Tiempo de la Creación 2024: Hacia una Espiritualidad Ecológica

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Para el Tiempo de la Creación 2024, que se celebra del 1 de septiembre al 4 de octubre, la Secretaría General para la Evangelización, Comisión General de Pastoral Social – Justicia, Paz e Integridad de la Creación, ha preparado una serie de reflexiones e ideas para el diálogo en las comunidades. En la 4ª semana se propone el tema: Hacia una espiritualidad ecológica.


Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que nacen de las convicciones de nuestra fe. Porque lo que el Evangelio nos enseña tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir. (..) La espiritualidad no está desconectada del propio cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea”  (LS 216).

Si el pecado ecológico se manifiesta en la ruptura de las tres relaciones a las que se refiere el Papa Francisco: Dios – Persona – Creación, esto va a exigir una conversión, que solo puede ser el resultado de un camino espiritual. Nosotros, como creyentes, creemos que el comienzo de un compromiso y una acción en favor del medio ambiente parte del ámbito de los valores y las convicciones más profundas, es decir, de nuestra espiritualidad. Las circunstancias de la realidad del mundo actual nos exigen encontrar lenguajes comunes entre nuestro legado espiritual como redentoristas y el tema ecológico, para que el potencial de nuestro carisma y nuestra misión redunde en vida abundante también para nuestra Casa Común.

El hecho de que nuestros santos, beatos y mártires redentoristas lograran encontrar a Dios en las personas y en los acontecimientos cotidianos, se derivaba en gran parte de un encuentro previo dado en la oración y en la contemplación. Estos eran espacios que les permitía distinguir la realidad de la ilusión (Conf. Const. 24, 27, 84). Ellos nos enseñan que la contemplación afecta la manera como nosotros vemos y nos relacionamos con la realidad, con el mundo creado. Como San Alfonso, que comprendía muy bien que la oración nos lleva a cultivar las mismas relaciones de Jesús.  

Como respuesta a la invitación del último Capítulo General a reimaginarnos en el mundo, necesitamos pasar de una espiritualidad desconectada del mundo natural, a una espiritualidad que nos introduzca en una íntima relación con Dios que se revela en el libro de la naturaleza. La creciente conciencia ecológica ofrece un mundo de posibilidades para leer nuestra espiritualidad redentorista en perspectiva ecológica.  Se trata de considerar la teología de la Redención y de la Creación como dos caras de una misma moneda, con las consecuencias que esto tiene para nuestra vida espiritual, para nuestro ministerio y en últimas para la construcción de un mundo mejor.

La Encarnación en Perspectiva Ecológica

Nuestra fe cristiana profesa que Jesucristo, por quien todo fue hecho, se encarnó por nuestra salvación en el seno de María. Esta verdad que se encuentra en el corazón de nuestra espiritualidad ha definido nuestra ser y quehacer como redentoristas, y tiene el potencial de descifrar para nosotros la dimensión ecológica de nuestro carisma. El Dios de la vida y la redención abundante no es el dios de los deístas, es decir, el dios que crea el mundo, pero lo abandona para nunca más relacionarse con él. No, el Dios único y Trino profesado por la fe cristiana es el Dios que crea, pero es también el Dios que sostiene la creación con la acción del Espíritu dador de vida, y es el Dios que redime en Jesucristo Redentor. De tal modo que nuestra fe en el Redentor nos permitirá percibir mejor el mundo natural, no como una realidad independiente, sino como un proyecto de comunión y de Vida abundante cuya fuente está en la Trinidad y de la cual nosotros hacemos parte. Creación, Encarnación y Redención constituyen los fundamentos de nuestra espiritualidad redentorista, pero tenemos qué reconocer que tenemos todavía mucho camino por recorrer para articularlas armónicamente de tal modo que se expresen mejor en nuestro ministerio apostólico.

En este sentido son iluminadoras las palabras del papa Benedicto XVI: “El Redentor es el Creador, y si nosotros no anunciamos a Dios en toda su grandeza, de Creador y de Redentor, quitamos valor también a la Redención.” (6 de agosto, 2008). Reconocer y profundizar este estrecho vínculo, implica para los redentoristas, reconocer nuestra responsabilidad con respecto a la creación, una responsabilidad que pasa y se expresa a través de nuestro ministerio y predicación.

Nuestra espiritualidad redentorista, al situarse en la teología de la encarnación-redención nos ayuda a reconectarnos con el cuidado de la Creación. Con la afirmación “la Palabra de hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14) el evangelio de san Juan expresa que Dios asume no solo la carne humana, sino la carne en el sentido hebreo, es decir la materia (adama – afar), la sustancia de la cual está compuesta toda la creación. Estamos hablando de la Palabra hecha tierra – polvo. En Jesús Dios participa del entramado de la vida en el mundo creado, de tal modo que los procesos biológicos y químicos del mundo natural también aplican a la persona de Jesús. Jesús, como unidad biológica, se une al entramado de la vida en la Tierra que se viene desplegando en el tiempo y sigue proyectando hacia el futuro. Al “poner su tienda entre nosotros” como algunas traducciones de la Biblia lo expresan, Jesús respira el mismo aire que todos los seres vivos de la tierra respiran; se alimenta con los frutos de la tierra que también alimentan a todas las creaturas; recibe los rayos del sol que hacen posible los procesos de fotosíntesis, y bebe del agua que cae de las nubes y se evapora después de haber hecho producir la tierra.

Teólogos como San Ireneo han reconocido que, con la encarnación, Dios se encarna no únicamente en la humanidad de un judío de Galilea. Así como Adán representa el culmen de la creación, Jesucristo el nuevo Adán, representa a toda la Creación redimida. Algunos teólogos contemporáneos se refieren a esta perspectiva en términos de “encarnación profunda (Deep incarnation.”

Los evangelios nos permiten contemplar la vida terrena de Jesucristo en una estrecha relación con el mundo natural, desde su nacimiento en un establo, caminando por las montañas, playas, y campos, orando en lugares apartados de la naturaleza. Sus parábolas e historias nos revelan no solo los numerosos escenarios en los que se desarrolla su ministerio, sino también una íntima y especial relación con el mundo natural: rebaños, aves, lirios, semillas, agua, fuego, el clima son algunas de las imágenes que nos revelan esta relación. En esta manera, los evangelios y todo el Nuevo Testamento, nos presentan la Buena Noticia de Jesucristo Redentor, como Buena Noticia destinada a toda la creación, porque en El han sido reconciliadas todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (Ef. 1, 20).

El Sacrifico Redentor que renueva la Creación

Conceptos tan cercanos a notros como el anonadamiento, la entrega, el desprendimiento o el distacco, encuentra paralelos en el mundo natural y la ecología. La vida y obra de Cristo Redentor nos revela que el poder que mueve el corazón humano y la naturaleza es el poder del amor y la entrega. La espiritualidad redentorista puede encontrar, en el seguimiento del Redentor, “que nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda agradable” (Ef. 5, 2) la inspiración para la defensa y la promoción de la vida en todas sus expresiones.

En la naturaleza existe esta ley de reciprocidad que hace que un individuo luche y se entregue por el bien del grupo, familiar o tribal.  Se trata de un sentido de unidad con el Todo que sugiere que para las especies vivientes que se encuentran en circunstancias de riesgo, el asegurar un futuro constituye uno de los factores más decisivos para la cooperación y el auto-sacrificio. Desde este punto de vista evolutivo se podría explicar el grado de sacrificio, por ejemplo, que una madre o un padre están dispuestos a soportar por el bien de su progenie; en este sentido se puede también explicar el grado de sacrificio que como individuos o como generación, estamos dispuestos a asumir por el bien de los otros y de generaciones futuras.

De hecho, el término sacrificio, que desde sus orígenes ha tenido un uso religioso (del latín sacrififium) hunde sus raíces en las palabras sacer (algo que se separa de lo que es profano), y facere (hacer). Dentro del ámbito religioso, el sacrificio ha constituido ese esfuerzo del ser humano por entrar en comunión con la realidad trascendental que lo abarca todo. Este, a su vez, ha constituido el acto fundamental del culto. De esta manera, lo que se ofrece en sacrificio, de alguna manera u otra, es la vida misma como reconocimiento de su carácter divino cuya fuente se encuentra no está en la creatura.

Ahora bien, en el sacrificio de Jesucristo, el Redentor, el flujo de la vida abundante que comenzó desde la Creación y que se vio afectada con el pecado original, se restablece nuevamente para beneficiar a toda la Creación. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6), y su resurrección renueva la Creación. Por su sacrificio participamos de la vida plena y somos criaturas nuevas (Cfr. 2Cor 5, 17; Ef 4, 17 – 32). Solo el sacrificio de Jesús puede ponernos en contacto con la Fuente de la vida, porque su sacrificio, a diferencia de los otros, no es simplemente un método, sino EL camino por medio del cual accedemos a esa Vida. Cuando los redentoristas hablamos de la redención abundante, estamos afirmando que los efectos del sacrificio redentor se desbordan más allá de la realidad humana, hasta tocar a cada criatura dentro del entramado del todo creado.

Es así como las estructuras de pecado que alimentan la arrogancia, la indiferencia y la codicia de lucro en el ser humano solo pueden ser vencidas con «la entrega por el bien del prójimo, juntamente con la disponibilidad a “perderse”, en sentido evangélico, por el otro» como lo hizo el Redentor (Juan Pablo II, Enc. Sollicitudo rei socialis, 38: AAS 80 (1988) 566). Este es el espejo frente al que los Redentoristas nos ponemos al momento de comprender el sacrifico redentor de Cristo y comprender nuestro rol de colaboradores en la obra redentora. La intuición de San Alfonso sobre el distacco del Redentor, como camino espiritual sigue siendo actual, porque nos muestran que solo el amor desinteresado y la entrega pueden sanar las relaciones y romper el círculo de degradación del que el ser humano no se puede liberar por sus propias fuerzas. Esto tiene implicaciones directas a la hora de comprender y asumir, por ejemplo, el reciclaje, uso racional de los recursos naturales, el consumo responsable de bienes y servicios, etc.

Una espiritualidad Eucarística

Para los católicos, el sacrificio por excelencia es el sacrificio de Jesucristo celebrado en la Eucaristía. Ese es el sacrificio que renueva al acto primordial de la Creación a través del acto Redentor de la Cruz. Para los redentoristas, la Eucaristía es un ámbito privilegiado para el encuentro con Dios Creador, el Hijo Redentor, y el Espíritu Santificador; es el lugar que nos hace apreciar el don de nuestra creaturalidad y de nuestra Redención. En la Eucaristía, como en la liturgia en general, somos invitados a abrazar el mundo en un nivel distinto. “El agua, el aceite, el fuego y los colores son asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza» (LS 235). En la Eucaristía «lo creado encuentra su mayor elevación… La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a Él en feliz y plena adoración. Es por esto que «la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado» (Cfr. LS 236).

El Papa Benedicto XVI, después de haber celebrado en su vida la Eucaristía en escenarios tan diversos y variados, contemplaba su carácter universal y cósmico: “Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad. Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo” (EE, 8). Esta bella imagen nos ayuda a reimaginar cómo el misterio de Redención, celebrado en la Eucaristía, tiene un impacto sobre todo el universo. Para los redentoristas no es difícil encontrar estos puntos de unión con la naturaleza en nuestras liturgias, nuestra predicación y la promoción de la piedad eucarística.

Sin embargo, la dimensión ecológica de la espiritualidad eucarística permanece todavía un campo amplio por explorar. El elemento sacrificial de la Eucaristía, por ejemplo, podría fortalecer nuestra capacidad de renuncia a tantos hábitos y prácticas destructivas del medio ambiente, así como lo hizo Jesús. La vida que se desenvuelve en la naturaleza lleva en sí misma esta imprenta sacrificial que entrega la vida para promoverla. La vida que se extingue es generadora de una vida renovada, como la del grano de trigo que cae a tierra y muere para dar mucho fruto (Cfr. Jn 12, 23 – 24).

Las consecuencias prácticas de esta visión para nuestro ministerio se deberían traducir, por ejemplo, en el rito penitencial dentro de la Eucaristía, que podría incorporar los elementos rituales necesarios para restablecer el orden sagrado que Dios instauró en su Creación y Redención (Cfr. Mt 5, 23 – 24). Debería ser también la oportunidad para suscitar el dolor y el duelo por las especies vivientes extintas a causa de la acción directa del ser humano, y para vigorizar nuestras conexiones y la restauración con el mundo creado. Porque “el consumo brutal de la creación comienza donde no está Dios, donde la materia es sólo material para nosotros, donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos; comienza donde no existe ya ninguna dimensión de la vida más allá de la muerte, donde en esta vida debemos acapararlo todo y poseer la vida de la forma más intensa posible, donde debemos poseer todo lo que es posible poseer” (Benedicto XVI, 6 agosto 2008).

La Mirada “Contemplativa” de los Redentoristas

El Papa Francisco ha dicho que el mejor antídoto contra el abuso de nuestra Casa Común es la contemplación. Cuando abordamos el problema de la crisis ambiental, podemos perder de vista que ésta es también una crisis espiritual y que, que necesita también ser abordada desde esta perspectiva. El afán por el dinero, el egoísmo y la falta de consideración por el otro son realidades de tipo moral y espiritual que contaminan, como se ha señalado atrás, las relaciones con el Creador y con las criaturas. La pérdida de biodiversidad, el cambio climático y el colapso ecológico son los signos y síntomas de aquella enfermedad que los creyentes llamamos pecado y que es la causante de tantas heridas a nuestra Casa Común. A partir de ahí podríamos afirmar que la mejor contribución que le podemos hacer a nuestro mundo es nuestra conversión individual y comunitaria, que solo puede ser el resultado de una profunda espiritualidad ecológica que se manifiesta como contemplación y acción. 

Los Redentoristas conocemos muy bien la importancia que San Alfonso le dio a la oración mental (y/o contemplación- meditación) dentro del amplio espectro de la vida cristiana. De igual manera, siguiendo la insistencia de nuestro Fundador, los redentoristas hemos encontrado en la oración y la contemplación los anclajes que conectan nuestra misión y espiritualidad con las realidades del mundo. En este sentido, la contemplación/meditación como ha sido enseñada por San Alfonso y practicada por los Redentoristas, podría recibir ahora este matiz ecológico que nos ayude a conectarnos con la belleza de la Creación, así como también con sus heridas. San Alfonso consideraba la oración como el medio indispensable e imprescindible de la práctica cristiana con un potencial transformador inmenso. La contemplación, al ayudarnos a ser más conscientes de lo que somos y nos rodea, nos puede también ayudar a sanar nuestras relaciones con el mundo Creado, y a profundizar en nuestra interconectividad e interdependencia con él.

La creación no deja de proclamar la gloria de Dios. La cuestión es si prestamos la suficiente atención, si somos capaces de interpretar lo que nos dice el libro de la Creación. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche le pasa la noticia. Sin hablar y sin palabras, y sin voz que pueda oírse, por toda la tierra resuena su proclama (Salmo 19, 1-4). Aunque durante la época moderna se haya perdido la capacidad de contemplación y de escucha del libro de la naturaleza, en la actualidad nos sentimos llamados a promover una contemplación que nos reconecte con la sacralidad del mundo creado y con su Creador.

Dios ha escrito un libro precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo» … «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella es, además, una continua revelación de lo divino».. «Percibir a cada criatura cantando el himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios y en la esperanza». Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz paradójica y silenciosa». Podemos decir que, «junto a la Revelación propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche». Prestando atención a esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo» (LS 85)

Preguntas para el diálogo

La contemplación, la meditación y la oración tienen el gran potencial de cambiar no solo nuestras actitudes, sino también nuestros hábitos y comportamiento con relación al mundo creado.

  • ¿Cómo entiendo el potencial sanador de nuestra vida sacramental, espiritual y de la oración?
  • La naturaleza tiene un potencial transformador y sanador. Muchos redentoristas reconocen y aprecian la naturaleza como lugar para la oración y la contemplación. La existencia de los jardines en nuestras comunidades o la elección de casas con espacios verdes para nuestros retiros comunitarios son un testimonio de ello. ¿Cómo podemos explicar la relevancia de los espacios naturales para la contemplación y la meditación?
  • Los Redentoristas sabemos muy bien que los pobres son portadores de un potencial evangelizador, es decir, ellos nos evangelizan. Hoy día estamos siendo también conscientes de la capacidad transformadora y sanadora de la naturaleza. ¿De qué manera podríamos integrar dentro de nuestras prácticas espirituales y litúrgicas el potencial transformador y sanador de la naturaleza?