“La batalla por la conservación continuará siempre. Es parte de la batalla universal entre lo que está bien y lo que está mal”. (John Muir)
SIGNO: El escudo de la Congregación y la inscripción “Copiosa Apud Eum Redemptio”
- Desde una perspectiva ecológica, ¿qué lectura puedo hacer de estos signos?
- ¿De qué manera los elementos de nuestra espiritualidad redentorista pueden ayudarnos a formar una conciencia ecológica?
- ¿De qué manera el mundo natural es también destinatario del anuncio de la copiosa redención de Jesucristo?
En diálogo con la realidad ecológica emergente
La crisis climática actual es de una magnitud sin precedentes y constituye uno de los desafíos más grandes que la humanidad enfrenta hoy. Los delicados balances que hasta el momento habían sostenido nuestros ecosistemas muestran deterioros significativos, generando una serie de reacciones en cadena cuyas consecuencias todavía no logramos medir ni cuantificar. Se ha hablado de esta realidad como una verdad incómoda (Al Gore) que no nos ofrece otra alternativa, sino la de asumir las consecuencias de nuestro actuar con relación al mundo natural y la de actuar con prontitud. Algunos estudiosos definen esta crisis como una crisis de imaginación (Lawrence Buell), no solo en términos del reconocimiento de las amenazas que enfrentamos, sino también de las posibilidades que tenemos frente a nosotros. Reconocer las causas y consecuencias de la acción humana sobre los sistemas que sostienen la vida en nuestro planeta, nos debería llevar a reconocer también nuestra responsabilidad con un futuro que, en gran parte depende de nosotros.
Detrás de un conocido dicho de la sabiduría popular se encierra una dinámica que nos puede ayudar a comprender de qué manera nuestras acciones son el reflejo nuestros valores y creencias. El dicho lee: “cuida tus pensamientos, ellos se convierten en palabras. Cuida tus palabras, ellas se convierten en acciones. Cuida tus acciones, ellas se convierten en hábitos. Cuida tus hábitos, porque ellos se convierten en tu destino.” Así, en el ejercicio de reconocer las causas y los sujetos de la actual crisis ecológica, podríamos cuestionar hasta qué punto una inadecuada interpretación del mundo creado y de nuestra relación con él podría estar contribuyendo a la degradación ambiental actual. Ya algunos estudiosos han señalado que la crisis ecológica, además de ser una crisis moral o de valores, es esencialmente también una crisis de tipo religioso y espiritual. Quizá una de nuestras mejores contribuciones consista en recuperar el sentido cristiano de la sacralidad de la naturaleza. Para ello contamos con el tesoro de una rica tradición cristiana y un maravilloso capital simbólico que nos pueden ayudar leer e interpretar la realidad ambiental, y a restablecer las relaciones rotas con nuestra Casa Común.
La lógica de la economía de mercado que ha logrado implantarse en la consciencia de las personas hoy, se basa en la idea de una producción masiva de bienes y servicios que deben ser consumidos con rapidez como condición necesaria para mantener un crecimiento económico. En este modelo, la instancia o valor último que define el comportamiento humano está representada por la triada: producir, consumir y acumular. En contraposición, la conservación de los recursos naturales, la sobriedad, el reciclaje o la reutilización no son considerados valores, al no favorecer ni la producción, ni el consumo, ni la acumulación. Este es un modelo sustentado en una idea falaz de progreso perpetuo que, al no establecer límites, favorece una “cultura del descarte” que estimula la voracidad de los recursos naturales, y nuestra desconexión con el medio ambiente.
Nuestro sistema de valores y nuestras creencias dan forma no solo a nuestras palabras, sino también nuestras acciones, nuestros hábitos y, en últimas, a lo que somos. Precisamente, es aquí donde la religión en general, y nuestro carisma redentorista en particular, entran en juego al tener el rol fundamental de ser generadores de valores y de sentido. Además, como formadores de la conciencia, los redentoristas podemos tener un impacto importante que redunde en el cuidado de la Casa Común. En este sentido, la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) constituye una herramienta que nos ayuda a reimaginar nuestra fe y nuestro carisma de cara a la realidad ecológica. Precisamente, el cuidado de la casa común se ha venido articulando como uno de los principios guía de la DSI.
El Magisterio eclesial ha tomado distancia de la visión antropocentrista que ha permeado nuestra teología y nuestra relación con la visión del mundo y nos mueve a explorar de nuevo la riqueza de nuestra tradición. Y, dado que no hay un único modo de interpretar y transformar la realidad, la Laudato Si nos llama a entablar un diálogo con los diferentes saberes, entre los que se encuentra nuestra tradición teológica y redentorista.
Los destinatarios de la Obra de la Redención
Todos los que participamos del carisma Redentorista, como su nombre lo sugiere, somos colaboradores en la obra de la Redención llevada a cabo en la persona de Jesús, que se encarnó para restaurar las relaciones rotas entre el mundo creado y su Creador. A partir de Laudato Si, los redentoristas nos hemos sentido interpelados a encontrar nuevos acentos y matices a la formulación y experiencia de la obra Redentora que abarque a toda la creación. De ahí la importancia de profundizar nuestros presupuestos de fe y nuestros valores, porque de la manera como los interpretemos, van a depender nuestras acciones, esto es, la vivencia de nuestro carisma y moral cristiana. En nuestro caso, reconocer que la redención tiene efectos que se extienden más allá de la persona humana, nos ayudará a restablecer las relaciones con el mundo creado y a mostrar la relevancia de nuestro mensaje y nuestro ministerio de cara a la degradación ambiental del mundo actual.
La redención cristiana apunta a una liberación cósmica y sobrenatural, pero no pierde de vista el aquí y el ahora, y tampoco queda reducida únicamente a una liberación del ámbito espiritual o sociopolítico. Ella toca también a la naturaleza sufriente y oprimida, pues ella entra también dentro de la categoría de los pobres (Cfr. LS 49) a quienes Cristo llama bienaventurados (Mt 5, 3) y que son los destinatarios preferenciales de la abundantemente redención.
Si nuestra comprensión de la redención se centra exclusivamente en el ser humano, desconectado de toda la creación, nuestra moral igualmente estará centrada únicamente en la búsqueda del bien del ser humano, a expensas de las demás criaturas. Algunos teólogos proponen un “antropocentrismo teologal” que debería promover la fraternidad entre las criaturas y rechazar cualquier pretensión de dominio y utilitarismo por parte del ser humano contra las demás formas de vida; se trata de una visión antropológica que debe reconocer, sobre todo, el señorío de Dios sobre la Tierra a través de Jesucristo Redentor.
Hoy hemos llegado a reconocer el grado de interconectividad e interdependencia de todas las criaturas dentro del mundo creado, de tal modo que ya no es posible seguir asumiendo una redención que excluya nuestra Casa Común y demás especies que la habitan. Esos vínculos nos ayudan a entendernos a nosotros mismos como criaturas dentro de la misma creación, y a reconocer la dignidad inherente de cada criatura, pues todos compartimos un mismo origen y un mismo destino.
Reimaginar nuestro carisma a la luz de la actual crisis ecológica debería llevar nuestra espiritualidad, y particularmente nuestra teología, a mover su centro de gravedad del antropocentrismo egoísta a su verdadero centro: Dios Trino, principio y fundamento del que emana la vida, la existencia y la redención del cosmos. La proclamación de la abundante redención implica el restablecimiento de relaciones auténticas con Dios creador, para que así todas las criaturas sean beneficiarias de la vida abundante que el misterio de Jesucristo Redentor nos ofrece. Porque la redención, de la cual los redentoristas somos sus testigos es Buena Noticia, no solo para todo tiempo y todos los tiempos, sino para todas y cada una de las criaturas.
Existe una cultura redentorista que nos ofrece una cosmovisión, una manera de ver, interpretar y responder al mundo. Redimir significa restaurar, recuperar, sanar, liberar. Estas son acciones que tocan la profundidad del dolor y del sufrimiento en el mundo, no solo del género humano, sino de todas las formas de vida; toda la creación está implicada en la obra de la Redención, ha afirmado el Papa Francisco (Junio 25, 2024). Por eso, la sensibilidad de los redentoristas frente a al abandono y el sufrimiento de los más abandonados, toca también a la abandonada y empobrecida Tierra. De esta manera, buscamos leer la redención en clave de la ecología integral de Laudato Si.
Creer en Dios creador y en su Hijo Redentor que por medio del Espíritu Santo comunica la Vida abundante, significa reconocer la dignidad de la creación, así como la oferta redentora que toca a cada creatura. Es decir, que como religiosos y laicos, el carisma redentorista nos exige reconocer el alcance y la amplitud del proyecto redentor. El gemido de la creación del que habla San Pablo, no es solo el gemido humano, es el gemido de toda la creación que espera su redención: «también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). Y así, “en la redención de Cristo es posible contemplar con esperanza el vínculo de solidaridad entre el ser humano y todas las demás criaturas” (Francisco), porque todo está conectado (Cfr LS 34).
Reivindicar la Teología de la Creación- Redención
Una interpretación parcial de la teología de la Creación a partir de la descripción del primer capítulo del libro del Génesis pudo haber favorecido la separación que el ser humano hizo del resto de la creación, y su posicionamiento como dominador de las demás especies creadas (Cfr. Gen 1, 28). Leonardo Boff afirma que una comprensión de Dios sin el mundo es equivalente a un mundo sin Dios. En esta perspectiva separatista, el orden de lo natural es visto únicamente como como escenario de fondo sobre el que se construye la historia humana. Pero esta es una lectura narcisista que traiciona no únicamente la esencia del mensaje cristiano, sino también nuestra vocación común de creaturas. Es una visión que nos ha convertido en autistas espirituales y nos hace incapaces de escuchar el mundo natural.
La (teología de la) creación, concebida en los relatos bíblicos ubica al ser humano dentro de la totalidad de la obra creadora que es bella y es buena. A su vez, la Biblia presenta la Redención como un plan divino que abarca toda la creación; la restauración de todas las cosas (Hch 3, 21, Ef 1, 10), la reconciliación en Jesucristo, de todo lo visible e invisible. Es un plan de redención con un alcance mayor al que tiene la realidad del pecado, pues donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5, 20).
Esta es una noción de creación que ya indica que el mundo no aparece del caos o por casualidad, sino como una manifestación del amor de Dios Creador, quien nos hace partícipes de la comunión trinitaria y de la comunión universal. Dios crea, y al crear Dios establece una relación fundamental con su obra creada. La progresividad de la creación en el relato bíblico encuentra paralelos con la evolución de la vida y del ser humano en la tierra. Nuestro planeta, con más de 4.500 millones de años, es testigo de la aparición de la especie humana (homo sapiens) hace tan solo 120.000 años, en la retaguardia de la cadena evolutiva. Esto significa, como expresa también el relato bíblico que el ser humano no se encuentra al principio de la creación, y que el mundo ha existido sin él y antes que él (Cfr L. Boff). Es decir, que a la base de nuestra teología de la creación está la idea de que el mundo creado le pertenece únicamente a Dios, porque es en Dios en quien la creación encuentra su origen y su plenitud. Por tanto, el mundo le pertenece únicamente a Dios Creador. Nosotros somos parte de la Creación y como tal, también le pertenecemos a Dios. Por eso los creyentes nos reconocemos parte de esta creación; no por encima de ella, sino dentro de ella. Más aún, por nuestra capacidad de transformar el mundo, reconocemos la responsabilidad de ser colaboradores en el proyecto creador del que hacemos parte.
Esto nos lleva a reconocer que nuestro modo de ser en el mundo como creaturas es relacional, porque Dios es relacional. Es decir, que nuestra realización como especie humana depende del tipo de relaciones que establezcamos con nuestro Creador, con el mundo y con las demás creaturas. De este modo, “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (LS 217). La mutualidad e interdependencia es una característica del mundo creado, así como lo es también del mundo redimido. La salvación acontece no para los individuos aislados, sino para los individuos en cuanto parte de una comunidad. Porque nuestro origen, como nuestro destino como especie humana están íntimamente entrelazados, y no son distintos al de toda la creación.
El reivindicar los fundamentos básicos de nuestra teología de la creación nos ayudará a restablecer las relaciones con Dios y con el mundo creado. La doctrina de la creación describe la acción amorosa y constante de Dios Trino que desde el principio crea; y durante el proceso evolutivo sostiene el universo creado, lo redime y lo encamina a su restauración definitiva en Jesucristo. Una adecuada comprensión de la teología de la creación desde esta perspectiva, nos ayuda a entender la acción redentora de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo dentro de todo el espectro de la historia profunda de la Creación. El Dios que crea, es el mismo que redime y santifica. Este referente trinitario es el que nos permite apreciar nuestra interconectividad e interdependencia dentro del inmenso entramado de relaciones del universo.
Por amor Dios crea y por amor Dios Redime
En el drama de la redención presentado en las Escrituras, la creación se presenta como el acto primero. La narrativa bíblica del Génesis describe cómo Dios, después de crear a partir de la nada, ve que todo lo creado es bueno. Al decir que Dios crea ex nihilo (de la nada) se subraya la gratuidad de Dios, que crea ex amore. De esta manera, la creación es buena porque es creada como acto de amor. Es una creación donde Dios se manifiesta y se proyecta a Sí mismo y a su amor intratrinitario. Porque así lo quiso, Dios crea un mundo distinto de Si, manteniendo una continua relación y dependencia con él.
Y como el amor es la única razón y fuerza que da origen al mundo creado, con la creación Dios también se involucra de manera anticipada en la Redención del mundo. Por amor Dios crea y por amor Dios redime. El misterio de Cristo, (su vida, muerte y resurrección) es el “Si” irrevocable de Dios a su creación, en la que Dios desde el principio ha encontrado su complacencia (Gen 1,2). Se trata de la misma Presencia que se cernía sobre las aguas, cuya gloria se manifestó en la creación, y que en Jesucristo se manifiesta ya de manera definitiva al ser humano. Toda la Biblia en su conjunto es el testimonio de una creación redimida y orientada a su plenificación.
El redescubrimiento y la apreciación de la teología de la creación-redención, y de la sacralidad del mundo creado se ha convertido hoy en un imperativo para nosotros y casi en una condición para que el mensaje cristiano pueda encontrar su relevancia en medio de la crisis ecológica actual. De una adecuada comprensión de la teología de la creación y la redención va a depender también la eficacia de nuestro ministerio para el cuidado de la Casa Común. Si entendemos el mundo natural como la revelación primigenia de Dios, podremos entrever también su valor y su dignidad. La existencia de cada criatura en el universo, como lo afirma T. Berry, es un modo en que la Divina Presencia se manifiesta. Se trata de una revelación a partir de una Creación que es continua y dinámica. Y si logramos ubicar nuestra comprensión de la redención dentro de este proceso evolutivo dinámico, lograremos comprender que esta redención no está destinada exclusivamente a la criatura humana.
El significado de este carácter sagrado y activo de la creación-redención está en que cuanto más el Creador se hace presente, más la creatura se va perfeccionando a imagen de su Creador. Y entre más la criatura se deja afectar por su Creador, mejor se manifiesta su Creador y el carácter sagrado y dinámico de su creación. Se trata de un “enriquecimiento mutuo” en el que las relaciones entre la criatura humana con su creador, y de las creaturas entre sí, se hacen mutuamente benéficas (Cfr. T. Berry). Se trata, como diría T. De Chardin, de la cristificación del mundo. En Cristo, el Redentor, se restablecen las relaciones rotas entre el Creador y las criaturas; en Él se manifiesta la perfección a la que toda la creación está llamada a participar, porque en él la vida es abundante.
Jesucristo, Redentor de Todo lo Creado
En el Credo profesamos que el Dios que Crea, también redime y santifica. Esta afirmación apunta al corazón mismo de la Trinidad y nos muestra la creación no como un evento del pasado, sino como un acto dinámico que afecta el presente y se extiende hacia su plenificación en el futuro. Jesucristo es el Redentor de la Creación y el catalizador de esta dinámica, porque en Él todo ha sido creado, en Él todo subsiste y en Él todo será consumado. Cristo, el Redentor, es la totalidad de la Salvación: La Redención de Jesús no es solo acto pasado o futuro, se hace presente también aquí y ahora, porque “en Él todas las cosas encuentran su fundamento y por medio de Él existimos” (1 Cor. 8, 6; cfr. Col 1, 15 – 29; Fil. 2, 5 – 11).
El misterio de Cristo (su encarnación, vida, muerte y resurrección) reintroduce en la creación el principio de vital que restaura la dignidad perdida a causa del pecado, haciendo que la creación puede pregustar de nuevo el privilegio que Adán y Eva tuvieron y que luego perdieron en el jardín. Así, la creación es el fundamento de la Redención y la Redención es la plenificación de la Creación (Cfr. Rom. 8, 19 – 22). El mundo que es Creado es el mismo mundo que es Redimido, y el Redentor es quien nos revela la verdad definitiva de la creación.
No es coincidencia que el evangelio de Juan inicie evocando el relato de la creación del Génesis: “En el principio existía la Palabra…”. El evangelista subraya la obra redentora de Jesús como una nueva Creación. El evangelista usa expresiones similares, como “nacer de nuevo” (3,3), o “nacer de Dios” (1, 12 – 13) para mostrar que el Dios que actuó en la creación es el mismo Dios que actúa en Jesús para restaurar la creación. San Pablo igualmente hablará de “una nueva creación en Cristo” (2Cor. 5, 18) como referencia a esa nueva vida que en Cristo reciben todos los que en él Creen. Este es el programa redentor que, a la vez, es cósmico (Cfr. 8, 19 – 21) y que se extiende en el tiempo hasta la liberación definitiva en la consumación de los tiempos. Toda la creación participa de esta obra redentora que restablece el proyecto original afectado por el pecado y lo proyecta hacia su consumación definitiva.
La participación de Dios en la historia humana manifiesta la voluntad divina de entrar en la Gran Historia del universo creado, en la “historia profunda” que abarca desde los orígenes del universo descritas por las teorías evolutivas hasta la consumación final de los tiempos. Nuestra fe en la creación, la encarnación y la redención nos lleva a afirmar que nuestra vida y la existencia del Cosmos es la participación de la vida en Dios. Y no solo eso, sino que, en Jesucristo, el nuevo Adán, se manifiesta también el potencial co-creador del ser humano, “pues todas las cosas han sido creadas por Él y en Él. Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.” (Col. 1, 16. 19 – 20). De esta manera, en Jesucristo Redentor el mundo creado se “re-crea,” la muerte y el mal son en El asumidos y la vida encuentra su plenitud, su redención. Los evangelios nos muestran a Jesús que devuelve la salud perdida, libera de la posesión del mal, perdona pecados, alimenta a los hambrientos, enseña a sus seguidores, y otorga la misma autoridad para que los suyos hagan lo mismo (Cfr. Lc 9, 1 – 10). Estos son los signos que traen sanación a un mundo herido. La muerte en cruz asume y manifiesta el sufrimiento de la Tierra, porque la carne de Jesús es la carne del mundo (Col. 1, 18), su cruz es nuestra cruz, y su victoria es la victoria del mundo. De un mundo que fue creado por amor, y que solo puede recrearse, sanarse y avanzar hacia su perfección por el amor.
Jesucristo Redentor es la cabeza de “lo que está en los cielos y la tierra” (Ef. 1. 10), la “Plenitud que lo llena todo” (Ef. 1, 23; Col, 1, 19); porque en Él han sido creadas y reconciliadas todas las cosas (Ef. 1, 23, Col 1, 20) y “en él todo encuentra su consistencia” (Col 1, 17). La vida, muerte y resurrección de Jesús es un acto Trinitario de proporciones cósmicas (Frank Macchia), que tiene a la base la obra del Padre que crea y llama a la existencia, la obra del Hijo que por amor redime y la obra del Espíritu que da la vida. De la fe y del seguimiento de Jesucristo el Redentor se desprende nuestra misión de comunicar la vida abundante no solo a la especie humana, sino a todo el mundo creado en general. De esta manera se puede apreciar también alcance cósmico del carisma redentorista que reconoce que los beneficios de la redención alcanzan a todo el mundo creado. Así que, reimaginar nuestro carisma en el mundo de hoy podría incluir poder articular la ecología integral de la Laudato Si, donde todas las cosas encuentren su restauración y vida plena a través de Cristo Redentor.
“En la primera creación, Dios me dio mi propio ser, como imagen y semejanza de su propio Ser. Pero en su Nueva Creación realizada en Jesucristo Dios me dio su Mismo Ser, restaurando así mi ser que se había perdido a causa del pecado. He sido creado y he sido restaurado. Así, me debo doblemente a mi Creador y Redentor. Pero, ¿qué puedo ofrecer, en pago de esos dones, si todo lo que tengo y soy lo he recibido de Él? Jesucristo Redentor ya lo hecho por mí.
(Inspirado en los pensamientos de San Bernardo).
DIALOGUEMOS Y ACTUEMOS
- Muchas instituciones vienen avanzando en un proceso de concientización sobre cuidado de nuestra Casa Común. Este es el caso de comunidades religiosas que han adoptado la Plataforma de Acción Laudato Si. ¿De qué manera podríamos avanzar como Congregación en la misma dirección?
- ¿De qué manera podemos incorporar en nuestra liturgia y celebraciones, elementos de nuestra espiritualidad que nos ayuden a vigorizar el sentido de responsabilidad con el mundo creado?
- ¿De qué manera mi fe en un Dios creador y en Jesucristo Redentor se podrían expresar como Buena Noticia para toda la Creación?
ORACIÓN REDENTORISTA POR NUESTRA CASA COMÚN
¡Alabado seas, Padre Creador! En Ti vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 28). En tu Hijo Jesucristo nos has redimido y en el Espíritu Santo nos has dado la plenitud de la vida.
Tú nos llamas a continuar la presencia de tu Hijo Jesucristo y su misión redentora en el mundo. Ayúdanos a escuchar el grito silencioso de los pobres que sufren a causa de la destrucción ecológica, y el grito silencioso de la tierra en las especies que se extinguen a causa del comportamiento humano.
Que al contemplar admirados las maravillas de tu creación podamos reconocer que no somos dueños del mundo sino parte de él, y podamos también restablecer las relaciones contigo Padre, y con las demás creaturas.
Tú, que derribas del trono a los poderosos y enalteces a los humildes, corrige nuestras pretensiones de dominadores de nuestra hermana tierra y ayúdanos a ser administradores fieles de tu multiforme gracia. Llénanos de tu Espíritu que renueva la faz de la tierra y concédenos el don de la conversión ecológica.
María, tú eres la Reina de todo lo creado, porque por medio de ti ha venido al mundo Cristo, el Redentor. Cuida con amor materno de este mundo herido como cuidaste a tu Hijo, para que con él podamos cantar las alabanzas al Padre Creador por toda la eternidad. Amén.
En los países que deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo. (LS 209)