Paciencia y oración, los dos medios para afrontar la tristeza: El testimonio de Isabel y Zacarías
En esta segunda meditación propongo, el testimonio bíblico de Isabel y Zacarías, narrado en los relatos de la infancia del Evangelio según Lucas (Lc 1, 5-25) para nuestra preparación -personal y comunitaria- para la venida del Señor, reflexionando sobre nuestra vida con el deseo de vincularla más estrechamente con el Evangelio.
Isabel y Zacarías, un matrimonio de ancianos, se sintían excluidos, humillados, decepcionados: porque no tenían hijos. Se decía que Isabel era “estéril” y Zacarías envejecía. Se dice que ambos «eran justos delante de Dios y guardaban todas las leyes y prescripciones del Señor» (Lc 1,6). Es decir, esta pareja se comportó de acuerdo con la voluntad de Dios expresada en la Ley, en la Palabra de Dios. Vivían de acuerdo con el ideal de la piedad judía. Pero, a pesar de su santidad de vida, no tenían hijos.
Lo que es sorprendente en el relato de lucano, que rara vez se encuentra en la Biblia, es que el adjetivo “justo” se refiere a una mujer. Y es precisamente esta característica de Isabel la que evoca el evangelista Lucas. Este hecho es particularmente significativo. En el atributo “justo” se resume toda la espiritualidad de la Antigua Alianza. Los “justos” son personas que viven la indicación de la Ley desde dentro, personas que por ser justos según la voluntad revelada de Dios siguen su camino y crean espacio para la nueva acción del Señor”.[1] Está claro que la esterilidad de Isabel, una mujer que ha sido fiel a la voluntad de Dios durante muchos años, no es un castigo por sus pecados. Debemos recordar que, para la mentalidad de la época, no poder tener hijos significaba estar privado de la bendición de Dios, a causa de los pecados propios.
G. ROSSÉ señala: “La esterilidad, la ancianidad, son expresiones de una situación sin futuro. Pero en realidad, es la condición en la que Dios podrá manifestar su poder de gracia”.[2] En contraste es una forma en que la gente ve y juzga. Sin embargo, ¡cuán diferente nos ve Dios! A los ojos de la gente, Isabel y Zacarías fueron castigados por Dios, a los ojos de Dios, por otro lado, isabel y Zacarías fueron elegidos. Los dos ancianos son presentados como aquellos miembros del pueblo de Dios, en cuya vida se realiza la misión de la elección y a quienes Dios ha prometido su bendición.[3]
Aunque Isabel y Zacarías eran tan piadosos y buenos, que habían guardado los mandamientos de la Torá, les sucedieron cosas malas y desgracias. No tienen descendencia. Podrían haberse rebelado contra Dios, en el mejor de los casos podrían haber dejado de orar a Dios (después de todo, ¡así es como uno se comporta a menudo!), mientras esta pareja continúa siendo fiel.
Y aquí está la primera pista que nos dan estos testigos del Adviento. Isabel y Zacarías pueden ser para nosotros, maestros de paciencia y oración. Es precisamente la paciencia y la oración que he decidido dedicar esta segunda meditación.
Del Evangelio de Lucas, aprendemos algo interesante, a saber, que Zacarías, aunque era de edad avanzada, cuando estaba en el templo continuó orando, pidiendo lo imposible. El ángel que se le apareció le dijo: «Zacarías, tu oración ha sido escuchada, y tu mujer Isabel te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan» (Lc 1, 13). El padre es llamado, como es costumbre, para nombrar al niño recién nacido. Juan es una versión popular del nombre hebreo Yo-hanan, formado por el nombre propio de YHWH y la raíz hanan, que es la raíz de la gracia, del amor. Yohanan significa ‘Dios ha [mostrado] misericordia’. Finalmente, Dios se ha acordado.
Pero junto a la paciencia y la fidelidad de Isabel y Zacarías, también estaba su tristeza. Según el ermitaño griego Evagrio el Póntico (siglo IV), la “tristeza” es uno de los “ocho espíritus de la maldad”. Su discípulo, el monje Juan Casiano (siglos IV-V) llama a estos ocho espíritus los “pecados capitales”. ¿Cuáles son? La gula, la lujuria, la avaricia, la ira, la tristeza, la pereza, la vanagloria, el orgullo, son los ocho vicios más o menos de la tradición espiritual y moral griega. Zacarías e Isabel no fueron tentados a vivir una vida de tristeza? Precisamente esta pareja que ha superado la tristeza son testigos y maestros para mostrarnos que la tristeza se supera con paciencia y oración persistente.
El nombre hebreo Zacarías significa ‘Dios se acuerda [recordó]’. Está compuesto por el sufijo “YA” -que es el nombre propio de Dios- y el verbo “ZAKAR” que significa “recordar”. Por lo tanto, es un nombre que lleva dentro de sí la idea de recuerdo: ‘ZAKAR-YA’, es decir, ‘Yahvé recordó’. Yahvé siempre se acuerda. Isabel también tiene un nombre significativo. “EL” (abreviatura de ELOHIM) es el nombre común de Dios y la raíz verbal indica “el juramento”. Su nombre, de hecho, significa “Dios ha jurado. Dios es fiel como una roca”. El nombre de Isabel contiene también en sí mismo casi un programa de vida: “Yo también seré fiel, seré paciente, rezaré con perseverancia”. Zacarías e Isabel lucharon contra la tristeza que continuaba afectándolos, y lo hicieron con la virtud de la fidelidad y con paciente confianza en Dios.
“La virtud de la fidelidad está profundamente relacionada con el don sobrenatural de la fe, convirtiéndose en expresión de la solidez propia de quien ha fundado toda su vida en Dios. En efecto, en la fe encontramos la única garantía de nuestra estabilidad (cf. Is 7, 9b), y sólo a partir de ella podemos ser verdaderamente fieles: en primer lugar, a Dios, luego a la propia familia, la Iglesia, que es madre y maestra, y en ella a nuestra vocación, a la historia en la que el Señor nos ha puesto”.[4]
La tristeza es una emoción con la que todos estamos familiarizados. La tristeza es una de las seis emociones básicas o primarias junto con la alegría, la sorpresa, el miedo, la ira y el disgusto. La tristeza es una respuesta emocional natural cuando experimentamos un evento doloroso y desagradable. Es posible que lo hayamos experimentado como resultado de la pérdida de un ser querido, tras el fracaso de un proyecto que es importante para nosotros, después de cambios imprevistos y difíciles. La tristeza también puede manifestarse en situaciones en la que alguien puede sentirse abandonado, no reconocido, no comprendido. La tristeza puede asaltarnos ante las incertidumbres y las preocupaciones, las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: “la disminución de las vocaciones y del envejecimiento, especialmente en el mundo occidental, los problemas económicos que han seguido a la grave crisis financiera mundial, los desafíos de la internacionalidad y la globalización, los peligros del relativismo, la marginalidad y la irrelevancia social”.[5]
El apóstol Pablo distingue entre una “tristeza virtuosa según Dios” y otra “según el mundo“, que es viciosa, cuando escribe en 2 Co 7, 9-10:” ahora me alegro: no de su tristeza, sino del arrepentimiento que provocó en ustedes. Su tristeza provenía de Dios, de manera que nosotros no les hemos hecho ningún daño. La tristeza por voluntad de Dios produce un arrepentimiento saludable e irreversible; la tristeza por razones de este mundo produce la muerte”. Pablo afirma, por tanto, que la tristeza puede ser buena o mala: depende de los efectos que produzca en nosotros.
Para los Padres de la Iglesia y los autores monásticos, por tristeza “según Dios” se entiende “la mirada humilde (llena de esperanza y alegría) sobre las verdades del propio corazón y las heridas de la propia vida, como espacios abiertos a las posibilidades de Dios”.[6] Tal tristeza “es capaz de favorecer la conversión de los cristianos de los comportamientos pecaminosos, por lo tanto, se orienta hacia su salvación”.[7]
Hay una “tristeza del mundo” -precisamente la que parece sufrir el ser humano hoy-, una tristeza que lleva al desánimo, a la apatía, a la desesperación, que deja sin sentido cualquier posible perspectiva de conversión. Esa “tristeza del mundo” brota de un corazón que ha perdido la esperanza. Evagrio se había dado cuenta de que la tristeza puede incluso convertirse en la “prisión de un pueblo”, es decir, puede afectar a toda una sociedad, convirtiéndose en una visión global compartida hacia un futuro sin esperanza.[8] La “tristeza del mundo” es una reacción exagerada al mal, que se convierte en desesperación, en pérdida total de la esperanza en la providencia de Dios.
Recordemos a Job. La Biblia dice de él lo mismo que hemos oído de Zacarías: que “era un hombre justo, temía a Dios y estaba libre de mal” (Job ,1-3). La fe de Job fue probada en todos los aspectos. Él era el hombre inocente afligido por el mal; el hombre justo afligido por la injusticia del sufrimiento. Él sufrió la pérdida de todo bien, pero sobre todo la muerte de sus siete hijos y tres hijas que murieron en el derrumbe de la casa. También fue atacado por una enfermedad, una terrible lepra, que le causó enormes sufrimientos. Job se sintió abrumado por la tristeza. La Biblia da testimonio de esto: “Entonces Job se levantó y rasgó su manto; se afeitó la cabeza, cayó al suelo, se postró”. Luego dijo a Dios en una oración dolorosa: ‘El Señor dio, el Señor quitó, ¡bendito sea el nombre del Señor!””.
Al lado de Job, que oraba con dolor, estaba su esposa. Ella también estaba sufriendo; Ella también se había sentido abrumada por esas pruebas junto con su esposo. Pero ella dio un consejo terrible (Job 2,8-9) que era como una fuerza para culpar y abandonar a Dios. Job comprendió que su esposa estaba hablando con una tristeza severa que se había convertido en desesperación y enojo, y le respondió: “Si aceptamos el bien de Dios, ¿por qué no hemos de aceptar el mal?”. (Job 2,7-10). Job no cayó en la desesperación. Mientras tanto, continuó hablando y discutiendo con Dios. Aunque no entienda la acción de Dios, permanece todo el tiempo en relación con Dios. Esta es una tristeza positiva, que no se convierte en desesperación. El estado mental de la esposa de Job es diferente. Su dolor la lleva a la desesperación, a la blasfemia: se aleja de Dios. El ejemplo bíblico de Job y su esposa es una evidencia de cómo la tristeza, en parte justificada por la desgracia que les sucedió, puede experimentarse de manera diferente.
- Reflexionemos una pregunta importante: ¿Cómo reaccionamos ante la tristeza? ¿Cómo lo afrontamos? ¿Cómo lo superamos?
En el Huerto de los Olivos, Jesús dice a los discípulos: “Mi alma está triste hasta la muerte. Quédate aquí y vela” (Mc 14,34). Podemos ver que la tristeza que aflige a Jesús lo lleva a orar. Según Jesús, la mejor cura para la tristeza es la oración, es acercarse al Padre, es recordar que soy un hijo, una hija de Dios, que no estoy solo, aunque me enfrente a incertidumbres, preocupaciones, dificultades.
La respuesta apropiada a la tristeza es, por tanto, la oración. Zacarías no dejaba de orar en momentos de tristeza. Job no dejó de orar cuando se sintió abrumado por la tristeza. Jesús, en una tristeza mortal, reza. Sólo la oración es la respuesta adecuada a la tristeza. Francisco de Sales escribe en la Introducción a la vida devota, también llamada Filotea (El alma amante de Dios), publicada en 1609: “Si alguno está triste, que rece: la oración es el remedio más eficaz porque eleva el espíritu a Dios, nuestra única alegría y consuelo”.
La respuesta adecuada a la tristeza es, por lo tanto, perseverar en la oración y, orando, tener paciencia. San Alfonso en el libro La práctica de amar a Jesucristo aconseja así: “(..) soportar con paciencia todo dolor, todo desprecio, toda contrariedad, más que cualquier razonamiento, siguiendo el ejemplo de los santos, ayuda la oración, por la que obtenemos la fuerza que no tenemos, para vencer los tormentos y las persecuciones”.[9] Y nuestro santo en la obra Recopilación de las virtudes en las que un alma debe ejercitarse si quiere llevar una vida perfecta y llegar a ser santa recomienda: “Deja la tristeza, conservando en todo caso una tranquilidad y un semblante sereno siempre uniformes. Quien quiere lo que Dios quiere, que no se aflige jamás”.
La virtud que combate y transforma la tristeza es, por tanto, la paciencia. La palabra ‘paciencia’ proviene del latín ‘patire’, que significa ‘sufrir, soportar’. La paciencia es una de las grandes virtudes de la tradición cristiana. En el Nuevo Testamento, dos palabras se traducen en griego como ‘paciencia’: hypomoné [retener], también significa ‘permanecer menos, perseverar, llevar cargas’. La palabra makrothymía usada en el versículo veintidós del quinto capítulo de la carta a los Gálatas puede tener la raíz hebrea que significa ‘ira larga’, la capacidad de retener la ira durante mucho tiempo [longanimidad – longanimidad].[10] La persona paciente es capaz de tolerar mucho dolor y sufrimiento sin quejarse, se enoja lentamente y espera que Dios lo consuele y limpie su pecado.
No podemos generar esta virtud en nosotros mismos de forma completamente independiente, porque la paciencia es ante todo un don del Espíritu Santo que se recibe en la oración. La paciencia tiene su lugar en los frutos (obras) del Espíritu Santo: «Los frutos del Espíritu son el amor, la alegría, la paz, la paciencia (makrothymia), la bondad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, la templanza» (Ga 5,22). Si un cristiano tiene el Espíritu Santo es evidente por tres cosas: (1) mantiene la paz en las dificultades; (2.) sabe perdonar y perdona; (3.) Es paciente con los que todavía están en camino. No olvidemos que Isabel se “llenó del Espíritu Santo” tan pronto como escuchó el saludo de María. Zacarías, después del nacimiento de Juan el Bautista, iluminado por el Espíritu Santo, entonó su himno de alegría y bendición: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo”.
Quisiera recordar aquí el llamado respecto a la tristeza que el Santo Padre Francisco dirigió a las personas consagradas: “Un día respondimos a la llamada del Señor y, con celo y generosidad, nos ofrecimos a Él. En el camino, junto con los consuelos, también hemos recibido decepciones y frustraciones. A veces, el entusiasmo de nuestro trabajo no se corresponde con el resultado deseado. Nuestra siembra no parece dar el fruto adecuado, el fervor de la oración se debilita y no siempre estamos inmunizados contra la sequedad espiritual. Puede suceder que, en nuestra vida consagrada como personas consagradas, la esperanza se agote por las expectativas defraudadas. Debemos tener paciencia con nosotros mismos y esperar con confianza los tiempos y los caminos de Dios: Él es fiel a sus promesas. Esta es la piedra fundamental: Él es fiel a sus promesas. Recordar esto nos permite repensar los caminos, revitalizar nuestros sueños, sin ceder a la tristeza interior y a la desconfianza. (…) La tristeza en nosotros, las personas consagradas, es un gusano que nos carcome por dentro. ¡Huye de la tristeza interior!”[11]
La virtud de la paciencia no se practica mucho hoy en día. La paciencia es una virtud subestimada en nuestro siglo, marcado por la agitación y la velocidad. No obstante, la vida, no es un “restaurante de comida rápida”, sino una peregrinación paciente. La paciencia es la fortaleza de espíritu que nos permite “llevar el peso” de los problemas personales y comunitarios; nos hace acoger la diversidad de los demás; nos hace perseverar en el bien aun cuando todo parezca inútil; nos mantiene en marcha incluso cuando nos asaltan el tedio y la pereza (del griego akedía: aversión al trabajo, mezclada con aburrimiento, indiferencia y pereza, es decir, negligencia en el ejercicio de la virtud).
En el año 1971, en su Exhortación Apostólica Evangelica Testificatio, el Papa Pablo VI escribió: “Este mundo, hoy más que nunca, necesita ver en ustedes hombres y mujeres, que hayan creído en la Palabra del Señor, en su resurrección y en su vida eterna, hasta comprometer su vida terrena a testimoniar la realidad de este amor, que se ofrece a todos los hombres“. La Iglesia no ha dejado de estar animada, a lo largo de su historia, por tantos santos religiosos y religiosas que, en la diversidad de sus vocaciones, han sido testigos vivos de un amor sin límites y del Señor Jesús”. (Cf. ET, 53).
Perspectivas y otras preguntas para la propia reflexión:
- Una perspectiva de Nazaret (Lc 2,48): “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos”. Y les dijo: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabías que debo ocuparme de los asuntos de mi padre?”. ¿Cómo acoger la angustia y la tristeza “inocente” como participación existencial en el misterio de la salvación?
- Una perspectiva pascual (Mt 26,38): “Mi alma está triste hasta la muerte; quédate aquí y vela conmigo”: ¿Cómo participar de la “tristeza salvífica” de Cristo (atravesar toda la tristeza humana, para poder encontrarse en el Señor incluso cuando se está triste porque se está aterrorizado)?
P. Krzysztof Bieliński, C.Ss.R.
Academia Alfonsiana Roma
Texto original: italiano
Traducción: Edward Chacon Diaz
[1] J. RATZINGER, BENEDETTO XVI, L’infanzia di Gesù, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2012, 28.
[2] G. ROSSÉ, Il Vangelo di Luca. Commento esegetico e teologico, Città Nuova Editrice, Roma 1992, 38.
[3] Cf. M. WOLTER, Das Lukasevangelium, Mohr Siebeck, Tübingen 2008, 74.
[4] Benedicto XVI, 4 BENEDETTO XVI, «La fedeltà di Dio è la chiave e la sorgente della nostra fedeltà», Discorso alla Pontificia Accademia Ecclesiastica, Lunedì 11.06.2012, en: https://press.vatican.va/content/salastampa/it/bollettino/pubblico/2012/06/11/0344/00807.pdf [accesso: 10.11.2023].
[5] FRANCESCO, Lettera apostolica a tutti i consacrati in occasione dell’Anno della Vita Consacrata, 21 novembre 2014, n. 3 in: https://www.vatican.va/content/francesco/it/apost_letters/documents/papa-francesco_lettera-ap_20141121_lettera-consacrati.html [Visto: 10.11.2023].
[6] A. PIOVANO, Tristezza, Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo (Milano) 2012, 135.
[7] F. MANZI, Seconda Lettera ai Corinzi, Paoline Editoriale Libri, Milano 2002, 232.
[8] A. PIOVANO, Tristezza, 12-15.
[9] ALFONSO M. DE LIGUORI, Pratica di amar Gesù Cristo, Città Nuova Editrice, Roma 1996, 157.
[10] Cf. «Bueno y misericordioso es el Señor, lento para la ira y grande en el amor» (Sal 102, 8). La expresión hebrea “‘erek ‘appayim” – “lento para la ira” (“longanime” – makrothymos en la traducción de la LXX) significa “longitud de las fosas nasales (donde se enciende la ira – cf. Ex 34:6; Nú 14:18). El término griego makrothymìa (paciencia) significa literalmente “paciencia” (cf. Rm 2,4), tanto la expresión hebrea como la griega denotan paciencia, tolerancia, lentitud para la ira. Del término ‘longanime‘, de longus (largo) y animus (alma), el Dizionario Enciclopédico Italiano (Treccani, vol. VII, p. 112) da la siguiente definición: «Quien aguanta mucho tiempo, con constancia, paciencia y bondad de ánimo […] persona generosa, dispuesta al perdón y a la indulgencia”.
[11] 1 FRANCESCO, Omelia, Festa della Presentazione del Signore. XXV Giornata Mondiale della Vita consacrata, Basilica di San Pietro, 2 Febbraio 2021, in: https://www.vatican.va/content/francesco/it/messages/consecrated_life/documents/papa-francesco_20210202_omelia-vitaconsacrata.pdf