Mensaje a la Vida Consagrada Redentorista
Encuentro online
Estimados Cohermanos y Formandos,
- Con alegría nos reunimos aquí, en línea, para este breve encuentro redentorista. Ahora bien, ¿Por qué este encuentro? En este día en que la Iglesia celebra la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, también nosotros nos reunimos para orar juntos y dar gracias a Dios por nuestra vida consagrada redentorista, al mismo tiempo para agradecer a cada uno de ustedes que gastan sus vidas por la copiosa apud eum redemptio, animarlos en su misión y para recordar a los que nos han precedido y fueron perseverantes en su ministerio hasta el final.
- El Gobierno General es el primer animador de los Cohermanos. “[…] debe ser el inspirador y animador de la renovación continua en las (vice) provincias con su presencia eficiente, periódica y directiva” (Const 113). Sabemos las dificultades que atraviesa la vida consagrada en medio de la complejidad del mundo actual. Por lo tanto, este sencillo encuentro tiene el propósito de recordar el rostro de cada cohermano en sus diferentes trabajos apostólicos, acompañados de alegrías, penas y desafíos. ¡La vida consagrada redentorista tiene un corazón que late, tiene rostro, tiene un cuerpo! Todos formamos un solo cuerpo misionero (cf. Const. 2), caminamos juntos como Iglesia y Congregación, esta bella sinodalidad, donde cada uno está en el corazón del Redentor.
- Actualmente somos 4616 cohermanos: 56 obispos, 3492 sacerdotes, 09 diáconos permanentes, 71 diáconos transitorios, 661 clérigos no ordenados: 100 en profesión perpetua y 561 en profesión temporal; 327 hermanos: 278 en profesión perpetua y 49 en profesión temporal. La edad media de la Congregación es 54,02 años. Estamos repartidos en más de 80 países. Somos una presencia evangelizadora significativa. Hay muchos cohermanos que gastan sus vidas por la abundante redención en realidades fronterizas como la guerra, el terrorismo, el fundamentalismo religioso, lidiando con persecuciones y experiencias de muerte. Son testigos del Señor que nos animan. Hay una pluralidad de obras que realizamos en santuarios, parroquias, misiones populares, retiros, formación, enseñanza, escuelas, comunicaciones y muchas otras. Nos esforzamos por responder a las necesidades de nuestro tiempo, expresar con nuestra vida el celo apostólico del Fundador y sentir con la Iglesia como criterio válido de nuestra misión (cf. Const. 33). La Congregación está viva, pero necesitamos más ardor misionero. El Redentorista tiene siempre el corazón inquieto, propio de quién anuncia el Evangelio.
- En el día en que celebramos la presentación de Jesús en el templo, la pregunta fundamental para nosotros, Redentoristas, es: ¿qué presentamos en el templo del Señor en este día? ¿Como Simeón y Ana, reconocemos al Redentor con los ojos de nuestra fe, con la sencillez de vida, la oración y la adhesión a la voluntad del Padre? ¿Cuál es la vida consagrada redentorista que se presenta en el templo del Señor? ¿La que lleva las palomas y las tórtolas y reconoce al Señor en los más abandonados o aquella de los sacrificios rituales de apariencias, que mantiene el corazón vacío y no cultiva sus memorias de redención?
- Si estamos aquí es porque alguien fue llamado por el Padre, se adhirió profundamente a su plan y dio su vida por los más pobres y abandonados. ¡Existimos gracias al Redentor! Así, la raíz de la vida consagrada está en el misterio pascual de Cristo con todo lo que implica: hacerse carne, experimentar la pasión, el sufrimiento, la muerte y la resurrección, creer en la Palabra del Padre y en la fuerza dinamizadora del Espíritu. No hemos visto al Señor, como Simeón y Ana, pero hemos creído en su palabra fiel, la misma que nos ha traído hasta aquí. Ellos vieron y creyeron. Nosotros lo hemos tocado a través de la experiencia de fe de nuestros antepasados y de nuestro encuentro personal con el Redentor. Junto con Simeón, Ana, María, José y nuestros Santos, Beatos y Mártires podemos decir que nuestros ojos ven la salvación y porque creemos en ella, la proclamamos para que sea luz para todos los pueblos. Nuestra consagración tiene en su historia memorias pascuales y memorias de redención.
- Podemos comparar a Simeón y Ana con nuestra vida consagrada (cf. Lc 2,25-38). Simeón representa la justicia, la piedad, la apertura al Espíritu Santo, la sabiduría y la perseverancia en la fe. Es el servidor del templo que acoge a todos sin distinción, como hizo con María y José. Él es quien acoge las ofrendas de los pobres y no los explota ni excluye basándose en las leyes de la pureza. Ana, la pagana, la hereje, representa a la minoría, excluida por el templo, que espera la liberación y reconoce al Señor en la imagen de los abandonados, algo que los religiosos del templo eran incapaces de hacer. Ana es la representación de la vida consagrada como minoría en el mundo, pero que ha encontrado al Señor, le sirve incansablemente día y noche y le alaba sinceramente.
- En estos casi 300 años de existencia de la Congregación, ante el Señor nos hemos unido a través de nuestras memorias de redención a aquellos que creyeron y experimentaron la salvación y con corazón ardiente comunicaron lo que experimentaron. Hoy, lo que nos une en este encuentro son nuestras memorias pascuales y la redención que nos hicieron perseverar y llegar hasta aquí. Hoy estamos ante el Señor, ante cada cohermano, ante el mundo. Una vida consagrada que no experimenta la presentación diaria de sí misma en el templo del Señor no tiene autoridad para decir que ha visto la salvación y para presentarse como luz a las naciones. ¿Cómo es nuestra presentación al Señor como consagrados redentoristas en el templo del mundo en que vivimos? ¿Cómo están nuestras memorias de redención y conversión cotidiana? Si la Congregación es como Simeón y Ana, longeva en edad, piadosa, fiel a las promesas divinas, perseverante, sensible al Espíritu Santo, reconociendo al Redentor en los más abandonados, como realidad escatológica puede entonar el canto de Simeón: Ahora tu siervo puede irse en paz, porque según su palabra sus ojos han visto la salvación preparada para todos los pueblos, luz para todas las naciones. De lo contrario, cantaremos una canción de lamento y tristeza.
- ¿Qué vida consagrada redentorista queremos para nosotros y para la Iglesia? ¿Aquella que huye del mundo? ¿La que se esconde en sus castillos, en sus bellos templos, sacristías y en sus vestiduras? ¿Aquella que está fragmentada por proyectos personales o por luchas internas en busca del poder? ¿La que se encuentra en zonas de confort? ¿O la que reconoce el mundo, percibe sus bellezas y ambivalencias, que corre el riesgo de caminar con el Redentor y herir y hacer sangrar sus pies? ¿Qué vida consagrada redentorista queremos para nosotros y para la Iglesia? ¿Una vida consagrada redentorista que reconoce el Redentor con sus ojos, se identifica con Él, que sea un cuerpo misionero y valora a cada cohermano y a los laicos? O la fragmentada que escucha la voz de los ídolos, se encandila y luego es abandonada por el camino. El Señor es fiel. Los ídolos nos encantan, nos enamoran y luego nos abandonan. ¿Qué vida consagrada redentorista queremos para nosotros y para la Iglesia? No la vida consagrada pura, intocable, sin pecado, distante de la realidad, sino la vida consagrada humana, con sus contradicciones, con sus heridas, sin miedos, pero que cada día da lo mejor de sí, se convierte y se renueva, está en el mundo como una luz que danza, resistiendo al viento y se consuma con un corazón sencillo, fiel al Señor y a los más abandonados.
- Estas preguntas nos ayudan a discernir personal y comunitariamente sobre qué estilo de vida consagrada queremos para el futuro. Los retos que tenemos son numerosos y diversos. Sin embargo, no debemos desanimarnos. Somos misioneros de la esperanza que caminan tras las huellas del Redentor. Si esto es cierto, no podemos decretar nuestra muerte prematura. Debemos tener los ojos abiertos a la realidad y hacer nuestra autocrítica institucional y personal, pero no podemos rendirnos ante lo que nos asusta, los problemas derivados de nuestras infidelidades y los retos del mundo actual. Parte de la Iglesia vive un momento complejo con tantas disputas internas, la pérdida de credibilidad y alejamiento del Evangelio. A lo largo de la historia, en los momentos controvertidos de la vida eclesial, la vida consagrada ha sido siempre un signo. Así, en un contexto de tantas divisiones, estamos llamados a ser signo de unidad y a proclamar la redención con valentía y entusiasmo. Nuestro carisma está vivo y nos fortalece en la misión y, por esto, somos llamados a ser luz para las naciones.
- Un carisma nace de una profunda experiencia de Dios, de la centralidad de Cristo, y se materializa en la historia humana a favor de la comunidad y de los necesitados. Es una fuente de agua limpia y generadora de vida. Se fundamenta siempre en el Espíritu que lo da y vigoriza por la experiencia del Evangelio, por la escucha de los signos de los tiempos y del tiempo de los signos y por la cercanía dialógica con el Pueblo de Dios. Sin estos elementos un carisma no sobrevive, no puede ser discernido y reinterpretado en el curso de la historia, y se convierte en agua no potable para beber y tenderá a secarse. Para el redentorista, el carisma se traduce en el dinamismo del anuncio del Evangelio y en la alegría de tener a la persona de Cristo en el centro de su vida y de continuar su presencia y misión de redención en el mundo (cf. Const. 23). El carisma, como fruto del Espíritu, es dinámico y se extiende a lo largo de la historia y se renueva en la medida en que sus profesos son capaces de dialogar con el Señor, que siempre les pide de beber (cf. Jo 4,7). La muerte de un carisma comienza cuando el individualismo se infiltra en el torrente sanguíneo del cuerpo misionero. Poco a poco carcome los órganos vitales de nuestra vida apostólica y perdemos el sentido de nuestra propia consagración y misión. El individualismo es la puerta para nuestra muerte agónica.
- Estamos vivos y queremos seguir siendo memoria viva del Redentor en este mundo, luz allí donde estemos. ¿Y cómo podemos ser luz si nuestra llama interior se está apagando? Tal vez nuestro interior sea como brasas cubiertas de cenizas. El soplo del Espíritu es necesario para volver a despertar esa llama dentro de nosotros como hiciera a los discípulos de Emaús (cf Lc. 24,32). Tal vez este oscurecimiento de nuestra llama interior explique tantos abandonos en la Congregación. ¿Por qué se van tantos cohermanos a las diócesis? ¿Por qué algunos nos abandonan en los primeros años de su profesión y de su sacerdocio? ¿Consigue nuestra formación ayudar a los jóvenes a incorporar el carisma redentorista en sus vidas y a ver en él un valor para su vida misionera para toda la vida? ¿Ofrece nuestra vida comunitaria a los cohermanos calidad en la vida afectiva, espiritual y misionera? Estas preguntas no son para culpar a nadie, ya que se trata de un fenómeno en el ámbito de la vida consagrada, sino que sirven para ayudarnos a ser autocríticos en todos los sentidos: en la vida comunitaria, espiritual y misionera. Este es uno de los grandes retos de nuestro tiempo. No tengamos miedo de afrontar esta realidad a la luz del Espíritu y del discernimiento personal y comunitario. El Redentor camina con nosotros. Es importante recuperar nuestro primer amor (cf. Ap 2,4).
- El XXVI Capítulo General abordó 5 temas importantes: identidad, misión, vida consagrada, formación y liderazgo. Ellos impregnan toda nuestra consagración y nuestra vida apostólica. Para ayudarnos en nuestra reflexión diaria, cada año, a partir de la fiesta de San Clemente, el Gobierno General profundizará en un tema según los capítulos de nuestras Constituciones: comunidad, formación, misión, espiritualidad, liderazgo y revisión de vida. Así, durante el sexenio, recorreremos todos los núcleos fundamentales de nuestra vida apostólica, teniendo en cuenta las decisiones de nuestras Constituciones y Estatutos, Capítulos Generales y otros documentos de la Congregación. Que cada año nos sirva de inspiración para reavivar la llama de nuestra vocación y nuestro celo misionero (cf. Const. 20,33,37,80).
- Por último, unas palabras sobre la reestructuración. Durante estos 30 años, se han dado diferentes enfoques para iluminarnos: a nivel teológico, espiritual y estructural. Todos han sido muy importantes y nos han ayudado a llegar hasta aquí. Es fundamental recordar la kenosis de Jesús, el distacco alfonsiano para ayudarnos a reflexionar sobre ello. No podemos olvidar la inspiración que viene de los más abandonados. Ellos tienen que reestructurarse cada día para sobrevivir. La experiencia de los emigrantes que abandonan su patria sólo con la certeza de sus sueños y los pobres que tienen que reinventarse cada día, nos hacen pensar. La precariedad de los abandonados nos hace reflexionar sobre nuestra disponibilidad. Vayamos donde vayamos, la Congregación nos apoya en los más de 80 países en los que estamos presentes. Tenemos una estructura que nos protege. Con la reestructuración, nadie quedará sin protección. Si en estos 30 años, seguimos teniendo dificultades es porque quizás no hemos aprendido de los más abandonados, y quizás estamos demasiado alejados de sus vidas. La llamada para nosotros: “¡vino nuevo en odres nuevos!” (cf. Mc 2,22). La reestructuración es una llamada del Espíritu Santo a toda la Congregación para que permanezca fiel al carisma y responda a los signos de los tiempos con un nuevo celo misionero y renovación de nuestra vida apostólica.
- Señor de la Mies y Pastor del Rebaño. Ayúdanos a ser fieles a la misión y a no olvidar nunca a los abandonados. Inspíranos siempre a ser buenos samaritanos, anímanos a poner en práctica tus palabras en la sinagoga de Galilea (cf. Lc 4,18-19). María, Madre del Perpetuo Socorro, nuestra Madre General, junto con los Santos, Mártires, Beatos y Venerables nos ayuden a caminar por las sendas del Redentor siendo Misioneros de la Esperanza donde nos encontremos. Ayúdanos a perseverar, especialmente en los momentos de cruz. Amén.
- Con la protección de la Madre del Perpetuo Socorro y de todos nuestros Santos, Mártires, Beatos y Venerables la bendición de Dios todo misericordioso Padre, Hijo y Espíritu Santo ¡Amén! Muchas gracias a todos los que han participado. Ustedes son importantes para la Congregación. ¡Sigan adelante y no tengan miedo! ¡El Espíritu del Señor está con nosotros!
P. Rogério Gomes, C.Ss.R
Superior General
Fiesta de la Presentación del Señor
Roma, 02 de febrero de 2023