(del Blog de la Academia Alfonsiana)
Diez años después de la elección del Papa Bergoglio como obispo de Roma y pastor universal del pueblo peregrino, se puede decir que las esperanzas suscitadas por el momento de su aparición en el balcón de San Pedro se han abierto camino, no sin dificultades, contrastes, y se podría decir, de incluso cierta insatisfacción. Con la expectativa de una primavera, como reapropiación de la iniciada por el Concilio Vaticano II, tal vez se podría haber hecho mucho más. Pero con esta primavera, al parecer, sucede lo mismo que con otras primaveras sociales: se lanzan con gran apertura y luego, cuando menos se espera, aparecen inviernos desesperados que bloquean y ralentizan los procesos de florecimiento de nuevas alternativas de vida y esperanza.
Francisco, como sus predecesores, nunca ha dejado de proclamar, con gestos y palabras, la alegría del Evangelio y de la misericordia, la necesidad de paz y justicia, el cuidado y tutela de la ecología humana e integral, la atención a las periferias existenciales, la urgencia de incluir y no excluir y descartar, la urgencia de una Iglesia libre de ansias de poder, de clericalismo, para ser más libre, transparente y auténtica en constante salida al servicio de la humanidad; etc. Francisco, sin duda, puso sus acentos particulares con gestos y palabras que han marcado la conciencia colectiva de gran parte de la humanidad. Su aporte fue la presencia cercana e insistente de un Dios que no abandona; y sobre todo, que está cerca y nos llama a seguir sus propias opciones y acciones.
Diez años es un buen período de tiempo, especialmente cuando se compara con la edad de Francisco. Reunir las mejores intuiciones e impulsos del Vaticano II en este tiempo ha sido un gran éxito. Pero con el paso del tiempo se han producido notables cambios epocales, nuevos desafíos en el mundo y por tanto en la misma Iglesia. Necesitamos ir más allá, con humildad y audacia, necesitamos una nueva primavera. Estos diez años podrían verse al menos como un comienzo: es mucho, pero aún queda mucho más por hacer. Nos permitimos señalar algunos lugares eclesiológicos donde se percibe cierta resistencia, lentitud si se quiere, para dar paso a una real y verdadera nueva primavera.
La Iglesia en salida. Sí, hay un nuevo impulso de salir, pero en las actitudes y en las estructuras eclesiásticas todo sigue igual; hay demasiada inercia estructural y sistémica que no solo no transmite la frescura y profundidad de la propuesta cristiana, sino que a estas alturas de la historia es deshumanizante e incluso anticristiana. Todo esto se manifiesta en la liturgia, en la pastoral, en las prácticas sacramentales y en muchos ámbitos de la Iglesia que son el reflejo de una Iglesia replegada en sí misma, a la defensiva y sin intención de actualizarse realmente; lo que exige el principio de la encarnación y la escucha atenta del Espíritu a través de los signos de los tiempos. Este Papa es muy crítico con el clericalismo; algo que aplaudimos. Pero toda la estructura y el sistema son clericales, patriarcales y en gran parte machistas, todo fundamentado y orientado para que continúen siéndolo. «¡El vino nuevo necesita odres nuevos!».
La Iglesia acogedora que incluye y no excluye. Sí, son bienvenidas determinadas frases y gestos en referencia a los marginados, ancianos, inmigrantes, mujeres, homosexuales, etc. Pero siguen persistiendo afirmaciones sobre el tema del género, la homosexualidad y la mujer, insostenibles o al menos fuera de lugar, tanto desde el punto de vista del Evangelio (lugar que Francisco pone como primer punto de referencia constante), como desde el punto de vista de una conciencia humana profunda y científicamente fundamentada. El alcance de toda la visión de la sexualidad, de la identidad humana, de la inclusión, requiere una profunda revisión que pueda ir más allá de los clichés clásicos: la mujer sigue siendo sublimada, valorada, pero no real y plenamente incluida, a pesar de todos los nombramientos de mujeres en el curia vaticana; hay muchas mujeres teólogas, pero su presencia en las facultades es mínima -a veces ninguna-; en las páginas web de las facultades es difícil encontrar un vínculo con las múltiples plataformas de reflexión de las mujeres; el cierre y la resistencia al ministerio femenino permanecen; lo mismo sucede con la posibilidad de abrir el ministerio sacerdotal a personas casadas; etc. Seguir diciendo que se puede aceptar la orientación homosexual, pero no su experiencia, es casi como aceptar que existe el cubismo, pero no permitir que se creen o exhiban sus obras; aceptar que una persona puede tener una identidad, pero no puede desarrollarla y/o manifestarla, suena a falta de respeto a la dignidad humana, a afirmar que no es un delito, sino un pecado… Seguir acusando al género como culpable de cualquier desestabilización de la familia y de la identidad (“natural”) de la sexualidad humana, sin hacer las necesarias diferenciaciones y profundizaciones críticas entre las propuestas teóricas, las personas reales que viven dichas identidades, y las posibles y reales exageraciones partidistas, no es solo una muestra de la falta de un estudio en profundidad de las posiciones de los otros, sino que sigue siendo el reflejo de cierre y resistencia a la voz de los signos de los tiempos. Incluso el hecho de utilizar sistemáticamente el concepto de “ideología” en sentido peyorativo no ayuda a establecer un diálogo crítico, cuando tal vez sería más correcto hablar de ideologizaciones, es decir, de absolutización y/o radicalización de posiciones intelectualmente legítimas. A otros se les acusa de apoyar y querer un “pensamiento único”, pero al menos implícitamente se espera que la propuesta de cierta lectura cristiano/católica sea aceptada por todos como la “única” veraz o al menos como la que debe prevalecer sobre los demás.
La Iglesia siempre en camino, sinodal. Sí, valoramos positivamente los Sínodos realizados y que el actual proceso sinodal sea un gran éxito, ya que ha dado muchas buenas perspectivas. Pero, a veces, llegamos a formulaciones excelentes, oportunas y necesarias, sin que se concreticen en la realización efectiva de las comunidades. Y cuando un proceso sinodal busca ir más allá del mero reformismo, surgen barreras y voces resistentes que lo acusan de querer dañar la sana doctrina y traicionar la tradición perenne. El camino del cambio queda así cerrado desde el principio, y al impedir que se afronten con valentía los verdaderos problemas, se corre el riesgo de producir una nueva decepción; puede haber habido un anuncio de primavera, pero al final solo habrá nuevamente inviernos gélidos y una primavera sin una verdadera Pascua florida de nuevas alternativas.
Esperamos que los procesos iniciados por el actual Obispo de Roma puedan seguir floreciendo y, como dice Francisco, la Iglesia pueda ser una auténtica evangelizadora siguiendo el ejemplo de «María [que] sabe transformar una cueva de animales en casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura» (EG, n. 286).
p. Antonio Gerardo Fidalgo C.Ss.R.