El joven de hoy solo piensa en ’PRESENTE’

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Los estudiosos han dividido la historia de la humanidad en varias etapas o épocas: la antigüedad, la Edad Media, la época moderna, y para cada época han destacado un personaje: el anciano con su experiencia para  la época antigua, el adulto con su capacidad de trabajo para la Edad Media y el joven con su ilusión de futuro para la época moderna. 

Al joven, los analistas de este personaje, le atribuyen valores y defectos o anti-valores. Por ejemplo, la Conferencia de Obispos Latinoamericanos, sobre todo en la Conferencia de Medellín (1.968) le dedicaron a la juventud  un documento especial: le reconocen a los jóvenes la sensibilidad frente a los problemas sociales, el idealismo, se esfuerzan por construir un mundo más humanitario, son más abiertos  a una sociedad pluralista y a una dimensión más universal de la fraternidad. 

Entre los antivalores, se le reprocha a los jóvenes aceptar pasivamente las formas burguesas de  la sociedad, el subjetivismo,  el relativismo, el placer y lo ‘light’ (lo suave, muelle, cómodo), el consumismo, el sentimiento y, a diferencia de la generación mayor preocupada por el pasado  y el futuro,  los jóvenes están fuertemente centrados en el ’presente’: hoy, aquí y ahora. 

Al joven no le interesa tanto el pasado; es  algo que ya se fue; tampoco le preocupa el futuro, porque está por venir; Enrique Gervilla, un escritor español, escribe: “el pasado ya no es memoria, y menos memoria significativa, sino presente realizado; el futuro alejado del horizonte vital, no es su preocupación, por lo que no justifica el hacer ni el dejar de hacer algo; no forma parte de su vida”. 

Un autor español afirmaba que “el joven solo sabe conjugar el verbo ‘amar’ en presente”: el haber amado ayer no quiere decir que tenga que amar hoy; y si se le pregunta si seguirá amando mañana, responde: mañana veremos…  Se comprende desde esta perspectiva por qué a las jóvenes parejas de esposos se les acaba tan pronto el amor.   

Gervilla advierte que “prescindir del antes  y del después, con sus ventajas e inconvenientes, es quitar al ser humano una dimensión fundamental, singular, distintiva y diferenciadora de otros seres; el hombre, frente al animal enrazado en el siempre y necesariamente presente, es historia y es proyecto, es capaz de ilusión y de planificación, de vivir el reino de la libertad frente al de la naturaleza”. 

Sin futuro no es posible la esperanza, ni la ilusión, ni el compromiso; solo nos queda el pasotismo, conformismo y la esquizofrenia entre lo que es y lo que debe ser. El presente, y solo el presente placentero, sin otro punto exterior de referencia, ¿no puede ser un obstáculo para la felicidad?.  El placer inmediato y sin límites fácilmente puede conducir al ser humano a la auto-destrucción, y ello bajo el aspecto de liberación; las experiencias de la droga, el alcohol, el sexo, etc. hablan por sí mismas. 

“Nos cuestionamos mucho, escribe Gervilla, que una educación así: sin esperanza, ni ilusión, sin compromiso ni deseo de superación, en una total identificación entre el ser y el deber ser, pueda y deba denominarse verdadera educación; la vida sin un fundamento estable, enraizada en lo inmediato y superficial, puede conducirnos a una educación vacilante y sin personalidad, cambiante cuanto la avalancha de los modelos que fomentan los medios de comunicación social”. 

La crisis generacional entre padres e hijos ha contribuido a ver la sociedad presente como el ‘reloj de péndulo: de un extremo a otro; ‘los extremos son viciosos’, dice el adagio popular. Se hace necesario buscar y encontrar el ‘justo medio’, el equilibrio entre los valores de la generación mayor y la generación de los jóvenes; la experiencia de los mayores  y la inventiva de los jóvenes harán una buena síntesis.  Y para lograr esta síntesis no hay otro medio mejor que el diálogo sincero y creativo. 

P. José Silvio Botero G., C.Ss.R.