«Nuestra sangre está mezclada»

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(del Blog de la Academia Alfonsiana)

«Su visita a Irak, Santidad, significa que la Mesopotamia sigue siendo respetada y apreciada. Su visita significa un triunfo de la virtud, es un símbolo de estima para los iraquíes. Bendito sea el que erradica el miedo de las almas. Benditos sean los pacificadores. Su Santidad, ahora está plantando las semillas del amor y la felicidad» (Rafah Husein Baher; perteneciente a la comunidad religiosa sabea mandea).

En un contexto geográfico, histórico, político y religioso, convulsionado, confuso, tensionado por violencias sistémicas, un papa, un seguidor de Jesucristo, en su ministerio de unidad, mediante la comunión diversificada y reconciliada, pone gestos y palabras, procura dejar emerger y hacer visibilizar rostros y voces que no ocultan el dolor, la tragedia y la sed de paz, la necesidad de otro mundo más digno y libre.

Mientras otros hacen discursos a distancia o siguen estigmatizando pueblos y religiones, acusando de relativismo, eclecticismo, o se posicionan más desde la prudencia diplomática que desde la profecía del evangelio, papa Francisco se atreve, es evangélicamente atrevido, es bien-aventurado, va detrás de esos horizontes amplios desde donde la fe peregrina se abrió camino, Ur de los Caldeos, para recordar que todos los desvíos de la historia no solo no se pueden justificar sino que ya no se pueden seguir aceptando. Es tiempo de decir solo sí a la paz, sí a la integración, sí a la superación de conflictos, sí a la fraternidad/sororidad, a la amistad abierta y universal sin fronteras.

La verdadera religión religa solo al amor, a ese amor comunional que solo busca el mutuo cuidado, la mutua responsabilidad por el bien de cada ser humano y por el bien común, según la única y fundamental dignidad humana. Tarea del caminar creyente es encontrarse como humanidad y comenzar a sanar heridas y recomponer caminos, resolver con claridad los malentendidos. Como nuestro padre común Abraham, hay que tener el coraje de abandonar seguridades que nos mantienen lejos del lugar prometido, que no es otro que la tierra, el hogar, donde todos los seres humanos puedan vivir como tales, sin violentarse los unos a los otros. Se trata de abandonar mezquindades e intereses espurios, esos que invaden las economías y políticas que se aprovechan de ciertos filones religiosos para operar impunemente, haciendo su historia de “ganancias” al caro precio de las vidas humanas, que siguen perdiéndose por ríos de sangre, hambre, abandono y marginación.

A la luz de estos estímulos, hemos de asumir que no se puede seguir esgrimiendo ningún tipo de teología que en sus planteos y sus conclusiones siembre división, exclusión, o que directa o indirectamente sea cómplice de los proyectos anti-fraternales/sororales, en todos los niveles de la realización de la realidad histórica. Nuestra sangre está mezclada, desde el más recóndito de nuestros orígenes, lo está en el peregrinar histórico, lo está lamentablemente en la sangre derramada por doquier, y lo seguirá estando si en verdad queremos seguir haciendo de esta tierra y de esta historia la casa común. Así las cosas, hoy más que nunca, necesitamos un teología de artesanos/as que se construya entre todas la voces, no será menos académica, será quizás menos “erudita”, pero será más evangélica, más sapiencial y profética. Necesitamos una teología que avale, cultive y acompañe actitudes liberadoras y creativas, que sea mucho más inter-ecuménica, interreligiosa, interhumana, inter y transdisciplinar, abierta «a nuevos escenarios y a nuevas propuestas». Su voz no se perderá, aprenderá a sonar dentro de un coro más sinfónico donde podrá mostrar «la belleza de su rostro pluriforme» contribuyendo a «una unidad pluriforme que engendra nueva vida» (cf. Francisco, Veritatis gaudium, «Proemio»).

Padre Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR