El Tiempo de la Creación 2024: Un Carisma Relacional que restablece las relaciones rotas y promueve la Vida en Abundancia

0
99

La vida espiritual se desarrolla dentro de la vida natural. En consecuencia, el respeto por la vida debe estar dirigido tanto a la vida espiritual como a la vida natural… Cuanto mayor sea el respeto por la vida natural, más fuerte se hará la vida espiritual. Albert Schweitzer

El misterio de la redención se expresa en la carta a los Efesios en términos de “recapitulación” de todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (Ef. 1, 10), de las cuales Cristo es la cabeza (Ef  5, 23-33). Esta comprensión nos permite percibir la redención no solo como una realidad sopranatural o exclusivamente humana, sino como una realidad vinculante.  Nuestro modo de estar en el mundo es trinitario, y esto quiere decir fundamentalmente que es relacional. El entendernos como imagen de un Dios Trinitario que no se encuentra encerrado en su unidad, nos lleva a reconocer que nuestra vocación no es la de vivir encerrados en nuestra individualidad, porque participamos de esta compleja y misteriosa red de relaciones de todo el mundo creado.

Toda la obra apostólica de los redentoristas, como colaboradores de la obra de la redención (Const 6) está encaminada a llevar al hombre a participar de la naturaleza misma de Dios, de esa vida abundante que brota del Dios Trino y que se comunica a través del Redentor. Dentro de esa cultura redentorista comprendemos que hemos recibido un carisma relacional, y hemos sido llamados a estar en los lugares más abandonados, especialmente entre los pobres de las periferias. Dado que el misterio de la Encarnación se encuentra en el centro de nuestra espiritualidad, los redentoristas hemos desarrollado una gran sensibilidad no solo hacia los pobres, sino también hacia sus entornos. La Palabra hecha carne que puso su tienda entre nosotros (Cfr. Jn 1, 14) es el modelo que justifica el por qué los redentoristas han puesto, no solo sus casas, sino también sus corazones, entre los pobres y las situaciones de pobreza. Hoy por hoy, la creciente conciencia ecológica nos lleva también a poner nuestra tienda en las situaciones de pobreza emergentes donde la vida se ve amenazada por un pecado que ya comienza a definirse como ecológico. 

En los inicios de la Congregación, una gran porción de los pobres se encontraba situada en las zonas rurales y las montañas (como en el caso de Scala), donde la naturaleza los proveía de alimento y de aquel espacio vital para sobrevivir. Muchos de ellos pasaban gran parte de sus vidas pastoreando los rebaños de ovejas y cabras en relación diaria con los majestuosos paisajes de la Italia meridional. Muy posiblemente San Alfonso y los primeros Redentoristas no habían logrado, de manera consciente y directa, articular los vínculos entre la redención de los pobres y la redención del medio ambiente como podremos hacer nosotros hoy; de hecho, los problemas ambientales de su tiempo no estaban tan acentuados como lo están hoy. Pero lo cierto es que ellos pudieron apreciar las relaciones de los pobres con la tierra y el campo, como una expresión de esa relación amorosa de un Dios-con-nosotros que está cerca y cuida de su pueblo. Cuando San Alfonso se dirigió a la costa Amalfitana para descansar de las fatigas de su apostolado en Nápoles, no lo hizo por accidente, sino que se sintió cautivado por la brisa fresca del mar y la espléndida vista de los campos y las escarpas. Al llegar a Scala encontró estos paisajes, y con ellos también a los pobres y abandonados; ya es bien conocida la historia que se desarrolla a partir de este momento.

Los primeros redentoristas lograron intuir de alguna manera lo que el Magisterio de la Iglesia hoy describe como: “la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado” (LS 16). Fue voluntad de san Alfonso que las primeras casas tuvieran un jardín donde los congregados pudieran reconectarse con ese Dios que cuida de los pobres. En muchas de nuestras casas hoy día se pueden apreciar también esos jardines, que posibilitan la meditación y el encuentro con ese Dios que crea y recrea, que cuida y que redime. En nuestra historia han sido lugares muy apreciados no solo como lugares para el descanso, sino también como espacios para la meditación y la contemplación.

Si los primeros redentoristas lograron identificar en los pastores y campesinos a los destinatarios predilectos de la Buena Noticia de la Redención, los redentoristas de hoy nos encontramos en la capacidad de ir más allá y, al asociar el clamor de la tierra y el clamor de los pobres, e incorporar a nuestra Casa Común dentro de los beneficiarios de la obra de la Redención. La justificación para ello es simple: “entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22) (LS2).

Un Carisma que nos impulsa a Reimaginar y a Actuar

Nuestra comprensión científica del mundo nos permite ubicarnos hoy en un nuevo ángulo desde el que podemos interpretar la realidad y nuestro ministerio apostólico como redentoristas. Así que nuestra tradición teológica sobre la redención se ve enriquecida por las nuevas intuiciones de la ciencia de hoy. Nuestra tarea, como predicadores, incluye reformular la narrativa ecológica que se desprende de la ciencia para integrarla en nuestra perspectiva espiritual y moral. Sería un desacierto que nuestra espiritualidad redentorista, con su fuerte énfasis en la encarnación, no lograra articular la realidad del mundo creado dentro del misterio de la Redención.

San Alfonso amaba la contemplación y enseñaba que Dios nos crea y nos redime por amor. Si el Amor es la fuerza y la razón de todo cuanto existe y de todo lo que Dios-Padre-Creador ha hecho por nosotros a través de Jesucristo Redentor, entonces podemos afirmar que Dios y las creaturas no existen en relaciones de competencia sino de mutua interdependencia. Dios se manifiesta en las dinámicas del mundo natural, y en su infinita voluntad quiere que todas sus creaturas tengan vida y vida en abundancia (Cfr. Jn 10, 10), y que alcancen el potencial específico que ese Amor otorga a cada una de ellas.

Eso quiere decir que cada creatura es, no solo el objeto del amor del Creador, sino también una expresión dinámica por medio de la cual Dios sigue re-creando el mundo. En cada persona, y en cada creatura Dios creador se regocija y continúa revelándose como Amor. Esto nos debe llevar a pensar entonces, que por el solo hecho de existir, cada creatura posee una dignidad y un valor intrínsecos que se derivan de su Creador y que deben ser apreciados y respetados.

Una inadecuada teología de la creación y la redención puede haber justificado la guerra de dominación de los humanos contra la naturaleza. Si embargo, el Dios de Jesucristo Redentor no es un Dios cuyo poder es coercitivo y manipulador. Todo lo opuesto, es un Dios que crea y re-crea por el poder del Amor para que en cada criatura la vida se manifieste en todo su esplendor.  Una adecuada teología de la creación y la redención nos debe llevar a reimaginar también la dignidad de cada criatura, y a superar aquella visión de un mundo natural que debe ser conquistado, colonizado y mercantilizado. Nuestra fe y ministerio nunca deberían endorsar esta mentalidad déspota que fragmenta y subyuga.

Del Trato Familiar con Dios
San Alfonso

Cuando contemples campiñas, riberas, flores y frutos, que con su olor y color recrean tus sentidos, exclama: ¡Cuán hermosas criaturas ha hecho Dios para regalarme y cautivar mi amor! …

Santa Teresa, mirando las colinas y las praderas, decía que tan hermosas criaturas le echaban en rostro su ingratitud para con Dios. El abad Rancé, fundador de la Trapa, decía que tanta variedad de seres le recordaban la obligación que tenía de amar a Dios. “El cielo y la tierra, exclamaba San Agustín, me están diciendo que te ame a ti, Dios mío”. Refiérese a este propóxito (sic) que, paseando por el campo un devoto solitario, hería con el bastón las hierbas y las flores del prado, diciéndoles: “Callad, callad, no me echéis en cara mi ingratitud para con Dios; ya os entiendo: callad, callad”…

Cuando te pongas a mirar los grandes ríos o los mansos arroyuelos, piensa que así como aquellas aguas corren sin descanso hasta descargar su peso en el mar, así también debes tú volar hacia Dios, que es tu único bien…

Cuando veas un cachorro que, por un pequeño pedazo de pan, es tan fiel a su amo, piensa cuánto más fiel debes ser tú a Dios, que, después de haberte creado, te conserva la vida, provee a tus necesidades y te colma de beneficios.

Cuando oigas el canto de los pajarillos, puedes decir: ¿No oyes, alma mía, cómo estos animalitos alaban a Dios? Y tú ¿qué haces? Y después procura cantarle endechas de amor…

Al contemplar los valles, fertilizados por las aguas que se despeñan del monte, considera que así descienden del cielo las aguas que, resbalando por las laderas de las almas orgullosas, van a detenerse en el valle de las almas humildes….

Cuando desde las riberas del mar te pongas a contemplar su inmensidad, trae a la memoria la grandeza e inmensidad de Dios.

(San Alfonso. Del Trato Familiar con Dios. 5ª Edición, Sevilla)

Preguntas para el diálogo

  • ¿De qué manera se podría integrar el elemento ecológico, dentro de nuestra predicación y nuestro ministerio apostólico?
  • La contemplación del misterio de la creación parte también de una preocupación ética. ¿De qué manera estarían relacionados la contemplación (oración) y la reflexión teológica (como distintivos de la herencia de San Alfonso), con el Cuidado de la Casa Común?