Cara a cara con una máquina: interfaces cerebro-computadora

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El profesor Andrea Pizzichini de la Academia Alfonsiana interviene en un debate sobre las oportunidades y desafíos de las modernas tecnologías de la información. (El texto original en italiano está publicado en el Blog de la Academia Alfonsiana)

Hace unas semanas causó sensación el anuncio de Elon Musk sobre la exitosa implantación de un chip en el cerebro humano. Lo controvertido, sin embargo, no es tanto el hecho de que hayamos conseguido con éxito hacer que el cerebro humano interactúe con un dispositivo tecnológico, ya que las interfaces cerebro-ordenador (BCI) es una línea de investigación que lleva años consolidada y con resultados importantes. Lo que llama la atención es el horizonte de este trabajo, que Musk no oculta: empezando por resolver discapacidades graves derivadas de daños cerebrales (por ejemplo, parálisis o ceguera), hasta llegar a controlar activamente el teléfono inteligente o el ordenador con la mente. Una auténtica telepatía, en definitiva: la nueva frontera del desarrollo digital.

Interfaces cerebro-computadora

Sin duda, esto plantea muchas cuestiones en el ámbito ético, en primer lugar sobre la legalidad de algunas solicitudes de ICC. Por ejemplo, uno de los problemas más debatidos en este campo se refiere a la llamada mejora, es decir, el aumento de las funciones cerebrales más allá de su umbral “normal” en un contexto de salud; por lo tanto, no recuperar un déficit de funciones que se ha producido debido a factores externos. ¿Es legal este tipo de intervención? Y si es así, ¿en qué medida? ¿La persona así “empoderada” sigue siendo la misma de antes? ¿O se convierte en otra persona?

Como podemos ver, aquí se toca la cuestión de la autenticidad de la persona, y esto nos sugiere que podemos profundizar aún más en nuestras preguntas, llegando al corazón de la cuestión antropológica.

¿Se puede tocar el alma?

La neurotecnología (pero más generalmente la propia neurociencia) viene demostrando desde hace algún tiempo que es posible no sólo observar, sino también intervenir sobre lo que siempre se ha considerado intangible, además de invisible: la conciencia y, por tanto, el alma. Es decir, las neurotecnologías nos muestran cómo incluso la conciencia y el alma han entrado ahora en la esfera de posibilidades de la creación técnica.

Advertencia: esto no representa una especie de barbarización de la ciencia, una búsqueda desinteresada de la verdad, que da paso a la tecnología, el conocimiento-poder regido por una lógica utilitarista y económica. No se trata de una degradación de la ciencia, sino de su desarrollo coherente: la ciencia moderna nunca ha sido pura y simple contemplación de la naturaleza, sino que se ha configurado desde el principio como un conocimiento activo que construye sus propias experiencias investigativas (el experimento). No es extraño, por tanto, que la tecnología pueda ser también un camino hacia el conocimiento: comprendo cómo “funciona” un fenómeno si sé reproducirlo o si sé reconstruir los procesos que lo componen. En definitiva, ciencia y tecnología son sólo dos polos de una misma tecnociencia. Pero esto no es necesariamente malo, si no olvidamos que se trata simplemente de una especie de aproximación a la realidad. Uno de tantos. Y que quizás pueda ofrecer ideas y vías de reflexión inesperadas.

En nuestro caso, la neurociencia y la neurotecnología demuestran que la dicotomía cuerpo-alma –o res extensa-res cogitans para ser más filosóficamente precisos– es simplemente insostenible, y que la cuestión necesita al menos reformularse.

Una antropología más allá del dualismo

El pensamiento fenomenológico nos ofrece la posibilidad. Por ejemplo, si analizamos la experiencia de nuestra corporeidad (ya hemos tenido que cambiar el término: el cuerpo ya no era bueno), podemos decir en primer lugar que somos cuerpo: el cuerpo es parte integrante de nuestro ser personal, es nuestra manera de presentarnos en la realidad; por lo tanto, considerando todo, no debería sorprender que, al menos en parte, la vida que nos caracteriza (el alma, por así decirlo) pueda ser accesible a la acción y al conocimiento tecnocientífico. Al menos en parte: no debemos olvidar que, además de ser cuerpo, también experimentamos que tenemos cuerpo, y creo que esta es la experiencia que está en la base de los diversos dualismos antropológicos. El hecho de tener un cuerpo, además de serlo, es señal de que el hombre (yo) trasciende su dimensión puramente corpórea, donde aquí el cuerpo debe entenderse en sentido estricto como esa pasividad que es propiamente objeto de la tecnociencia.

Si se tienen en cuenta estos dos polos -ser y tener cuerpo, corporeidad y autotrascendencia- es posible un diálogo sereno con las ciencias del cerebro y las tecnologías emergentes, pudiendo captar ambas su fecundidad para el desarrollo humano y, al mismo tiempo, identificar sus límites, inevitables para cada punto de vista singular de la realidad.

prof. Andrea Pizzichini

(el texto es una referencia al original no autorizado para su publicación)