El Tiempo de la Creación 2024: Misioneros de la esperanza en un mundo que clama por su redención

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No existen lugares que no sean sagrados. Solo existen lugares sagrados y lugares desacralizados (Wendell Berry)

El XXVI Capítulo general concibió la imagen del misionero de la esperanza que camina tras las huellas del Redentor, como el paradigma que describe al redentorista en el mundo de hoy. Es en este mundo, marcado particularmente por la crisis climática, donde somos llamados a dar razón de la esperanza alegre que nos caracteriza (Cfr. 1Pe 3, 15; Const. 20).

El Tiempo de la Creación se presenta así, como una oportunidad para realizar un ejercicio de reimaginación del carisma redentoristas, como el Capítulo lo pidió, pero esta vez de cara a la actual crisis ecológica actual. El tiempo de la Creación es una celebración ecuménica que se desarrolla cada año, a partir del 1 de septiembre (Jornada Mundial por el Cuidado de la Creación) y se extiende hasta el 4 de octubre (fiesta de San Francisco de Asís) y que busca dirigir la atención de la comunidad cristiana sobre la necesidad de contemplación y la acción por nuestra Casa Común. Para la familia redentorista el Tiempo de la Creación nos permite entrar en sintonía con el Espíritu que sigue iluminando la conciencia de los creyentes frente al desafío medioambiental. Así mismo, es una oportunidad para reconocer que todo y todos estamos conectados, y así, unidos con la familia ecuménica, encontrar caminos para sanar nuestras relaciones, con el Creador y con toda la Creación, a través de la oración, la reflexión y la acción.

En conformidad con el lema del sexenio, el lema del tiempo de la creación nos llama a “esperanzar y actuar con la Creación”. Efectivamente, la esperanza no es pasividad ni quietismo, sino que nos mueve a la acción como una forma de anticipación al futuro que esperamos y queremos construir. El Tiempo de la Creación nos llama a asumir la herencia de nuestro rico carisma y a conectarlo con la historia presente para que el mundo pueda participar de vida abundante del Redentor (Cfr. Jn 10, 10). Oramos, reflexionamos y actuamos porque tenemos esperanza, y esperamos con una esperanza que no defrauda (Cfr. Rom 5, 5), con la esperanza alegre de quien sabe en quién ha puesto su confianza (2Tim 1, 12).

La respuesta que algunos sectores de la sociedad dan a la catástrofe ambiental causada por el ser humano pasan por el negacionismo, la indiferencia y el rechazo. Dichas actitudes incluso persisten entre creyentes y algunos círculos eclesiales, quienes consideran que el tema ambiental no tiene ninguna relación con el ámbito religioso o espiritual. Es posible que en algunos lugares el compromiso con el cuidado de la Casa Común sea visto como una acción ideológica incompatible con la vivencia de la fe. Lo cierto es que el cuidado de la Creación es una expresión de la fe profesada, así como una responsabilidad moral y espiritual, y estas no se pueden separar.

Por eso, como familia redentorista, nos vemos en la necesidad de preguntarnos, ¿de qué manera la abundante redención, de la cual los redentoristas somos sus proclamadores y testigos, está relacionada con el cuidado de la creación? El cuidado de la Creación es un tema que nos toca a todos como familia humana, porque todos compartimos no solo esta una misma Casa Común, sino también un mismo destino. Este es un sentido de familia que se abarca a todo el género humano, pero también a las demás especies creadas con las que compartimos el mismo origen y el mismo destino.

Los científicos están de acuerdo con que vivimos en un mundo que está experimentando cambios radicales, los cuales afectan de manera más severa a los pobres. Este no es un problema con implicaciones meramente políticas o morales, sino también espirituales. Es por esta razón que como redentoristas nos vemos llamados a reimaginar nuestra identidad a la luz de esta realidad. Cada año alcanzamos nuevos picos en el calentamiento global, los noticieros nos informan de sequías cada vez más prolongadas, inundaciones, y otros desastres naturales que tienen sus causas directas en la acción humana; ¿qué tienen que ver las catástrofes ambientales con nuestra fe cristiana y con nuestro ministerio como redentoristas?, algunos se podrían preguntar. La respuesta puede parecer muy obvia, pero en realidad no lo es. No pocas veces concepciones teológicas distorsionadas, con una fuerte orientación antropocéntrica de dominio, han justificado la explotación de la naturaleza.

La lectura atenta de la espiritualidad redentorista, nos permite acercarnos a una teología de la creación y de la redención que propicie relaciones saludables con la naturaleza y soluciones a los graves problemas de contaminación ambiental, deforestación, extinción de especies, etc. Una de las cosas más difíciles de comprender es que el mundo natural tiene su propio derecho a existir porque es creación de Dios y es sostenido por Dios; nuestra espiritualidad redentorista tiene el potencial de reorientar en nosotros como religiosos y en nuestros destinatarios, estas concepciones erradas. Nuestro planeta Tierra, nuestra Casa Común como obra del mismo Creador, es también beneficiaria de la redención, porque está inserta en una única economía de la salvación.

Nos gustaría, durante este Tiempo de la Creación, continuar con nuestro ejercicio de reflexión y exploración sobre la dimensión ecológica de nuestro carisma. Sabemos que el potencial es grande, pero tenemos qué descubrirlo por nosotros mismos. A partir de la invitación del Capítulo a reimaginar, nos vemos llamados a hacer una especie de “resocialización teológico-espiritual”, a nivel individual y comunitario que nos lleve a superar esa actitud antropocéntrica de dominio y, en cambio, nos ayude a adoptar una espiritualidad teocéntrica que se tome en serio el mundo creado, la realidad del pecado ecológico y la urgencia de la conversión ecológica. El prefijo “teo”, cuando nos referimos a una espiritualidad teocéntrica, hace referencia a la Trinidad, como fuente de la existencia y de la vida; podríamos referirnos también de una espiritualidad biocéntrada, siempre y cuando nuestra idea de “bio” apunte a esa Fuente fundamental de la vida que es la Trinidad. Parte de esa “resocialización” teológico-espiritual implica también una actualización cristológica que pueda apreciar a toda la creación como beneficiaria de la obra redentora en Cristo. En nuestra tradición espiritual, la lectura del misterio de la encarnación nos ofrece puntos de encuentro fascinantes con la realidad medioambiental. Se trata así, de un esfuerzo reimaginativo que busca articular una espiritualidad genuinamente redentorista que promueve la vida abundante a todo el mundo creado. Los redentoristas somos portadores de la Buena Noticia de una redención tan abundante que tiene alcances cósmicos.

De ora parte, nuestro ministerio apostólico como hijos del Patrono de moralistas, implica identificar y diferenciar el bien del mal. Todos vivimos y estamos integrados dentro de un sistema económico global que ha hecho de la destrucción del planeta un negocio no solamente rentable, sino legal y moralmente aceptable. La conciencia de nuestra sociedad se ve adormecida y muchas veces hace ver como bueno lo que es fundamentalmente no es. Y dado que, hasta el momento nuestra generación, no ha sido lo suficientemente responsable con el cuidado de la Casa Común, comprometiendo así el bienestar de generaciones futuras, a las instituciones, los líderes mundiales y los gobiernos les corresponde hacer los ajustes al sistema económico, político y educativos. A los seguidores de Jesucristo, por nuestra parte, nos corresponde hacer los ajustes a nivel de nuestra comprensión teológica, de la formación de la conciencia y de nuestra relación con el mundo creado. Nuestra gran responsabilidad es la de ser buenos ancestros de las generaciones futuras (Jonas Salk); construyendo sobre las bases de nuestra tradición, los redentoristas queremos hacer nuestro aporte a la construcción de ese mundo mejor todos queremos.

Esta reflexión ha sido propuesta por la Secretaría general para la evangelización, Comisión general para la pastoral social – justicia, paz e integridad de la creación.