidos- a nosotros mismos. Esta es quizá una metáfora que puede reflejar nuestra actitud frente al “clamor de la tierra y el clamor de los pobres,” como se refiere el papa Francisco a la actual crisis ecológica. Se trata de una realidad que parece lejana a nosotros y que aparentemente no es urgente porque no nos está tocando directamente, pero lo cierto es que estamos sintiendo sus efectos cada vez con más fuerza. Los medios de comunicación nos dan cuenta de desastres ecológicos cada vez más dramáticos que tienen sus causas directas en la acción del ser humano durante las últimas décadas. Según análisis independientes de la NASA y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), el año 2016 registró las temperaturas más altas sobre la superficie de la tierra desde que éstas comenzaron a registrarse en 1880, y todo indica que es muy probable que este límite se siga traspasando.
La degradación de los ecosistemas y de la tierra en general es uno los grandes peligros que actualmente enfrentamos y, no obstante, seguimos cerrando nuestros oídos y nuestro corazón al clamor de la tierra y al clamor de los pobres. No nos hemos dado cuenta que nuestra vida depende de los otros sistemas de vida. Si algo se ha hecho evidente durante esta pandemia es nuestra interconectividad.
Porque la realidad climática actual, la pérdida de biodiversidad, la degradación de espacios vitales no son un accidente o la consecuencia de dinámicas de la misma naturaleza. ¡No!, ellas son consecuencia directa de nuestra desconexión con el Creador y su creación, situación que nos ha abocado a asumir opciones y estilos de vida que afectan directamente nuestra relación con la naturaleza. Durante siglos habíamos creído que la naturaleza era inferior a nosotros, que era “algo” inhóspito que había que domesticar y “transformar” y frente a la cual no teníamos ningún vínculo de responsabilidad. Pero lentamente hemos venido comprendiendo que cuando hablamos de la tierra o la naturaleza, en realidad nos referimos a las interacciones y reacciones que existen dentro de ella y dentro de la cual nosotros estamos jugando un papel determinante. Es decir, hemos comprendido que nuestro futuro es el mismo de la naturaleza.
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