La Congregación del Santísimo Redentor fue la respuesta de San Alfonso a la llamada de Jesús desde los pobres. El año 1730, Alfonso se sintió agotado del trabajo misionero que desarrollaba en Nápoles, por aquel entonces la tercera ciudad más grande de Europa. Los médicos le obligaron a guardar reposo y a respirar el aire limpio de la sierra. Con un grupo de compañeros se dirigió a Scala, en la “Costa Divina” de Amalfi, con la mar turquesa y encendida de luz. En lo alto se encontraba el santuario de Santa María de los Montes, un lugar delicioso para el descanso y para la contemplación junto a la Madre del Señor: altura, belleza, y, al fondo, el mar…
Pero Scala era también pobreza. En las montañas vivían grupos de pastores y cabreros que se acercaron a los misioneros pidiéndoles el Pan de la Palabra, el Evangelio. Alfonso quedó sorprendido al escuchar su grito de ayuda y recordó el lamento del profeta: “Los pequeños piden pan; pero no hay quien se lo reparta” (Lm 4, 4). Antonio María Tannoia -su primer biógrafo-, nos dice que, al partir de Scala, Alfonso dejó parte de su corazón con los pastores y cabreros y lloraba pensando el modo de ayudarles.
En Nápoles rezó mucho, consultó, pidió ayuda para ver claro… Al fin, comprendió que debía volver a Scala. En Nápoles había pobreza… Él la había compartido con los marginados de Las Capillas del atardecer; pero eran muchos los nobles y clérigos que pasaban al lado de los pobres y podían ayudarles a salir de la marginación. En Scala los pobres estaban solos, totalmente abandonados.
En la época de Alfonso, el llamado Siglo de las Luces o la Ilustración, los campesinos eran el grupo más despreciado de la sociedad: “no se les consideraba hombres como a los demás…, eran el oprobio de la naturaleza”. Por eso Alfonso eligió estar a su lado, compartir su vida y regalarles, a manos llenas, la Palabra de Dios.
De nuevo escribe Tannoia: “Seguro Alfonso de la voluntad de Dios, se animó y armó de coraje. Haciendo a Jesucristo un sacrificio total de la ciudad de Nápoles se ofreció a pasar sus días entre los apriscos y las chozas y a morir allí rodeado de aldeanos y pastores… Con la bendición de su director, monta en la cabalgadura de los indigentes y, sin hacerlo saber a sus parientes y amigos más queridos, deja Nápoles y, a lomo de burro, se va a la ciudad de Scala.”
Muy pronto comenzaron las diferencias y varios dejaron el pequeño grupo inicial: no aceptaban la misión a los pobres, y vivir en comunidad, como única opción de seguir a Jesús. Pocos días después, estaban juntos las cuatro columnas de la congregación naciente: San Alfonso, César Sportelli, el hoy Beato Genaro Sarnelli y el H. Vito Curcio, persona entrañable que sólo supo de fidelidades a Cristo, a la misión, a los hermanos y a Alfonso. El año 1749 el Papa Benedicto XIV aprobó la congregación. El 9 de noviembre de 1732, Alfonso María de Liguori fundó, en Scala, la Congregación del Santísimo Redentor “para seguir el ejemplo de nuestro Salvador Jesucristo anunciando a los pobres la Buena Noticia”. Todo consistió en una larga meditación, la celebración de la Eucaristía y el cántico del Te Deum: apertura al Espíritu, compartir el Amor de Dios con nosotros y acción de gracias, como María de Nazaret: la madre de la Misión y de la nueva congregación misionera. Alfonso tenía 36 años. Su vida se hizo comunidad, ofrenda total a la misión y servicio a los más abandonados.
Los Redentoristas vivimos en comunidades misioneras, abiertos a la acogida y a la oración, como María. Por medio de las misiones, ejercicios espirituales, parroquias, apostolado ecuménico, santuarios marianos, ministerio de la reconciliación y la enseñanza de la Teología Moral proclamamos la Redención abundante del amor de Dios nuestro Padre: en Jesús “habitó entre nosotros” para hacerse misericordia entrañable y Palabra de Vida que alimenta el corazón humano y le da razones para vivir y construir su historia en libertad y solidaridad con los demás. Y, como Alfonso, hacemos una opción muy clara en favor de los más pobres: afirmamos su grandeza y dignidad y creemos que son los destinatarios preferidos de la Buena Noticia.
Cerca de 6.000 Misioneros Redentoristas trabajamos en comunidades de misión en 76 naciones de los cinco continentes, ayudados por muchos hombres y mujeres que colaboran en la misión y forman la Familia Redentorista. “Nuestra Señora del Perpetuo Socorro” es el icono misionero de la Congregación.