La mirada contemplativa de María: Icono de realidades convergentes

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El 150° aniversario del icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro ofrece una oportunidad única para que la familia Redentorista reflexione sobre la importancia de María para el mundo. Esa reflexión debe estar arraigada en la doctrina de la fe católica, apoyada en la piedad católica tradicional  y la devoción a la Virgen, y en las cuestiones relevantes y acuciantes del mundo de hoy. Si es cierto que toda reflexión teológica madura debe tener en cuenta los conceptos de Dios, la persona humana, y el mundo (1), luego, mirando a Nuestra Madre del Perpetuo Socorro tenemos que ver bien lo que dice el icono sobre estas tres realidades, estudiar la manera en que inter-actúan, y decir algo sobre su relevancia para el mundo de hoy.

Un mundo, muchos mundos

Como un objeto histórico, el icono de la Madre del Perpetuo Socorro pertenece a un mundo y a muchos mundos. Es el mismo mundo que María caminó unos 2.000 años atrás, cuando Ella cargó a su hijo en sus tiernos y amorosos brazos. Es el mismo mundo del evangelista san Lucas, que, según la leyenda, ha pintado las primeras imágenes de la Virgen y el Niño y proveyó a los creyentes un retrato sagrado para ser venerado junto con las palabras santas del santo Evangelio. Es el mismo mundo del iconografista medieval desconocido, quien pintó el santo icono de la Madre del Perpetuo Socorro y dio a la Iglesia una nueva ventana a la eternidad a través de la cual mirar y reflexionar sobre los misterios divinos. Es el mismo mundo de Pío IX, quien dio el icono a los Redentoristas y los encargó en enero de 1866 para “hacerla conocer en todo el mundo!” (2) Y es el mismo mundo de los peregrinos del siglo 21, muchos de los cuales viajarán a Roma y otros destinos durante el Año Jubilar para arrodillarse ante el icono, venerarlo, y presentar sus necesidades y peticiones a Nuestra Bendita Madre. Este mundo es uno, pero siempre en constante cambio. Es el mismo, pero también muy diferente, en el que cada uno de nosotros camina tranquilo, con pasos inciertos en el peligroso viaje a través del tiempo y el espacio.

A través de los siglos, el mundo ha visto innumerables cambios en el lenguaje, la cultura, la religión y las perspectivas, mientras que los anales de historia dan testimonio de innumerables civilizaciones que han venido y se han ido. En la gran configuración de las cosas, la tierra no es sino una insignificante partícula de polvo celestial en una pequeña galaxia de un anodino inimaginablemente inmenso pero inequívocamente finito (y en gran parte vacío) universo. Como resultado, los hombres pueden perder fácilmente sus apoyos y se sienten perdidos en un mar de incertidumbres y relatividades competentes. Los que se abren a la luz de la fe, sin embargo, escuchan las palabras del Salmista resonando en sus corazones: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre, para darle poder? (sal 8:4 )(3).

Los Iconos habitan tanto en un mundo como en muchos mundos. Son algo más que obras de arte religioso. En ellos están incorporados la fe, porque el iconografista pone todo su ser, cuerpo, corazón, mente, alma y fuerza—en esta nueva creación. Han sido calificados como “ventanas a la eternidad”, “visible teología”, “lentes contemplativos”, “presencias sacramentales de las realidades sagradas”. Están hechos de los frutos de la tierra– madera, cal, témperas, pigmentos, láminas de oro, y otros ingredientes, y deben ser reverenciados como instrumentos sagrados de la oración. Ellos hablan en el silencio de los corazones de aquellos que los miran y que se dejan contemplar por la presencia a las que apuntan. Están arraigados en el mundo pero, sin embargo, apuntan más allá de el. Expulsan las tinieblas del corazón y abren a la fe. Echan afuera el miedo e inspiran esperanza; y disipan el odio y estimulan el amor. Bautizan el tiempo en la fuente del eterno silencio y extienden la promesa de la vida plena en una nueva creación. Unen el mundo con los muchos mundos que habitan en un mundo más allá del uno y de los muchos y, al hacerlo, transmiten un mensaje al mundo y todos sus habitantes. El icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro recuerda a un mundo perdido en falsos sueños y promesas rotas que la salvación está al alcance de la mano y que Dios nunca abandonará, ya que él ha enviado a su Hijo para atraer a sí a todos los hombres y a hacer nuevas todas las cosas (cf.  Jn 12:32 ; Rev 21:5 ).

Hombre Viejo, Hombre Nuevo

Así como la luna refleja la luz del sol, María es el reflejo radiante de la gracia de su Hijo. Todo lo que María hace señala a Jesús. Ella lo trajo a nuestro quebrantado mundo, y ella lleva a todos los que renacen en él a un mundo completamente curado, elevado, y transformado en virtud de su Encarnación y su misterio Pascual. El icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro centra las verdades más esenciales de la fe cristiana: Cristo entró en el mundo (misterio de la Encarnación), se nos ha dado por completo (pasión y muerte), se convirtió en alimento para nosotros (Eucaristía), y una fuente de esperanza (Resurrección).  Estos cuatro temas se encuentran en el corazón mismo de la fe católica y son elementos fundamentales de la espiritualidad Redentorista. Son verdades eternas nacidas en el tiempo, tiempo que en su cualidad esta ordenado a la eternidad. Marcan el paso del viejo al nuevo mundo, del hombre viejo, al hombre nuevo, del primer Adán al segundo.

La Buena Noticia de Jesucristo, proclama que el hombre viejo ha dado paso al Nuevo. Por el misterio de la Encarnación, la antropología (lo que decimos sobre la humanidad y a la acción en el mundo) está ahora para siempre íntimamente relacionada con la teología (lo que decimos sobre Dios y la acción divina en el mundo).  Esperamos que Jesús, el nuevo Adán, nos hable del sueño de Dios para la humanidad y lo que significa estar completamente vivo. Como San Ireneo de Lyon (c. 180), “La gloria de Dios es el hombre vivo”(4). Jesús, “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6), revela el sueño de Dios para la humanidad. Ese sueño va más allá de nuestra “loca esperanza”. Reconoce que hemos sido hechos por Dios, porque, debido a nuestra humanidad caída y la propensión hacia el pecado, no podemos llegar a él a través de nuestros propios esfuerzos. En palabras de san Agustín de Hipona (354-430), “nos hiciste, Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que puedan encontrar paz en ti”(5). Fuimos creados por Dios, pero hemos quedado atrapados en una venenosa “desintegracion” de nosotros mismos como resultado de las seducciones del pecado original y los estragos que ha causado en nuestras mentes y en nuestros corazones.

Dios entró en nuestro mundo en el misterio de la Encarnación no sólo para sanar la humanidad de heridas purulentas y restablecer su antigua dignidad, sino también para transformarla, y elevarla a nuevas alturas. Como san Atanasio de Alejandría (295-373) enseña, “El Hijo Dios se hizo hombre para que nosotros podamos llegar a ser Dios”(6). El sueño de Dios para la humanidad es la divinización de la humanidad. Si el pecado de Adán tuvo que ver con la humanidad equivocada en el intento de “ser como dioses” (Gn 3:5 ) y la cruz de Cristo plantada en el Gólgota, “lugar de la calavera” (Mt 27:33 ) trae al resto de la humanidad desde el polvo del cual proviene y le da formas en una nueva humanidad, que no sólo ha sido creado a la imagen y semejanza de Dios, sino que le hace participar y compartir en su propia.divinidad. En otras palabras, lo que la humanidad no puede alcanzar a través de sus propios esfuerzos, Dios le ha concedido libremente como un don. Él, que es el Amor mismo, faculta a la humanidad a compartir su amor y transformar la humanidad desde dentro hacia fuera: el cuerpo (soma), alma (psique), espíritu (pneuma) (1tes.5:17) como miembros de su cuerpo en la comunidad de los fieles (1 Cor 12:12).  Es decir, que Jesús, el Hombre-Dios, el Verbo encarnado que fue al mismo tiempo, plenamente humano y plenamente divino, vino al mundo para rescatar a la humanidad de las trampas del Maligno en todos los niveles de su estructura antropológica. Lo hizo despojándose (kénosis) y entrando en el seno de la Virgen María, la “nueva Eva”(7), la primera hija de la nueva humanidad, que, a causa de su humilde y amoroso fiat permitió a la Palabra de Dios tomar forma en su seno y, por tanto, iniciar el proceso de participación de la humanidad en la vida divina (theosis).

El Dios loco

San Alfonso de Ligorio una vez dijo que Dios era “Iddio pazzo”, un Dios loco de amor por la humanidad (8). El no creyó que el amor divino fuese separado o sin pasión, pero vio esto como la convergencia de todas las expresiones auténticas de amor. Como señala el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est, amor apasionado (eros), amistad (philia), afecto humano y natural (Storge= amor familiar) son sanados y transformados en la caridad cristiana (agape)(9).  El Amor auténtico implica dar como recibir, subiendo y bajando como los ángeles que están en la escalera de Jacob (Gn 28:12)(10). Consiste en el don del amor y en la necesidad del amor. Dios es la fuente de todo amor verdadero. Él es padre, amigo, amante y esposo, un Dios celoso y un Dios dador. De acuerdo con San Alfonso, Dios está enamorado de la humanidad y está dispuesto a tomar medidas extremas para lograr que el ser humano entre en una íntima relación con él. Los teólogos nos dicen que “El amor de Dios es expansivo (difusivo) por sí mismo”(11). Dios se niega a contener su amor dentro de sí mismo, pero libremente lo derrama en los actos de la creación, la redención y la santificación, que son, respectivamente, como el trabajo de Dios, Uno y Trino, la perfecta comunidad de vida, atribuído respectivamente a la obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

San Alfonso llamó a la oración “el gran medio de salvación”(12) La oración está al centro de su visión espiritual y teológica. “Si oras, te salvaras”, le gustaba decir (13). Sin la oración sería imposible de encontrar el camino a Dios. Aquellos que dejan de orar, se perderán. Van a terminar deambulando por toda la eternidad a la búsqueda de algo para llenar el agujero en su corazón, un agujero que sólo puede ser llenado por Dios. Alfonso fue categórico sobre el papel central de la oración para nuestra salvación: “… lo digo y repito, y se seguiré repitiendolo toda mi vida, que toda nuestra salvación depende de la oración; y que, por lo tanto, todos los escritores en sus libros, los predicadores en sus sermones, todos los confesores en las instrucciones a sus penitentes, no deben inculcar algo más que oración contínua”(14). Buscaba que cada persona reciba la suficiente gracia para orar y considera que es la clave en que se unirían los misterios de Dios con los misterios del corazón humano.

Como un instrumento de la oración, el icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro abre una ventana a la eternidad que permite a Dios poner a prueba el corazón del orante y lo encuentra en la intimidad con él mismo. Coloca la oración en el centro de la historia humana, que Cristo vivió y caminó por la tierra continúa viviendo a través de los miembros de su cuerpo, la Iglesia. Jesús fue conocido en su tiempo no sólo como un profeta, un maestro o un autor de Milagros (taumaturgo), sino también como un hombre de oración. Compartió una profunda e íntima relación con “Abba”, su padre de los cielos, y a menudo buscaba lugares tranquilos y solitarios en donde podía pasar la noche en oración y comunión con el Padre en el íntimo vínculo del espíritu que compartían. Enseñó a sus discípulos a orar y quería que todos aquellos que creen en él, sean guiados por el mismo espíritu que lo guió y lo impulsó a sacrificar su vida por la vida del mundo. Animó a sus discípulos a dirigirse a Dios como “Abbá, Padre”, como él mismo lo hacia. Ellos confiaban en él en todas las cosas, como los niños confian en sus padres por amor. Una frase de la Oración del Padre Nuestro: “venga tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt 6:10 ), parece muy cerca a las palabras inspiradas del humilde fiat de María, “que se haga en mí según tu palabra” (Lc 1:38 ) y sugiere que Jesús ha aprendido muy bien las intimidades de la oración en las rodillas de su madre. María, “mujer envuelta en el silencio”(15), enseña a todos sus hijos a orar. Si Dios es, para nosotros, “Abba, Padre”, María es, para nosotros, lo que lo fue para Jesús, una madre amorosa y compasiva.

Santa María, Madre de Dios

El icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro describe a María, la Madre de Dios (Theotókos) sosteniendo y consolando a su hijo Jesús. Ella sostiene a su hijo de una manera que también parece que lo presenta al mundo. En el icono, los tres elementos de reflexión teológica madura—Dios, la humanidad y el mundo—se manifiestan visible y misteriosamente en juego. De forma que cuenta una historia sobre el amor de la Madre de Dios a Dios, a la persona humana y al mundo en que vivimos.

La historia.

El icono activa nuestra imaginación pidiendonos dibujar un momento especial en la vida de la Virgen (la Madonna) y el Niño. Nos pide que dibujemos en nuestra mente la imagen del niño Jesús que se está despertando de una terrible pesadilla. El sueño de los Santos Arcángeles Miguel y Gabriel encima de él con los instrumentos de su pasión le deja muy perturbado, que lo despierta y huye a los brazos de su madre en busca de ayuda. La sutil inclinación de la cabeza de María muestra que ella estaba mirando hacia abajo a su hijo para consolarlo, y ahora también a los espectadores para recordarles que recurran a ella en tiempos de necesidad. Sus ojos, de hecho, siguen al del espectador que mira a su imagen desde diferentes puntos de vista en el espacio y en el tiempo. De esta manera, el icono conecta la narración de la pasión y muerte de Cristo a la vida del creyente. Los que ven el icono con los ojos de la fe, no sólo ven una hermosa pintura de gran valor estético, sino una invitación a unir la historia de sus  vidas a la  de Jesús y de María, la Madre de Dios, que es también Madre nuestra, Madre de la Iglesia, y la Madre de la nueva humanidad.

El Mundo.

Dando rienda suelta a nuestra imaginación, el icono también toca el mundo, el externo a la mente y los muchos dentro de nuestras mentes creadas a partir de las pesadillas que nos acosan en manifiestas (y a veces muy sutiles) maneras. El mundo es hermoso, pero también muy peligroso. Guerras, asesinatos, hambre, desastres naturales, enfermedades, accidentes mortales, violencia, y la lista continúa. La posibilidad de la muerte se cierne alrededor nuestro en los márgenes de nuestra conciencia y, que a veces, incluso nos abruman. Sería muy fácil de llegar a las voces de miedo que nos rodean —los que son reales y las que son quimeras de la imaginación— y permitirles que nos paralicen. Su mirada se vuelve hacia afuera, lejos de su hijo y se vuelve hacia nosotros, hacia el mundo y hacia los muchos mundos que habitan en nuestras mentes. Irradia amor, consuelo, ayuda y protección. Que resuena con las palabras atribuidas al discípulo amado, a quien Jesús encomendó a su madre mientras colgaba de la cruz (cf.  Jn 19:26 ): “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor…” (1Jn 4:18 ).  La mirada contemplativa de María nos invita a tomar una mirada más profunda sobre el mundo que nos rodea. Lo que nos obliga a profundizar bajo las apariencias y a experimentar la vida como se supone que tiene que ser vivida. Se nos pide que nos unamos a él en esta mirada contemplativa y a reconocer nuestros temores por lo que son. Su mirada sobre el mundo nos recuerda una verdad básica del Evangelio: el amor es más fuerte que la muerte. El icono muestra a María recordando a su pequeño hijo esta verdad fundamental en un momento en que era débil y vulnerable. Nos recuerda que el mal es la falta de amor y será un día echado fuera de la presencia penetrante de la luz divina. En la imagen, esta luz brilla a través de María y su hijo. Nuestra esperanza es que también brille en nosotros y ponga el mundo en fuego.

La persona humana

El icono habla de la relación de una madre con su hijo. No es cualquier madre y cualquier hijo, sino la Madre de Dios y el Salvador del mundo. Jesús nos revela lo que significa ser verdaderamente humanos. María nos muestra que la vida divina que brilla en su hijo también brilla en ella y puede brillar en nosotros. El icono ha sido denominado una “ventana a la eternidad.” Ventanas transparentes conductores de luz. Dan luz a las habitaciones oscuras, y posibilitan a los hombres mirar al mundo que les rodea. El oro, como telón de fondo, penetra en Jesús y María y prometen penetrar en nosotros, y brillar a través de la ventana del icono y entrar en nuestra alma a través de nuestros ojos. Esta luz divina es otro nombre de la gracia. María, la Madre de Dios y Madre de la Iglesia, es llena de gracia. Ella nos quiere tambien llenos de gracia, porque la gracia nos abre un camino hacia el cielo. El icono nos recuerda que el viejo mundo se desvanece lentamente y poco a poco se va abriendo espacio al nuevo mundo. La vieja humanidad, agobiada por el pecado y la muerte, se encuentra en un proceso de renacimiento y, en este proceso, se va transformando en una humanidad nueva, guiada por el Espíritu y libre para vivir su herencia como hijos e hijas de Dios. Por lo tanto nos recuerda que el misterio de la redención es algo más que simplemente la curación de nuestra primigenia herida autoinfligida, sino una elevación y la transformación de nuestra existencia. El icono nos recuerda que Cristo se hizo hombre para levantar nuestra humanidad en su divinidad y, al hacerlo, produce un cambio en nosotros que va más allá de nuestros sueños más recónditos. En el icono sigue viva la promesa de nuestro presente y futura gloria. Nos recuerda nuestra dignidad humana fundamental que tiene sus raíces en este mundo y, de algún modo, misteriosamente lo trasciende.

El Dios de Jesucristo

Cada historia tiene un autor, como cada icono un pintor. Un desconocido iconografista está detrás del icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro. Hacer el icono era, para él, un ejercicio espiritual, la participacion en un regimen de ayuno y oración, y siguiendo unas directivas concretas para su realizacion. El artista produce un instrumento de oración que yuxtapone los símbolos y las imágenes que transmiten la sensación de otra dimensión que va más allá del tiempo y el espacio para un mundo del más allá. En una similar, pero mucho más profunda vía, está Dio-Padre en la historia que el icono cuenta. Como el autor de la nueva creación, la descripción de la encarnación de Cristo, la pasión, la muerte y la resurrección viene de su mano. Habla del Dios de Jesucristo y transmite sus sueños más profundos y sus esperanzas por el futuro de la humanidad. Es la historia de un amor infinito que es capaz y está dispuesto a hacer cosas aparentemente imposibles. Como nos recuerda el Evangelio, “para Dios todo es posible” (Mt 19:26 ).  Porque Dios es amor, el icono nos recuerda, que su sueño por la humanidad está íntimamente relacionada con el sueño que él mismo tiene. Gracias a Cristo, lo divino y lo humano están íntimamente unidos. La humanización de Dios en Cristo termina en la divinización de la humanidad en María y en todos los que recurren a ella y a su hijo forjando la gracia transformadora por la incorporación del Hijo a la voluntad del Padre a través de su Encarnación y Misterio Pascual. San Alfonso lo ha expresado de la mejor manera, “el paraíso de Dio es el corazón del hombre”(16). La historia contada por el icono es la historia de Cristo y de su madre María; es la historia de la humanidad, y la historia del mundo. También es la historia de Dios y el poder de su amor para iluminar la oscuridad de nuestras almas para que puedan descansar en el pesebre de nuestros corazones y permitir que su Espíritu habite en nosotros y, en última instancia, nos lleve a casa.

Conclusión

El icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro une nuestra historia a la de María y su hijo. Conecta nuestra imaginación y nos invita a contemplar una humanidad divinizada, que vive en una nueva creación basada en el amor a Dios y en la vida en el Espíritu. Se trata de una obra de arte sacro que revela nuestros más íntimos anhelos y esperanzas, que nos anima a ver el mundo y nuestro lugar en él como la obra de un Dios amoroso y compasivo. La mirada contemplativa de María toca los corazones de aquellos que la meditan en la fe, la reciben con esperanza, y aceptan su invitación con compasión y amor. El icono narra la historia de una madre y su hijo, que también es la Madre de Dios y del Salvador del mundo.

La historia es también nuestra historia, pues María no es sólo la Madre de Dios, sino también la Madre de la Iglesia y nosotros, la comunidad de los fieles, somos los miembros de su Hijo resucitado y glorificado. El icono nos desafía a “caminar por la fe, no por la vista” (2Cor 5:7) y nos ayuda a profundizar más allá de las apariencias y ver el mundo que nos rodea con una tranquila y contemplativa mirada. Con esa mirada, somos capaces de ver la verdad de las cosas y su sentido alrededor de nosotros como tocado por la gracia de un amoroso Dios. En 1866, el Papa Pío IX, dio el icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro a los Redentoristas, pidiendoles que la hagan conocer en todo el mundo. Lo hizo, porque comprendió una verdad muy simple: la historia de María está íntimamente ligada a la del Evangelio y acompañará siempre a aquellos que llevan su mensaje a los confines de la tierra.

El papel del icono en el mundo de hoy no es la de proporcionar soluciones concretas a problemas difíciles y complejos, pero quiere recordar a la gente que su historia está íntimamente relacionada con la de María y su hijo. El icono nos dice que la transformación del mundo debe comenzar con la transformación del corazón humano. Este tipo de cambio sólo será posible cuando la gente deje caer sus defensas, abrir sus corazones, y hacerse vulnerables al dulce, compasivo y misericordioso amor del Emmanuel, Dios con nosotros” (Mt 1:23).  Al final, el icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro ofrece una invitación a todo tipo de oración: vocal, meditación, contemplación, litúrgicos, devocionales, comunitarias, personales– que todo de nuestra parte invite a Dios en nuestras vidas y le pida que juegue un papel activo en nuestro mundo. San Alfonso ha llamado a la oración “el gran medio de salvación”, porque entendió que ella puede llevar a la transformación del corazón humano. Una vez que se logre esto, la búsqueda de soluciones a los problemas que pesan en nuestro corazón y en el que el mundo parece tan íntimamente ligado se verá sumida en una luz muy diferente.

Nota Biográfica: Dennis J. Billy, C. Ss.R. enseñó por más de 20 años en la Academia Alfonsiana de Roma, Pontificia Universidad Lateranense. Ahora ocupa el Cardenal John Krol la cátedra de Teología Moral en Seminario San Carlos Borromeo en Wynnewood, Pennsylvania y también sirve como Karl Rahner Profesor de Teología católica en la Graduate Theological Foundation en Mishawaka, Indiana.

Notas

[1] See N. Max Wildiers, The Theologian and His Universe:  Theology and Cosmlogy from the Middle Ages to the Present (New York:  The Seabury Press, 1982), 1.

2 The Perpetual Help Story (Liguori, MO:  Liguori Publications, 1976), 50.  See also The Redemptorists, https://www.cssr.com/english/whoarewe/iconstory.shtml (accessed March 30, 2015).

3 Unless otherwise stated, all Scriptural citations come from The Catholic Study Bible: The New American Bible Revised Edition (New York:  Oxford University Press, 2011).  See also, The Holy See, http://www.vatican.va/archive/ENG0839/_INDEX.HTM (accessed March 30, 2015).

4 Irenaeus of Lyons Adversus haereses, 4.20.7.  See also The Catechism of the Catholic Church, no. 294, http://www.vatican.va/archive/ENG0015/__P19.HTM (accessed March 25, 2015).

5 Augustine of Hippo, Confessions 1.1, trans. Rex Warner (New York:  New American Library, 1963), 17.

6 Athanasius of Alexandria, De incarnatione, 54.3.   See also The Catechism of the Catholic Church, no. 460, http://www.vatican.va/archive/ENG0015/__P19.HTM (accessed March 25, 2015).

7 Adversus haereses, 5.19.1.  See also the Second Vatican Council, Lumen gentian, no. 56, The Holy See, http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_ council/ documents/vat-ii_const_19641121_lumen-gentium_en.html  (accessed March 30, 2015).

8 Alphonsus de Liguori, Selected Writings.  The Classics of Western Spirituality (New York/Mahwah, NJ:  Paulist Press, 1999), 268.  See also, Idem, L’amore dell’anime, 2.11 in Opere ascetiche, vol. 5(Roma:  Sant’Alfonso, 1943), 33.

9 Pope Benedict XVI, Deus caritas est, nos. 3-8, The Holy See, http://w2.vatican.va/ content/benedict-xvi/en/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est.html (accessed March 30, 2015).  See also C.S. Lewis, The Four Loves (San Diego/New York/London:  Harcourt Brace Jovanovich Publishers, 1960), 184.

10 Pope Benedict XVI, Deus caritas est, no. 7, The Holy See, http://w2.vatican.va/ content/benedict-xvi/en/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est.html (accessed March 30, 2015).

11 See, for example, Pseudo-Dionysius, On the Divine Names, 4.1.20; The Celestial Hierarchy, 4.1 in Pseudo-Dionysius:  The Complete Works, trans. Colm Luibheid,  The Classics of Western Spirituality (New york/Mahwah, NJ:  Paulist Press, 1987), 93-94, 156.

12 Alphonsus de Liguori, Prayer, The Great Means of Salvation in The Complete Works of Saint Alphonsus de Liguori, ed., Eugene Grimm, vol. 3 (Brooklyn/St. Louis/Toronto:  Redemptorist Fathers, 1927), 22.

13 Ibid., 49.  See also The Catechism of the Catholic Church, no. 2744 http://www.vatican.va/archive/ENG0015/__P19.HTM (accessed March 30, 2015).

14 Liguori, Prayer, The Great Means of Salvation, 240.

15 See John W. Lynch, A Woman Wrapped in Silence (New York/Paramus, NJ:  Paulist Press, 1941, 1968).

16 Alphonsus de Liguori, The Way to Converse Always and Familiarly with God in The Complete Works of Saint Alphonsus de Liguori, ed., Eugene Grimm, vol. 2 (Brooklyn/St. Louis/Toronto:  Redemptorist Fathers, 1927), 395.

 

Pe. Dennis J. Billy, C. Ss.R. (Provincia de Baltimore)

Traducido por Pe Miguel Ángel Martínez Cantero CSsR (Provincia de Paraguay)