La clave para entender la espiritualidad alfonsiana es el amor
Mucho se ha hablado de los Misioneros Redentoristas, hijos de San Alfonso, que predicaban la espiritualidad de la redención. Incluso a la luz de la Semana Santa, la palabra redención está en auge y, como herederos de una espiritualidad redentora, es casi una obligación para los Redentoristas tener inspiraciones claras sobre lo que la teología entiende por redención.
Entonces, como seguidor de Alfonso, me atrevo a compartir con ustedes algunas de estas inspiraciones que motivan la forma de ser del misionero redentorista.
Para ello, volvamos rápidamente al contexto histórico en el que vivió Alfonso, en la ciudad de Nápoles en el siglo XVIII. Entre las muchas corrientes espirituales, existía una fuerte corriente llamada jansenismo, una espiritualidad rigorista, extremista y excluyente.
Para los jansenistas, Jesús fue un juez severo cuya muerte salvó a unos pocos elegidos; para los jansenistas, el mundo era malo y depravado; eran rigurosos en las prácticas penitenciales y predicaban que la comunión estaba reservada a muy pocas personas cuya santidad estuviera rigurosamente probada.
Pero Alfonso no lo pensó así y se atrevió a cuestionar esta línea espiritual malvada y mezquina. Para él, Dios quería que todos, sin excepción, fueran salvos en Cristo, gracias al amor apasionado de Jesús por la humanidad pecadora. La clave para comprender la espiritualidad alfonsiana es el amor: el amor de Dios al hombre y el esfuerzo del hombre, reconociendo este amor, para amar a Dios.
San Alfonso ve la Encarnación como una posibilidad de redención, de curación amorosa del ser humano herido. Dios no envió a su Hijo Jesús para pagar por nuestros pecados, sino para enseñarnos el amor incondicional por él, que es capaz de salvarnos del pecado humano. En libertad y amor, Jesús se ofrece hasta el extremo, para que nuestro deseo de estar más cerca de Dios pueda ser extremo.
El sufrimiento de Jesús es visto como un acto de “enamoramiento” radical; la locura de la cruz es la locura del amor. Con el sufrimiento, nos enseña Alfonso, Jesucristo quiere suscitar en nosotros una respuesta rápida de amor, que sane y alivie el sufrimiento. Esta respuesta, sin embargo, es siempre personal. Y la oración es una señal clara del deseo sincero de estar en Cristo. De ahí la acertada afirmación de Alfonso: “El que ora se salva; el que no ora es condenado.”
La redención nace en la persona y se derrama en la misión. No existe nada parecido a una misión redimida o un ministerio pastoral; hay hombres y mujeres que buscando la redención producen a su alrededor acciones redentoras. Para Alfonso la redención es visceral, amorosa y liberadora. No se convirtió al cristianismo, pero se convirtió a Jesucristo. La espiritualidad redentorista y nuestro amor por la redención nacen más del corazón que de la razón.
Alfonso revisa las teorías de la redención, desde la expiación y la satisfacción hasta la tesis de la donación de amor de Jesús por la humanidad, estableciendo una visión positiva de la Creación y del Hombre. La redención no es un acto para salvaguardar el honor de Dios (satisfacción), sino para recuperar el sentido de amor en la humanidad, de los hombres hacia Dios que los ama infinitamente (entrega de sí). La redención no vino para corregir la creación, sino para cumplir todo lo que Dios tocó con sus manos.
Los Redentoristas, herederos espirituales de San Alfonso, tienen la obligación radical de abrirse a la pluralidad cultural de la redención. Estamos en todo el mundo, en diferentes maneras de entender la vida, y en todas ellas el significado de la redención será único.
Los Redentoristas están llamados a no sucumbir nunca al verdadero mal del mundo y, al mismo tiempo, deben ser conscientes de que el mal nunca será eliminado por la evangelización de la Iglesia, por perfecta que sea. ¡La redención definitiva y plena está en Jesucristo y sólo en Él!
Padre Evaldo César, C.Ss.R.
(fuente: www.a12.com)