02 de febrero de 2020
Fiesta de la Presentación del Señor
Prot. No. 0000 010/2020
Queridos Cohermanos, Hermanas y Asociados en la Misión:
El 15 de marzo de 2020 es el bicentenario de la muerte de San Clemente María Hofbauer, conocido generalmente por «el apóstol de Varsovia y Viena» y el «segundo Fundador de la Congregación». La aportación de San Clemente a la historia y desarrollo de la Congregación del Santísimo Redentor ha dejado en nuestra espiritualidad y misión una huella indeleble.
Por esto, el Gobierno General ha decidido decretar un Año Jubilar en honor de San Clemente: del 15 de marzo de 2020 al 15 de marzo de 2021. Durante este Jubileo, recordaremos, una vez más, tanto la persona como la labor de nuestro cohermano Clemente, cuya «vida – según personalmente afirmaron quienes lo conocieron – se basó en el amor a Dios y a la Iglesia, y en su deseo de dirigir las almas a Dios». A Clemente le tocó vivir política y religiosamente una época muy difícil. Fue el suyo, un tiempo de hostilidad hacia la Iglesia y hacia la vida religiosa, pero supo abrir un camino a la renovación cristiana. A él se debió que la vida religiosa renaciera en Varsovia y en Viena.
Clemente vivió una época histórica muy diferente a la nuestra; sería erróneo, por tanto, imitar o copiar, sin más, su labor y su espiritualidad. Además, Clemente nos instruye en determinados aspectos de la vida religiosa que son muy relevantes hoy día: el valor de la oración y la fidelidad a Dios, el celo apostólico y la dedicación a los abandonados y pobres, asociación de laicos en la misión, la fidelidad a la Iglesia y la perseverancia en el carisma de nuestra Congregación.
De Clemente podemos aprender cómo vivir en comunión con Dios y ser, al mismo tiempo, apóstoles celosos que se dedican a la proclamación del Evangelio a los más pobres y abandonados. Al igual que San Alfonso, la genialidad de Clemente estuvo en armonizar la vida interior con la actividad apostólica, ya que ambas dimensiones corren frecuentemente peligro de disociarse. Para los Redentoristas, el Reino de Dios no puede construirse si está separada la vida interior de la actividad misionera. Sin pasión y fuego en el corazón, la dedicación al Pueblo de Dios y a la actividad apostólica se convierten en algo meramente exterior.
La fortaleza y el celo apostólico de Clemente se basaron en una fe inquebrantable y en una confianza absoluta en Dios. Solía repetir a sus cohermanos: «Dejen que Dios les guíe y todo saldrá bien». No olvidemos que Clemente ejerció el apostolado frecuentemente en un ambiente de extrema hostilidad y teniendo enfrente a feroces enemigos de la Iglesia. Cuando lo atacaban solía repetir con firmeza: «Soy, sin duda, un gran pecador, un hombre lleno de miserias, pero poseo un tesoro que Dios me ha dado, el tesoro de la fe y de una fe tan firme que no quisiera cambiarla por la de nadie. Soy católico de los pies a la cabeza».
Una constante preocupación de Clemente fue la de formar como apóstoles a laicos comprometidos, hombres y mujeres. Poco después de su llegada a Varsovia creó grupos de laicos a los que formó y preparó para ejercer el apostolado en diversos ámbitos de la vida eclesial. En 1788 creó una comunidad de laicos, llamados oblatos; es decir, consagrados a Dios. Clemente señaló que el fin fundamental de los Oblatos era la propia santificación, seguir a Jesús con toda el alma, escuchar la Palabra de Dios, ser miembros de un círculo de oración, practicar los sacramentos de la Iglesia, alentar la fidelidad al Santo Padre y a las enseñanza de la Iglesia, y difundir la prensa católica especialmente los libros piadosos. Su llegada a Viena hizo que allí donde estuviera se convirtiera en un «centro misionero», en un lugar de encuentro, particularmente para los jóvenes y, especialmente, para los estudiantes universitarios que lo eligieron como maestro, consejero y amigo.
Clemente se distinguió igualmente por su gran amor a la Iglesia y al Santo Padre. Solía repetir en sus sermones: «Quien no quiera a la Iglesia como madre no tendrá a Dios como Padre». Exhortaba a todos a orar por el Santo Padre y a que indujeran a otros a hacer lo mismo. Esto fortalecería la propia identidad católica y ayudaría también al Papa en sus responsabilidades.
Clemente también fomentó en los demás una gran estima y amor filial a nuestro Fundador, San Alfonso María de Liguori. Además, trató con ahínco de permanecer fiel al carisma de la Congregación. Uno de los testigos en su proceso de beatificación declaró cómo inculcaba en sus cohermanos el amor al Fundador y a la Congregación: «Fue Clemente quien me infundió el amor a San Alfonso y a su Congregación. Él había escuchado personalmente a Alfonso y hablaba siempre de sus cohermanos italianos de Roma con el mayor amor, lo que hizo que me inculcara un profundo amor a San Alfonso y a la Congregación». Siguiendo el espíritu de Alfonso, Clemente se esforzó constantemente por vivir y trabajar, juntamente con sus cohermanos, en la comunidad apostólica, incluso cuando las autoridades civiles le ponían numerosos obstáculos en el camino.
El amor de Clemente al prójimo, especialmente a los más pobres y abandonados, surgió de su gran amor a Dios. Lo llamaban «padre de los pobres»; y es que los pobres, los abandonados y los marginados encontraban en él a un compañero y a un amigo sincero. Vivió junto a los pobres, siendo él mismo pobre, y compartiendo generosamente cuanto tenía con ellos. Frecuentemente pasaba tiempo con los enfermos y moribundos, preparándolos a través del sacramento de la reconciliación para su encuentro con Cristo Redentor.
Queridos hermanos y hermanas, quisiera concluir con las palabras de Clemente, de hace más de doscientos años, dirigidas a sus cohermanos. Esas palabras tienen un carácter tan universal que pueden alentarnos también a nosotros a entregar nuestra vida y nuestra misión a Dios y a buscar su voluntad en todo cuanto hagamos.
«¡Ánimo! ¡Dios es el Señor!» Él lo dirige todo para gloria suya y para nuestro bien; nada puede oponerse a él. Todos los planes humanos, incluso diseñados con el mayor detalle, solo valen si se orientan al cumplimiento de su voluntad… Veo que todo lo que parece hecho para hacernos daño nos lleva hasta donde el Señor quiere… Dejémonos guiar por Dios y todo irá bien… ¡Queridos hermanos! Tengamos cuidado con el pecado y esforcémonos por la perfección. Esto es lo único que tenemos que tener en cuenta. Seamos valientes de corazón y animémonos mutuamente a hacer el bien. Tratémonos unos a otros con amor. A todos los saludo en el Corazón de Jesús».
¡Que este año jubilar sea un acicate para continuar con valentía la misión de la Congregación! ¡Que podamos, al igual que San Clemente, predicar el Evangelio siempre como testigos proféticos del Redentor en solidaridad con la misión en un mundo herido!
Aliento a todas las Unidades y a todas las comunidades locales a organizar alguna actividad o evento con el que honrar a San Clemente en este Año Jubilar; y que lo comuniquen a aquellos a quienes somos enviados hoy. ¡Que el espíritu misionero y el celo apostólico de Clemente animen todos nuestros planes apostólicos!
Su hermano en Cristo, Nuestro Redentor,
Michael Brehl, C.Ss.R.,
Superior General