(del editorial de la revista Icono)
Hacer un paréntesis no es desentenderse. Saber parar, respirar otro aire, suprimir algo habitual, no significa desconexión ni, mucho menos, falta de interés o autenticidad.
Se acercan las vacaciones que son un privilegio necesario. Forman parte de los valores que como humanidad deberíamos lograr y reivindicar para todos. Lo cierto es que tu y yo somos privilegiados porque podemos hablar de vacaciones, tiempo de reflexión y descanso o cambio de actividad. Quien no tiene para comer, tampoco tiene tiempo para descansar. Quien no tiene con quien descansar, tampoco tiene, en estricto sentido, vacaciones; es solo una parálisis de la propia soledad que se ve alterada por un entorno que sí se ha detenido. Inauguramos un tiempo en el que prácticamente se paraliza el ritmo productivo, los compromisos y reuniones… No se toma vacaciones el hambre que sigue avergonzándonos en nuestro descanso; no tendrá días de descanso la guerra que sigue preguntándonos por la verdad de nuestra paz y solidaridad. No tiene un tiempo de inactividad la opresión, el abuso y la vejación que en tantos lugares viven mujeres y niños y que también sonrojan nuestro descanso. No tienen vacaciones las agendas vacías de los mendigos, transeúntes, migrantes, y pobres, que sienten como insulto nuestro cambio de actividad en verano.
Volviendo a nosotros, a ti y a mí, detenernos y cambiar la perspectiva puede ayudar a la verdad de nuestra fe y de nuestra vida compartida en comunidad. Muchas veces tomar distancia es la medicina-paradoja que necesitamos para llegar a ver bien. Pienso en muchas comunidades cristianas y religiosas que, metidas en la vorágine del conflicto, son incapaces de mirarse con objetividad, misericordia y perdón. Cuando las vacaciones son un tiempo para aprender a mirar de otra manera a los demás, se convierten en una pedagogía muy valiosa y en un tiempo ganado. Porque la verdad del descanso es saber crecer en el tiempo para aprender a valorar la vida, en la normalidad, de otra manera. Los cristianos deberíamos entender la distancia que ofrecen las vacaciones para aprender a reforzar los lazos que nos vinculan como miembros de una comunidad que comparte la fe y la vida.
Jesús se servía frecuentemente de la expresión: ”crucemos a la otra orilla”. A mi me parece que hoy puede significar: detengamos el tiempo, dediquemos más espacio a cuidarnos, a leer lo que el ritmo del curso no nos permite hacer, a tener conversaciones sin precio ni medida, a acercarnos a quien espera una palabra amable, cercana o sincera, a reconocer el paso de Dios en la sencillez de una jornada cualquiera. Cruzar a la otra orilla es aprender a pensar en las personas con las que compartimos vida, de otra manera. Salir de la competición, la compensación, la envidia o el rencor… Es tomar distancia para aprender a echar de menos y dar gracias.
Cambia el ritmo habitual de cómo y donde estamos, pero no cambia, en absoluto, nuestra conciencia de vivir la presencia evangélica en medio de la realidad. Por eso, bienvenido este tiempo de descanso en el que, sin embargo, no desaparece nuestro compromiso de ser misión, identidad de los valores del Reino, y hombres y mujeres que, también en vacaciones, ofrecen donde están una vida reconciliada y movida por la esperanza. ¡Feliz descanso!
Francisco Javier Caballero CSsR