En los últimos años, la xenofobia ha aumentado en los Países Bajos, como en muchos otros países europeos. Los partidos políticos populistas que quieren cerrar las fronteras a los extranjeros, especialmente a los refugiados, están ganando cada vez más apoyo. Los refugiados se están convirtiendo cada vez más en chivos expiatorios de todo lo que está mal en el país, como la escasez de viviendas (que en realidad tiene todo tipo de causas).
Para hacer oír su voz en contra, el monasterio de Wittem, centro de peregrinación de San Gerardo Majella, en el sur de los Países Bajos, ha comenzado a organizar una serie de encuentros mensuales titulados “Ya no hay necesidad de huir – historias de ( ex) refugiados”. La iniciativa es del padre Henk Erinkveld, rector del monasterio, que también lo representa en una plataforma de solidaridad con los refugiados de la región. La idea de estos encuentros es que un refugiado hable sobre su vida, antes y después de la fuga. De esta manera queremos mostrar que los refugiados son personas reales, que buscan seguridad y felicidad, personas como nosotros, con sus ansiedades, sus necesidades y sus esperanzas para el futuro.
La primera reunión tuvo lugar el domingo 6 de octubre por la tarde en la sala de reuniones Scala del monasterio. El invitado fue Bashar hai Khalil, un joven que huyó de Siria hace más de 10 años. Desde hace algunos años vive en un pueblo cercano al monasterio. El padre Erinkveld lo entrevistó ante un público de más de treinta personas.
Bashar contó su historia muy personal de su larga huida de Siria a través de Turquía a pie, en barco hasta Grecia y desde allí nuevamente a pie –muchas semanas de caminata– hasta Italia. Luego a los Países Bajos, donde un compañero de viaje, un aldeano sirio, tenía amigos. En Holanda solicitó asilo (huyó del país, donde su familia vivía bien, debido a la guerra) y vivió durante unos años en varios centros de refugiados. Finalmente consiguió una casa cerca del monasterio de Wittem. Su padre y un hermano mayor murieron en la guerra de Siria. Desde que se fue, ya no ha visto a su madre, sólo unas pocas veces a través de FaceTime. De buen humor, intenta construirse una vida en Wittem, integrándose en la sociedad del pueblo local y ganándose la vida como repartidor de paquetes.
Bashar habló un poco vacilante y tímidamente; estaba claro que no estaba acostumbrado a hablar en público y menos sobre su vida personal. Pero esto es lo que hizo su historia aún más sincera.
El grupo preparatorio, dirigido por el padre Erinkveld, vieron con satisfacción el encuentro. Sabemos que con estas reuniones probablemente no cambiaremos la opinión de quienes siguen la visión populista sobre la cuestión de los refugiados, pero pretendemos fortalecer a las “personas de buena voluntad” para que puedan alzar su voz contra la agresión contra refugiados y extranjeros. Por supuesto, es una gota de agua en el océano. Pero quizá también la gota que erosiona la piedra.
Ageeth Potma y Jelle Wind, miembros de la comunidad laica del Monasterio de Wittem