Tiempo de la Creación 2024(6): Todo está conectado

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Nada  en  la  naturaleza  vive  para  sí  mismo.  Los  ríos  no  beben  de  su propia  agua;  los  árboles  no  comen  su  propia  fruta.  El  sol  no brilla  para  sí  mismo;  y  las flores  no  extienden  su  fragancia  para  sí  mismas.  Jesús no  se  sacrifica  para  sí  mismo,  sino para nosotros. Vivir para los demás es una regla de la naturaleza. Todos hemos nacido para ayudarnos  mutuamente. (Papa Francisco)

Reflexionemos

Vivimos en un universo relacional. Cada ser que existe, vivo o no, ocupa algún lugar dentro de esta intricada red de relaciones dinámicas, dentro de un universo que se encuentra en continua evolución. Eso quiere decir que somos interdependientes y que nuestra existencia se apoya en la existencia de las demás creaturas. A muchos de nosotros nos gusta apreciarnos en la cúspide de la evolución o en el centro del universo, separados de los demás seres vivos. Pero una mirada detallada al amplio camino evolutivo de la tierra y del universo, al lado de una lectura atenta de los relatos bíblicos, nos lleva a reconocer un lugar más modesto dentro de la creación.

El medio ambiente y la naturaleza están muy presentes en el imaginario colectivo de casi todas las tradiciones religiosas, que coinciden en la comprensión de una cosmología relacional. En la tradición cristiana, desde las primeras páginas de la Biblia con el jardín del Edén hasta la visión del cielo nuevo y la tierra nueva en el Apocalipsis, podemos apreciar una visión unificadora de todo cuanto existe. Es la misma visión que el Papa Francisco expone en términos de “todo está conectado” y que lo lleva a concluir que todo planteamiento ecológico es siempre un planteamiento social. Muchos pueden pensar que nuestra fe cristiana no tiene ningún punto de encuentro con los problemas ambientales y de justicia social, pero esta forma de pensar solo refleja el grado de desintegración al que hemos llegado y que nos encierra en nosotros mismo y en nuestros egoísmos. Si somos conscientes al contemplar y apreciar esta inextricable red de relaciones en nuestra tierra, lograremos superar una antropología distorsionada establecer relaciones más armónicas con el mundo creado.

Para los cristianos, el fundamento último de nuestra visión de interconectividad e interdependencia es la Trinidad. Hemos sido creados a su imagen y semejanza, siguiendo ese modelo divino. De esta manera, mientras las creaturas tienden hacia su Creador, mutuamente se atraen entre ellas; este entretejido de relaciones se revela de muchas maneras en el universo, y nosotros no simplemente las percibimos, sino que también participamos de ellas. 

Las teorías evolutivas de la vida nos dejan ver que todos estamos genéticamente interrelacionados a las demás especies de este planeta. Nada existe ni se desarrolla en sí y para sí, como tampoco nada existe o tiene significado en sí independientemente del conjunto del Creado. Por tanto, nuestra realización y nuestra salvación no se dan en aislamiento, sino dentro de este profundo entramado de relaciones en el universo.

Si el Dios Trino del que surge el mundo creado es koinonía, y si reconocemos que toda la comunidad de seres vivientes comparte una misma descendencia, entonces, no hay separación entre la comunidad humana y la tierra, el agua, el aire y todas las formas vivientes. Esto quiere decir que no es posible seguir viviendo en ese estado pretensioso de aislamiento en el que la humanidad ha querido vivir hasta el momento.

Dios no es un Dios fragmentado ni su creación algo separado de Sí; “en Él vivimos, nos movemos y existimos,” (Hch 17, 28). La vida que fluye, se desarrolla y evoluciona en el mundo creado no existe desconectada de su Fuente. Reconocido así nuestro origen, nuestra interconexión y nuestra interdependencia, no es adecuado entonces separar los asuntos humanos de los asuntos naturales. El planteamiento de la ecología integral del Papa Francisco parte precisamente de esa interconexión entre el mundo natural y nosotros, que toca todos los aspectos y dimensiones humanas sociales, como la cultura, la política, la economía y la teología.

¿De qué manera práctica se podría expresar nuestro compromiso con el cuidado de la Casa Común?

  1. Reducir los desechos. Reducir los desechos que generamos puede hacerse de muchas maneras, desde asegurarnos de no tirar alimentos hasta reducir el consumo de plástico, que es uno de los principales contaminantes del océano. Llevar una bolsa reutilizable, negarse a utilizar pajas de plástico y reciclar las botellas de plástico son algunas de las formas de contribuir cada día.
  2. Actuar de forma reflexiva a la hora de comprar, optando por la sostenibilidad siempre que sea posible. Tomar decisiones informadas a la hora de comprar también ayuda. Por ejemplo, la industria textil es hoy el segundo mayor contaminador de agua potable después de la agricultura, y muchas empresas de moda explotan a los trabajadores textiles en los países en desarrollo. Si hacemos nuestras compras a proveedores locales y sostenibles, podemos marcar la diferencia y ejercer presión sobre las empresas para que adopten prácticas sostenibles.

Fuente:  (https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/wp-content/uploads/sites/3/2016/10/12_Spanish_Why_it_Matters.pdf)

Preguntas reflexionar

  1. ¿Somos conscientes del grado de interdependencia que tienen nuestras relaciones con Dios, con los demás seres humanos y con la Creación? (Cfr. LS 137 – 162).
  2. ¿De qué manera, como redentoristas, podríamos colaborar con instituciones o individuos que comparten con nosotros las mismas preocupaciones por el cuidado de nuestra Casa Común?
  3. ¿Somos conscientes de que la razón más profunda de nuestro compromiso con una ecología integral es una razón “teológica” es decir, que nos remite a Dios Creador y a nuestra misión redentorista?

Actividad de Oración con Nuestros Sentidos

1. Con anticipación preparamos el lugar para este ejercicio, el cual debe tener un mínimo de condiciones: que sea silencioso y facilite la meditación, nos permita experimentar algunos detalles de la naturaleza: la brisa, el sol, el olor de campo, etc. Puede ser el jardín de nuestra comunidad, o en su defecto, el salón o el lugar donde nos encontramos. Debe ser un espacio donde los participantes puedan permanecer en una posición cómoda mientras dura el ejercicio.

2. Una persona dirige el ejercicio. Primero, explica a los participantes de qué se trata, cuánto tiempo va a tomar y cómo se va a proceder. El ejercicio puede tomar tanto tiempo como se desee y las condiciones lo permitan.

3. El facilitador invita a los participantes a tomar la posición cómoda, a cerrar los ojos y a abrirse a la presencia de la creación a través de los cinco sentidos. Puede inspirarse en estas palabras del Papa Francisco: Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada» (LS 225).

Para comenzar.

  • Respiramos tres veces y con cada inhalación, en silencio, invocamos a la Trinidad dentro de nosotros: “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
  • Agradecemos a Dios Padre mientras contemplamos el regalo del mundo creado. “Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra (Sal. 8)
  • Centramos nuestro pensamiento en la persona de Jesucristo Redentor por quien todo fue creado, en quien vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17, 28).
  • Invocamos al Espíritu Santo: “Envía tu Espíritu, Señor, y renueva la faz de la Tierra” (Sal 103).

Presta atención

  • A la respiración. Mientras respiro, centro mi atención en una sola inhalación, la cual hago de forma más profunda y pausada. Soy consciente de que cuando respiro, inhalo el oxígeno y exhalo dióxido de carbono. Este intercambio sostiene mi vida a cada momento. Y pienso en mi dependencia de este oxígeno, que se ha venido generando a través de largos y complejos procesos en la naturaleza. Soy consciente de que es un aire es puro, abundante, vital… Y digo: “Laudato Si” Alabado seas, mi Señor.
  • Al sentido del olfato. Trato de identificar algún aroma del lugar donde estoy. Pienso en mis aromas preferidos, quizá en aquellos que me traen recuerdos gratos del pasado, de lugares o personas… Ahora pienso en los ríos, y trato de recordar su aroma; hago lo mismo con el mar, con alguna montaña que conozca, con los arbustos y árboles de algún lugar en particular…. Por todo lo que el olfato me permite percibir digo: “Laudato Si” Alabado seas, mi Señor.
  • A la vista. Los aproximadamente 100 millones de receptores de luz nos permiten apreciar la imagen del mundo alrededor de nosotros. Después del celebro, la vista es el segundo órgano en términos de complejidad… Con los ojos cerrados, pienso agradecido en el don de la vista que me permite contemplar todos los días la belleza de la creación. Por el don de la vista: “Laudato Si” Alabado seas, mi Señor.
  • Al sentido del gusto. Pienso de qué manera el gusto nos conecta con las plantas, frutas, el agua y los alimentos que la tierra produce y que nutren nuestros cuerpos. Por este sentido puedo identificar lo que puede ser nocivo para mi salud. Agradezco el don del gusto y digo: “Laudato Si.” Alabado seas, mi Señor.
  • Al sentido del tacto. Soy consciente de lo que en estos momentos mi piel está captando través de los cerca de 2.500 receptores que hay desde los pies hasta mi cabeza. Pienso en las texturas de la naturaleza. Me imagino acostado(a) sobre un prado, dentro de un río, de cara al sol, frente a la brisa. El sentido del tacto nos habla continuamente… Por el tacto, digo agradecido: “Laudato Si.” Alabado seas, mi Señor.
  • Al oído. Pienso en las melodías que más me gustan y que me conectan con lugares, personas o situaciones. Gran parte de la comunicación con el mundo se da a través de este sentido. Por medio de él identificamos la voz de nuestros seres queridos, el cantar de las aves. Por medio de este sentido, nos conectamos a la alabanza de la asamblea litúrgica y nos sentimos parte de una comunidad. Imagino el sonido de una cascada, de la brisa que pasa entre los árboles, de los sonidos en la noche… Porque puedo escuchar digo, “Laudato Si.” Alabado seas, mi Señor.

Para concluir:

  • Hay dos verdades fundamentales: la primera es que no existimos por azar: la realidad que nos presentan nuestros sentidos nos permite también apreciar la gloria de su Creador y cómo cada criatura tiene un propósito. La segunda verdad es que nada existe, vive o se realiza para sí mismo, excepto en relación con el todo del mundo creado y su Creador, pues todo está conectado. La naturaleza no es algo separado de nosotros. Estamos incluidos en la naturaleza, somos parte de ella y estamos Inter penetrados”. 
  • Se puede invitar a los participantes a compartir sus impresiones.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén