El vicio de la esperanza

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

La esperanza ya no es una virtud, sino un antiguo vicio del que nadie podrá librarse del todo. La esperanza es una especie de defecto congénito que persiste hasta la muerte, volviéndose peligrosa cuando se materializa en una vida vivida en espera pasiva de que algo nuevo suceda bajo el sol, y resultando salvífica cuando se transforma en capacidad de resiliencia y motor de cambio.

En general, esta es la idea, tomada de Giorgio Scerbanenco (1911-1969), periodista y escritor de origen ucraniano, considerado el padre del cine negro italiano, que está en la base de Il vizio della speranza (2018), una fábula negra del director napolitano Edoardo De Angelis, un ejemplo de la refiguración de la esperanza en el cine contemporáneo.

María, la protagonista, parece inmune a este vicio que corre el riesgo de debilitar su voluntad. Salvada de las aguas del Volturno a la edad de seis años, donde había sido arrojada por un desconocido como una botella de plástico arrugada después de haberle arrancado brutalmente el velo de su inocencia, ahora es una mujer que no puede tener hijos, rota por dentro, que cuida a las niñas desfiguradas “por una hora de amor” a lo largo de las orillas del río, bajo la gestión de la avara madame zi’ Mari’. A veces ocurren eventos inesperados, como embarazos inesperados, pero el problema se resuelve rápidamente: los recién nacidos son vendidos a parejas que desean desesperadamente ser padres o, peor aún, sus órganos son extraídos y traficados.

María no vive, sobrevive. Un hilo mantiene unida su vida, el mismo que conecta a todos los náufragos de la historia. Atrapada a lo largo de la costa que une Caserta y Nápoles, atraviesa el tiempo sin sueños ni deseos, un día tras otro, hasta que sucede algo inesperado, algo milagroso. Un destello de luz cura sus lágrimas. Se toca suavemente el vientre: está hinchado, ahora está embarazada de esperanza. ¿Qué hacer? Ella no quiere renunciar a la vida que está creciendo dentro de ella. Todo está en juego, hay que atreverse. Huir. La zi’ Mari’ intenta disuadirla: «La libertad es una mierda. Un campo vacío, sin nada, la esclavitud es tan hermosa con sus reglas, castigos, recompensas.” Será Carlo Pengue, el hombre que la sacó de las aguas cuando era niña, quien le devolverá la esperanza de una nueva vida.

La esperanza no es un vicio, sino que sigue siendo una virtud, y una virtud teologal. La fe, la caridad y la esperanza nos revisten como las vestiduras (habitus) de la nueva vida en Cristo: «Revestíos de la fe y de la caridad, y de la esperanza como yelmo» (1 Tes 5,8). Para un compromiso ético integral es necesario que estemos movidos por la esperanza más grande: «trabajamos y nos esforzamos porque esperamos en el Dios vivo» (1 Tm 4,10).

La historia imaginaria de María nos ayuda a resaltar dos aspectos reales de la esperanza: es la «partera de lo nuevo» y el «volante de la libertad».

Ya el profe. Massaro ha destacado sabiamente en el post anterior la conexión entre la experiencia jubilar, la virtud teologal de la esperanza y el compromiso cristiano en la liberación integral del hombre.

Subrayemos únicamente que el vínculo entre libertad y esperanza hace de esta última el alma de la moral: «La esperanza está en la dinámica aspiracional, apetitiva, deseante que mueve al sujeto a la acción y que la virtud dirige y estabiliza dentro de la perspectiva ética del bien. Está en el deseo de felicidad inscrito en la ontología de la persona: felicidad que la virtud hace percibir y experimentar como una vida buena. Es en todo lo que todavía no es y más allá que la buena vida es premisa y promesa y por la cual se nutre la virtud”.

Luigi Dongiglio

(Se puede leer el original en italiano en el sitio de la Academia Alfonsiana)