Mensaje del Santo Padre Francisco con motivo del 150 aniversario de la proclamación de San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia

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Al Rev. P. Michael Brehl, C.Ss.R., Superior General de la Congregación del Santísimo Redentor y Moderador General de la Academia Alfonsiana

Hace ciento cincuenta años, Pío IX, el 23 de marzo de 1871, proclamó a San Alfonso María de ‘Liguori Doctor de la Iglesia.

La Bula de proclamación del doctorado de San Alfonso destaca la especificidad de su propuesta moral y espiritual, habiendo sabido señalar “el camino seguro en el enredo de opiniones encontradas de rigorismo y laxitud” [1].

Ciento cincuenta años después de este feliz aniversario, el mensaje de San Alfonso María de ‘Liguori, patrón de los confesores y moralistas, y modelo para toda la Iglesia en el alcance misionero, sigue indicando con fuerza el camino correcto para acercar las conciencias al rostro del Padre que los acoge, porque “la salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia” (EG 112).

Escuchando la realidad

La propuesta teológica alfonsiana surge de escuchar y acoger la fragilidad de los hombres y mujeres más abandonados espiritualmente. El Santo Doctor, formado en una rigurosa mentalidad moral, se convierte a la “bondad” escuchando la realidad.

La experiencia misionera en las periferias existenciales de su tiempo, la búsqueda de los lejanos y la escucha de las confesiones, la fundación y guía de la naciente Congregación del Santísimo Redentor, y, aún más, las responsabilidades como Obispo de una Iglesia particular, lo llevan a convertirse en padre y maestro de la misericordia, seguro de que “el paraíso de Dios es el corazón del hombre” [2].

La conversión paulatina hacia una pastoral decididamente misionera, capaz de estar cerca de las personas, de saber acompañar el paso, de compartir concretamente su vida incluso en medio de grandes limitaciones y desafíos, impulsó a Alfonso a revisar, no sin dificultad, también el enfoque teológico y jurídico recibido en los años de su formación: marcado inicialmente por un cierto rigorismo, se transformó luego en un enfoque misericordioso, evangelizador con dinamismo capaz de actuar por atracción.

En las disputas teológicas, prefiriendo la razón a la autoridad, no se detiene en la formulación teórica de principios, sino que se deja desafiar por la vida misma. Abogado de los más pequeños, frágiles y rechazados por la sociedad de su tiempo, defiende el “derecho” de todos, especialmente de los más abandonados y pobres. Este camino lo llevó a la decisión decisiva de ponerse al servicio de las conciencias que buscan, a pesar de mil dificultades, el bien, porque son fieles a la llamada de Dios a la santidad.

Sant’Alfonso, por tanto, “no es ni laxo ni rigorista. Es realista en el verdadero sentido cristiano “porque comprendió bien que” la vida comunitaria y el compromiso con los demás están en el corazón mismo del Evangelio “(EG 177).

El anuncio del Evangelio en una sociedad rápidamente cambiante requiere el valor de escuchar la realidad, de “educar las conciencias para pensar de manera diferente, en discontinuidad con el pasado” [3].

Toda acción pastoral tiene sus raíces en el encuentro salvífico con el Dios de la vida, nace de la escucha de la vida y se nutre de una reflexión teológica que sabe asumir las preguntas de las personas para indicar caminos viables. Siguiendo el ejemplo de Alfonso, invito a los teólogos, misioneros y confesores morales a entablar una relación viva con los miembros del Pueblo de Dios, a mirar la existencia desde su ángulo, a comprender las dificultades reales que encuentran y a ayudar a sanar las heridas, porque sólo la verdadera fraternidad “sabe mirar la sagrada grandeza del prójimo, que sabe descubrir a Dios en cada ser humano, que sabe soportar el acoso de la convivencia aferrándose al amor de Dios, que sabe abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la busca su Padre bueno” (EG, n. 92).

Fiel al Evangelio, la enseñanza moral cristiana llamada a anunciar, profundizar y enseñar, debe ser siempre una respuesta “al Dios que nos ama y nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de sí mismo para buscar el bien de todos” ( EG, n. ° 39). La teología moral no puede reflexionar solo sobre la formulación de principios y normas, sino que debe asumir con determinación la realidad que va más allá de cualquier idea (cf. EG, n. 231). Es una prioridad (cf. EG, nn. 34-39) porque el mero conocimiento de los principios teóricos, como nos recuerda el mismo san Alfonso, no basta para acompañar y sostener las conciencias en el discernimiento del bien por hacer. Es necesario que el conocimiento se haga práctico escuchando y acogiendo a los más pequeños, a los frágiles y a los que la sociedad considera un descarte.

Conciencias maduras para una iglesia adulta

Siguiendo el ejemplo de San Alfonso María de ‘Ligorio, renovador de la teología moral [4], es deseable y, por tanto, necesario acompañar, seguir y apoyar a los más privados de ayuda espiritual en el camino de la redención. El radicalismo del Evangelio no debe contrastarse con la debilidad del hombre. Siempre es necesario encontrar el camino que no aleje, sino que acerque los corazones a Dios, como hizo Alfonso con su enseñanza espiritual y moral. Todo ello porque “la inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe; necesitan de Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y maduración en la fe. La opción preferencial por los pobres debe traducirse principalmente en una atención religiosa privilegiada y prioritaria ”(EG 200).

Como San Alfonso, estamos llamados a salir al encuentro del pueblo como comunidad apostólica que sigue al Redentor entre los abandonados. Este acercamiento a quienes carecen de ayuda espiritual ayuda a superar la ética individualista y a promover una madurez moral capaz de elegir el verdadero bien. Formando conciencias responsables y misericordiosas tendremos una Iglesia adulta capaz de responder constructivamente a las debilidades sociales, de cara al reino de los cielos.

Ir al encuentro de los más frágiles nos permite luchar contra la “lógica” de la competitividad y la ley del más fuerte “que” considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que puede ser utilizado y luego desechado “dando” inicio a la cultura del descarte” (cf. EG, n. 53).

En los últimos tiempos, los retos a los que se enfrenta la sociedad son innumerables: la pandemia y el trabajo en el mundo post-Covid, la atención médica para todos, la defensa de la vida, los datos que nos llegan de la inteligencia artificial, la salvaguarda de la creación, la amenaza antidemocrática y la urgencia de la hermandad. ¡Ay de nosotros si en este compromiso evangelizador separamos el “grito de los pobres” [5] del “grito de la tierra” [6].

Alfonso de ‘Liguori, maestro y mecenas de confesores y moralistas, ofreció respuestas constructivas a los desafíos de la sociedad de su tiempo, a través de la evangelización popular, indicando un estilo de teología moral capaz de mantener unidas la necesidad del Evangelio y las debilidades humanas.

Los invito, siguiendo el ejemplo del Santo Doctor, a abordar seriamente en el plano de la teología moral “el grito de Dios que nos pregunta a todos:” ¿Dónde está su hermano? ” (Génesis 4: 9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está lo que matas todos los días en la pequeña fábrica clandestina, en la red de prostitución, en los niños que usas para mendigar, en el que tiene que trabajar a escondidas porque no está regularizado? (EG, nº 211).

Frente a pasajes trascendentales como el actual, se destaca concretamente el riesgo de absolutizar los derechos de los fuertes, olvidando a los más necesitados.

La formación de conciencias para el bien parece ser un objetivo indispensable para todo cristiano. Dar espacio a las conciencias, lugar donde resuena la voz de Dios, para que realicen su discernimiento personal en la concreción de la vida (cf. AL 37) es una tarea formativa a la que debemos permanecer fieles. La actitud del samaritano (Lc 10, 33-35), como indiqué en Fratelli tutti, nos impulsa en esta dirección.

La teología moral no debe tener miedo de acoger el grito de los más pequeños de la tierra y hacerlo suyo. La dignidad de los frágiles es un deber moral que no se puede eludir ni delegar. Es necesario testificar que el derecho siempre significa solidaridad.

Los invito, como hizo San Alfonso, a salir al encuentro de los frágiles hermanos y hermanas de nuestra sociedad. Se trata de desarrollar una reflexión teológica moral y una acción pastoral, capaz de comprometerse con el bien común que tiene su raíz en el anuncio del kerigma, que tiene una palabra decisiva en la defensa de la vida, hacia la creación y la fraternidad.

En esta ocasión especial, animo a la Congregación del Santísimo Redentor y a la Pontificia Academia Alfonsiana, como expresión y centro de alta formación teológica y apostólica, a entablar un diálogo constructivo con todas las peticiones provenientes de todas las culturas [7], a buscar respuestas apostólicas, morales y espirituales a favor de la fragilidad humana, sabiendo que el diálogo es marturya.

San Alfonso Maria de Liguori y la Virgen María del Perpetuo Socorro sean siempre compañeros de viaje.

Roma, San Giovanni in Laterano, 23 de marzo de 2021

FRANCISCO


[1] Pio IX, Acta Sancta Sedis, vol. VI, Typis Polyglottae Officinae S. C. De Propaganda Fidei, Romae 1871, 318.

[2] A. de’ Liguori, «Modo di conversare alla familiare con Dio» in Opere ascetiche vol. I, CSSR, Roma 1933, 316.

[3] Ibid., 221.

[4] Cf. Giovanni Poalo II, «Spiritus Domini», in Enchiridium Vaticanum, vol. 10, Ed. Dehoniane, Bologna 1989, p. 1420. [cf. AAS79 (1987) pp. 1367-1368].

[5] Cf. Laudato si’, n. 49.

[6] Papa Francesco, «Progettare passi coraggiosi per meglio rispondere alle attese del popolo di Dio. Discorso di sua santità Papa Francesco» in Studia Moralia, 57/1 (2019) 13-16.

[7] Querida Amazonia, n. 36.

(traducción de Scala News)