“Nosotros nos fatigamos y luchamos porque hemos puesto nuestra esperanza en el Dios viviente” (1Tim. 4,10)

0
91

(del Blog de la Academia Alfonsiana)

La tradición del Jubileo tiene al menos dos orígenes. La primera se remonta a las narraciones del Antiguo Testamento y, en particular, a las normas contenidas en el libro del Levítico: «Santificaréis el año cincuenta y proclamaréis la liberación de la tierra a todos sus habitantes; «Cada uno volverá a su propiedad y a su familia» (Levítico 25,10). El Jubileo es el año de la liberación, de la esperanza, para cada judío; esperanza no sólo de poder volver a la libertad, sino también de poder recuperar los medios necesarios para mantener y proteger la propia libertad. La segunda, sin embargo, como bien sabemos, se remonta a los últimos días de 1299 cuando una multitud de peregrinos, impulsada por un movimiento popular espontáneo y por la difusión del miedo al fin del mundo, se reunió en Roma pidiendo a Bonifacio VIII una forma de perdón similar a la establecida unos años antes, en 1294, por Celestino V. Así, el pontífice, con la bula Antiquorum habet fida relatio, concedió la indulgencia plenaria a todos aquellos que cruzaran las puertas de las basílicas de San Pedro y San Pablo Extramuros, dándoles la certeza de la liberación de los castigos vinculados a los pecados cometidos y la esperanza de la vida eterna.

El vínculo entre Jubileo y esperanza se remonta, por tanto, a mucho tiempo antes de la proclamación del Jubileo ordinario de 2025, dedicado a esta virtud teologal por el Papa Francisco con la bula Spes non confundit. Si en el jubileo de la era cristiana se pone el acento en la esperanza en la liberación “escatológica”, la tradición judía, en cambio, vincula la esperanza a un tiempo preciso –el año cincuenta, para ser exactos– como tiempo de liberación de toda opresión y de retorno a la igualdad originaria querida por Dios.

prof. Massaro R.

El artículo se puede leer completo en el original en italiano en el Blog de la Academia Alfonsiana