Situación actual
Uno de los principales temas de reflexión durante el último sexenio en nuestra Congregación fue la disponibilidad para la misión. Nos dimos cuenta de que en el proceso de renovación de nuestras estructuras, resultaba muy fácil entrar en un debate teórico y una forma de pensar nada realista. He aquí la razón por la cual el tema del último sexenio termina con las -muy importantes- palabras: para la misión (cf. C 52-54).
Un observador atento a la situación del mundo y de la iglesia de hoy percibirá que en muchas zonas en las que el mundo y la iglesia deben hacer frente a existe una brecha significativa entre la teoría y la situación real. Uno puede tener la impresión de que estamos perdidos en un sinfín de reuniones y encuentros, y no encontramos el tiempo suficiente para leer cantidades de papeles llenos de análisis teóricos y modelos.
Esto nos puede dar la impresión de que están ocurriendo muchas cosas sobre la solución a los problemas a los que nos enfrentamos: reuniones, documentos, estrategias, acuerdos…, esfuerzos que realmente cansan a la gente. Pero la cuestión es: ¿Alguna vez llegaremos a una solución real, que afecta a la vida real de las personas, en el mundo real? Es muy fácil perderse en las nubes, dándonos una buena excusa: “¡pues se ha hecho mucho!”. Viviendo en las nubes, es muy fácil justificarse: ¡al menos lo intentamos!
El lugar privilegiado en el que la teoría y la práctica se encuentran, impactando en la vida real, soy yo mismo. Las soluciones reales y tangibles aparecen cuando estoy disponible y preparado para ser parte de la vida real de aquellos a los que he sido enviado.
Si ardemos en el amor y la misericordia de Dios, que es siempre concreta, debemos estar disponibles para ir allí donde el amor y la misericordia son necesarios en el mundo de hoy. Como Redentoristas, estamos llamados a ser personas preparadas y dispuestas a acudir donde hay más necesidad (cf. C 15). Pero… ¿esto es realmente verdad en nosotros? ¿No estamos, a menudo, más preocupados por proteger de nuestra propia comodidad y seguridad?
La palabra Autonomía viene del griego y se puede traducir como: “mi propia ley”. Todos estamos involucrados en nuestro propio “pequeño mundo”, que forma parte del gran mundo. Sin embargo, en nuestro ministerio cotidiano y en nuestra forma habitual de hacer las cosas, a menudo nos olvidamos de “la foto más grande”. Es aquí donde tenemos la tentación de crear nuestras propias “leyes”, de ser autónomos. Con el fin de ser eficientes y conseguir nuestros objetivos, habitualmente protegemos nuestra autonomía. Siempre existirá una tensión entre salvaguardar “mi propia ley” y dejar que Jesús sea mi ley o, mejor dicho, permitirle que use “mi propia ley” en Su proyecto evangélico.
Si bien no sería prudente abandonar todas estructuras y seguridad para caer en una actividad puramente espontánea, también sería un error llegar a apegarse tanto a la forma habitual de hacer las cosas que por ello estuviéramos seguros del éxito.
Es un desafío discernir entre lo que es una carga y debe ser abandonado, y lo que es valioso y necesita que se continúe a pesar de sus muchos riesgos. Este desafío sólo puede aceptarse a la luz del Evangelio, ya que sólo a la luz del misterio del Verbo encarnado se esclarece realmente el misterio del hombre y el sentido auténtico de su vocación integral (cf. C 19).
Durante muchos años, hemos hecho referencia a la Constitución 20 como nuestra “tarjeta de identidad”. Muchas veces citamos esta Constitución en nuestras asambleas y la indicamos cada vez que se nos pregunta qué somos nosotros como Redentoristas. Pero muy a menudo limitamos nuestra cita a la primera parte de esta Constitución y quizás olvidamos un poco la segunda parte. Vamos a leerlo todo: Los redentoristas son apóstoles de fe robusta, de esperanza alegre, de ardiente caridad y celo encendido. No presumen de sí y practican la oración constante. Como hombres apostólicos e hijos genuinos de san Alfonso, siguen gozosamente a Cristo Salvador, participan de su misterio y lo anuncian con la sencillez evangélica de su vida y de su palabra, y por la abnegación de sí mismos se mantienen disponibles para todo lo arduo a fin de llevar a todos la redención copiosa de Cristo.
¿Estamos dispuestos a ser hombres que no tienen un lugar al que llamar hogar, sino más bien encontramos nuestro hogar entre los más necesitados? ¿Es realmente la Constitución 20 nuestro distintivo de fidelidad?
Palabra que nos ilumina
Podemos leer detenidamente el pasaje del Evangelio de Lucas, en el que Simón se convierte en “el pescador” (cfr. Lc 5, 1-11).
Desde una perspectiva humana y racional, Simón nunca debería haber obedecido la petición de Jesús. Era u pescador profesional y llevaba toda su vida pescando. Pescar era toda su vida. Conocía mar, conocía los tiempos y las épocas en los que se podía pescar. Al igual que cualquier otro pescador, Simón tenía sus propias reglas y normas, y sabía cómo ponerlas en práctica con el fin de tener éxito en su trabajo. Una de esas normas era que los peces pueden sólo se pueden pescar a determinadas horas del día. Cuando Jesús le dice que eche las redes, le está pidiendo que actúe en contra de las reglas y normas de todo pescador, siguiendo su propia ley.
Cuando Jesús se acerca a Simón y sus compañeros, los encuentra en una situación muy difícil. Estaban lavando sus redes vacías. Probablemente no era la primera vez que tenían que lavar las redes vacías, pero esta experiencia siempre es dura para todo pescador. Habían hecho todo correctamente. Comenzaron a pescar en el momento adecuado, siguieron con todas las normas y leyes que conocen de sobra, dedicaron muchas horas de la noche a esta tarea, llegaron al agotamiento y… para qué: redes vacías.
Así era la vida de Simón: pescar. Sabía que a veces se termina con las redes vacías, aunque también era obvio que tras un momento de decepción, debía empezar de nuevo – tal vez la siguiente noche – la pesca. Porque ésta era su vida: el mar, la barca, las redes y de nuevo al mar, la barca y las redes y otra vez… La vida de Simón hubiera continuado así si Jesús no lo hubiera invitado a algo más grande, nuevo y desconocido. Él permite a Simón dar este paso.
Obedeciendo a Jesús, Simón quiebra su propia autonomía: “su propia ley”. Este es quizás el momento más difícil de la historia. Simón actúa en contra de sus propias convicciones y, en cierto modo, en contra de su propia reputación como pescador profesional. Pero el mayor cambio que se observa en la historia narrada por Lucas, es que Simón cambia su mentalidad. Se pone de manifiesto en la forma en que se dirige a Jesús. Primero, le llama “maestro”, tal vez por el respeto que Jesús merecía. Después de la pesca abundante le llama “Señor”, llevado por su propia experiencia. Esto es justamente el comienzo del proyecto que Jesús tenía en mente para Simón cuando lo conoció: hacerlo “renunciar a su autonomía” y, en lugar de seguir su ley, convertirse él mismo en disponible para la misión.
¿Cómo hubiera sido la vida de Simón si no hubiera seguido la invitación de Jesús y hubiera seguido haciendo “su propia voluntad”? ¿Encontramos en esta historia algunas características que se parezcan a nuestra propia vida a nivel personal y comunitario? ¿Nos damos cuenta de que tal vez “nuestras propias leyes” – autonomía- nos esclavizan y nos hacen incapaces de asumir el riesgo de seguir a Jesús hasta el final?
Meditación
- Para hacernos disponibles para la misión, decidimos, primero de todo, que no queremos hacer nuestra propia voluntad y seguir nuestras propias leyes sino que, después de un verdadero discernimiento, queremos cumplir la voluntad de Dios. Haciéndonos disponibles, nos ponemos a disposición de Dios. San Alfonso escribió en su obra “La uniformidad con la voluntad de Dios” que “toda nuestra perfección consiste en el amor. Pero toda la perfección de amor consiste en el cumplimiento de la voluntad de Dios“.
- San Alfonso prefiere la palabra “uniformidad” más que la palabra “conformidad”. Conformidad significa que adaptamos nuestra voluntad a la de Dios. Pero la uniformidad significa más. Significa hacer de la voluntad de Dios y la nuestra una sola entidad, por lo que no queremos nada más que lo que Dios quiere, y que sólo la voluntad de Dios será nuestra.
- Alfonso contempla la cumbre de la perfección en el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios. “Para dar complacer al Amado” es una de sus expresiones favoritas.
- El Espíritu abre nuestros corazones al cumplimiento de la voluntad de Dios, como lo hizo en la vida de San Alfonso. El Padre Tannoia escribe: “Convencido de la voluntad de Dios, Alfonso se animó y se armó de valor y, haciendo a Jesucristo el sacrificio total de la ciudad de Nápoles, se decidió a vivir el resto de sus días entre chozas y tugurios, y morir entre campesinos y pastores”.
- Uno que se muestre disponible para la misión ha de recorrer el camino de la renuncia y el desprendimiento. Con el fin de decir “sí” a Dios, tenemos que decir “no” muchas veces a muchas cosas. A veces, al decir Amén al “no”, decimos “sí” a Dios.
- Pero no sólo renuncia y desprendimiento son muy importantes. Más importante es estar disponible. El don de uno mismo consiste realmente en esto. Alfonso dice que Cristo se nos ha entregado “por la pérdida de su vida en la cruz“. Las palabras “por la pérdida de su vida” no significan que la pérdida de su vida fue el regalo perfecto de Cristo, sino más bien que al renunciar a su vida se puso a nuestra disposición, para que podamos recibir los beneficios de su sacrificio, ofreciendo también nuestra vida a Él.
San Alfonso afirma claramente esto en una frase de una de sus oraciones más hermosas:
Oh Amor de mi alma, me ofrezco a mí mismo y me abandono por completo a Ti, satisfaciendo el deseo que tienes de unirte Tú mismo enteramente a mí, con el propósito de unirme totalmente a Ti, mi Dios y mi todo. Ven, Jesús, y posee todo mi ser; atrae a todos mis pensamientos y todos mis afectos a ti.
Madre del Perpetuo Socorro y Madre de Misericordia
En la Congregación, estamos casi al final del Año Jubilar del Icono de la Madre del Perpetuo Socorro. Participando en muchos eventos durante toda la Congregación, hemos crecido en la convicción de que en verdad Ella es nuestra Madre.
Nos hemos dado cuenta de lo providencial que fue que el Icono nos haya sido entregado a nosotros y lo bien que encaja con nuestro carisma. Nuestra Madre del Perpetuo Socorro nos enseña cómo permanecer fieles y perseverantes a la voluntad de Dios, a pesar de las preguntas y las dudas. Ella nos señala a Jesús que, con su presencia en medio de nosotros, ilumina nuestro camino cuando tenemos que discernir cuál es la ruta que tenemos que seguir.
Por último, Nuestra Madre del Perpetuo Socorro nos da ejemplo de lo que significa estar disponibles para los planes y los proyectos de Dios. Ella supo cómo abandonar su propia autonomía y hacerse disponible para algo desconocido y nuevo.
Al celebrar el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, leamos las palabras del Papa Francisco durante su homilía en la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, este año. Que sus palabras se conviertan en nuestro deseo y convicción como preparación para el XXV Capítulo General:
Atravesemos, por tanto, la Puerta Santa de la Misericordia con la certeza de que la Virgen Madre nos acompaña, la Santa Madre de Dios, que intercede por nosotros. Dejémonos acompañar por ella para redescubrir la belleza del encuentro con su Hijo Jesús. Abramos nuestro corazón de par en par a la alegría del perdón, conscientes de la esperanza cierta que se nos restituye, para hacer de nuestra existencia cotidiana un humilde instrumento del amor de Dios.