El código genético de las manifestaciones terroristas contra la democracia brasileña

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(www.pixabay.com)

(del Blog de la Academia Alfonsiana)

El fin de semana del 7 y 8 de enero quedó marcado en Brasil como uno de los más tristes para nuestra aún joven democracia (1889). Los edificios de los tres poderes constituidos fueron vandalizados en la capital Brasilia. Como si el ataque físico y simbólico a lugares tan importantes para la vida política del país no fuera suficiente, los daños históricos y artísticos agravan aún más la situación, ya que el patrimonio pictórico, documental y artístico allí presente quedó prácticamente destruido. Verdaderos signos de barbarie provocados por un grupo revoltoso que parece haber perdido signos básicos de humanidad y mínimos signos de civilización. Hombres y mujeres irracionales…

Prefiero usar el término así, irracionalizado, en una forma verbal flexionada en el participio pasivo, ya que esta situación es la punta de un proceso de formación y destrucción de un sentido de bien común y de vida social iniciado y fomentado por la economía y la política, elementos que han estado activos durante algún tiempo, no solo a nivel nacional sino a nivel mundial. En fin, una masa al servicio de las oligarquías políticas, agrarias y de mercado a las que no les interesa la constante y sana ruptura del status quo promovido constantemente por el movimiento intrínseco a los regímenes democráticos.

Como subrayó el actual titular del ejecutivo federal, presidente Luíz Inácio Lula da Silva, durante un encuentro cara a cara muy simbólico con los 27 gobernadores que integran el pacto federativo (de todos los grupos de representación, incluso la oposición), tal barbarie y los rebeldes carecían de cualquier elemento concreto de reivindicación en vista del bien común.

De esta manera, lamentablemente, lo único que tales rebeldes “piden” se reduce a una especie de intervención vertical y unilateral que imponga lo que les fue adoctrinado a través de información manipulada como única cosmovisión posible. Este adoctrinamiento se reforzó y reasumió simbólicamente en el legado dejado por los últimos cuatro del modelo ideológico de gobierno que emergió en una variedad de sus discursos: tanto con palabras como con posturas y “silencios”. Tales discursos llenos de carácter negacionista, ahistórico, monocrático y manipulado, están muy cerca de esa «agresividad desvergonzada» (cf. FT, 44-46) descrita por el Papa Francisco en Fratelli Tutti.

Finalmente, estos elementos permiten comprender que el código genético de estos movimientos antidemocráticos ocurridos recientemente en la Praça dos Três Poderes de Brasilia es muy similar al presente en la base de tantos movimientos terroristas radicales modernos, pero con un diferencia: es una matriz “blanca”, “occidental”, falsamente cristiana, recubierta de un barniz superficial compuesto por un discurso falaz de supuesta libertad de expresión y manifestación.

Vemos así que el problema que genera tal contexto no se encuentra simplemente en la discusión entre derecha e izquierda, es decir, en la saludable confrontación de ideas. Ante tal crisis, es necesario redescubrir el valor de la política como esa convivencia que va más allá de las preferencias individuales en busca de un pacto por el bien común, como camino dialógico de paz y verdadera “caridad política” (cf. FT, 182) que rehumaniza y no segrega.

P. Maikel Dalbem, CSsR