Mensaje de apertura y meditación para la tercera fase del XXVI Capítulo General en Polonia

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Misioneros de la Esperanza tras las huellas del Redentor

Año dedicado a la vida comunitaria

Const. 21-75; EG 026-049; Lc 6,12-16

Estimados Cohermanos y laicos asociados a nuestra misión,

  1. Hoy comenzamos la tercera fase del Capítulo General, el modo redentorista de celebrar la sinodalidad en nuestra Congregación. Me gustaría recordar la finalidad de esta fase: “A nivel de Conferencia, la Fase de implementación tendrá lugar no más tarde de transcurridos doce meses después de la Fase Canónica del Capítulo General. (DC, 809). El cometido principal de la Fase de implementación será el de la comunicación del mensaje y de la orientación establecida por la Fase Canónica del Capítulo General en orden a la misión de la Congregación dentro de la Conferencia. Pueden organizarse determinados eventos que sean oportunos como talleres, retiros, etc., a fin de facilitar dicha ejecución (DC, 810)”. Por tanto, no es el momento de discutir las decisiones o las razones por las que éstas se tomaron, sino de estudiar la mejor manera de llevarlas a la práctica según nuestro Carisma.
  2. De esta manera, estamos en Capítulo, discerniendo juntos para escuchar el Espíritu, encontrar la voluntad de Dios y la mejor forma de aplicar las decisiones, que nos lleven a animar nuestra vida apostólica en la Congregación. Tenemos una misión importante: animar, alentar, indicar caminos e implicar a los Cohermanos en las decisiones capitulares. Los Capítulos y las Asambleas Generales y (vice)Provinciales son órganos importantes dentro de la vida consagrada. Con todas sus limitaciones, tratan de escuchar y discernir como una sola unidad. Quizás las decisiones que tomó el Capítulo no fueron las que esperábamos, pero ese fue el legado de la fase canónica. Ahora, en espíritu de colegialidad, debemos emplear nuestras mejores energías y creatividad para ponerlas en práctica en el contexto de la Conferencia y salir de aquí con un Plan Estratégico sencillo, audaz y eficaz.
  3. Iniciando esta tercera fase quisiera proponer el texto de Pentecostés (Hechos 2, 1-14) para nuestra reflexión. ¡Lo que estamos celebrando es un Pentecostés para nosotros! Si no lo creemos así, estaremos siguiendo un mero protocolo canónico que se vuelve vacío con el tiempo y no resuena en el corazón de los Cohermanos y mucho menos en el de nuestros laicos. Si hacemos de este momento un tiempo en el que el Espíritu se abre y habla a nuestros corazones y mentes y nos provoca a abrazar el futuro con esperanza, podremos hacer nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5). ¡El Espíritu Santo nos sorprende!
  4. El texto de los Hechos de los Apóstoles dice: “Cuando terminó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar”. Decir “en un mismo lugar” puede significar diferentes cosas, tales como: comunidad, comunión, protección, clausura, estaticidad y falta de dinamismo. A partir de la muerte de Jesús, conocemos las crisis de los discípulos y de la comunidad: crisis de proyecto, crisis en la reelaboración del proyecto de Jesús hasta llegar a una comprensión profunda de lo que significó su vida, muerte y resurrección. La comunidad discipular vivió la crisis de la liminalidad y pasó por el tamiz del tiempo para elaborar su identidad y desde ahí dar pasos hacia el futuro. ¿Cuáles son nuestras crisis personales? ¿Cuáles son nuestras crisis provinciales? ¿Cuáles son nuestras crisis como Congregación? ¿Qué nos pone en crisis? ¿Qué nos asusta del futuro? Sin embargo, la crisis es la posibilidad que tenemos de reconstruirnos. Si estamos aquí es porque hemos pasado por la crisis de la expulsión del seno materno. Si la crisis nos purifica, el estancamiento es lo que nos sepulta, porque no nos hace ni fríos ni calientes (cf. Ap 3, 15-16). El marasmo es el ataque lento y degenerativo a nuestra creatividad y a nuestra capacidad de pensar en el futuro. Endurece el corazón y mata el alma. Como consecuencia, viene el pesimismo y una mirada retro-tópica que nos devuelve a las seguridades del pasado que ya no podemos tocar.
  5. La comunidad de los discípulos, reunida, afronta sus crisis, purifica la imagen de sí misma y de Jesús. A partir de ahí, ve alternativas más allá de las puertas cerradas, de los muros y de la permanencia en el mismo lugar. Encuentra y descubre otros lenguajes. ¿Qué puertas cerradas tenemos en la Congregación, en las Conferencias, en nuestras (vice) ¿Provincias, en nuestras Comunidades? ¿Qué muros debemos superar? Los muros nos dan una falsa sensación de seguridad y, con el tiempo, nos sacan de la realidad porque perdemos el contacto con lo concreto de la vida. ¿Qué muros nos invita el Capitulo General anterior a superar en este XXVI Capítulo General? ¿Qué ventanas nos invita a abrir? ¿Qué miedos nos invita a superar?
  6. El XXVI Capítulo General nos dejó cinco claves importantes para superar los muros y abrir nuevas puertas: identidad, misión, vida consagrada, formación y liderazgo, junto con el lema del sexenio: Misioneros de la Esperanza tras las huellas del Redentor. ¿A qué nuevo lenguaje nos inspiran estos temas y el lema del Capítulo? ¿Qué significado le damos a las cinco claves en esta experiencia de Pentecostés de la tercera fase y para el sexenio? ¿Nos lo creemos o es simple retórica? ¿Cómo resuena esto en mi corazón redentorista, como persona consagrada y como misionero que anima la vida de los Cohermanos en un papel de liderazgo, y como laico asociado a la misión redentorista?
  7. El Capítulo nos llama a ser Misioneros de la Esperanza caminando tras las huellas del Redentor. Nos recuerda nuestra esencia. Somos misioneros. Somos hombres apostólicos. Vivimos en común- unión, constituimos un solo cuerpo misionero por nuestra profesión religiosa, somos colaboradores, compañeros y ministros de Jesucristo en la obra de la Redención. Somos fuertes en la fe, alegres en la esperanza, fervientes en la caridad, inflamados de celo, humildes y siempre dados a la oración. Somos auténticos discípulos de San Alfonso, seguimos con alegría a Cristo Redentor, participamos en su ministerio, anunciamos con sencillez de vida y de lenguaje y con disponibilidad constante a las cosas más difíciles para llevar a los hombres la abundante redención (cf. Const. 2 y 20). ¡En estas dos Constituciones está lo que somos! Ciertamente, la llamada constante para nosotros es la disponibilidad para las cosas más duras y difíciles. Nunca debemos olvidar esto como missioneiros redentoristas.
  8. La palabra misión viene de mittere, enviar, missus. Enviar o ser enviado a ejercer un oficio, a realizar una tarea específica, casi siempre de cierta importancia. Enviar (mandare) es confiar, dar la mano, una ayuda. El que es enviado recibe un mandato, recibe la confianza de alguien o de la comunidad. No va por su cuenta. La misión se lleva a cabo en nombre de Jesús, quien fue enviado por el Padre y realizó su misión en su nombre hasta el final. No en nombre de sí mismo (cf. Jn 3,16-18). La escena de la tentación fue el momento en que Jesús se vio confrontado a anunciarse a sí mismo y no al Padre (cf. Mt 4,3-11). En este sentido, nuestro mandato misionero proviene de Cristo Redentor en cuanto que somos llamados por Él a compartir la misión del Padre y de la Congregación como realidad eclesial que comparte un carisma recibido del Espíritu y lo pone al servicio de la misión junto al Pueblo de Dios. Un misionero redentorista enviado a un lugar donde no puede identificarse, incluso solo, está en comunidad y en misión porque ha sido enviado en nombre de Cristo.  No hace carrera solo. Y su presencia allí es misionera.
  9. La esperanza que proclamamos no es la esperanza ingenua de que todo se resolverá de forma mágica y tendrá un final feliz. Jesús no terminó así. Los mismos Evangelios nos llevan más allá, a la perspectiva de que siempre hay algo nuevo más allá del fracaso, más allá de la tumba vacía, más allá del miedo, más allá del deseo de abandonar, que hace que todo vuelva a empezar, que nos cura, que nos proyecta hacia el futuro, hacia un horizonte de trascendencia. El dicho popular “la esperanza es lo último que muere” nos hace pensar… Por eso, el mandato que hemos recibido como Congregación para este sexenio es ser Misioneros de la Esperanza, tras las huellas del Redentor. Así se nos ha dado el mandato y el camino a seguir.
  10. ¿Qué esperanza proclamamos? Mientras meditaba y rezaba este tema, me vinieron a la mente cuatro dimensiones de la esperanza, que deberían estar en nuestra reflexión, en el contexto del mundo bello, herido y cambiante en el que vivimos. Son la esperanza teológica, la esperanza antropológica, la esperanza en el mundo y en la Congregación.

a) Esperanza teológica. Cristo Jesús, el Redentor, es nuestra esperanza (cf. 1 Tim 1,1). Este aspecto de la esperanza es la razón por la que hemos decidido elegir a la persona de Cristo como centro de nuestra vida. Nos identificamos con él y le seguimos. Profesamos nuestra fe en él y nuestra acción misionera se centra en su persona. Esto da sentido a nuestra consagración bautismal y a nuestro ser de religiosos. Spe salvi nos dice: “en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24). Según la fe cristiana, la ‘redención’, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.”

b) Esperanza antropológica. Es la capacidad de creer en nosotros mismos, y especialmente en el otro que es diferente a mí, de aceptarlo, respetarlo, amarlo y cuidarlo. Se trata de creer en el ser humano, aún con sus límites y contradicciones, pero que siempre es capaz de conversión y de nuevos comienzos. En este sentido, la esperanza antropológica nos pone en sintonía con nuestro deber evangélico de estar cerca de los más pobres y abandonados y de ayudarles a tener la fuerza necesaria para seguir adelante con la vida.

c) La esperanza en el mundo: Desde que iniciamos las consultas para este Capítulo, la percepción de los Cohermanos sobre el mundo y sus cambios, al igual que las inseguridades, desafíos y valores que éste encierra fue muy clara. Este es el mundo en el que vivimos. Esta es la historia que tenemos que construir ahora. Es nuestro tiempo. Es en este mundo y en esta historia donde estamos salvados. Conviene recordar al gran teólogo Edward Schillebeeckx: “El mundo y la historia de los hombres, en los que Dios quiere realizar la salvación, son la base de toda realidad salvífica: en ellos se realiza principalmente la salvación… o se rechaza o se realiza la no-salvación. En este sentido, ‘vale extra mundum nulla salus’, fuera del mundo de los hombres no hay salvación”.[1] Desde esta perspectiva estamos llamados, como misioneros de la esperanza, a abrazar con esperanza este mundo como una realidad creada por Dios y el lugar donde nos realizamos como criaturas amadas por Él.

d) Esperanza en la Congregación. Por último, la esperanza en la Congregación. Si como profesos ya no tenemos esperanza en la Congregación, ya hemos perdido el ardor vocacional y misionero, no encontramos esperanza en el proceso de reestructuración, no vemos esperanza para la Iglesia y para la Vida Consagrada, entonces vamos hacia el vacío y la muerte lenta y agónica de nuestro futuro, porque vamos perdiendo nuestra capacidad de comunicar el carisma y de entusiasmar a las nuevas generaciones y a nuestros laicos. La Congregación no es sólo una obra humana, intuida por San Alfonso, continuada por otros y que ha llegado hasta nosotros y ahora la transmitimos como una herencia recibida. Es obra del Espíritu que se apoya en lo humano para realizar la misión en la realidad humana. Si hemos perdido la esperanza en la Congregación como obra misionera, el sentido de pertenencia y la realización de nuestra vocación bautismal y de servicio a los demás, ¿qué sentido tiene estar aquí? Es esta esperanza en la Congregación la que nos hace estar aquí, juntos, como cuerpo misionero, con nuestros miedos, incertidumbres, con nuestras alegrías, sueños, visiones de futuro para dar lo mejor de nosotros mismos y poder comunicar el carisma, no como una herencia, sino como un mandato recibido del Espíritu para ser compartido con los Congregados, los laicos asociados a nuestra misión y con todo el Pueblo de Dios.

11. El Capítulo nos aclaró por qué camino caminamos, el del Redentor. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6). Seguimos sus huellas, procuramos seguir, con nuestras fuerzas y debilidades, los caminos que Él nos indica, conduciéndonos hacia su misión. La misión que llevamos a cabo no es la nuestra. Somos “Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que en Él nuestros pueblos tengan vida”, nos recuerda el V CELAM (Aparecida, 2017).

12. Quisiera concluir exhortándolos: Somos misioneros de la Esperanza tras huellas del Redentor. Con esta esperanza, celebrando este Pentecostés, pondremos en práctica las decisiones del XXVI Capítulo General. No tengamos miedo. Tengamos un corazón sereno, abierto al diálogo, buscando juntos el bien de la realidad evangelizadora de la Congregación del Santísimo Redentor, preparándonos para los 300 años de su historia. Gran parte del éxito de nuestra historia reside en las decisiones que tomemos aquí. Por eso, reitero, no tengamos miedo de tomar las decisiones que haya que tomar, incluso de recortar lo innecesario. El Espíritu está con nosotros iluminándonos y dándonos nuevas maneras de hablar para que la Congregación permanezca fiel a su carisma a lo largo del camino hasta su fin último, cuando Dios nos llame a sí habiendo concluido nuestra misión en esta tierra.

13. Quisiera terminar este apartado con este pensamiento de Moltmann: “La fuerza vital de la esperanza dirige nuestros sentidos hacia la vida que se realiza. Esperamos con expectativa las experiencias de vida hasta ahora desconocidas. Abrimos nuestros sentidos para lo que viene hacia nosotros. Gracias a la esperanza, no nos abandonamos ante los poderes de la muerte, de la decepción o de la humillación. La esperanza es la plenitud de la vida despierta nuestros sentidos cada mañana”.[2]

14. Que María, Madre del Perpetuo Socorro, nos dé el valor de perseverar, especialmente en los momentos de desesperación y que nuestros santos, beatos, mártires y venerables nos inspiren audacia misionera. ¡Amén!

Para la meditación personal

Lecturas: Hechos 2, 1-14; Mc 2,22; Ap 21,5; Hb 10,23-24; Const. 10,20,43. El XXVI Capítulo General nos dejó cinco claves importantes para superar los muros y abrir nuevas puertas: identidad, misión, vida consagrada, formación y liderazgo, junto con el lema del sexenio: Misioneros de la Esperanza tras las huellas del Redentor. ¿A qué nuevo lenguaje nos inspiran estos temas y el lema del Capítulo? ¿Qué significado le damos a las cinco claves en esta experiencia de Pentecostés de la tercera fase y para el sexenio? ¿Nos lo creemos o es simple retórica? ¿Cómo resuena esto en mi corazón redentorista, como persona consagrada y como misionero que anima la vida de los Cohermanos en un papel de liderazgo, y como laico asociado a la misión redentorista? ¿Qué vida consagrada redentorista queremos para nosotros y para la Iglesia? ¿Aquella que huye del mundo? ¿La que se esconde en sus castillos, en sus bellos templos, sacristías y en sus vestiduras? ¿Aquella que está fragmentada por proyectos personales o por    luchas internas en busca del poder? ¿La que se encuentra en zonas de confort? ¿O la que reconoce el mundo, percibe sus bellezas y ambivalencias, que corre el riesgo de caminar con el Redentor y herir y hacer sangrar sus pies? ¿Qué vida consagrada redentorista queremos para nosotros y para la Iglesia? ¿Una vida consagrada redentorista que reconoce el Redentor con sus ojos, se identifica con Él, que sea un cuerpo misionero y valora a cada cohermano y a los laicos? O la fragmentada que escucha la voz de los ídolos, se encandila y luego es abandonada por el camino. El Señor es fiel. Los ídolos nos encantan, nos enamoran y luego nos abandonan. ¿Qué vida consagrada redentorista queremos para nosotros y para la Iglesia? No la vida consagrada pura, intocable, sin pecado, distante de la realidad, sino la vida consagrada humana, con sus contradicciones, con sus heridas, sin miedos, pero que cada día da lo mejor de sí, se convierte y se renueva, está en el mundo como una luz que danza, resistiendo al viento y se consuma con un corazón sencillo, fiel al Señor y a los más abandonados. Estas preguntas nos ayudan a discernir personal y comunitariamente sobre qué estilo de vida consagrada queremos para el futuro. Los retos que tenemos son numerosos y diversos. Sin embargo, no debemos desanimarnos. Somos misioneros de la esperanza que caminan tras las huellas del Redentor. Si esto es cierto, no podemos decretar nuestra muerte prematura. Debemos tener los ojos abiertos a la realidad y hacer nuestra autocrítica institucional y personal, pero no podemos rendirnos ante lo que nos asusta, los problemas derivados de nuestras infidelidades y los retos del mundo actual. Parte de la Iglesia vive un momento complejo con tantas disputas internas, la pérdida de credibilidad y alejamiento del Evangelio. A lo largo de la historia, en los momentos controvertidos de la vida eclesial, la vida consagrada ha sido siempre un signo. Así, en un contexto de tantas divisiones, somos llamados a ser signo de unidad y a proclamar la redención con valentía y entusiasmo. Nuestro carisma está vivo y nos fortalece en la misión y, por esto, somos llamados a ser luz para las naciones. Por último, unas palabras sobre la reestructuración. Durante estos 30 años, se han dado diferentes enfoques para iluminarnos: a nivel teológico, espiritual y estructural. Todos han sido muy importantes y nos han ayudado a llegar hasta aquí. Es fundamental recordar la kenosis de Jesús, el distacco alfonsiano para ayudarnos a reflexionar sobre ello. No podemos olvidar la inspiración que viene de los más abandonados. Ellos tienen que reestructurarse cada día para sobrevivir. La experiencia de los emigrantes que abandonan su patria sólo con la certeza de sus sueños y los pobres que tienen que reinventarse cada día, nos hacen pensar. La precariedad de los abandonados nos hace reflexionar sobre nuestra disponibilidad. Vayamos donde vayamos, la Congregación nos apoya en los más de 80 países en los que estamos presentes. Tenemos una estructura que nos protege. Con la reestructuración, nadie quedará sin protección. Si en estos 30 años, seguimos teniendo dificultades es porque quizás no hemos aprendido de los más abandonados, y quizás estamos demasiado alejados de sus vidas. La llamada para nosotros: “¡vino nuevo en odres nuevos!” (cf. Mc 2,22). La reestructuración es una llamada del Espíritu Santo a toda la Congregación para que permanezca fiel al carisma y responda a los signos de los tiempos con un nuevo celo misionero y renovación de nuestra vida apostólica.[3]

[1] SCHILLEBEECKX, Edward. História humana revelação de Deus. São Paulo: Paulus, 1994, p. 29-30.

[2] MOLTMANN, Jürgen.Hope in these troubled times. Translated by Margaret Kohl and Brian McNeil. Geneva: World Council of Churches, 2019, p. 118.

[3] Mensaje a la Vida Consagrada Redentorista. Encuentro online Fiesta de la Presentación del Señor. Roma, 02 de febrero de 2023, n. 8-9.13.

P. Rogério Gomes, C.Ss.R
Superior General