Memoria del Beato Metodio Domingo Trčka. ¿Podemos tener miedo como cristianos?

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En el calendario litúrgico redentorista, conmemora el 25 de agosto al Beato Metodio Domingo Trčka, sacerdote y mártir. Al contemplar la vida de los santos, contemplamos un modelo de vida cristiana que nos inspira. Vemos que la manera como ellos respondieron desde la fe a los desafíos propios de su tiempo, nos ofrece claves para enfrentar los retos de nuestra propia vida hoy. El padre Daniel Atanáz Mandzák CSsR nos ofrece algunos elementos de reflexión sobre el miedo y la confianza en Dios, en la vida de este mártir redentorista eslovaco de la época del comunismo. 


Temor y confianza en Dios

En la noche del 22 al 23 de abril de 1919, un desconocido colocó un artefacto explosivo en la entrada lateral de la catedral de San Miguel de Brno, frente al monasterio de los Redentoristas. La explosión generó gran temor entre el vecindario y causó daños materiales, especialmente en las ventanas de las viviendas. Uno de los redentoristas, muy asustado, le preguntó a Domingo Metodio Trčka: «¿Por qué a nosotros?». En realidad, estaba preguntando ¿Por qué la iglesia de los redentoristas tenía que ser el objetivo de este acto de terror? El joven misionero Domingo Metodio mantuvo la calma y respondió con estas breves palabras: «Servimos a Cristo». Con estas palabras no quería ponerse en la posición del héroe, más bien expresaba el hecho de que la persecución era la consecuencia del seguimiento de Jesús. Y así fue toda la vida del beato Metodio, quien enfrentó con la misma determinación y sin eludir situaciones similares de dificultad y adversidad, porque estaba convencido de que «Dios está con nosotros».

El miedo es una respuesta natural a una amenaza física o psicológica. Afecta tanto a nuestro cuerpo como a nuestra mente. Es una de las emociones más conocidas, un acto corporal que desencadena mecanismos de alarma para responder a situaciones de nos amenazan. Existe el miedo a entablar relaciones con determinadas personas, a situaciones laborales, a fracasar, a no ser aceptados o a ser perseguidos, al futuro, a la muerte, a que nos señalen o nos juzguen, etc. Cuando el miedo se convierte en ansiedad y persiste durante mucho tiempo , puede convertirse en una patología que requiere manejo y ayuda profesional.

¿Qué dice la Biblia sobre el miedo?

En la Biblia encontramos personajes enfrentados a situaciones similares de miedo y temor que revelan un hecho humano y la manera como se pueden afrontarlo. En sus páginas podemos encontrar dos tipos de miedo: el miedo o temor de Dios, y el miedo como emoción que nos advierte de alguna amenaza o peligro.

El salmista escribe que “ El miedo al Señor es el principio de la sabiduría; la buena comprensión tiene a todos los que cumplen sus mandamientos; su alabanza permanece para siempre“.  (Salmo 111, 10). Y el libro de los Proverbios exhorta: “En el temor del Señor hay confianza segura, y a los hijos dará refugio. El temor del Señor es fuente de vida, para evadir los lazos de la muerte” (Proverbios 14: 26-27). Los escritores sagrados reconocen que Dios es nuestro Creador y Señor; Él quiere nuestra salvación, no nuestro castigo. Por eso, el temor del Señor es esencialmente, reverencia a su poder y a su gloria. Cuando tenemos miedo a alguien, lo evitamos y huimos de él. Pero este no es el caso con nuestro Dios, al contrario, queremos conocerle, amarle y estar siempre unidos a Él.

Por otro lado, la Biblia también habla del miedo como una emoción que nos puede llevar a perder el control de nosotros mismos. El miedo puede ser visto como una herramienta del Maligno, que gobierna la muerte y el miedo a la muerte. El miedo no es un buen consejero. A este respecto apóstol Pablo nos recuerda: “Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de sobriedad”(2 Tim 1,7).

Adán y Eva se escondieron de Dios por miedo. Abraham mintió por miedo y permitió que secuestraran a su mujer. Saúl sacrificó por miedo a los hombres y al hacerlo no sólo no respetó la voluntad de Dios, sino que perdió el reino. Elías huyó de la reina Jezabel por miedo y cayó en la depresión. Pedro negó a Jesús por miedo a perder también su vida. Pablo se resistía a predicar la Palabra de Dios en Corinto por miedo…

No somos perfectos, pero aun así debemos refugiarnos continuamente en Dios, que es nuestro refugio y nuestra ayuda. Él nos ama con un amor infinito al que estamos llamados a responder también con amor. El Apóstol Juan nos lo explica de esta manera «En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor». (1 Jn 4,18)

¡No tengas miedo!

El miedo es propio de la naturaleza humana, pero tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento encontramos la expresión: «¡No tengáis miedo!». Se dice que se repite alrededor de 365 veces, como si se tratara de un mensaje de Dios Padre amoroso que se reserva y alcanza para cada uno de los días del año.

En el Evangelio según San Mateo, en la instrucción que Jesús da a sus apóstoles, les habla de la importancia de la valentía al confesar la propia fe. «No teman a los que matan el cuerpo, pero no tienen poder para matar el alma; teman más bien a aquel que tiene el poder de hacer perecer el alma y el cuerpo en la Gehena. ¿No se venden dos gorriones por un céntimo? Sin embargo, ni uno de ellos caerá al suelo sin la voluntad del Padre. Hasta los cabellos de sus cabezas están todos contados. Por eso, no tengan miedo, porque ustedes valen más que muchos pajarillos» (Mt 10, 28-31).

San Juan Pablo II solía repetir durante su pontificado: «¡No tengan miedo! Estas palabras las necesitamos hoy quizá más que nunca. Necesitamos reforzar la certeza de que hay Alguien que tiene el destino de este mundo que es transitorio, que tiene las llaves de la vida y de la muerte, que es el alfa y el omega. Y ese Alguien es el Amor…».

Debemos aprender a confiar en Dios, aquí está la clave del creyente para afrontar sus miedos. Cuando confiamos en Dios, logramos superar el miedo. Pase lo que pase, el cristiano confía en Dios porque reconoce su poder y su fuerza. La confianza en Dios implica rechazo a que el miedo tome el control de nuestra voluntad y nuestro destino. Esta es la actitud de quién sabe en quién pone la confianza. Nuestra confianza proviene de nuestra relación con Dios, de saber que Dios, nuestro Sumo Bien, es bueno con todos.

Los ejemplos atraen

Son muchos los ejemplos de confianza que encontramos en la Biblia en los que una persona concreta o incluso toda una nación logra superar el miedo con la ayuda de Dios. La imagen de un niño que se esconde detrás de su madre o de su padre cuando tiene miedo, nos remite a Dios, quien para el salmista es escudo y protección de sus amados hijos.

Es conocido también el episodio de la vida de Jesús cuando anuncia a sus discípulos que tendría qué sufrir y que debía morir, pero al tercer día resucitaría de entre los muertos. El apóstol Pedro objetaría diciendo que eso no podía suceder, a lo que Jesús replicó: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23) Son palabras duras, pero podemos entender por qué las dijo Jesús. Quería a la vez amonestar y proteger a Pedro. Jesús se coloca entre Pedro y Satanás, a modo de escudo o muro protector para Pedro para protegerlo así del peligro.

Cuando Jesús oraba en el huerto de Getsemaní antes de ser capturado, torturado y crucificado, también sintió miedo (cf. Mt 14, 32-42); siendo el Hijo de Dios, era también un hombre de carne y hueso. Pero no se dejó vencer ni poseer por el miedo ante el horror que le esperaba. Era consciente y estaba seguro de que el Padre estaba con él, protegiéndolo. Con este espíritu asumió la cruz y la muerte ignominiosa para liberarnos y redimirnos, para crucificar con él todos nuestros miedos, para triunfar sobre el mal y todo lo que nos esclaviza.

¿De qué manera el beato Metodio enfrentó sus miedos?

Como todo ser humano, Domingo Metodio Trčka, vivió en su paso por este mundo pruebas difíciles, sufrimientos y muchas persecuciones. Se encontró con muchas situaciones que le generaron miedo. De niño, a muy corta edad quedó huérfano de madre, enfrentando un destino muy difícil. Su madre fue sustituida, al menos en parte, por sus hermanas mayores, con las que mantenía una buena relación. La vida como estudiante fue una época hermosa, pero también exigente, que tuvo qué vivirla lejos de sus seres queridos, porque así funcionaba la educación religiosa y sacerdotal en aquella época. No siempre podía ir a ver a su familia durante sus cortas vacaciones, pues debía permanecer en el monasterio lejos de su familia. 

No es difícil imaginar de qué manera la experiencia de las dos guerras mundiales lo obligaron a adaptarse a situaciones amenazantes para sobrevivir. Sufrió cambios radicales en su entorno, lengua y cultura. Cuando se hizo redentorista, como sacerdote católico nacido entre Moravia y Solicia, tuvo qué proclamar la Palabra y celebrar la liturgia en rito greco-católico a los rutenos y eslovacos que vivían bajo los montes Cárpatos. Como fundador de los monasterios de Ivano-Frankivsk en Ucrania, de Stropkov y Michalovce en Eslovaquia, o como primer superior de la recién fundada viceprovincia redentorista de Michalovce, enfrentó y superó muchas situaciones difíciles desde la confianza y la fe en Dios.

Acusado de colaboración con el obispo Pavel Peter Gojdič y de vínculos con la Iglesia greco-católica, fue juzgado bajo el Estado eslovaco y el totalitarismo comunista. Mientras que un primer juicio concluyó de manera favorable con una sentencia absolutoria, un segundo juicio terminó con una condena a 12 años de prisión.

Podríamos seguir enumerando las «ocasiones» en las que el beato mártir Metodio tuvo que enfrentar el miedo. Ciertamente sintió miedo, como cualquier mortal, como cualquiera de sus contemporáneos que vivieron experiencias similares. Todo el mundo tiene miedo de algo. Sin embargo, como creyente y seguidor del Redentor, él sabía cómo tenía qué procesar estos miedos. No cedió a ellos, aunque tuviera qué poner en riesgo su salud, su futuro, su posición. Ni siquiera las duras condiciones de su detención o la injusta condena le doblegaron. Sabía que a donde quiera que fuera, le acompañaría el Buen Dios, que en Jesús aseguró a sus discípulos y apóstoles: «Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». (Mt 28, 20)

p. Daniel Atanáz Mandzák CSsR

(texto original en eslovaco, versión española ligeramente abreviada)