Construir la paz según la doctrina social de la Iglesia

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

En 1961, en Mater et magistra, Juan XXIII abordó un nuevo fenómeno al que llamó “socialización”, entendiendo por este término la intensificación de las relaciones y la interdependencia entre los seres humanos dentro de un mismo Estado y a nivel mundial (nn. 45 y ss. ).

Dentro del mismo estado, el Papa señaló, por ejemplo, la creciente participación del gasto social alimentada por los impuestos, lo que hace que los miembros de una sociedad sean cada vez más interdependientes a través de la educación, la salud, los sistemas de seguridad social y las diversas otras formas que caracterizan el ” Estado de bienestar”.

A nivel internacional, a principios de la década de 1960, vio desarrollos similares en la multiplicación de estados previamente colonizados que habían obtenido una nueva independencia y que pedían participar en la gestión colectiva del mundo ingresando en la ONU, sin embargo, para muchos de ellos, sin poder contribuir concretamente a incidir real y justamente en el proceso de toma de decisiones (Francisco, Discurso a la O.N.U., 25.09.2015).

Los esfuerzos de la humanidad para una mayor cooperación y unidad y las instituciones que manifiestan este compromiso son considerados por Juan XXIII y el magisterio posterior “signos de los tiempos” para la Iglesia, ya que “lo bueno se encuentra en el dinamismo social de hoy” en términos de el movimiento hacia la unidad, el progreso de la sana socialización y de la solidaridad civil y económica, corresponde a su íntima misión, porque la Iglesia es “en Cristo casi un sacramento […] de íntima unión con Dios y de unidad de todo el ser humano”. Por eso la Iglesia considera con gran respeto todo lo que hay de verdadero, bueno y justo en las instituciones que la humanidad se ha dado a sí misma y quiere ayudar a su éxito (cf. Gaudium et spes, 42).

Lo que Juan XXIII llamó “socialización”, viendo los presagios de la globalización en sus aspectos positivos, luego desapareció como término de la Doctrina Social de la Iglesia, si bien no ha desaparecido la realidad de la creciente interdependencia/globalización que, para mantener sus aspectos positivos requiere dejarse guiar por la virtud de la solidaridad.

Con este fin, a partir de Juan XXIII, la Iglesia siempre ha insistido en la necesidad de una unión de Estados soberanos que dé vida a una verdadera autoridad pública universal, “reconocida por todos, dotada de un poder eficaz capaz de garantizar la seguridad de todos, el respeto a la justicia y la garantía de los derechos” (Gaudium et Spes, n. 82) que, según el principio de subsidiariedad, no limita ni sustituye a los Estados en su ámbito de competencia, sino que contribuye a la creación de un entorno en el mundo en el que cada comunidad política con sus respectivos ciudadanos pueda cumplir con sus deberes y ejercer sus derechos con toda seguridad (Pacem in terris, n. 74). Por eso, para no dar vida a un peligroso poder universal de tipo monocromático, esta autoridad debe organizarse en forma subsidiaria y poliárquica, articulada en varios niveles que colaboren entre sí, para no lesionar la libertad de nadie, sino también ser concretamente eficaz (Caritas in veritate, n. 57) en la búsqueda de su única razón de ser que es el bien común de la familia humana (Pacem in terris, nn. 51-55; Sollicitudo rei socialis n. 43) , “al servicio de los derechos humanos, la libertad y la paz” (Juan Pablo II, 2003).

Es inevitable señalar que las dificultades encontradas, la indecisión, a veces la impotencia, de la comunidad internacional en emprender con firmeza el camino para dar vida a tal organismo, ha favorecido la actual interdependencia global caracterizada por la centralidad del capital y la economía, desde la insensatez del abandono de un entorno cada vez más degradado, de la multiplicación de pandemias, de la destrucción de culturas, del cierre a migrantes de países pobres ante la fácil movilidad de pueblos más ricos, de populismos identitarios, incluso de atisbos de des -la globalización a través del proteccionismo económico, de la creciente competencia por el dominio que, cuando se exaspera, puede conducir al conflicto militar, aspecto ya claramente descrito, sin ser tomado en serio, por Quadragesimo anno en 1931 (cf. n. 108) .

Ante todo esto y ante el grave peligro de conflicto nuclear que hoy enfrenta la humanidad, es de absoluta urgencia acoger un nuevo llamado del Magisterio de la Iglesia, que por boca del Papa Francisco nos exhorta a considerar que: “Frente a diseñar una globalización imaginada como “esférica”, que nivela las diferencias y asfixia la localización, es fácil que resurjan tanto los nacionalismos como los imperialismos hegemónicos. Para que la globalización sea en beneficio de todos, debemos pensar en implementar una forma “multifacética”, apoyando una sana lucha por el reconocimiento mutuo entre la identidad colectiva de cada pueblo y nación y la globalización misma”. Al mismo tiempo, “El Estado nación no puede ser considerado como un absoluto, como una isla con respecto al contexto que lo rodea. En la situación actual de globalización […] el estado nación ya no es capaz de procurar por sí mismo el bien común para sus poblaciones. El bien común se ha vuelto global y las naciones deben unirse para su propio beneficio. Cuando se identifica claramente un bien común supranacional, se necesita una autoridad específica legal y unánimemente constituida capaz de facilitar su implementación” (Francisco, 2019).

Leonardo Salutati

Fonte https://www.ilmantellodellagiustizia.it/leonardo-salutati-2022/costruire-la-pace-secondo-la-dottrina-sociale-della-chiesa