La REDEnción

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Communicanda II – 2003-2009


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La REDEnción

4 de junio de 2006
Solemnidad de Pentecostés

Introducción

Mis queridos Cohermanos:

¡Porque del Señor viene la misericordia y la redención copiosa! (Sl 130, 7)

  1. Es un considerable desafío compartir con ustedes las presentes reflexiones sobre el tema de la redención. Digo esto no simplemente porque se trate de un tema difícil y exigente. La empresa es sobrecogedora porque hablar o escribir sobre la redención es tocar el propio corazón de nuestra fe cristiana y, obviamente, el centro vivificante de la propia Congregación. Durante el pasado año, muchos cohermanos compartieron sus ideas sobre este tema y me ofrecieron una profusión de notas y sugerencias. Los miembros del Consejo General han trabajado también muy intensamente, y durante largo tiempo, para elaborar sus aportaciones personales al tiempo que me pidieron que escribiera la versión final. A todos, mi gratitud: a ustedes pertenece el mérito de la profundidad y de la sabiduría teológica de este documento. Pero, al final, soy yo quien asume la responsabilidad de reunir todo el conjunto partiendo de la perspectiva pastoral de mi oficio. Esto quiere decir también que soy yo quien asume la responsabilidad de cualquier menoscabo en las aportaciones originales así como en las demás deficiencias que puedan encontrarse.

La urgencia experimentada en el XXIII Capítulo General

  1. El encargo de esta Communicanda lo hizo el XXIII Capítulo General en octubre de 2003. En aquella ocasión me impresionó el sentido de urgencia expresado por los Capitulares al considerar los desafíos que deben afrontan los Redentoristas para vivir nuestro carisma en todo el mundo. Subrayaron la necesidad de reflexionar sobre las dimensiones esenciales de nuestra vocación misionera a fin de responder fielmente a dichos desafíos. Como ustedes recuerdan, instaron a la Congregación a dedicar una atención especial a la calidad de nuestra consagración apostólica al Redentor. La fe en Jesús, nuestro Redentor, es la frase decisiva que se convierte en principal razón para nuestra elección [del tema del sexenio]. La convicción fundamental que movió a los Capitulares entonces fue vigorosamente respaldada: Sabemos por experiencia que si mantenemos los ojos fijos en Jesús, ninguna tormenta que nos rodee nos hundirá. [1] El tema del sexenio, Dar la vida por la abundante redención, adquiere desde esta perspectiva un profundo significado ya que la situación del mundo está requiriendo de nosotros la mayor dedicación y convicción. La calidad de nuestra consagración apostólica al Redentor determina la forma en que debemos vivir el carisma que se nos ha confiado.
  2. Los miembros del Capítulo vieron que era urgente una profundización de nuestra comprensión sobre la redención a fin de reforzar el fundamento de nuestro compromiso religioso y el carácter dinámico de nuestra respuesta misionera a los desafíos del mundo. Pienso que los Capitulares percibieron que los Redentoristas pueden no haberse dado cuenta de cuánto ha cambiado nuestra comprensión de la redención. Puede ser que también estemos tan ocupados que no tengamos tiempo para profundizar – o siquiera para pensar – sobre la relación de Dios con el mundo. Sin esta reflexión, el Evangelio que predicamos corre el riesgo de no ser “noticia”, y menos aún ¡“buena”! Debido a esto, los Capitulares pidieron que se escribiera una Communicanda sobre la redención. Esta tarea se hacía urgente dado que las nuevas antropologías y comprensiones del mundo y de la fe exigen una clarificación del concepto y su contenido. Esta Communicanda ofrecería a los Redentoristas los elementos necesarios para discernir su significado y revitalizar la vida apostólica. [2]
  3. La revitalización de nuestra vida apostólica como una de las metas de la reflexión es un elemento clave para la decisión del Capítulo. Los Capitulares se refieren a la comprensión fundamental de la vida redentorista como vita apostolica, expresión técnica que tiene un significado preciso en nuestras Constituciones: nuestra vida comprende a la vez la vida de especial consagración a Dios y la actividad misionera de los Redentoristas (Const. 1). Lejos de ser una especie de dualismo, el carisma de nuestra Congregación nos llama a una unidad fundamental entre lo que somos y lo que hacemos. La espiritualidad, la vida comunitaria y el trabajo pastoral no son componentes separados de nuestra vocación. El estudio y la reflexión teológica también son parte integrante de este conjunto dinámico. Todas estas dimensiones de nuestra vida se entrelazan de forma armoniosa y conjuntamente representan nuestra misión específica en la Iglesia. Toda reflexión sobre la redención forma parte de este proceso. Debe fortalecer y dar sentido a toda nuestra vida.
  4. Es claro que un tratado sistemático de la redención va más allá de la naturaleza y el propósito de cualquier Communicanda. Por tanto, este documento no pretende ser una exposición exhaustiva, ni siquiera tratar todas las cuestiones más importantes del tema. Una reflexión sobre un tema tan fundamental como la redención debe ser un proceso continuo, compartido por toda la Congregación y los otros miembros de la familia redentorista. Se trata de una tarea que debemos asumir como parte de nuestra vida personal y comunitaria. Más aún, a mi modo de ver, cada Unidad y cada Región están llamadas a contemplar la noción de redención a partir de su contexto histórico y de sus peculiares expresiones culturales.

Los Capítulos Generales anteriores nos ayudaron a conectar entre sí los temas sobre la identidad, la espiritualidad y la misión. Sería muy provechoso retomar dichas propuestas. También podría ser beneficioso echar una ojeada a las anteriores Communicanda que trataron los temas de nuestra espiritualidad, del testimonio de nuestra vida comunitaria, de la solidaridad y del apostolado. Estos documentos nos suministran un telón de fondo y el contexto propio para esta reflexión sobre el tema de la redención. [3]

El papel esencial de la metáfora

  1. Antes de comenzar la reflexión, consideremos el tipo de lenguaje que se usa para hablar sobre la redención. En la Palabra de Dios y en toda la historia de la Iglesia se usan metáforas para referirse a la redención. Este hecho tiene importantes implicaciones. Una metáfora es una figura retórica por la cual una palabra o frase, que literalmente se refiere a un determinado tipo de objeto o idea, se usa para designar otra cosa distinta o bien para sugerir una semejanza o analogía. Las metáforas son esencialmente símbolos. Por eso, graves confusiones pueden ocurrir cuando se las interpretan literalmente o de forma aislada. Una metáfora no puede ser tomada como expresión que agote el sentido de una determinada verdad. Además, en el lenguaje cotidiano o en la reflexión, las metáforas pueden expresar diversas dimensiones de una realidad y una verdad teológica. Sin embargo, la metáfora en sí no puede abarcar la totalidad de dicha realidad o verdad. El hecho de que se usen numerosas metáforas para hablar de la redención ilustra cómo ninguna de ellas, de forma aislada, es totalmente adecuada.
  2. Más aún, no podemos perder de vista el hecho de que el modo como la Biblia habla de redención está condicionado por diferentes contextos culturales, sociológicos y religiosos. Las diversas expresiones usadas no deben considerarse en pugna o en oposición mutua, sino como esfuerzos diversos para hacer comprensible la verdad de la fe. Por ejemplo, encontramos en S. Pablo el uso de las categorías hebreas de culpabilidad y expiación. Lucas y las Cartas Pastorales, por su parte, se remiten al pensamiento helenístico. El propósito original de los textos bíblicos fue el de proclamar el misterio de Jesucristo y el misterio de la redención de modo que fuesen entendidos por comunidades concretas. Un enfoque respetuoso de la Palabra de Dios revelada debe animarnos a no escatimar esfuerzo alguno para hacer comprensible el mensaje de la redención en los numerosos contextos culturales e históricos en los que la Congregación evangeliza hoy.
  3. Algunos modos de hablar de la redención, fuertemente influenciados por una piedad inadecuada aunque entusiasta, pueden desorientarnos e incluso impedirnos dar una respuesta eficaz a los problemas de nuestros días. Nuestra propia práctica pastoral y nuestra predicación nos hacen tomar conciencia de la insuficiencia de algunas interpretaciones y enfoques. Probablemente dedicamos una buena parte de nuestro servicio misionero a corregir ciertas perspectivas teológicas que han desorientado o incluso esclavizado al Pueblo de Dios.
  4. Esta Communicanda no pretende ser un comentario teológico que explique todos los temas. Al iniciar de nuestro diálogo, recordemos que la historia de la teología y la de la evangelización se caracterizan por la búsqueda de un lenguaje que nos ayude a hablar de la redención. Dicha búsqueda ha llevado a los misioneros a reflexionar constantemente sobre el misterio de la redención mientras buscaban metáforas que pudieran servir a la proclamación de la Buena Nueva. Sería muy bueno que en la Congregación se organizaran espacios de discusión y diálogo donde los miembros de la Familia Redentorista puedan compartir una reflexión continua. Se propicia así el mutuo enriquecimiento a partir de las perspectivas de nuestras diversas regiones.

I. Beber de nuestro propio pozo

  1. Los Redentoristas tenemos una manera instintiva y pastoral de entender y anunciar la redención, a pesar de las diferencias teológicas y culturales entre nosotros. Esta manera de entender la redención nos viene de San Alfonso y puede ser encontrada en nuestra tradición espiritual y pastoral. No escatimamos esfuerzo alguno para ayudar a la gente a comprender que la redención es siempre iniciativa de Dios, quien nos ama de un modo prácticamente inconcebible por la imaginación humana y, a cambio, desea nuestro amor. En nuestro ministerio, la redención se proclama como liberación del pecado y como llamada de Dios a vivir en una relación de amor con él. Generalmente, somos conocidos por nuestra cercanía al pueblo, especialmente a los pobres más abandonados. La misericordia generosa, el perdón y la reconciliación son notas características de nuestro ministerio. Jesús invitaba a las gentes a cambiar sus corazones y sus mentes, así también nuestra predicación tradicionalmente incluye una insistente llamada a la conversión. El apostolado del confesionario es apreciado por nosotros porque la celebración de este sacramento ofrece a la gente una experiencia tangible de la redención. La mayoría de los Redentoristas establece una conexión fundamental entre la redención y las exigencias de la justicia social, del reconocimiento de los derechos humanos y del respeto por la integridad de la creación.
  2. En general, los Redentoristas entendemos la redención de acuerdo con la proclamación de la Buena Nueva de Jesús. Esta proclamación ofrece la salvación a todos, con una opción preferencial por los pobres. Entre los pronunciamientos del Magisterio sobre la redención, posiblemente sea el Papa Pablo VI, quien en su exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, resuma el contenido de la predicación de Jesús de un modo que habla al corazón de los Redentoristas precisamente por su perspectiva pastoral, y en particular por su énfasis en la necesidad de la conversión:

Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a El. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo, y se logra de manea definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre.

Este reino y esta salvación – palabras clave en la evangelización de Jesucristo – pueden ser recibidos por todo hombre, como gracia y misericordia; pero a la vez cada uno debe conquistarlos con la fuerza, “el reino de los cielos está en tensión y los esforzados lo arrebatan”, dice el Señor (24), con la fatiga y el sufrimiento, con una vida conforme al Evangelio, con la renuncia y la cruz, con el espíritu de las bienaventuranzas. Pero, ante todo, cada uno los consigue mediante un total cambio interior, que el Evangelio designa con el nombre de metanoia, una conversión radical, una transformación profunda de la mente y del corazón. [4]

  1. Una manera redentorista de entender la redención es la que comienza con San Alfonso. No tan diferente a nuestra propia época, la sociedad en la que Dios llamó a Alfonso de Liguori a proclamar la abundante redención presentaba enormes desafíos. Él vivió un cambio trascendental de época, en el punto crítico de la transición de la sociedad medieval al nuevo y audaz mundo de la Ilustración. Alfonso tomó conciencia de los pobres más abandonados que, demasiado frecuentemente, eran olvidados en las prioridades políticas, económicas y culturales de su tiempo. Era consciente, a la vez, de su propia necesidad de conversión si quería responder fielmente a la llamada de Dios.

Muchos de sus contemporáneos se encontraban alejados de Dios debido a las ideas equivocadas que se les proponían sobre Dios y a un legalismo opresor en la espiritualidad y en la moral. Alfonso combatió estas distorsiones del Evangelio con una robusta práctica pastoral imbuida de un espíritu clarividente de la oración y de la contemplación. Su predicación sobre la redención tocó los corazones de las gentes que habían llegado al punto de imaginar a Dios, en el mejor de los casos, como muy lejano e indiferente; y en el peor de los casos, como un tirano cruel.

  1. Para Alfonso, la totalidad de la vida cristiana se centra en Jesús y en su obra redentora. Si queremos entender la intuición espiritual de nuestro Fundador, pienso que el enfoque crítico no es el de una redención como categoría abstracta, sino más bien la persona del Redentor. Para Alfonso, es indispensable un enfoque cristológico ya que es el Redentor quien revela la redención. El Redentor representa la verdadera esencia de Dios en toda su plenitud. ¿Quién es Dios? ¿Qué piensa Dios sobre los seres humanos? Alfonso une su voz a la de Jesús en el Evangelio de Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16-17).

El Redentor es el propio amor que desea tocar y transformar todo ser humano de manera que todos puedan encontrar plenitud y felicidad verdaderas. Jesús vino para que todos “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn. 10, 10). Sin embargo, no escatimando nada para amar y ser amado, el Redentor se “despoja de sí mismo”, primero en la Encarnación y después en la muerte, incluso “una muerte de cruz”. La opción del Redentor por el camino de la kenosis absoluta está destinada a destruir todas las ideas falsas sobre Dios, al mismo tiempo que destruye el muro del orgullo y la suspicacia humana sobre Dios y sobre su plan sobre nosotros.

El misterio de la redención no consiste en que nosotros nos hagamos dignos de Dios, sino más bien en que, en Cristo Jesús, Dios nos hace dignos de sí (Cl. 1, 12-14; Ef. 1, 3-14). Esta comprensión del deseo de Dios de transformar a los seres humanos a través del amor es un elemento importante de la visión de Alfonso. La redención se convierte así en entrega libre del hombre en un acto de admiración y gratitud hacia el amor que Dios nos ha dado en Cristo Jesús por medio del Espíritu.

  1. Una comprensión del Redentor como expresión de la compasión de Dios que se manifiesta en la kenosis influye en Alfonso a la hora de la promoción de las devociones tradicionales de su tiempo. Pesebre, Cruz, Eucaristía y María son expresiones de la profundidad del misterio del Redentor. La Encarnación demuestra el compromiso compasivo de Dios para con la humanidad a través del amor que se da libre e incondicionalmente. En la Cruz contemplamos un amor sin límites al darse a sí mismo o bien en su capacidad de perdonar. En la Eucaristía, la humanidad recibe el supremo don del amor: el Señor resucitado que decide permanecer para siempre entre sus amados como fuente de gracia transformadora y como fuerza para la comunión. María es amada por Alfonso en cuanto cauce a través del cual fluye el río de la gracia que da el Padre en el Redentor.
  2. Para que apreciemos su forma de entender la redención, la perspectiva a partir de la cual debemos leer a San Alfonso es la de los “abandonados”, la de aquellos que están obligados a vivir al margen de la sociedad o incluso de la Iglesia. Este es el punto de vista que da matiz a las estrategias pastorales de Alfonso y condiciona también indeleblemente su reflexión teológica. Su visión en orden a la Congregación es tan grande como ningún otro podía tenerla, ya que su punto de referencia es la entera misión de Jesús. ¿Por qué Dios se hizo hombre en Jesucristo? En la respuesta a esta pregunta encuentra Alfonso también la raison d’ être (la razón de ser) de su Instituto. Descubre en el cuarto capítulo del Evangelio de Lucas una cierta definición de la misión de Jesús, un resumen del sentido y del significado de toda su vida. La perspectiva teológica de Alfonso es aquí profundamente pastoral y misionera:

El que es llamado a la Congregación del Santísimo Redentor no será jamás un verdadero seguidor de Jesucristo y ni tampoco llegará jamás a ser santo si no tiende al objetivo de su vocación y no tiene el espíritu del instituto, que consiste en salvar almas, las almas más destituidas de ayuda espiritual como son los pobres campesinos. Fue ésta era la verdadera razón de la venida del Redentor, que dijo de sí: El Espíritu del Señor…. me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres. [5]

Alfonso establece una clara conexión entre la persona de Jesús y la Congregación: ella está en razón de la venida del Redentor.

La misión de los Redentoristas es llevar a las gentes al punto crucial de la vida cristiana: el amor de Dios que es poderosamente revelado en Jesucristo. En el centro de la vida y del ministerio de la Congregación está el propio misterio de la redención. Nosotros, Redentoristas, hemos nacido en el corazón de un ardiente discípulo de Jesús, que estaba inflamado de celo por la redención de todos, con especial preferencia hacia los pobres abandonados.

  1. A través de Jesús, el amor redentor del Padre alcanza a cada persona individualmente. En la perspectiva de Alfonso, el amor de Dios no es anunciado de modo abstracto, sino por medio de historias que ilustran el amor personal de Dios a cada uno y espera también de cada uno una respuesta de conversión. La transformación del mundo se realiza por un cambio personal del corazón y por la obediencia al plan de Dios tal como fue revelado en Jesús. Como seres humanos, también nosotros tenemos una necesidad básica de pertenencia, de ser parte de un proyecto más amplio que nos lleve más allá de nuestros pequeños mundos personales. El amor redentor de Dios provoca un cambio en nuestras relaciones, uniéndonos como comunidades en la Iglesia (Const. 12), que nos confía la misión de comunicar a los demás el amor que experimentamos en el Redentor.
  2. Alfonso percibió como suya la vocación de proseguir la obra de Jesús Redentor predicando la Buena Nueva a los pobres más abandonados. Su misión fue vivir en permanente solidaridad con ellos. Su propia experiencia personal de Dios estuvo íntimamente ligada a dicha idea. Escribió a las comunidades de Scifelli y Frosinone en 1774:

Atiendan a las almas, de modo más especial a los pobres, a los campesinos y a los más abandonados. Recuerden que Dios evangelizare pauperibus misit nos (que Dios nos envió a evangelizar a los pobres) en estos nuestros días. Graben esto firmemente en sus corazones y busquen solamente a Dios entre los pobres abandonados, si es que quieren agradar a Jesucristo. [6]

  1. Alfonso no se empeñó en llevar a los abandonados a la Iglesia, sino que, más bien, trató de llevar la Iglesia a esas gentes que ella había abandonado. S. Alfonso enfatizaba repetidamente que su Instituto había optado concientemente por fundar sus casas entre los pobres. Supongo que dicha opción no fue simplemente para posibilitar a los pobres aprovecharse de nuestros servicios. Alfonso sabía que el estar entre los pobres haría cambiar a sus compañeros justamente como los cabreros y los pastores lo cambiaron a él para siempre.

II.Lidiando con el misterio
    en el mundo de hoy

  1. En la primera parte de esta carta traté de subrayar algunos elementos que considero importantes para un enfoque redentorista de la redención. Dichos elementos pueden enraizarnos sólidamente en una tradición que continúa alimentando nuestra vocación misionera. Pero dichas raíces deben arraigar hoy en un nuevo suelo. Podría decirse que nos encontramos al final del momento histórico que comenzó a asumir una forma concreta justamente durante el tiempo en que vivió Alfonso. El final de una época y el principio de otra representa la aparición de problemas nuevos, de nuevas preocupaciones, de nuevas cuestiones y de nuevas oportunidades.
  2. Para que nuestra reflexión no termine en un mero ejercicio teórico, es fundamental considerar el mundo en que vivimos y trabajamos. Solamente si estamos dispuestos a mantener esa actitud atenta hacia la realidad seremos capaces de discernir los angustiosos interrogantes de la gente y descubrir cómo Dios se está revelando realmente en ellos y dando a conocer su plan (cf. Const. 19). Esa misma Constitución, inspirándose en la audaz doctrina del Concilio Vaticano Segundo, declara cómo incumbe a los Redentoristas revelar la “obra de la redención en su totalidad” [7] . Para gran parte del mundo, la redención es una categoría sin sentido. La multiforme crisis del cristianismo puede – y probablemente debe – reducirse a un denominador común de naturaleza soteriológica, es decir, a la pérdida de su relevancia salvífica. El cristianismo ve debilitado su potencial para ser signo de la salvación. Y la Iglesia deja de ser Iglesia si no puede comunicar la salvación. Se podría invertir el axioma de S. Cipriano: extra salutem nullus Christianismus (fuera de la salvación no hay cristianismo). [8]
  3. Así que dicha reflexión es una tarea fundamental – pero nunca fácil – porque nuestro mundo está constantemente cambiando. Hoy en día existe una percepción de que el cambio cultural es acelerado y profundo, llevando a algunos a observar que vivimos en un cambio de época, no simplemente en una época de cambios. Las categorías de pensamiento y de interpretación constatadas por el tiempo son limitadas en su capacidad de ayudarnos a comprender lo que está sucediendo. Las gentes se preguntan si de hecho existen puntos fijos de referencia o valores absolutos. Aunque el capitalismo mantiene un gran poder de atracción, el hecho es que parece que se van extendiendo la decepción ante las actuales instituciones, el colapso de las ideologías y la falta de esperanza en un futuro mejor prometido por la modernidad. Crece la capacidad destructiva de la humanidad llevando a muchos a preguntarse “¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Quién nos salvará de nosotros mismos?”

La búsqueda de sentido y el ansia de espiritualidad

  1. En algunas partes del mundo moderno, aunque la gente niegue su pertenencia a cualquier denominación, utiliza, sin embargo, el lenguaje religioso para expresar una búsqueda de sentido en la vida. Un sociólogo contemporáneo describe la situación de Europa Occidental como un “creer sin pertenecer.” [9] Se puede percibir un ansia por algo más en la vida, una búsqueda de sabiduría, un interés por las nuevas formas de espiritualidad, una pasión por la justicia, un aprecio de la belleza y del valor esencial de las relaciones interpersonales. Los cohermanos que estudian las tendencias contemporáneas en la literatura, el cine, el arte y la música, vislumbran en dichas expresiones culturales una búsqueda persistente de una experiencia de algo parecido a la redención. Diferentes expresiones de religiosidad popular manifiestan un ansia y una búsqueda semejantes.
  2. El hambre de redención se percibe también en clamores reprimidos y anhelos sofocados. Podemos oírlos en el desamparo y en la frustración de los marginados, de los excluidos y de los así llamados “nuevos pobres”. Una percepción muy extendida de la fragmentación de la vida moderna, en la que sus distintos aspectos parecen estar desconectados entre sí, provoca también un efectivo malestar y una tímida esperanza de alivio. Las personas angustiadas, solitarias, y sufrientes de todo tipo tienen la vaga sensación de que “falta algo”; de que debe haber un modo mejor de vivir.
  3. El anhelo de “algo más” puede anestesiarse o incluso sofocarse. Algunos consiguen vivir con un cómodo sentido de autosuficiencia, sin sentir ninguna necesidad apremiante de cambio alguno. Es de preguntarse por cuánto tiempo puede una existencia estéril, aislada y manifiestamente centrada en sí mismo satisfacer el corazón humano hambriento.
  4. Aunque sea verdad que mucha gente puede sentir hambre de un cierto tipo de redención, esto no lo lleva necesariamente a la búsqueda de un Redentor. A menudo, la respuesta es procurarse un tipo de auto-redención como se comprueba por la variedad de programas de autoayuda que no están vinculados a un Redentor. Se busca alivio a las ansiedades de la vida moderna también mediante el recurso al folclore, a lo mágico o a la superstición.

La realidad del pecado y del mal

  1. La experiencia del mal es muy fuerte en la historia humana. Nuestros cohermanos en la India, en Sri Lanka, en Tailandia, en Nueva Orleáns y, más recientemente, en Indonesia, pueden atestiguar la dramática destrucción como resultado de un mal impersonal desencadenado por las fuerzas de la naturaleza y ante el cual la humanidad se doblega impotente. Por otro lado, todos conocemos demasiado bien la maldad del pecado personal que amenaza con separarnos de Dios y de los demás y que, por tanto, tiene serias repercusiones en nuestras comunidades y en la sociedad. Además de las opciones equivocadas de los individuos, también reconocemos la crueldad que causan las estructuras sociales que generan injusticias y muerte, incluso cuando están gobernadas por gentes bien intencionadas. El lujo de algunas naciones exige de forma muy real la pobreza de otras. La guerra se hace con nuevas motivaciones: o como instrumento del terrorismo o como ataque preventivo en nombre de la paz.
  2. Las consecuencias de la globalización a todos sus niveles (económico, social, político, cultural y tecnológico) son ambiguas. Por un lado, está la promesa de un nuevo mundo con incontables oportunidades. Sin embargo, el precio es una creciente desigualdad entre las naciones y la creación de nuevas categorías de pobreza. Tanto individuos, como comunidades y hasta naciones enteras se encuentran impotentes ante las estructuras globales de injusticia. Recuerdo lo que me decía un obispo redentorista: que su país, abandonado a sí mismo, tenía poca esperanza. Con sus recursos naturales agotados por el colonialismo y por la mala gestión, el país no puede producir nada para el nuevo mercado globalizado. Su supervivencia depende principalmente de una más intensa solidaridad entre las naciones.
  3. Durante su reciente visita al campo de exterminio de Auschwitz–Birkenau, el Papa Benedicto XVI se propuso hablar con coherencia sobre al mal perpetrado en ese lugar; y el propio Santo Padre se cuestionó sobre el “silencio de Dios.” [10] Una reflexión profunda sobre el problema del mal y del pecado supera indudablemente los propósitos de esta Communicanda. Lo que pretendo decir es que el misterio del mal debe ser abordado en nuestra reflexión y también en nuestra predicación si queremos ser fieles a la revelación y creíbles a la gente. Un análisis lúcido de nosotros mismos y de nuestro mundo, cuando va unido a una profundización llena de gratitud y de fe en la revelación de Dios en Jesús nos lleva a maravillarnos con San Pablo: “Donde abundó el pecado, ¡sobreabundó la gracia!” (Rm. 5, 20). Tal vez la proclamación más primigenia del Evangelio es anunciar con convicción que Dios está vivo, incluso en un tiempo como el nuestro.

Signos y testigos del reino

  1. Este mundo, dividido, fragmentado y herido, en el que millones de personas deben soportar sufrimientos horribles, es todavía el mundo que Dios ama, el mundo al cual y para el cual envió a su Hijo. Dos milenios después de la muerte y resurrección de Jesús, podemos preguntarnos si su misión supuso una verdadera diferencia. Enfrentados al misterio del pecado y del mal, pero conscientes de la iniciativa de Dios, estamos llamados a la contemplación, en un esfuerzo que trata de ver como Dios ve para poder actuar como Dios actúa.
  2. El Instrumentum Laboris del XXIII Capítulo General presenta una lista de desafíos, llamándolos “signos de la presencia del Reino” y “signos de la ausencia del Reino”. El documento destaca específicamente los desafíos que la secularización, la post-modernidad y la globalización plantean a la evangelización. Dicho documento resume bien la situación que enfrenta la Congregación en todo el mundo y la necesidad de que descubramos los medios más eficaces para convertirnos en testigos de la abundante redención. [11]
  3. Una mirada contemplativa sobre nuestro mundo nos lleva a entrever las fuerzas que luchan contra el Reino de Dios, tales como una cultura de la muerte que privilegia el poder, el placer y el poseer, llegando incluso a la deshumanización, a la esclavitud y al desplazamiento general de sociedades enteras. La proclamación de la redención abundante es una llamada a ver este mundo herido y golpeado, desde una perspectiva contemplativa que nos permita descubrir los caminos del Espíritu. Aprendemos a reconocer la presencia de signos de redención que nos permiten proseguir con esperanza y determinación. Al atrevernos a cuestionar si la misión de Jesús marca una diferencia para nuestro mundo, necesitamos también, entonces, tener el valor de asumir una actitud contemplativa y dejar que el Espíritu prometido por Jesús nos guíe a la verdad plena (Jn. 16, 13).

III. “Cooperadores, socios, y servidores
        de Jesucristo en la gran obra…”

  1. Permítanme intentar resumir la reflexión hecha hasta aquí. Nuestro análisis comenzó con la afirmación de que los Redentoristas tienen un modo particular de entender la acción salvífica de Dios en Jesucristo. Esta visión se basa en la experiencia de Dios que animó la práctica pastoral de Alfonso de Liguori. No ha sido nuestra intención hablar de los modos tradicionales con que la teología dogmática ha presentado el tema de la redención. No es que ese debate no tenga importancia, pero el Capítulo General esperaba que la presente Communicanda sirviese de instrumento de discernimiento y contribuyera a revitalizar la vida apostólica de la Congregación [12] . A este fin, intenté anclar la reflexión en la experiencia de nuestro Fundador, que dio energía y urgencia a su predicación, a sus escritos e incluso a la decisión de fundar la Congregación. Alfonso entendió al Redentor como la revelación de la ilimitada compasión de Dios hacia la humanidad. Este amor compasivo lleva a Dios a la kenosis, a despojarse de sí mismo, que Dios hace para la vida del mundo con especial preferencia por los pobres. La lógica de Alfonso es la misma lógica de la carta a los Filipenses: Dios no escatimó esfuerzo alguno para ganar nuestros corazones (Fil. 2, 5-11).

Llevamos la intuición espiritual de Alfonso a nuestra misión de proclamar la abundante redención al mundo de hoy. Esta misión exige de nosotros una mirada contemplativa cuando tratamos de entrever las fuerzas que combaten contra el Reino de Dios e intentamos discernir los signos de la redención que nos permiten continuar nuestra misión con esperanza y determinación, que incluyen la lucha contra todo aquello que pueda esclavizar a hombres y mujeres.

Como Alfonso, también nosotros estamos llamados a la conversión que nos permita participar del dinamismo de la compasión y de la kenosis de Dios. “Dar nuestra vida por la abundante redención” significa entrar de modo íntimo y permanente en la misión de Jesucristo, que es la “gran obra de la redención” a fin de predicar a los pobres la Palabra de la salvación (cf. Const. 2). En esta parte final de la Communicanda, me agradaría indicar algunas consecuencias para la Congregación hoy.

Centralidad de Jesucristo:
en él hay abundante redención

  1. Para dar testimonio de la abundante redención según la inspiración carismática de Alfonso de Liguori, nuestra única opción es fortalecer nuestra relación con el Redentor. Nuestro fundador unió radicalmente nuestra propia raison d’ être a la misión de Jesucristo. Así, la misión de Jesús se convierte en el criterio según el cual juzgamos nuestra propia misión. Debemos estar convencidos de que creer en Jesucristo es tener la misma esperanza de Jesucristo; que seguir a Jesucristo es continuar y prolongar en la historia su misión, y amar como él amó hasta el punto de dar nuestras vidas; que seguirlo es dejarnos cautivar por él y por su causa. [13] Alfonso nos invita a redescubrir al Dios de Jesucristo, un Dios que está apasionadamente enamorado de la humanidad; un Dios que escucha el grito de los pobres y no permanece indiferente a la injusticia. Dios se reveló a sí mismo como Buena Nueva para los empobrecidos, llegando a colmar con la plenitud total de Dios a los seres humanos (Ef. 3, 19) en el auto-despojo solidario de Cristo (Fil 2, 5-11).
  2. Por tanto, la proclamación de la abundante redención en la tradición redentorista no consiste principalmente en la presentación de fórmulas de fe o códigos de moral. Es una invitación a una relación personal con un Dios apasionado, un Dios de amor que, a cambio, necesita ser amado. Para Alfonso, es mucho lo que está en juego. En una de sus oraciones se lamenta de que el mundo esté “lleno de predicadores que se predican a sí mismos [y no a Jesucristo] mientras que el infierno está lleno de almas.” [14] Todavía, con una insistencia que cuestiona nuestra antigua reputación como predicadores del “fuego y azufre”, Alfonso sostiene que las conversiones conseguidas por el miedo al castigo divino no son duraderas. Por tanto, durante las misiones, la tarea principal de todos y cada uno de los misioneros es encender en sus oyentes el fuego del amor divino [15] . Aunque ya no usemos el lenguaje del azufre para captar la atención de nuestros oyentes, podríamos preguntarnos, sin embargo, si nuestra predicación no se ha convertido en insípida o superficial en sus contenidos. ¿Usamos toda la creatividad y pasión a nuestro alcance a fin de predicar a Jesucristo Redentor con un lenguaje que la gente, especialmente los pobres abandonados, sean capaces de entender hoy?
  3. La misión de la Congregación no es algo que nosotros nos inventamos. Tampoco tiene una explicación y justificación interna, sociológica, psicológica o antropológica. Sus orígenes se encuentran fuera de la misma. Dios es el propio origen y fuente de la misión y de su fuerza. Éste es su misterio más íntimo, del que la Congregación bebe su vida, fuerza y visión. Cuando la misión empieza a justificar su raison d’ être de modo diferente; es decir: socio-política o culturalmente, pierde su autenticidad. Si nuestra misión pierde su centralidad en Jesucristo, su luz se extinguirá y ella misma se convertirá en insípida; será como la sal que ya no sirve sino para que la tiren fuera.
  4. Creo que centrar la misión de la Congregación en el misterio de Jesucristo tiene importantes consecuencias para nosotros. Esta identificación debe suscitar una efectiva admiración por nuestra vocación “como cooperadores, socios y servidores de Jesucristo en la gran obra de la redención” (Const. 2), porque participamos de un impulso que encuentra su origen en el misterio de la Santísima Trinidad. La planificación pastoral, que debe prestar atención a las metas, a los objetivos, a los planes de acción y a la evaluación, debe ser también fruto de la oración contemplativa, de la meditación y de la lectio divina, pues ahí estamos tratando con lo sagrado y no simplemente utilizando principios de dirección o administración.
  5. Cuando a través de la entrega de nuestras vidas tratamos de hacer más evidente el ímpetu divino hacia toda la humanidad, no podemos cesar jamás de buscar y de hacer preguntas. No hay espacio para la autosatisfacción o para la autocomplacencia burguesa, en nuestra vocación. ¿Recuerdan la historia que cuenta Alfonso sobre cierto ermitaño que un día conoció a un príncipe en el bosque? El príncipe le preguntó qué estaba haciendo allí. El ermitaño respondió con otra pregunta “Señor ¿y qué hace usted en este lugar solitario?” Cuando el príncipe contestó que estaba cazando animales salvajes, el ermitaño replicó “Y yo estoy cazando a Dios”, y prosiguió su camino. [16] Si es verdad que muchos de nuestros contemporáneos están buscando lo divino o, por lo menos, algún sentido último a sus vidas ¡imagínense el vigoroso testimonio de nuestro trabajo pastoral y de nuestra vida comunitaria donde los hombres están cazando a Dios!

La conversión para la compasión
que se manifiesta en la kenosis

  1. Mons. Pedro Casaldáliga nos invita a pensar también con nuestros pies. Quiero decir: al final, nuestra reflexión debe traducirse en una acción que sea coherente con nuestros valores más profundos. Si queremos entender cómo comprende Alfonso al Redentor y a su obra salvífica, debemos incluir siempre a los pobres, especialmente los pobres abandonados. Como hemos visto, nuestro Fundador asocia su Congregación a la misión de Jesús, que viene a anunciar la Buena Nueva a los pobres. La Constitución 5 refleja esta relación notando que “la evangelización propiamente dicha y la opción por los pobres constituyen para la Congregación su misma razón de ser en la Iglesia y la contraseña de su fidelidad a la vocación recibida”.
  2. Alfonso no tuvo simplemente una intuición teórica de la relación especial entre el Redentor y los abandonados. Su primer biógrafo expresa en términos dramáticos cómo nuestro Fundador “pensó con sus pies” – ¡incluso cuando de hecho montaba en un jumento! En una descripción conmovedora de su éxodo de Nápoles en 1732, él describe a Alfonso haciendo a Jesús el sacrificio total de esa ciudad y de su gloria a fin de vivir y morir en el campo, rodeado por los campesinos y pastores analfabetos. [17] Comentando este hecho, Théodule Rey-Mermet escribe que el comienzo de nuestra Congregación fue primera y principalmente la muerte y el resurgir de un hombre: “El distinguido caballero napolitano ya no existe, aquel que nace es un hombre pobre entre los pobres” [18] . El lenguaje pascual, a la hora de interpretar el éxodo de Alfonso, es instructivo, especialmente cuando recordamos el encuentro que provocó la decisión de Alfonso, cuando a comienzos del verano de 1730 la visión de los pobres abandonados en las alturas de Scala lo transformó para siempre. Movido por la compasión, Alfonso asumió la misma “mente” de Cristo Jesús y se “despojó de sí mismo” (cf. Fil 2, 5b). Alfonso reconoció su propia vocación en la compasión y en la kenosis del Hijo de Dios. La historia de Jesús se convirtió en la historia de Alfonso.
  3. Desde 1732, miles de Redentoristas han entrado en esa misma dinámica, permitiendo que la historia de Jesús se convierta igualmente en la suya propia. Cohermanos como los Beatos Nicholas Mykolay Charnetskyi y Dominick Methodius Trcka vivieron la kenosis en su sentido último, “aceptando incluso la muerte” por amor a la misión. Si bien menos dramáticas, aunque no por eso menos preciosas, son también innumerables las historias de amor desinteresado que han caracterizado la historia de nuestra Congregación: misioneros que, a través de su profesión religiosa, no escatimaron esfuerzo alguno para hacer una total donación de sí mismos (Const. 56).
  4. Creo que hoy la Congregación está llamada a expresar la inspiración carismática de Alfonso en un proceso dinámico de solidaridad. Solidaridad es compasión, pues ella nos compromete con la lucha histórica de los pobres y débiles de este mundo y nos asocia a los que están abandonados y sin esperanza. La Solidaridad nos llama a “prestar atención especial a los pobres, a los de condición más humilde” puesto que su “evangelización es signo de la llegada del Reino de Dios” (Const. 4). Jesús, no solamente decide identificarse de una manera especial con los marginados (Mt. 25, 40), sino que también, en su Encarnación y en su misterio pascual, Dios expresa una solidaridad radical e irrevocable con los seres humanos.
  5. La solidaridad evangélica, que lleva a la Congregación a comprometerse con los pobres, con los desposeídos y oprimidos, encuentra expresión concreta en nuestra comunidad. Los últimos Capítulos Generales hicieron hincapié en que la comunidad redentorista es por sí misma una proclamación de la Buena Nueva. Ella es la tienda que Dios establece para acampar entre los pobres abandonados a fin de comunicar su compasión. Pero nuestra vida común exige también la kenosis Pues “…la comunidad no consiste tan sólo en la cohabitación material de los cohermanos, sino a la vez en la comunión de espíritu y de hermandad” (Const. 21).
  6. La invitación del último Capítulo General a reflexionar sobre la reestructuración de la Congregación es una llamada a la conversión a la abundante redención. [19] No es difícil ver la reestructuración como una especie de auto-despojarse. La reflexión sobre este tema es un rechazo al apego obstinado a las glorias del pasado y a la aceptación pasiva de las limitaciones del presente. Al revés, estamos buscando nuevas formas de solidaridad a fin de expresar la compasión de Dios hacia los pobres abandonados. Este itinerario parece frágil y requiere el tipo de fe y de valor que movieron a Alfonso a dejar atrás Nápoles y partir rumbo a un porvenir desconocido, armado tan solo de la confianza de que era Dios quien lo guiaba.
  7. Continuaremos este itinerario en la esperanza, una “esperanza que no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom 5, 5). Muchos esperan de nosotros un signo de esperanza, como el Papa Juan Pablo II recordó al XXIII Capítulo General: “Si anuncian con alegría y coherencia de vida la abundante redención, suscitarán o reforzarán la esperanza evangélica en los corazones de muchas personas, especialmente de aquellas que tienen mayor necesidad de ella debido a que han sido marcadas por el pecado y sus nefastas consecuencias.” [20]
  8. No podemos perder de vista el hecho de que somos peregrinos que comparten una promesa y un sueño. La solidaridad, que Dios estableció en el Redentor, ya está actuando en una especie de lucha escatológica y, de esta forma, nuestra visión no está limitada por el momento presente y rechazamos el cinismo y la ilusión de las esperanzas infundadas. Dios está haciendo nuevas todas las cosas y nosotros estamos llamados a trabajar juntos al tiempo que mantenemos nuestros ojos fijos en un nuevo cielo y en una nueva tierra que han sido prometidos a través de Cristo.

Compañeros de nuestro viaje

  1. María, la Madre del Redentor y nuestra Madre del Perpetuo Socorro, camina con nosotros y afianza nuestra esperanza. Ella es un modelo de compasión y de amor desinteresado. En los comienzos de la Iglesia, ella acompañó a los Apóstoles y se unió a su oración inquieta. Pienso que debemos confiar en su presencia hoy en el corazón de nuestra Congregación, cuando tratamos de comprender y de anunciar la obra redentora de su Hijo.
  2. Que el ejemplo de San Pablo y los Apóstoles, así como la intercesión de Alfonso y de todos nuestros santos y beatos Redentoristas inflamen nuestro celo. Rogamos para que la fidelidad extraordinaria de los cohermanos que nos han precedido fortalezca nuestra valentía y para que luchemos también por dar nuestra vida por la abundante redención.
  3. En nombre del Consejo General, a todos reitero nuestros más cordiales y fraternos saludos. Tenemos un lugar muy especial en nuestros corazones para las Monjas Redentoristinas así como también para todos(as) los(las) religiosos(as) y laicos(as) que participan de nuestra misión, recordando particularmente a los jóvenes de todo el mundo que están dispuestos y deseosos de seguir a Jesús anunciando la Buena Nueva a los pobres.

En el Santísimo Redentor,

Joseph W. Tobin, C.Ss.R.
Superior General

La lengua del texto original es el inglés.

[1] XXIII Capítulo General de la Congregación del Santísimo Redentor, Mensaje, Orientaciones, Decisiones. Mensaje del Papa Juan Pablo II, Roma: Curia General, 2003; cf. Mensaje, 1-6.

[2] Orientaciones, 7.3.

[3] Gracias al duro trabajo de la Secretaría General y de la Oficina de Comunicaciones, todas las Communicanda del Gobierno General desde 1985 pueden encontrarse ahora en siete idiomas en www.cssr.com.

[4] Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 9-10.

[5] Considerazione XII: Del zelo della salute delle anime che debbono avere i religiosi”, en Considerazioni per coloro che son chiamati allo stato religioso.

[6] Tannoia IV, 44: Aiutate le anime, ma specialmente i poverelli, i rozzi, ed i più abbandonati. Ricordatevi che Dio evangelizzare pauperibus misit nos in questi tempi. Imprimetevi bene questa massima; e cercate solo Iddio ne’ poveri abbandonati, se volete dar gusto a Gesù-Cristo.

[7] Gaudium et Spes, nn. 11, 22, 41.

[8] Javier Vitoria Cormenzana, “Heartened by the Sounds of a Delicate Silence”, en Concilium (2005/3), p. 125.

[9] Grace Davie, Religion in Modern Europe: A Memory Mutates pp. 3, 12 etc.

[10] Benedicto XVI Alocución en el campo del Auschwitz, Auschwitz–Birkenau, 28 de mayo de 2006

[11] Cf. XXIII Capítulo General, Instrumentum Laboris, (Roma, 2003), nn. 5-8.

[12] Cf.. XXIII Capítulo General, Orientaciones, 7.3.

[13] Cf. Domingo Moraleda, CMF, Symbolic and Messianic Role of Consecrated Life, en SEDOS vol. 37, no 11/12 (Roma: noviembre–diciembre 2005), 2005/178.

[14] Selva di materie predicabili ed istruttive, 242.

[15] Foglietto di cinque punti….nelle Missioni, n. 1.

[16] Prattica dell’Amore di Gesù Cristo, II, 8.

[17] A. M. Tannoia, Della vita ed Istituto del Ven. S. di D. Alfonso M. de Liguori, (Napoli 1798), vol. I, p. 66: “Accertato Alfonso della volontà di Dio, si animò, e prese coraggio; e facendo a Gesù Cristo un sacrificio totale della Città di Napoli, si offerse menar i suoi giorni dentro proquoi, e tugurj, e morire in quelli attorneato da’ villani, e da’ pastori”.

[18] St. Alphonsus Liguori: Tireless Worker for the Most Abandoned, (New York: New City Press, 1989), p.259.

[19] Communicanda 1: Llamados a dar la vida por la abundante redención (Roma: 2004), 43.

[20] Mensaje del Papa Juan Pablo II al XXIII Capítulo General, 6.

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