La misericordia como principio y práctica de la vida moral

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E. Delacroix, The Good Samaritan (picture in public domain, via Wikipedia Commons)

(del Blog de la Academia Alfonsiana)

Desde nuestra fe cristiana y a la luz de la historia, sin duda, subrayar el valor de la misericordia es importante y significativo, ya que es, como dice Kasper, «concepto fundamental del Evangelio y clave de la vida cristiana». En una realidad muy compleja y variada, volver a proponer la misericordia como principio y práctica de vida será un desafío. Como el propio Kasper reconoce, la misericordia es sospechosa de ser considerada “ideológica”, desde ser un opio alienante hasta ser una alienación crónica, indiferente y superficial. Sin embargo, quizá no sea tan fuera de lugar insistir en que lo que seguirá dando sentido a la humanidad no son sólo las respuestas, tan urgentes y necesarias, sino el espíritu y la claridad con que esas respuestas se buscan y se dan. Y aquí debe entrar la perspectiva de la misericordia cristiana.

Si un botón basta como prueba, hay un botón que mostrar porque es difícil de abrochar, porque revela una humanidad que no es tal. La actitud que en general muchas personas y algunos sistemas o estrategias políticas actuales están adoptando frente al “fenómeno migratorio”, generalmente forzada por múltiples razones, en muchos casos llenas de oportunismo e intereses mafiosos de un lado. En todo esto, por un lado, hay una gran complicidad sistémica que se oculta y se enmascara. Por otra parte, las soluciones pecan no sólo de ser en gran medida anticristianas, sino también de ser contrarias a la humanidad misma. No debemos olvidar que el mundo pertenece a todos los seres humanos, y aunque exista propiedad privada que respetar, sobre ella pesa siempre una hipoteca social (cf. LS, n. 93; LE, nn. 14-15.19; SRS, nn. 33.41; CA, nn. 30-31). Es escandaloso seguir presenciando este teatro de muertes, expulsiones, centros de detención deshumanizantes y marginación sistémica a la que se exponen deliberadamente estos seres humanos. Ya no podemos permanecer indiferentes; Es precisamente el «principio de misericordia» el que exige, con toda su fuerza sapiencial y profética, visibilidad y operatividad a través del amor y de la justicia.

Partiendo de estas primeras expresiones, a modo de premisas, queremos ahora explicar mejor, de la mano de Jon Sobrino, qué entendemos por “principio de misericordia”.

Lo que verdaderamente nos despierta del sueño de la inhumanidad, de seguir mirando hacia otro lado, buscando a toda costa un progreso indefinido, es volver nuestra mirada, nuestra atención, a la realidad de los más pobres y abandonados, las víctimas de esta supuesta historia de progreso. La Teología de la Liberación lo ha denominado con el concepto más tradicional: pecado, desenmascarando sus mentiras, personales, estructurales y sistémicas, por lo que habla de una realidad “empecatada” (infestada por el pecado). Fue la fuerza ciega del pecado la que mató a Jesucristo y continúa matando a innumerables seres humanos hoy en día. Además, se ha descubierto que aún cuando se hacen discursos y proyectos para los más pobres, en el fondo, como personas concretas, no interesan a nadie, son considerados materiales de descarte, como subraya muchas veces el Papa Francisco. Por eso Sobrino llama a esta realidad un mundo de personas crucificadas, que necesitan ser vistas, reconocidas y ayudadas. La teología busca ayudar a darles visibilidad y orientar prácticas alternativas de dignificación.

Esta realidad exige transformación, cuestiona lo que hay de maldito en ella y fomenta lo que hay de bendecido en ella. Estas dos realidades «están fundamentalmente unificadas en la reacción de misericordia hacia los pueblos crucificados». Sobrino aclara que, ante todo, la misericordia no se reduce a una acción de meras «obras de misericordia», sino que tiene como «estructura fundamental la reacción a las víctimas de este mundo». Esta «consiste en que el sufrimiento del otro se interioriza en uno, y que el sufrimiento interiorizado lleva a una re-acción (acción, por tanto) y sin añadir otras razones que el simple hecho del herido en el camino» (cf. el Buen Samaritano). Por otra parte, dice que hay que “subrayar que la misericordia no es sólo una actitud fundamental que está (o no está) al inicio de todo proceso humano, sino que es un principio que modela todo el proceso posterior”. Por tanto, afirma Sobrino, «por “principio de misericordia” entendemos aquí un amor específico que está en el origen de un proceso, que permanece presente y activo durante todo el proceso, le da una dirección específica y configura diversos elementos dentro del proceso».

Este principio esencialmente teológico/cristológico se convierte inmediatamente en una clave central para la eclesiología. Según Sobrino, «este principio de misericordia es el que debe actuar en la Iglesia de Jesús; y es el pathos de la misericordia lo que debe informarla y modelarla”, porque, si esta Iglesia “no es, ante todo, un buen samaritano, todo lo demás será irrelevante e incluso peligroso si se hace pasar como uno de sus principios fundamentales”.

Por tanto, en último término, para Sobrino, toda teología debería ser «intellectus» (teoría) «misericordiae» (praxis). Estas dos dimensiones no sólo no son dos realidades paralelas o ajenas; Por el contrario, uno depende del otro para su comprensión, y sólo puede ser conocido dentro de una reciprocidad relacional, en el modo de una circularidad configuracional. Bueno, partimos de una reacción de práctica, sentimos y experimentamos la misericordia ante el sufrimiento injusto de las víctimas, reflexionamos sobre ello, para luego volver a fortalecer y orientar mejor una práctica de transformación con el mismo impulso de misericordia que le dio origen. En este sentido, la misericordia es un “principio”, ya que está doblemente en el origen de la experiencia y, a su vez, genera acción durante el proceso que sigue a esa experiencia. Por tanto, la Teología no es otra cosa que «una inteligencia de la realización del amor histórico hacia los pobres de este mundo y del amor que nos hace semejantes a la realidad del Dios revelado, que consiste, en definitiva, en mostrar amor a los seres humanos».

Así pues, o bien la verdad cristiana hace explícita la misericordia y su potencial liberador, que desenmascara todas las mentiras e injusticias, o simplemente no lo es. La misericordia es el verdadero pathos de la verdad que nos hace libres. Por eso, el amor misericordioso debe ser historicizado como justicia y dignificación, a nivel personal, estructural y sistémico. Esto es lo que hemos aprendido según el modelo samaritano o paradigma de la misericordia. Un paradigma, este último, que como se puede observar subraya la prioridad de la praxis, es la misericordia en la acción que lleva después a presentar la misericordia como principio de toda acción que pretende ser manifestación de la acción de Dios en la historia. Es aquí donde encontramos lo que hoy solemos llamar la “cultura de la misericordia”. Ayer como hoy, no podemos seguir manteniendo en alto la reflexión sobre la misericordia y su centralidad evangélica, si al mismo tiempo y con la misma fuerza no se apoyan aplicaciones y acciones concretas allí donde dicha misericordia es más que evidente. Se podría decir que la misericordia se presenta pues como instancia primera de verificación de la autenticidad evangélica de toda propuesta moral cristiana y humana: tarea de la teología porque es tarea del ser eclesial, como hemos dicho. Es sabido, como ya hemos señalado, que el actual Papa Francisco ha hecho de la misericordia una realidad central, estimulante y programática. Su propuesta de una «Iglesia en salida» (cf. EG, n. 20-24) tiene su motivación fundamental en el «deseo inagotable de ofrecer misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su poder para difundirla» (EG, n. 24). Esto porque el Papa está convencido de que «la salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia». No hay acción humana, por buena que sea, que nos haga merecedores de tan gran don. Dios, por pura gracia, nos atrae a unirnos a Él. «Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y hacernos capaces de responder a su amor con nuestra vida» (EG, n. 112). Desde aquí, y con el impulso de la «sinodalidad» y de este «año jubilar» arraigado en el ejercicio de la «esperanza», esperamos poder elaborar una ética sinodal y misericordiosa, una ética del caminar juntos, con humildad y valentía (cf. EG, nn. 40-45), orientada por y para la práctica de un amor que no tiene fronteras.

prof. Antonio G. Fidalgo, CSsR

Traducción libre de Scala News – Se puede leer el artículo en el original italiano en el sitio web de la Academia Alfonsiana