(del Blog de la Academia Alfonsiana)
El nombre de Alan Turing se ha vuelto familiar para la mayoría de las personas, especialmente desde que comenzó el llamado “boom de la IA”, que empezó –al menos para el gran público– hace unos dos años con la llegada de ChatGPT, y comenzó la carrera por la IA generativa, esa que está impulsando económicamente la investigación en este sector tecnológico más que ningún otro, al menos según el último Informe AI Index publicado por la Universidad de Stanford.
Ahora bien, si bien es cierto que la IA es un gran negocio hoy en día, esto no debe eclipsar el hecho de que también es una importante empresa científica y tecnológica, vinculada principalmente a la comprensión de la inteligencia humana y, más en general, al estudio de la complejidad. El matemático e informático inglés mencionado al principio es conocido por ser, de hecho, el “padre” de la IA, si no materialmente al menos idealmente, al haber sido el primero en plantear la pregunta: ¿las máquinas pueden pensar?
Para responder a esta pregunta propuso el llamado juego de imitación, conocido más tarde simplemente como el test de Turing: se consideraría que una máquina piensa de forma humana si fuera capaz de hacerse pasar por una persona cuando se la interroga en un entorno controlado. Por supuesto, una prueba similar también se ha aplicado a los modelos lingüísticos actuales, y parece que el objetivo previsto por el matemático inglés aún no se ha alcanzado, aunque estamos relativamente cerca de él. Pero también es cierto que esto depende también del interlocutor humano, de su preparación y de lo “acostumbrado” que esté a esta nueva tecnología.
Pero lo interesante es subrayar otra cosa. Es curioso, de hecho, que se pensara que mentir era una capacidad peculiar de la inteligencia humana que podía probarse en una máquina. De hecho, desde un punto de vista cognitivo, tal capacidad presupone un conjunto de habilidades complejas a las que hay que añadir la “chispa” que falta, es decir, la intencionalidad, el deseo consciente de decir una mentira, pero esto también nos da mucha información sobre la antropología básica de quienes se ocupan de estas cosas.
Sin embargo, en este punto podría ser interesante cambiar la pregunta de Turing: ¿pueden mentir las máquinas? Bueno, la respuesta parecería ser sí. ..//
El artículo del profesor Andrea Pizzichini
Se puede leer el artículo completo en italiano, en el Blog de la Academia Alfonsiana)