Al día siguiente de la Solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia celebra la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, invitando a todos los católicos a rezar por los que han partido de este mundo. La comunidad de Redentoristas de la Casa Generalicia de Roma también dedicó el día a reflexionar y rezar por los cohermanos difuntos de diferentes provincias y países que han servido durante muchos años en la Iglesia de San Alfonso y en el Santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en la Curia Generalicia o en la Academia Alfonsiana.
P. Marek Kordecki CSsR, vicerrector de la comunidad, presidió la Eucaristía celebrada por los cohermanos difuntos, a la que asistieron los miembros de la comunidad y los invitados presentes ese día.
Los hermanos latinoamericanos propusieron una forma original de conmemorar a los Redentoristas fallecidos. En la pared del pasillo del convento, colocaron una decoración tomada de la cultura mexicana en la que, entre los símbolos populares de la muerte y de la vida, colocaron fotografías de sus cohermanos fallecidos.
Así explica el P. Agustín Drauaillet CSsR, secretario de la Academia Alfonsiana y miembro de la Provincia de México, la tradición de conmemorar a los difuntos:
En México, existe una raíz profunda de relación con los muertos. Antes que llegase el cristianismo a nuestra tierra, ya se creía que cuando los seres humanos morían comenzaban un peregrinaje hacia otro lugar. Un camino lleno de retos, pero con la mirada puesta en ese horizonte por llegar.
Con la llegada del cristianismo, esta creencia no se extinguió. Por el contrario, la fe cristiana la tomó y le dio un lenguaje desde Cristo. (Desde Él yo la vivo y la escribo en estas líneas).
Todavía hoy, en la noche del día de todos los santos, muchos mexicanos continuamos esperando a aquellos que se terminaron su existencia terrenal, pero que todavía son. Esa noche, entre el uno y dos de noviembre, nos unimos la Iglesia terrenal con la Iglesia purgante, esa que camina hacia el cielo, pero que se sabe ligada a sus seres amados que permanecen en la tierra. Con el aroma del humo del copal les hacemos un guiño de amor y purificamos un espacio terrenal para poder entrar en relación. Los terrenales llevamos a nuestros difuntos en nuestro corazón, los amamos. Hacemos un altar y por medio de fotos hacemos sensible la presencia de aquellos que han partido. No podemos negar la tristeza de saber que no están con nosotros, pero sabemos que en Cristo hay vida, que en Cristo hay esperanza. A nuestros seres queridos difuntos, les ponemos en el altar cosas que les gustaban: comida, bebida, objetos. Les perfumamos el camino con cempasúchil, cuyo aroma, junto con la luz de las velas, les harán más fácil llegar el lugar que aún les añora y, al mismo tiempo, les permitirá regresar a su peregrinaje en vista del lugar eterno.
Nuestros muertos… sí, nuestros muertos nos recuerdan que en este mundo hay vida. Ellos mismos la vivieron. Pero, este mundo no es nuestro destino último. Solo es un momento donde podemos materializar el amor. Del amor venimos, por el amor vivimos, hacia el amor somos invitados a regresar. Nuestros difuntos van solo un poco adelante, nosotros, mientras tanto, vivimos y en esta vida amamos. El destino es y será siempre Dios.