Carta a los Cohermanos

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Carta a los Cohermanos

Llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios
(1Cor 1,1)

8 de septiembre de 2009
Natividad de la Beata Virgen María

Prot. N° 0000 159/2009

Queridos Cohermanos:

  1. Al comenzar el último mes del sexenio, los ojos de la Congregación están fijos en el XXIV Capítulo General. Aunque espero poder presentar al Capítulo un informe sobre el estado de nuestro Instituto, me gustaría decir algo de forma directa a todos los miembros de la Congregación que confiaron el servicio de Superior General a un hermano indigno. Incluyo también a las Monjas Redentoristinas y a los demás religiosos y Misioneros Laicos que comparten nuestro espíritu, pidiendo que lean la presente reflexión desde el punto de vista de su propia vocación en el Cuerpo de Cristo. Tal vez, el lector pueda atisbar cuánto amo a nuestra Congregación y la esperanza que abrigo sobre nuestro futuro.
  2. Durante los últimos doce años se me ha preguntado muchas veces cómo llegué a abrazar este ministerio. Me he visto tentado a responder con las tres “ces” pronunciadas por nuestro santo fundador: capitolo…cavallo…cieco – ¡el Capítulo es un caballo desbocado! Sospecho, sin embargo, que en 1997 Dios juzgaba que yo no amaba suficientemente a la Congregación; así que se me concedieron doce años de intensa formación sobre la grandeza de nuestra vocación.
  3. Esta carta pretende ser una continuación de la invitación que hace dos años se les hizo formalmente a los Redentoristas: que nos fijáramos en nuestro compromiso de hombres consagrados que tratan de seguir las huellas de Cristo Redentor predicando el Evangelio a los pobres. Espero que estén ustedes de acuerdo en que dirigir una honesta mirada al significado de nuestra profesión religiosa es no sólo consecuencia natural del trabajo de los últimos Capítulos Generales, sino que también es una tarea particularmente urgente teniendo en cuenta el actual estado de la Congregación.
  4. En la primera parte de esta carta quiero poner de relieve algunas circunstancias que nos instan a echar una mirada intrépida y detallada a nuestra forma de seguir a Jesucristo. Ustedes, sin duda, completarán esta descripción con experiencias extraídas de su propia situación social y eclesial. En la segunda parte, trataré de evaluar esta realidad teniendo en cuenta el Evangelio y nuestro patrimonio espiritual. Más que intentar proponer la totalidad de los criterios que deben servirnos de guía hoy día, espero señalar un elemento que es particularmente importante para la fidelidad creativa a nuestra vocación. Finalmente, propondré algunas líneas de acción comunes a fin de alentar nuestra unidad en los elementos fundamentales, teniendo en cuenta la diversidad existencial dentro de la Congregación.

I.  Ver

Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, les guiará hasta la verdad plena; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les anunciará lo que ha de venir. (Jn 16,13)

  1. ¿Qué podría enseñarnos el Espíritu Santo sobre nuestra especial forma de discipulado, de vita apostolica, de una vida que “comprende a la vez la especial consagración a Dios y la actividad misionera? (Const. 1). ¿Qué vendría a decirnos hoy el espíritu a los Redentoristas? ¿De qué forma escuchamos al Espíritu de la verdad que nos anuncia lo que ha de venir? (Jn 16,13)
  2. ¿Por dónde podemos empezar? La vida apostólica redentorista es, ante todo y principalmente, vida. Así, un eficaz punto de partida para mirar nuestra forma de discipulado es buscar signos de vitalidad hoy entre los misioneros Redentoristas. Esta búsqueda es particularmente trascendental para los Redentoristas ya que, desde sus primeros orígenes, nuestra Congregación tuvo una particular percepción de la abundancia de vida que hay en Jesucristo; de ahí nuestro lema: Copiosa apud Eum Redemptio. La búsqueda de vitalidad en nuestra actividad apostólica no puede ser un ejercicio de fantasía o el fruto de un espejismo. Aunque aún no veamos claramente lo que el Espíritu está alumbrando en el mundo, en la Iglesia, y, por tanto, en nuestra Congregación, podemos, no obstante, reconocer signos de una nueva vitalidad.

La fascinación que ejerce hoy la persona de Jesús
sobre los Redentoristas

  1. Estoy convencido de que la mayoría de los Redentoristas ama a Jesucristo y expresa ese amor a través de su generosidad, del propio sacrificio y de su perseverancia. Cuando los Redentoristas predican, hablan de Jesús como de una persona a quien conocemos íntimamente, de una persona que muestra plenamente la belleza y la fuerza del amor de Dios desde la cruz, [1] y en cuyo Evangelio descubrimos el camino hacia la verdadera liberación y solidaridad.
  2. En las visitas a las Unidades de la Congregación, los miembros del Consejo General tienen una oportunidad privilegiada de ver qué tipo de fortaleza descubren los Redentoristas en el Redentor. Dichas visitas demuestran que el perfil del Redentorista, contenido en la Constitución 20, no es una idílica fantasía. Los Consultores Generales, y yo mismo, hemos presenciado de primera mano el tipo de heroísmo que caracteriza a la Congregación: cohermanos que “por la abnegación de sí mismos se mantienen disponibles para todo lo arduo” tanto si la tarea que se traen entre manos es una misión particularmente difícil como si se trata simplemente de perseverar en su vocación cuando, como a ejemplo del caso de Abraham, deben “esperar contra toda esperanza” (Rom 4,18).
  3. La fuente de este amor audaz es el Redentor a quien los Redentoristas siguen “con fe robusta y esperanza alegre” (Const. 20). El primer y más importante signo de vitalidad en nuestra vida apostólica es el constante redescubrimiento y el compromiso de los Redentoristas con Jesucristo que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).

El deseo de nacer de nuevo

  1. Lejos de ser una especie de bastión inamovible que pretendiera permanecer fuera de la historia, la Congregación lucha por continuar su peregrinaje con fidelidad creativa a los dictados del Espíritu Santo. El Concilio Vaticano II desafió a los religiosos a que iniciaran un proceso de renovación guiado por criterios esenciales: un regreso a la Palabra de Dios, especialmente al Evangelio, un regreso al espíritu del fundador y a los valores fundamentales de los orígenes, y a la necesidad de dar respuesta concreta a los signos de los tiempos. [2] Los principios contenidos en el Decreto Perfectae Caritatis y la doctrina del magisterio en consonancia con el Concilio fueron abrazados con entusiasmo por la Congregación y, hasta la fecha, la renovación ha dado resultados concretos.
  2. Nuestras Constituciones y Estatutos nos brindan normas que están claramente enraizadas en la visión espiritual de Alfonso, pero aún lo suficientemente flexibles como para permitir la necesaria inculturación de nuestra vida apostólica cuando se ve inmersa en el vasto abanico que conforman las diversas culturas en las que la Congregación realiza su misión. Algunos cohermanos han dedicado décadas de su vida a la atenta investigación de nuestra historia y de nuestro patrimonio espiritual alumbrando una gran cantidad de nuevos recursos para la comprensión de nuestra vida apostólica. En los últimos cuarenta años, nuestro aprecio por la vida y por la inspiración original de San Alfonso se ha hecho más profundo así como también por sus métodos misioneros y por su espiritualidad. Sabemos mucho más sobre las vidas de nuestros otros santos y beatos así como de la aventura de gracia en que ha consistido la historia de la Congregación durante los últimos doscientos setenta y seis años.
  3. El fruto de tal investigación no está empolvándose en las bibliotecas de las comunidades. Muchos cohermanos participan en Roma en cursos sobre nuestra espiritualidad e historia así como lo hacen también a otros niveles provinciales y regionales. En las reuniones regulares de los superiores mayores se trabaja duro para evaluar los puntos fuertes y débiles de los esfuerzos que se llevan a cabo en sus respectivas Unidades, en tanto que un cierto número de superiores provinciales están dispuestos a adoptar iniciativas para responder a las nuevas urgencias pastorales. ¡Doy gracias a Dios por un plausible grado de insatisfacción con la Congregación! Hablamos entre nosotros de que podemos ser mejores que el status quo y rehusamos ser seducidos por la mediocridad. Muchos de nosotros esperan ser más coherentes en nuestras decisiones y más proféticos en nuestro estilo de vida. Lejos de inútiles criticas, tal descontento puede ser un signo de vitalidad e indica una apertura a la conversión.

La importancia fundamental de la misión

  1. Las nuevas Constituciones insisten en que la caridad apostólica, “por la que los redentoristas participan en la misión de Cristo Redentor” (Const. 52), da unidad a la vida redentorista, vida que encuentra su plena expresión en la vita apostolica. Los sucesivos Capítulos Generales recordaron a la Congregación que no toda actividad pastoral o estilo de vida podían justificarse como expresión coherente de nuestro carisma. En 1985, el XX Capítulo General retó a la Congregación a una proclamación explícita, profética y liberadora del Evangelio a los pobres que nos permitiera, al mismo tiempo, ser también nosotros evangelizados por ellos. [3] El XXI Capítulo General nos recordó que nuestra vida de comunidad constituye el primer signo de que somos predicadores del Evangelio; además, nuestra comunidad es una presencia efectiva del Reino de Dios entre los hombres y mujeres. [4]
  2. Por una parte, la reflexión de los últimos años ha llevado a que muchos Redentoristas descubran una forma de misión que estimula nuestra imaginación y nos invita a emprender audaces y proféticas iniciativas yendo más allá de las tradicionales fronteras a fin de proclamar a Jesucristo a través de la inculturación, el diálogo ecuménico e interreligioso, y a través de los nuevos medios de comunicación social manteniendo entretanto la preferencia por los pobres y excluidos de la sociedad. Aunque las misiones parroquiales y las demás formas de predicación itinerante tienen su puesto y gozan aún de prestigio entre nosotros, hemos descubierto nuevas posibilidades en la pastoral de los santuarios, parroquias, centros de retiros, estaciones misioneras, medios de comunicación social, dirección espiritual y catequesis.
  3. Por otro lado, el debate sobre las características esenciales de nuestra misión – debate que se ha agudizado aún más debido al proceso de reestructuración – nos recuerda que no estamos exentos de tener que optar y de que debemos luchar por anclar nuestras decisiones en los criterios propuestos por el Evangelio y por nuestra comprensión del carisma redentorista. Como hicieron Alfonso, Clemente y todos nuestros padres en la fe, también nosotros debemos determinar a quiénes somos enviados, cómo debemos vivir y qué métodos pastorales se adecuan mejor a la misión que se nos ha confiado. Un renovado aprecio por la importancia fundamental de la misión desafía naturalmente cualquier tendencia a la pasividad o a “instalarse en situaciones y estructuras en las que su actuación perdería el distintivo misionero” (Const. 15). La reflexión de los últimos Capítulos Generales advertía a los Redentoristas, al tiempo que subrayaba la importancia de la vida de comunidad y de la espiritualidad, de que no debían reducir la misión exclusivamente al trabajo pastoral.

Fidelidad a los pobres abandonados

  1. El Consejo General ha visto muchos ejemplos de la fidelidad fundamental de los Redentoristas a los pobres abandonados. Algunas de estas opciones pusieron en gran peligro la vida de algunos cohermanos; pienso en los Redentoristas que han estado cerca del pueblo que sufre en Irak, o en los cohermanos de Costa de Marfil que se quedaron en una región destrozada por la guerra civil mientras era abandonada por la mayoría del clero diocesano incluido su obispo. Hay Redentoristas que proclaman el Evangelio en una nación extranjera donde los resultados visibles de su trabajo son mucho más modestos de lo que su propia Provincia de origen esperaba, igual que pienso también en los cohermanos brasileños en Surinam o en los misioneros polacos en Siberia. Algunas Provincias han abierto comunidades en nuevas situaciones culturales, de igual forma que ejercen también la pastoral entre los afro-colombianos de Buenaventura (Colombia), o se llevan a cabo los primeros esfuerzos por establecer una presencia misionera en Laos. Tales compromisos demuestran la especial atención que la Congregación continúa prestando a los pobres, a los de condición más humilde y a los oprimidos (Const. 4), recordándonos que es más importante estar donde hay abandono pastoral que quedarse en iglesias bien establecidas con un impresionante número de fieles.

La búsqueda de la comunión

  1. Desde sus primeros orígenes, la Congregación ha estado muy cerca de la gente a la que atendía y ha tratado con diferentes formas de involucrar en sus esfuerzos misioneros a los laicos. Esta tradición ha recibido en las últimas décadas un nuevo impulso, comenzando por el XXI Capítulo General que reconoció la necesidad de abrirse a la cooperación con los laicos y expresó dicha colaboración mediante nuevas iniciativas, incluyendo la creación de una nueva figura en la Congregación: el “Misionero Laico del Santísimo Redentor”. [5]
  2. Aunque todavía queda mucho por hacer respecto a una efectiva integración de los laicos en nuestra misión, parece haber en la Congregación un creciente consenso respecto al valor que tienen las iniciativas compartidas que involucran juntamente a Redentoristas y a Laicos. Es claro también que tanto los Laicos como los Redentoristas necesitan formación teológica y pastoral así como aquella formación espiritual que garantice que dicha asociación esté en condiciones de dar testimonio de nuestra esencial igualdad ante el Señor, sin dejar de tener en cuenta la especial vocación de cada uno. La Congregación no se echará atrás en la búsqueda de la comunión que hace posible una misión compartida al servicio de la Iglesia y de la humanidad.

Necesidad de una espiritualidad renovada

  1. Finalmente, los Redentoristas se esfuerzan por aplicar el patrimonio espiritual de la Congregación a las nuevas circunstancias en las que vivimos y a la pastoral de hoy día. Sentimos que el itinerario espiritual de los cohermanos que nos precedieron, comenzando por Alfonso, pero no limitándose a él, nos ofrece valiosas referencias sobre nuestra manera de seguir a Cristo hoy. En esta búsqueda, tenemos que tener puntos de referencia claros y seguros que definan la orientación de nuestra espiritualidad misionera. Nuestra visión debe estar enraizada en el Evangelio, en el espíritu de Alfonso y en la realidad de la experiencia de los Redentoristas a través de los siglos. Por supuesto, esta búsqueda espiritual no puede anclarse en el pasado o, lo que sería peor, tratar de trasladar sin un sentido crítico el pasado al presente. [6]
  2. El Consejo General ha animado a que se reanuden los retiros comunes en muchas Provincias y a que haya interés por las publicaciones, talleres y cursos sobre los elementos esenciales de la espiritualidad redentorista. Un buen número de (Vice)Provincias ha programado actos especiales durante el año de reflexión sobre la vida apostólica redentorista. Con frecuencia, la atracción que ejerce sobre los Laicos nuestro patrimonio espiritual ha impulsado a los Redentoristas a un mayor estudio y a una revalorización de nuestra herencia.
  3. Aunque observo numerosos ejemplos de vitalidad en nuestra vida apostólica hoy, nuestra Congregación, igual que la Iglesia, pasa por diferentes etapas en el largo peregrinaje de la historia. No somos extraterrestres, inmunes ante las fuerzas que están cambiando profundamente a determinadas sociedades y a sus instituciones así como al mundo en su conjunto. Algunas de estas fuerzas pueden llegar a oscurecer los signos de vitalidad de nuestra vida apostólica o incluso a llevarnos a desligar la misión de la Congregación de su origen divino y a reducirla a sólo estadísticas, a datos demográficos y a tendencias culturales. Permítanme tratar de presentar algunos de los aspectos más preocupantes de este problema.

Consecuencias de una rápida disminución de números
en Occidente

  1. Hay muchas evidencias que ponen a prueba el optimismo de los Redentoristas hoy. Durante las últimas cinco décadas, igual que sucedió en la mayoría de las más importantes órdenes y congregaciones religiosas de varones, nuestra Congregación sufrió un drástico descenso en el número de sus miembros, especialmente en Europa occidental, América del Norte y Oceanía. Las razones que subyacen a este fenómeno son numerosas y complejas. A efectos de esta reflexión, me propongo destacar algunos de los resultados de dicho descenso antes que entrar a analizar sus posibles causas.
  2. Las Unidades más afectadas por este descenso han ejercido un prolongado y excepcionalmente fructífero cometido en la misión de la Congregación. No sólo ejercieron una gran influencia en la historia de la Iglesia local de su propia región, sino que implantaron también la Congregación en todo el hemisferio Sur. Un pequeño número de estas Provincias continúa soportando la mayor parte de la financiación de proyectos comunes de la Congregación tales como el Fondo de Solidaridad, la Academia Alfonsiana y el Gobierno General, en tanto que proporcionan también, discretamente, ayuda directa a Unidades necesitadas de todo el mundo. El reducido número de cohermanos y su avanzada edad no contribuye a favorecer, sino a reducir, el alcance de las posibilidades de estas Unidades al aumentar los costes de atención médica a los ancianos, hecho que ha disminuido los recursos económicos con los que estas Unidades podían ayudar a la Congregación. Y, lo que es más destacable, dichas Unidades han adquirido una valiosa visión sobre la compleja relación entre fe, religión y sociedad secularizada. El declive de la Congregación en estas regiones empobrece la vida de la Iglesia.
  3. No obstante, más allá de tales consecuencias inmediatas, la aparente falta de atractivo que ejerce nuestra forma de vida entre los jóvenes de occidente ha producido serias dudas entre algunos obispos, laicos e incluso Redentoristas sobre el futuro de la congregación y el de la misma vida consagrada. En su administración ordinaria y en la planificación de su futuro, muchas Unidades se sienten obligadas a preferir la subsistencia a la misión, y prefieren un discurso que enfatiza la reducción y restricción en vez de usar el lenguaje de la abundancia, tradicionalmente asociada a la vida consagrada. [7]
  4. Ante un horizonte mucho más limitado de posibilidades, los cohermanos expresan a menudo una nostálgica resignación, incluso tristeza, cuando recuerdan la “época dorada” de su Unidad. No es una exageración pensar que la Congregación en occidente podría ser víctima de nuestro anterior éxito, cuando los cohermanos recuerdan aquel período histórico en el que un número extraordinariamente elevado de candidatos se presentaba espontáneamente desencadenando así la energía que posibilitó una impresionante expansión del ministerio.

¿¿¿Paso del legalismo a…???

  1. La Congregación está aún viviendo las consecuencias del paso de la Regla a las revisadas Constituciones y Estatutos. Desde el principio, los Redentoristas establecieron determinadas normas destinadas a proteger los más preciados valores de nuestra forma de seguir a Cristo. Estas normas servían de guía a la Congregación en sus decisiones más importantes al tiempo que transmitían la experiencia espiritual de la vida apostólica a las siguientes generaciones. Durante la mayor parte de nuestra historia, el objetivo de los Redentoristas fue vivir las prescripciones de la Regla como un camino para la santidad y para llevar a cabo, por lo mismo, la labor de la Congregación. La observancia era el valor clave. La Regla gobernó nuestra pastoral y nuestra vida de comunidad hasta tal punto que se dice que uno podía ir a cualquier casa de cualquier parte del mundo y encontrar allí una gran similitud en el estilo de vida, incluido el mobiliario de la habitación de cada cohermano.
  2. A la luz de la renovación emprendida por el Decreto Perfectae Caritatis, se consideró que observar las prescripciones de la Regla era poner un exagerado énfasis en la ley y en prácticas ascéticas desfasadas así como un preferir la letra al espíritu de la ley.
  3. En contraste con lo anterior, las revisadas Constituciones y Estatutos ofrecen un rico contenido teológico así como una auténtica flexibilidad que permite “adaptar la propia estructura e instituciones a las necesidades apostólicas y acomodarlas convenientemente a la diversidad connatural de cada misión, pero manteniendo a salvo el carisma del Instituto” (Const. 96). Si uno examina las Constituciones y Estatutos a la luz de los criterios señalados el N. 2 del Decreto Perfectae Caritatis, caben pocas dudas de que ellas nos “conectan con el espíritu original del Instituto” y de que permiten “la adaptación de ese espíritu a las condiciones cambiantes de nuestro tiempo”. Sin embargo debe preguntarse si en realidad las Constituciones están probándose como capaces de transmitir la vida Redentorista. Me refiero, por supuesto, al papel aparentemente menor que las Constituciones juegan en la reflexión, en las decisiones y en la vida cotidiana de muchas Unidades de la Congregación.
  4. En las últimas décadas, cuando las costumbres y normas habían perdido su trascendencia, se atribuyó un valor crucial a la experiencia personal y a la capacidad de cada individuo para encontrarse con Dios. Cuando filtradas a través de criterios subjetivos, las prácticas y fórmulas más antiguas ya no ofrecen una válida experiencia personal de Dios. [8] Esto puede ayudar a explicar el debate que se tiene en las comunidades locales cuando se trata de establecer una vida regular de oración común. Hace dieciocho años, el XXI Capítulo General señaló un desafío que continúa siendo actual todavía hoy día: “Cuando dejamos de lado las prácticas consideradas inauténticas o incompatibles con el momento presente, no han surgido nuevas prácticas capaces de llenar el vacío producido.” [9]
  5. La falta de familiaridad con las Constituciones y su aparentemente insignificante papel en gran parte de la vida de la Congregación priva a los Redentoristas de un lenguaje común así como de los principios con los que poder evaluar nuestras vidas y fundamentar nuestras decisiones.
  6. Cuando una Provincia tiene que optar por métodos pastorales, desarrollar expectativas sobre la vida de comunidad, o considerar la conveniencia de establecer nuevas fundaciones o de abandonar otras, el debate se rige por creencias, actitudes u opiniones que no siempre tienen mucha conexión con los valores expresados en las Constituciones. Continúan apareciendo dicotomías estériles, aunque con nuevas apariencias. Se oye menos aquello de “cartujos en casa y apóstoles fuera” y más lo de “ser” versus “hacer”, “activismo” versus “contemplación”, “misiones” versus “parroquias”. Me parece que éstos y otros ejemplos similares de yuxtaposición reflejan una fundamental desconexión con la espiritualidad de las Constituciones y Estatutos.

Clericalismo

  1. Debemos preguntarnos si en la Congregación se da o no un aumento de un cierto clericalismo que nos distancie de lo que dice la Constitución 54 cuando nos recuerda que la profesión religiosa (y no la ordenación) es el acto definitivo de toda la vida misionera de los Redentoristas. El clericalismo está enraizado en la idea de que todo lo que se relaciona con la religión es derecho y responsabilidad de los clérigos que son los que toman decisiones y dan órdenes mientras la labor de los laicos es llevarlas a la práctica. Este tipo de clericalismo no está creciendo en la Congregación. Sin embargo, puede darse un sutil pero verdadero aumento de una cultura clerical; es decir, un clima en el que la vocación redentorista se reduzca al sacerdocio y nuestra misión se conciba en términos de ministerio cultual reservado a los sacerdotes. Dos fenómenos apuntan hacia esta más honda posibilidad.
  2. Primero, el número de Hermanos Redentoristas continúa disminuyendo en prácticamente todas las Unidades de la Congregación. Hay muchas razones que subyacen a este hecho pero lo que más me preocupa son las Unidades que ya no promueven la vocación de Hermano. Esto es particularmente preocupante en las Provincias o Viceprovincias que tienen un número satisfactorio de estudiantes clérigos, pero argumentan que razones culturales explican la falta de Hermanos. Se dice que la gente considera que el Hermano es “menos” que un sacerdote; es decir, una especie de ¡clérigo incompleto! Si realmente la gente cree esto, la Congregación tiene, por consiguiente, la oportunidad de rebatir tan falsa idea con el ejemplo de la fraternidad por la que todos son misioneros en virtud de su profesión (Const. 55), “por lo cual, en la comunidad todos los cohermanos son de por sí iguales y cada cual, según su propia condición, es partícipe y corresponsable en la vida y en la realización de la misión que han asumido” (Const. 35).
  3. Otro signo preocupante es la aparente facilidad con la que los miembros ordenados abandonan la Congregación para incardinarse en una diócesis. Este paso ocurre frecuentemente a los comienzos de la vida sacerdotal del Redentorista que ve en la incardinación una solución atractiva para solucionar una crisis personal. Desgraciadamente, hay obispos que parecen estar deseosos de acoger a un sacerdote religioso, especialmente si el clérigo es joven o tiene formación especializada. El sacerdocio diocesano es una vocación loable pero básicamente distinta de nuestra forma de discipulado. Cuando un cohermano se incardina en una diócesis, se dice a menudo, como he escuchado, “¡al menos se ha salvado su sacerdocio!” ¿Qué significa exaltar el sacerdocio y colocar en segundo plano la vida en la que se ejerce; es decir, la Congregación o una diócesis?
  4. Además del clericalismo, pueden darse otros tipos de clasismos que dividen a la Congregación. Un valor exagerado al “profesionalismo”, acompañado de un código de vestimenta y forma de expresarse, o una división debido a posiciones ideológicas que generan una confrontación entre opiniones opuestas ya sea en temas teológicos o políticos, y que restan fuerza al testimonio comunitario de una Provincia. Las diferencias étnicas, nacionales o regionales crean barreras que se convierten en un problema entre cohermanos. Igual que con el clericalismo, estas fuentes de fragmentación sugieren que para un número de cohermanos hay aspectos más fuertes de identificación que nuestra común profesión como Redentoristas.

El tema de la dimensión profética

  1. Hoy, muchos cohermanos hablan de un decaimiento en el testimonio de nuestra forma de vida – que la dimensión profética de nuestra vocación es endeble, incluso que está ausente. Esta preocupación apareció este año de forma categórica en algunas reuniones regionales, especialmente en América Latina. Aunque los cohermanos de otras regiones no expresan dicha preocupación de forma tan intensa, me pregunto si no existe entre los Redentoristas una inquietud generalizada, un sentimiento de preocupación debido a que hemos permitido que la naturaleza radical de nuestra vocación se vea comprometida por un estilo de vida más burgués en el que el testimonio comunitario se ve neutralizado por preferencias personales. Sabemos que la vida redentorista nunca fue concebida como un recorrido bien equilibrado con horarios regulares, con claros detalles sobre los puestos de trabajo y que contara con toda clase de garantías. Todavía, frecuentemente, no estamos seguros de qué clase de testimonio debemos dar: ¿qué debemos proclamar… qué debemos denunciar?
  2. En la primera parte de esta carta les invité a meditar sobre qué podría estar diciéndonos el Espíritu Santo sobre nuestra especial manera de discipulado, sobre la vita apostolica. Revisando algunas características de la Congregación hoy, traté de demostrar los signos de vitalidad y los motivos de preocupación respecto a cómo vivimos nuestra forma de discipulado. Por propia experiencia de ustedes mismos, probablemente habrán pensado en otros ejemplos de fortaleza y de decaimiento. Me gustaría iluminar la realidad de la Congregación volviendo sobre lo que yo considero que es el voto que puede suponer una crucial aportación a la vida apostólica de los Redentoristas hoy: me refiero al voto de obediencia. Antes de que alguno se ponga demasiado nervioso y empiece a ver el espectro del autoritarismo y de la centralización, permítanme que trate de explicarme.

II.   Juzgar

Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que Cristo Jesús… (Fil 2,5)

Los votos hoy

  1. La profesión religiosa “viene a ser el acto definitivo de toda la vida misionera de los redentoristas” (Const. 54). El compromiso adquirido con esta profesión no es simplemente una promesa de vivir las consecuencias de los tres votos, juntamente con el voto y juramento de perseverancia. Más que asumir obligaciones, la profesión religiosa representa un impulso del Espíritu Santo que lleva a los Redentoristas a no ahorrar esfuerzo alguno por llegar a un total don de sí mismos como respuesta al Señor que los amó primero (Const. 56). Los votos son indudablemente de gran trascendencia en el largo transcurso de una vida de entrega de sí mismo, pero el llevar una “vida de amor fraterno” y de “caridad apostólica” también lo son, tal como nuestra fórmula de profesión claramente lo dice.
  2. Para los Redentoristas, los votos deben vivirse a la luz de la misión que ha recibido la Congregación además de tener mucha importancia tanto en orden a la comunidad como a los miembros de forma individual. Por separado, los votos podrían considerarse como los que determinan la forma de actuar de los Redentoristas ante el orden social, la sexualidad y la propiedad. Juntos, representan un compromiso público, libremente asumido, en orden a una vida de entrega de sí mismo que es conformada según el modelo del amor de Cristo a su Iglesia. De igual modo que el suyo, nuestro don es total e irreversible. [10]
  3. ¿Puede ser útil, por tanto, que en la primera década del siglo veintiuno se destaque tanto un solo voto en la vita apostolica? Si es así, ¿cuál? Cuando se considera el testimonio evangélico de los votos sobre el telón de fondo de los actuales acontecimientos podría argumentarse que la castidad religiosa brinda la posibilidad de un testimonio único ante los escándalos públicos causados por la conducta sexual indigna de clérigos y religiosos y por el reduccionismo de la sexualidad a un irrefrenable impulso biológico. Por otro lado, teniendo en cuenta nuestra preferencia por los abandonados y, entre ellos, los pobres, ciertamente que queremos entender mejor y vivir más coherentemente el consejo evangélico de la pobreza. Sin embargo, argumentaré que la obediencia tiene un papel particularmente decisivo en la vida apostólica hoy.
  4. Es prácticamente un tópico decir que vivimos inmersos en un mundo, Iglesia y Congregación, rápidamente cambiante. A nuestra época se la llama tiempo de transición marcado por “grandes avances en ciencia y tecnología así como por los poderosos medios de comunicación que a veces colonizan el espíritu”. [11] Se da la ambigua experiencia de la globalización que nos hace mutuamente interdependientes al tiempo que socava las particularidades de las identidades culturales. Pero nuestros días presentan también “momentos de kairos en los que tenemos sorpresas y percibimos que el Dios que habla es el Señor de la historia”. Sentimos “una sed y una crisis de significado que nos presenta miles de propuestas y de promesas.” [12]
  5. Incluso en el “intervalo” del momento presente, la Congregación debe hacer opciones. No es libre de ser arbitraria ni los criterios para sus opciones pueden determinarse solamente a través de las propias luces. En medio de una cacofonía de voces que tratan de “colonizarle” el espíritu, la Congregación tiene que distinguir la voz de aquél que nos ha llamado a ser sus “cooperadores, socios y servidores en la gran obra de la redención predicando la Palabra de la salvación a los pobres” (Const. 2). Porque los Redentoristas son llamados a responder a las situaciones de verdadera urgencia pastoral (Const. 5), nuestras opciones deben examinarse con regularidad, incluso debemos examinarnos a nosotros mismos para “no instalarnos en situaciones y estructuras en las que nuestra actuación perdería el distintivo misionero” (Const. 15).
  6. La agitada experiencia de los cambios experimentados en nuestro Instituto en las últimas cinco décadas así como el continuo cambio que el mundo actual exige, demandan a los Redentoristas que tengan corazones atentos a la escucha y al discernimiento, libres para seguir los dictados del Espíritu Santo. Así, pues, propongo que prestemos especial atención al voto de obediencia como compromiso con una búsqueda corresponsable de la voluntad de Dios de acuerdo con el carisma de la Congregación.
  7. Aunque una consideración completa sobre el voto de obediencia debe incluir el papel de la autoridad en la vida apostólica así como la obligación de los miembros de obedecer las legítimas demandas de sus superiores, me gustaría en esta reflexión, no obstante, considerar nuestro voto dentro del contexto de radicalidad descrito por Pablo VI: “Incluso más que una obediencia puramente formal y legalista a la ley de la Iglesia, o sumisión a la autoridad eclesial, [la obediencia] es una comprensión y aceptación del misterio de Cristo que nos salvó a través de la obediencia. Es una continuación de su fundamental actitud al decir sí a la voluntad del Padre.” [13] La obediencia, en este sentido fundamental, está en consonancia con la Palabra de Dios y con el abundante patrimonio espiritual de la Congregación, y nos ayudará a distinguir la voz de nuestro Maestro y a reconocer el kairos dentro del caos de nuestro tiempo.

Una pregunta y una respuesta

  1. Los Evangelios presentan cierto número de “historias de vocación”, relatos que cuentan cómo Jesús hace una llamada que es aceptada o rechazada por sus oyentes. Mi “historia” favorita es el entero Evangelio de Juan que empieza con una pregunta y concluye con una invitación. Las primeras palabras de Jesús son “qué buscan?” (Jn 1,38); el Evangelio concluye con sus palabras a Pedro “Sígueme” (Jn 21,22). A diferencia de la llamada a los apóstoles en los sinópticos, las primeras palabras de Jesús a Andrés y a los demás discípulos es una apelación a sus deseos, a sus sueños, y a sus ideales: “¿Qué buscan?” El Evangelio es la historia del asombroso encuentro entre Dios, que “tanto amó al mundo”, y los más profundos anhelos del corazón humano. La llamada al seguimiento viene después de la revelación del misterio de la pascua en la que el plan de salvación del Padre se ha revelado por completo.
  2. La búsqueda de Dios ha sido siempre la búsqueda de todo ser que siente sed del Absoluto y del Eterno. [14] Las grandes tradiciones religiosas reflejan esta búsqueda, como hacen las sociedades secularizadas en las que hombres y mujeres buscan algún tipo de significado a la vida, la muerte, el amor y el sufrimiento aunque no hagan referencia alguna a una fe revelada. Igual que Pablo en el Areópago, si estamos atentos a los “santuarios” que estas sociedades construyen, podremos percibir muchos altares al Agnostos Theos (cf. Hech 17,23).
  3. Para los Redentoristas, la pregunta sobre el significado último encuentra la respuesta definitiva en Jesucristo. Juntamente con nuestros hermanos y hermanas en la fe, decimos: “Maestro ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69). Sí, incluso cuando llegamos al gozoso reconocimiento de que hemos encontrado lo que estábamos buscando (cf. Jn 1,41), la búsqueda continúa.
  4. Nuestra profesión “viene a ser el acto definitivo de toda la vida misionera de los redentoristas” (Const. 54); pero incluso es, además, la continuación de la búsqueda. Pienso en la imagen de Jesús en la capilla de la Curia General que lo representa en sus tres cuartas partes de perfil. Queda siempre el lado oculto del Maestro; así, nuestra oración continúa siendo “Tu rostro busco, Señor” (Salmo 27,8).

La obediencia se debe solo a Dios

  1. El punto de partida necesario para considerar la obediencia es la fe, nuestra respuesta a la más fundamental vocación que recibimos en el bautismo. En su sentido teológico, la obediencia se debe solo a Dios. Cualquiera otra manifestación de la obediencia religiosa es una mediación, un medio para un fin, dirigido solo a la voluntad realmente importante y decisiva en la vida de un cristiano y, por lo mismo, de un Redentorista. [15]
  2. La obediencia reconoce la primacía de Dios sobre todo y sobre todos. [16] De este modo, en su sentido más fundamental, la Congregación y la Iglesia no se estructuran en dos clases, los que mandan y los que obedecen. A todos sus discípulos, Jesús les dice “Uno solo es su Maestro; y todos ustedes son hermanos” (Mt 23,8). Todos en la Iglesia deben buscar la voluntad de Dios y todos son llamados a la obediencia puesto que aquél que hace la voluntad del Padre es “hermano, hermana y madre” de Jesucristo (Mt 12,50).

Cristo, modelo de obediencia

  1. Las Constituciones reconocen que a los Redentoristas se les ha dado un modelo patente de cómo debemos buscar y vivir la voluntad de Dios en la historia. La Constitución primera sobre el voto de obediencia comienza diciendo: “…a ejemplo de Cristo, que vino a cumplir la voluntad del Padre y a entregar su vida por la redención de muchos…. “(Const. 71). La obediencia a la voluntad de Dios no fue algo añadido a la personalidad de Cristo, sino, más bien, su plena expresión: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado” (Jn 4,34). [17] Como sus “cooperadores, socios y servidores en la gran obra de la redención”, también somos llamados a una obediencia que continúa la misión dada a Cristo por el Padre.
  2. Por tanto, cuando los Redentoristas hablan de la “misión” de la Congregación, estamos hablando de la obediencia, no de manidos eslóganes o de respuestas prefabricadas. Por este voto, “van al encuentro del Reino de Dios y participan íntimamente en el misterio pascual de Cristo, que es misterio de obediencia.” (Const. 71)
  3. El punto de referencia es Cristo y el misterio de su kenosis. La expresión concreta de la misión en la historia no siempre se auto evidencia; por lo tanto, buscamos la voluntad de Dios con espíritu de fe y amor. San Alfonso nos insta a que continuemos esta búsqueda al enseñarnos que nuestra auténtica realización procede del amor a Dios, que tanto merece nuestro amor, pero la perfección del amor a Dios consiste en conformar nuestra voluntad a la suya. [18]

¿Cuál es esta «Voluntad de Dios»?

  1. ¿Cuál es esta “Voluntad” del Padre que debemos buscar y que – al igual que Cristo – debemos esforzarnos por cumplir en el marco del tiempo y de las circunstancias en las que se halla la Congregación? La respuesta puede encontrarse en las primeras palabras de la oración que Jesús nos enseñó: actuar de tal manera que el Padre sea reconocido como el único Santo, que venga su histórico y escatológico Reino y que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo (cf. Mt 6,9-10). [19] La voluntad divina comienza a hacerse cuando creemos en el Hijo enviado por el Padre por amor al mundo (Jn 3,16ss) a fin de que nadie perezca (cf. Jn 6,40). El invisible punto de referencia respecto a la voluntad de Dios es el derroche de amor del Padre (Mt 5,42-48); su punto de referencia visible es el comportamiento de Cristo con los que él amó (cf. Jn 15,9-17). [20]
  2. San Pablo hace una lista de acciones aparentemente ejemplares que finalmente son inútiles si se hacen sin amor (1Cor 13,1-3). Del mismo modo, San Alfonso enseña que no es suficiente con hacer cosas dignas de elogio, si la conducta no está en conformidad con la voluntad de Dios. [21] De igual forma, tampoco toda opción pastoral asumida por un cohermano, una comunidad local, o una Provincia puede considerarse que esté en consonancia con el carisma de la Congregación si la opción no se hace en conformidad con la voluntad de Dios. San Agustín observó sucintamente que Martyres non facit poena sed causa – no es el sufrimiento lo que hace a los mártires, sino, más bien, su motivación. [22]
  3. Incluso la auténtica experiencia de Dios sigue siempre a la experiencia de la alteridad [23] como el Papa Benedicto XVI nos recuerda en su segunda encíclica, “Si bien puede establecerse una gran similitud entre el creador y la criatura, la disimilitud entre ellos es siempre mayor.” [24] El profeta nos invita así: “busquen al Señor mientras se deja encontrar, llámenlo mientras está cerca” (Is 55,6) e inmediatamente previene sobre cualquier falsa intimidad o fácil familiaridad: “Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos – oráculo del Señor. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros” (Is 55,8-9).
  4. La sublime “alteridad” de Dios quiere decir que debemos buscar su voluntad por caminos que estén en consonancia con su revelación. Ante todo y principalmente, la auténtica obediencia de todo discípulo es “adhiriéndose a la Palabra con la que Dios se revela y se comunica a sí mismo.” [25] La secuela de Cristo como aparece en el Evangelio es la norma fundamental de la vida religiosa y debe considerarse como norma suprema en la Congregación. [26]
  5. Otra mediación de la voluntad de Dios es la doctrina oficial de la Iglesia, que tiene el cometido de dar la auténtica interpretación a la Palabra de Dios enseñando con autoridad en nombre de Jesucristo. Sin embargo, este Magisterium no es superior a la Palabra de Dios, sino que es su servidor. [27] Puede enseñar sólo lo que se contiene en ella. Por mandato divino y con la ayuda del Espíritu Santo, al que escucha atentamente, protege el depósito de la fe con diligencia y lo expone con fidelidad. [28]
  6. Hay otras mediaciones de la voluntad de Dios que son específicas a cada una de las vocaciones en la vida. Los religiosos, hombres y mujeres, son llamados a seguir a Cristo obediente dentro de un “proyecto evangélico o carismático, inspirado por el Espíritu y auten- tificado por la iglesia.” [29] En su exhortación apostólica, Vita Consecrata, el Papa Juan Pablo II demostró la urgente necesidad que hay hoy de que todo Instituto regrese a la Regla, “puesto que la Regla y las Constituciones suministran un mapa para el entero viaje del discipulado, en conformidad con cada específico carisma aprobado por la Iglesia.” [30]
  7. La fuerza de nuestras propias normas está claramente expresada en la Constitución 74: “Los superiores y los otros congregados, en comunión de un mismo Espíritu, han de observar las Constituciones, los Estatutos y los decretos legítimamente promulgados, como instrumentos válidos por los que cada uno de los cohermanos y las comunidades se ajustan constantemente a la voluntad de Dios y cumplen la misión de Cristo, como Él dijo de sí mismo: ‘He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquél que me envió’ (Jn 6,38)”. La ignorancia de las Constituciones y Estatutos o su relegación a la periferia de la vida de una Provincia o de la entera Congregación pone claramente en peligro la fidelidad de sus miembros.
  8. Finalmente, una mediación específica de la voluntad de Dios para la Congregación es la voz de los pobres abandonados. Pensamos en el encuentro decisivo de Alfonso con los pastores y cabreros en los altos de Scala. Lo que él “escuchó” allí lo llevó a comprender y a aceptar la voluntad de Dios: que dejara atrás los pobres de las callejas de Nápoles y empleara el resto de su vida entre las gentes abandonadas del campo.
  9. Recordamos que siempre que Alfonso trató de describir su Instituto tanto a las autoridades eclesiásticas como civiles, puso el énfasis en el hecho de que, como característica esencial, sus comunidades estarían ubicadas entre los pobres abandonados del campo. Este dato especial distinguió a los Redentoristas de los Píos Operarios y de otros grupos misioneros que continuaban viviendo en las ciudades haciendo sólo ocasionalmente una incursión al mundo de los abandonados.
  10. En mi opinión, Alfonso insistió en esta característica no sólo por razones pastorales; es decir, para permitir un mayor acceso a los abandonados a nuestras casas y permitir a los misioneros una entrada más fácil en las diferentes diócesis. Sabiendo el papel decisivo que la voz de los pobres abandonados tuvo en su propio discernimiento, creo que Alfonso buscaba que sus compañeros estuvieran siempre cerca del tipo de gente por la que Jesús mismo mostró una clara preferencia. Por tanto, desea que su voz continúe revelando a los Redentoristas la originalidad de su vocación. Como escribió a las comunidades de Scifelli y Frosinone en 1778:

“Atiendan a las almas (las personas), pero de modo especial a los pobres, a los campesinos y a los más abandonados. Recuerden que Dios evangelizare pauperibus misit nos en éstos nuestros días. Graben firmemente esto en sus corazones y busquen a Dios solamente entre los pobres abandonados si es que desean complacer a Jesucristo.” [31]

  1. Nuestras Constituciones nos invitan a que descubramos al Señor en la gente que de modo especial nos reclama: el “abandonado” (Const. 3), con “atención especial a los pobres, a los de condición más humilde y a los oprimidos” (Const. 4) y una “preferencia por las situaciones de necesidad pastoral” (Const. 5). Vemos a Dios en las concretas circunstancias de la vida, “traten, pues, de ir al encuentro del Señor allí donde Él ya está presente y actúa de modo misterioso” (Const. 7) y “según las circunstancias se interrogarán constantemente qué es lo que conviene hacer o decir” (Const. 8). El don del Espíritu Santo permite ver a Dios en las personas y en los acontecimientos de cada día (Const. 24) pero especialmente en los “angustiosos interrogantes” de los hombres y mujeres de nuestros días (Const. 19).
  2. En resumen, la obediencia es una fundamental actitud de todo creyente, no una exclusiva prerrogativa de un pequeño grupo de gente que lo profesa como consejo evangélico. Los Redentoristas, como cualesquiera otros en la Iglesia, son llamados a obedecer siguiendo el ejemplo de Jesús que vino a hacer no su propia voluntad, sino la voluntad del Padre (Jn 6,38). La diferencia estriba en que cada uno de nosotros, dentro de la Iglesia, vive esta obediencia a Dios según su carisma y vocación. La voluntad de Dios no existe con anterioridad a la vocación, sino que es a través de la vocación específica como Dios hace conocer su voluntad al individuo concreto. [32] Así, por nuestro voto, nos hemos comprometido a obedecer a un estilo redentorista: buscando la voluntad de Dios en la mediación de su Palabra, las normas de nuestro proyecto carismático y la voz de los pobres abandonados.

III.   Actuar

Pues bien, ¡he aquí que estoy haciendo algo nuevo! Ya está en marcha ¿no lo perciben? (Is 43,19)

  1. Repito la afirmación que hice anteriormente en esta carta: que la obediencia es el voto cardinal para los Redentoristas en un tiempo de cambio. En el pasado, este voto fue considerado principalmente en términos personales y legalistas. Puesto que nuestras Constituciones entienden todavía el voto como “una obligación de someterse a los legítimos superiores, cuando les mandan” (Const. 71), existe una urgente necesidad de ver el voto como una llamada a crear “comunidades obedientes” a todos los niveles de la Congregación. Los votos son siempre de los individuos y de la comunidad. Sería un grave error separar estas dos dimensiones y reducirlas sólo a una obligación individual.
  2. Sin una comunidad comprometida a buscar obedientemente la voluntad de Dios, es difícil, si no imposible, que las personas individuales permanezcan obedientes. Es claro que ninguno de nosotros puede vivir plena y gozosamente el voto de obediencia sin la fuerza de una comunidad obediente puesto que la obediencia de cada individuo al Padre tiene lugar en el contexto de la comunidad eclesial. No es sólo la relación fundamental y personal entre cada conciencia y Dios lo importante; la relación con nuestros hermanos es igualmente importante. De hecho, la vitalidad de una comunidad está íntimamente ligada a la calidad de su obediencia como comunidad. [33]
  3. ¿Cómo podemos garantizar que nuestras comunidades, ya sean locales, provinciales o la propia Congregación, [34] sigan siendo obedientes? Creo que debemos distinguir entre las muchas voces que tratan de colonizar nuestro espíritu intensificando nuestra atención a la Palabra de Dios, al proyecto carismático de la Congregación y a la voz de los pobres abandonados.

Lámpara para nuestros pasos…. luz en nuestro sendero

  1. La Palabra de Dios es la fuente de nuestra vocación, nuestro alimento diario y el contenido de nuestra labor misionera. Tenemos que proclamar, meditar, compartir, y rezar en la obediencia a la Palabra y esforzarnos por hacer de la Palabra nuestro “primer libro de espiritualidad”. [35] Porque la Palabra tiene un papel absolutamente vital para los discípulos, la Congregación debe dar un mayor valor a la escucha, que no consiste, ante todo y sobre todo, en una técnica de dinámica de grupo, sino que es, más bien, una constante búsqueda de lo que el Padre quiere.
  2. Como piadoso judío, Jesús comenzaría su oración diaria repitiendo las palabras del Deuteronomio: ¡”Escuche, Israel!: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amará al Señor su Dios con todo su corazón, con toda su alma y con toda sus fuerzas” (Deu 6,4-5). Él dice a sus discípulos, “Todo el que es de Dios escucha las palabras de Dios” (Jn 8,47). ¿Cómo pueden ser nuestras comunidades una expresión de esta atención diaria a la Palabra de Dios?
  3. El ritmo de vida de la comunidad debe ayudar a los miembros a que escuchen la Palabra con atención. La lectura diaria de la Escritura y los momentos de meditación en común nos ayudarán a escuchar la Palabra en cuanto comunidad y a buscar, a la luz del Espíritu Santo, su comprensión. Muchas comunidades locales dedican semanalmente un tiempo a compartir ideas en orden a la preparación de la predicación del domingo o de otros momentos de predicación extraordinaria. Debemos alentarnos mutuamente a dejar que la Palabra cambie nuestros corazones y nos haga dar un mayor valor a la recepción del sacramento de la reconciliación y a la dirección espiritual.
  4. Si estamos de acuerdo con San Jerónimo en que “la ignorancia de la Escritura es ignorancia de Cristo”, [36] entonces la dificultad en orden a descubrir la dimensión profética de nuestra vocación podría enraizarse en la falta de familiaridad con la Palabra de Dios. Después de todo, Jesús da un mandato a sus apóstoles al decirles: “ustedes serán mis testigos” (Hech 1,8); es de él y de su reino de quienes damos testimonio. San Juan Crisóstomo observa que los apóstoles bajaron del monte en Galilea, donde se habían encontrado con el Señor resucitado, sin ningunas tablas de piedra escritas como en el caso de Moisés: sus propias vidas se convertirían en adelante en Evangelio viviente. [37]

En el corazón de la comunidad… se encuentra el propio redentor y su espíritu de amor

  1. Creo que debemos estar de acuerdo en que el seguir a Cristo de una forma o de otra, no es algo arbitrario. En el tema de la vocación no hay nada arbitrario. Todo cristiano debe seguir su vocación; es decir, la voluntad de Dios en su caso individual y, en cuanto la ha encontrado, hacer lo que el comerciante de la parábola de Jesús, “alegrarse y vender todo lo que tiene” para vivir en fidelidad con la llamada del Señor (Mt 13,44). Para mis padres, su vocación como esposos y padres fue superior a cualquiera otra cosa porque fue su vocación; es decir, a la que fueron llamados. Para mí, ser Redentorista es el mejor camino posible en la vida porque es al que Dios me ha invitado.
  2. Por nuestra profesión, hemos respondido al Señor con el don total de nosotros mismos y nos hemos comprometido a buscar la voluntad de Dios dentro de una concreta comunidad eclesial, la Congregación. Nuestra obediencia a Dios, algo invisible, tiene lugar dentro del marco de nuestra comunidad visible.
  3. Así como no podemos afirmar que amamos a Dios, a quien no vemos, si despreciamos al hermano, a quien sí vemos (cf. 1Jn 4,20 – 21), los Redentoristas no pueden decir que buscan la voluntad de Dios a menos que dicha búsqueda tenga lugar dentro de la comunidad visible de la Congregación. Así, las normas para dirigir el discernimiento y tomar decisiones son de crucial importancia a la hora de evitar el peligro de reducir la misión de la Congregación a un trabajo o a un recorrido que se hace principalmente para el propio auto engrandecimiento y que por tanto es, más o menos, dirigido por cada individuo personalmente. [38] Nuestras Constituciones proponen que la búsqueda de la voluntad de Dios sea una tarea en la que sea corresponsable cada uno de los miembros de la Congregación.
  4. Ningún Redentorista puede desentenderse de la tarea de contribuir a crear una comunidad obediente, “pues a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común” (Const. 92; cf. 1Cor 12,7; Const. 72). Por tanto, un crucial servicio de quienes detentan la autoridad es alentar a la comunidad en su esfuerzo por escuchar, discernir, e “inducir a los religiosos a cooperar con obediencia activa y responsable en el cumplimiento de sus cargos y en la aceptación de tareas” (Const. 72).
  5. Un importante instrumento en el ejercicio de la obediencia corresponsable es el diálogo, denominado por Pablo VI con el nuevo nombre de caridad [39] y del que la vida consagrada debe brindar una experiencia privilegiada. [40] Puesto que el discernimiento comunitario no sustituye al servicio de la autoridad en la comunidad, aquellos que detentan autoridad deben tener siempre presente que la comunidad es el mejor lugar en el que reconocer y aceptar la voluntad de Dios. [41]
  6. Nuestras Constituciones y Estatutos, así como los decretos de los recientes Capítulos Generales, proponen varias formas para que la comunidad busque la voluntad de Dios. Las Asambleas provinciales y los Capítulos son momentos privilegiados para escuchar y discernir la voluntad de Dios así como para darle una respuesta efectiva. Todos los miembros de la (Vice)Provincia deben tener la oportunidad de contribuir generosamente a la reflexión del Capítulo, bien a través de la participación en el proceso establecido para su preparación bien como miembros elegidos. A este fin, los miembros de cada Unidad deben estar bien informados sobre las cuestiones que serán tratadas por el Capítulo así como tener la oportunidad de expresar su opinión.
  7. El principio de corresponsabilidad no quiere decir que todos tengan que estar físicamente presentes en un Capítulo. De hecho, el Consejo General tiene serias dudas sobre la eficacia de Capítulos masivos, especialmente como expresión ordinaria de gobierno en las Unidades más grandes. Entre los muchos problemas de esta forma de gobierno, hemos visto que de tales reuniones capitulares emanan determinaciones que frecuentemente son muy vagas y se expresan en un lenguaje tan general que el gobierno provincial recibe poca orientación que sea eficaz para el ejercicio de su mandato. La falta de una clara dirección en una Provincia es una invitación a una suerte de exagerado individualismo que entorpece hoy a un número de Unidades. Careciendo de un obediente y colegial discernimiento de sus prioridades, los miembros de una unidad se sienten alentados a “encontrar algo que hacer”, acelerando así la fragmentación de la comunidad.
  8. En nuestra Congregación, las elecciones no son simplemente cuestión de depositar el voto y contar las papeletas; mucho menos, de la búsqueda de alguien que deje a los miembros hacer, sin ser molestados, en la prosecución de sus proyectos individuales. Por el contrario, las elecciones deben ser un importante ejercicio del voto de obediencia por parte de la comunidad provincial, que se caracteriza por una humilde y corresponsable búsqueda de la voluntad de Dios. Debido a que el proceso electoral debe realizarse en una atmósfera de oración, se espera que del mismo resulte una convergencia de puntos de vista, la Congregación deben revisar con visión crítica ciertos procesos más o menos democráticos e incluso privados, tales como votar por correo. Es difícil calibrar en qué medida este sistema favorece el diálogo y el discernimiento entre los miembros de la Unidad. La finalidad apostólica de la Congregación debe penetrar e inspirar el discernimiento y la selección de los líderes.
  9. El XXII Capítulo General (1997) recomendó a la Congregación el proyecto de vida comunitaria. Algunas Provincias utilizan regularmente este instrumento y han encontrado en él un sólido medio para la búsqueda de la voluntad de Dios en la situación concreta de la comunidad local. La preparación del plan induce al diálogo fructífero que lleva a insertar los dones personales de cada miembro en un proyecto común. Una evaluación regular del plan puede proporcionar una provechosa revisión de la vida de los miembros y abrir la puerta a la conversión continua.
  10. Finalmente, dado el papel especial del superior local en el discernimiento de la comunidad (cf. por ejemplo, Const. 72, 136; Estatuto General 037), una importante estructura para promover la corresponsabilidad son las reuniones periódicas de los superiores destinadas a su formación continua en lo que se espera de ellos de acuerdo con el proyecto carismático de la Congregación.

El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido….

  1. Con la obediencia a la Palabra de Dios y la adhesión a las Constituciones y Estatutos, nuestra atenta obediencia a la voz de los pobres abandonados ayuda a garantizar nuestra fidelidad a la voluntad de Dios. Con el paso de los años he meditado frecuentemente sobre el encuentro del diácono Felipe con el funcionario de Candace, reina de Etiopía, narrado en los Hechos de los Apóstoles (Hech 8,27). En su viaje de Jerusalén, el eunuco estaba leyendo atentamente el libro del profeta Isaías. Sin embargo, por más que se esforzaba, sencillamente no podía comprender el texto. Cuando Felipe subió a su carruaje y le explicó la Palabra, el funcionario no sólo la comprendió, sino que también fue convertido por el Señor. Su vida tomó un nuevo rumbo y pidió ser bautizado.
  2. ¿Hay una lección para nosotros en este pasaje de los Hechos? Los Redentoristas tenemos una “página” ante nuestros ojos, bien sea la Palabra de Dios bien sea el momento presente de la historia, y, a pesar de nuestros esfuerzos, no conseguimos “entenderla” – su sentido se nos escapa. Justamente igual que el Espíritu condujo a Felipe a ayudar al eunuco a comprender lo que estaba leyendo, de igual modo el Espíritu ha dado a la Congregación los pobres abandonados como nuestros profesores particulares. Si no escuchamos su voz, la página escrita de la Escritura, las Constituciones y Estatutos, y el mundo a nuestro alrededor quedarán en gran parte indescifrables para nosotros.
  3. Nosotros escuchamos a los pobres abandonados, ante todo y principalmente, a causa de Jesucristo que comenzó su ministerio público con la proclamación de esperanza a los pobres, a los débiles y a los oprimidos de la tierra: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Alfonso conectó la misión de la Congregación con la misión de Jesucristo y usó ese pasaje de Lucas para que nos ayudara a comprender por qué existimos en la Iglesia.
  4. No mostramos a la gente a un Dios distante y receloso, sino que, por el contrario, ayudamos a la gente a ver que Dios dio el primer paso y está presente entre ellos. Escuchamos a los pobres abandonados a fin de descubrir al Señor “allí donde Él ya está presente y actúa de modo misterioso” (Const. 7), especialmente entre los marginados por la Iglesia o por la sociedad. Dios nos confió la misión de ser testigos de su propia kenosis que lo lleva a las profundidades de nuestro mundo y de vuelta al cielo, a fin de contar esta historia a quienes, de otra forma, tendrían poca oportunidad de escucharla, y de ofrecerles la plena participación en la vida divina.
  5. Escuchar la voz de los pobres abandonados no sólo nos convence de la llamada que nos hacen, sino que percibimos también que ellos ofrecen sus propios dones a la Congregación. A través de ellos experimentamos el misterio de la fuerza de Dios que se manifiesta en la debilidad (2Cor 4,7-9), no sólo entre la gente a la que atendemos, sino también en la fragilidad de nuestros propios recursos. Los pobres nos enseñan que la fuerza se encuentra en la comunidad y en las mutuas relaciones y, por tanto, y de esta forma nos animan a buscar nuevas estructuras de cooperación que reforzarán nuestra labor misionera. Finalmente, los pobres abandonados nos invitan a una misión que es siempre una respuesta gratuita al amor abundante de Dios: “Gratis lo han recibido; denlo gratis ” (Mt 10,8). Es nuestra propia experiencia de la gratuita compasión de Dios la que nos impulsa a hacer el don total de nosotros mismos.
  6. Los pobres no necesitan de nosotros. Si escogemos no ir hasta ellos, Dios encontrará a otra gente puesto que Dios escucha el clamor de los pobres. Mis hermanos, el punto es que nosotros necesitamos a los pobres si es que queremos ser fieles a la misión que se nos ha confiado. La obediencia a su voz no es sólo “hacer cosas” por ellos, sino entrar en un proceso de conversión que nos lleve que a despojarnos de nosotros mismos y a ofrecer nuestras vidas como un don. Para esto, debemos reconocer que los pobres abandonados existen realmente: ellos no son sólo teorías o estadísticas, sino que tienen nombres y rostros. Nosotros vamos adonde la Iglesia no puede o no quiere ir y escuchamos a la gente que allí encontramos. Si escuchamos su voz, junto con la Palabra de Dios y nuestras Constituciones y Estatutos, aprenderemos lo que debemos hacer.

Conclusión

María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?…»
María dijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según su palabra.»
(Lc. 1,34.38)

  1. El Congreso internacional sobre la Vida Consagrada, un acontecimiento sin precedentes que reunió en 2004 a más de 800 participantes – la mayoría Superiores Generales de Congregaciones masculinas y femeninas juntamente con presidentes de prácticamente todas las Conferencias nacionales de religiosos y diversos teólogos – elaboró un Documento Final con diversas declaraciones audaces. Entre las más llamativas se encuentra ésta:

“De un tiempo a esta parte, algo nuevo ha surgido entre nosotros más allá de otras realidades de muerte (tradiciones y estilos obsoletos, instituciones moribundas). La agonía de lo que muere y la confianza en lo que está naciendo nos afectan. Aunque no veamos aún lo que el Espíritu está alumbrando en la vida consagrada, identificamos, no obstante…, brotes nuevos…” [42]

  1. Tras escuchar dieciocho años a los Redentoristas y a los hermanos y hermanas que nos acompañan así como también a miembros de otros Institutos de vida consagrada, estoy cada vez más convencido de que algo nuevo está naciendo en nuestra Congregación. El ejercicio de nuestro voto de obediencia nos ayudará a vislumbrar lo que el Espíritu está haciendo surgir y nos dará corazones que sean suficientemente libres como para llevar a cabo nuestra parte en la gran obra de la Redención.
  2. Debemos ser como María en la anunciación: ella pregunta (Lc 1,34), reflexiona, medita. Ella confía y se abandona a Dios. Su obediencia es “Creer pero también preguntar”; [43] al mismo tiempo, está “pronta a obedecer”. [44] “Meditaba todas estas cosas y las sopesaba en su corazón” (Lc 2,19), y de esta forma “encontró el nexo profundo que unía acontecimientos, gestos y cosas aparentemente distintas en el gran plan divino”. [45] En ella reconocemos a nuestra Madre, solícita en el ayudarnos en todo instante, pero también a nuestro modelo en los caminos de la fe. [46] ¡Que Ella nos ayude a escuchar al Señor y a reconocer la grandeza de nuestra vocación! ¡Que Ella nos lleve a un amor cada vez más profundo a su Hijo, el Redentor del mundo!

Fraternalmente en Cristo Redentor,

Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Superior General

La lengua original de este documento es la inglesa.

[1] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Vita Consecrata, (25 de marzo de 1996) 24.

[2] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Perfectae Caritatis, n. 2.

[3] C.Ss.R., Acta Integra Capituli Generalis XX, Offset, Romae 1985, 217.

[4] C.Ss.R., Acta Integra Capituli Generalis XXI, Tipografia Poliglotta della Pontificia Università Gregoriana, Romae 1992, 313.

[5] Ibid., 339-340.

[6] Cf. Félix Catalá, C.Ss.R., “Dimensions of Redemptorist Spirituality”, publicado en www.redemptoristspirituality.net.

[7] David Couturier, OFM Cap., “Religious Life at a Crossroads”, en Origins 36, n. 12 (2006) 181-188.

[8] Cf. Catalá, op. cit.

[9] Acta Integra Capituli Generalis XXI, 327.

[10] Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelica Testificatio (29 de junio de 1971), n. 7.

[11] International Congress on Consecrated Life, Final Document What the Spirit is saying to the Consecrated Life? (Roma, noviembre, 2004), n. 2.

[12] Ibid.

[13] Pablo VI, Discorsi al Popolo di Dio, 1966-1967 (Roma 1968) 119.

[14] Congregación para los Institutos de vida Consagrada y Sociedades de vida Apostólica, Instrucción El Servicio de la Autoridad y la Obediencia: Faciem tuam, Domine, Requiram, (Ciudad del Vaticano 2008), n. 3.

[15]                                       Cf. José Rovira, CMF, Autorità-Obbedienza e la Ricerca della Volontà di Dio, Conferencia pronunciada en la 71 Asamblea de la Unión de Superiores Generales (29 de mayo de 2008).

[16] The Service of Authority, 3b.

[17] The Service of Authority, 23a.

[18] Sant’Alfonso de Liguori, Uniformità alla volontà di Dio, Città Nuova, Roma 1999, 55

[19] Rovira, op cit., 4.

[20] Ibid., 4.

[21] Uniformità alla volontà di Dio, 76

[22] S. Augustinus, Sermo 328, 8.

[23] The Service of Authority, 7.

[24] Benedict XVI, Encyclical Letter Spe Salvi (2007), n. 43.

[25] The Service of Authority, 7.

[26] Cf. Constituciones y Estatutos C.SsR., n. 74; Perfectae Caritatis, n. 2a.

[27] Vatican II, Constitución Dei Verbum, n. 10.

[28] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 85-86.

[29] El Servicio de la Autoridad, 9.

[30] Vita Consecrata, 37.

[31] Cf. Antonio M. Tannoia, Della vita ed istituto del Venerabile Servo di Dio Alfonso Mª Liguori, Vescovo di S. Agata de’ Goti e Fondatore della Congregazione de’ preti missionari del SS. Redentore, 4 vol., Napoli 1798-1802, vol. IV, cap. 9, 44.

[32] Cf. Rovira, op. cit., 8.

[33] Sabatino Maiorano, C.Ss.R., “Autorità e vita fraterna: dialogo, discernimento ed obbedienza”, en Il Servizio dell’Autorità e l’Obbedienza, Roma 2009, 88.

[34] La Constitución 22 nos recuerda que el término “comunidad” se aplica ya a toda la Congregación, ya a la (vice)provincia, ya a la comunidad local o personal.

[35] Vita Consecrata, 94.

[36] St. Jerome, Commentary on Isaiah (nn. 1.2: CCL 73, 1-3).

[37] Citado por Benedicto XVI, Message to the People of God of the XII Ordinary General Assembly of the Synod of Bishops (2008), 10.

[38] Cf. The Service of Authority, 23.

[39] Pablo VI, Encíclica Ecclesiam Suam (1964), n. 64.

[40] Vita Consecrata, 74.

[41] The Service of Authority, 20e.

[42]                                         What is the Spirit saying, 2.

[43] The Service of Authority, 31a.

[44] Vita Consecrata, 112c.

[45] Mensaje al Pueblo de Dios, 9.

[46] Vaticano II, Constitución Lumen Gentium, 65.

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