Teresa y Zé, matrimonio misionero, comparten sus experiencias de encuentro con la comunidad internacional e intercongregacional “Hermanos” en el Líbano.
Jesús vino a Nazaret, donde se había criado. Como hacía siempre en sábado, fue a la sinagoga. Cuando se levantó para leer, le entregaron el rollo del profeta Isaías. Al desenrollar el rollo, encontró el lugar donde está escrito: El Espíritu de Dios está sobre mí, porque me ha ungido para evangelizar a los pobres; me ha enviado a anunciar la liberación a los presos y la vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar el tiempo favorable del Señor. (Lc 4,16-19)
Cualquier miembro de la familia redentorista -formada por tantos hombres y mujeres, religiosos y laicos, en tantas partes del mundo- sentirá un afecto especial por esta página del Evangelio de Jesús contado por Lucas. Es el anuncio de la Redención presentada como irrupción del Espíritu y como programa de vida, por eso es una llama ardiente en la vida de quienes se identifican de manera especial con la espiritualidad redentorista en la vivencia de su fe. Es lo que nos sucede a nosotros, Teresa y Zé, un matrimonio misionero que intenta vivir su fe y su vocación dentro del carisma redentorista.
Ese Espíritu que envió a Jesús a liberar a los pobres, a los presos y a los oprimidos es el mismo que contagió a Alfonso en su encuentro con los más abandonados en el Reino de Nápoles y que contagia hoy a todos los que se abren a su influjo. Y como sabemos que el «Espíritu sopla donde quiere» (Jn 3,8), creemos que lo hizo a través de las palabras del Papa Francisco cuando lanzó la llamada a la Iglesia, particularmente a los institutos religiosos, para crear comunidades misioneras en lugares de frontera.
Una de las respuestas a esta llamada surgió en Líbano. La llamaron Fratelli porque se les daba muy bien elegir los nombres de los proyectos. Si el nombre lo dice todo, es un buen nombre.
Esta nueva presencia misionera de la Iglesia de Jesús, Fratelli, surge en un país pequeño, sumido en una gran crisis económica y social, donde viven unos cuatro millones de libaneses, pero no sólo. También viven aquí, desde hace décadas, unos trescientos mil palestinos. Refugiados. Y en la última década se les han unido un millón y medio de sirios. Refugiados. Y en el último año, desde el 7 de octubre de 2023, el conflicto en el sur y el este de Líbano entre Hezbolá e Israel ha generado continuamente nuevos desplazamientos. Más refugiados. Y en las últimas semanas, con la brutal escalada de este conflicto, todo esto ha vuelto a cambiar. Se calcula que trescientos mil (sirios y libaneses) han huido ya a Siria, el único país al que, a pesar de todo, algunos pueden escapar por tierra. Refugiados sirios en Líbano y refugiados libaneses en Siria (y también refugiados sirios en Siria). Además de todo esto, se calcula que actualmente hay más de un millón de desplazados internos, llamémosles así esta vez para evitar volver a decir la misma palabra. Refugiados. No es posible evitarlo.
Los Hermanos Maristas y los Hermanos de las Escuelas Cristianas (Hermanos de La Salle) escucharon esa llamada del Espíritu en las palabras del Papa Francisco y, juntos, quisieron intentar obedecerle. Al Espíritu. Juntos comenzaron a crear Fratelli hace casi diez años, empezando por formar una comunidad de hermanos de ambos institutos en este lugar de frontera, abriéndose, juntos, al servicio de estos grupos tan marginados y vulnerables.
Refugiados.
Nos encontramos aquí, en la ciudad de Sidón, esa misma ciudad por donde pasó Jesús y donde hoy existe un lugar llamado Fratelli, y es desde aquí que os escribimos. El anuncio de la Redención sigue siendo hoy una necesidad. No lo es menos ahora que en tiempos de Alfonso. Basta con mirar de cerca para reconocerlo en cualquier parte del mundo. Los días que corren aquí en el Líbano nos dicen que vivimos entre los débiles y los oprimidos, los marginados y los olvidados. Los últimos de los últimos. Los que ni siquiera cuentan en las estadísticas. Los desechos de una sociedad ya sufrida y vulnerable. En un momento en que las distintas embajadas advierten a los ciudadanos de sus países que
abandonen este pedazo de tierra, éstos son los que no tienen embajada ni ciudadanía. Estos son los que no tienen plaza en los vuelos de repatriación, ni siquiera un país al que regresar.
El anuncio de la Redención es necesario en todos los rincones del mundo. Aquí también es urgente. Urge anunciar que ante Dios no son excluidos, ni marginados, y menos aún olvidados; sino acogidos, amados y cuidados como hijos. Como hombres y mujeres en camino de humanización.
Este anuncio de la Redención comienza por ser buscado y vivido en comunidad, entre hermanos y hermanas que buscan una forma de vida contraria a la del «sálvate a ti mismo» (Mc 15,30). Le llamaron Fratelli. Se comprende por qué.
El anuncio explícito surge de lo que brota de la construcción de la vida comunitaria. Este es el primer gran signo de la evangelización. Signo y tarea, que se hacen más o menos fecundos en función de la verdad que llevan dentro. Verdad, no perfección. Y con retos y dificultades, con riquezas y oportunidades, los que forman parte de cualquier comunidad.
Ésta añade la particularidad de ser una comunidad de extranjeros en un país extranjero, formada por miembros de distintas Congregaciones, entre los que encontramos tanto religiosos como laicos. Una comunidad «inter»: inter-congregacional, inter-vocacional, inter-nacional e inserta en un contexto inter-confesional puede sonar a utopía o a confusión. Pero no lo es. Ni lo uno ni lo otro. Es un regalo que aún no sabemos agradecer. Es la misión compartida en todas sus dimensiones. Es vivir el día a día en la acogida constante del otro en su totalidad. Es vivir el día a día en la entrega constante al otro en la totalidad de uno mismo. Ya sea a través de la comida que cada uno prepara con la receta típica de su país o de la oración diaria que resalta la particularidad de cada carisma.
Fratelli es este lugar, con los pies plantados en la fraternidad, que intentamos encontrar en la vida comunitaria y que se extiende a los cientos de niños, jóvenes, mujeres y hombres con los que compartimos nuestra vida cada día. La fraternidad es una casa grande, espaciosa, en la que cabemos todos, sin que esto sea sólo un eslogan: en esta casa
conviven musulmanes suníes y chiíes, cristianos de tradición católica, ortodoxa y protestante, independientemente del rito en el que celebren su fe. Todos. Todos los días.
Estamos aquí como testigos de que la Redención trasciende todo tipo de barreras y, sobre todo, es más fuerte que la violencia, la guerra y la muerte. Creer en Jesús, el Redentor, y poner en Él nuestra esperanza nos obliga a vivir en un dinamismo comunitario abierto a la realidad que nos rodea y a «comprometernos a ir al encuentro del Señor allí donde Él ya está presente y actúa de modo misterioso» (Constitución n. 7). Vivir como testigos en un lugar así
nos ayuda a ver que el Dios de Jesús, nuestro Redentor, es el que permanece siempre y lo soporta todo. Él es el Redentor. Y a pesar del absurdo que ven nuestros ojos a diario, hay una presencia constante y viva que cumple su promesa de cercanía perseverante: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Nuestro Redentor está.
Según las circunstancias se interrogarán constantemente qué es lo que conviene hacer o decir:
si anunciar explícitamente a Cristo, o hacerlo, al menos,
con el testimonio callado de la presencia fraterna. (Constitución n. 8)
Teresa Ascensão & José Silva Oliveira
Misioneros Laicos del Santísimo Redentor