Introducción
Continuamos reflexionando sobre el mensaje del XXV Capítulo General dirigido a la Congregación y nos encontramos con la invitación a crear un cuerpo misionero. La conciencia de esta realidad nos mueve a tomar decisiones concretas que posibiliten la vivencia efectiva de una vida comunitaria vibrante. Las comunidades que lo hacen, abren, a su vez, la posibilidad de examinar su propio “estado de salud” al cuestionar si su fidelidad creativa al evangelio sigue siendo todavía la principal prioridad. Porque si somos fieles al Evangelio, nuestra comunidad podrá leer atentamente los signos de los tiempos y responder con valentía a los desafíos que se presentan, de acuerdo con sus posibilidades y capacidades reales. Leamos el texto tomado del documento final:
11. “Para realizar su misión en la Iglesia, la Congregación reúne cohermanos que, viviendo en común, constituyen un único cuerpo misionero” (Const. 2). Todos los redentoristas nos sentimos miembros de un proyecto común con toda la Congregación. Desde ahí animamos a todos a cuidar el sentido de pertenencia y a cultivar la vida comunitaria. La comunidad que queremos es lugar de inclusión de todos los cohermanos, ancianos y jóvenes, con sus heridas y virtudes, y con amplio espacio para la corresponsabilidad.
12. Esta comunidad lee los signos de los tiempos, mantiene su fidelidad creativa al evangelio y promueve siempre nuevas iniciativas para animar la vida espiritual y comunitaria de los cohermanos. Porque la ley esencial de la vida de los congregados es vivir en comunidad y realizar la obra apostólica a través de la comunidad, alentamos a que se tenga en cuenta el aspecto comunitario siempre que se acepta un trabajo misionero (Cf. Const. 21).
Así, por la forma en que los miembros de la comunidad redentorista son fieles al Evangelio y viven la vida comunitaria, ésta se convierte en el primer instrumento de proclamación de la Buena Nueva. La comunidad redentorista se convierte ella misma en el primer anuncio y el primer mensaje proclamado a los abandonados y olvidados. Porque antes de la predicación de una homilía, viene el testimonio y el anuncio del Evangelio que se encarna en nuestra manera de vivir y actuar.
En la experiencia de la vida diaria constatamos cómo la gente, antes de escucharnos primero nos observa. Para un redentorista en su campo de apostolado no hay situación menos favorable que aquella donde su estilo de vida no coincide con las palabras que predica; esto aplica tanto para el individuo como para la comunidad. De ahí que, para los redentoristas el vivir y actuar como una sola comunidad, tenga una importancia tan crucial y se convierta en ley fundamental de nuestra ser. Nuestra vida como comunidad misionera, debe dar testimonio de Cristo y del poder de su Evangelio. Y cuando el testimonio es auténtico, las probabilidades de que nuestras palabras sean aceptadas se incrementan.
La vida comunitaria no puede reducirse únicamente a la convivencia. Ante todo, involucra el sentido de pertenencia a una familia y las verdaderas relaciones fraternales, que lejos de quedarse en teoría se concretizan en la vida diaria. El punto de partida es siempre nuestra opción por convivir juntos a pesar de las muchas dificultades, que surgen de nuestras formas particulares de trabajar y de nuestra forma de juzgar la realidad; en ocasiones las cosas pequeñas, y aparentemente insignificantes, a veces pueden jugar un rol determinante. En últimas, se trata de discernir y aceptar nuestros proyectos misioneros sin desligar el aspecto comunitario, que no pocas veces se sacrifica para dar paso a soluciones particulares y más prácticas
El sentido de pertenencia y las relaciones fraternas se extienden también más allá de mi propia comunidad local. Se trata de un esfuerzo constante entre pensar globalmente y el actuar localmente. No podemos ser indiferentes ante una misión que, aunque se esté desarrollando en muchas otras partes del mundo y no esté tocando directamente a nuestra propia comunidad, en última es también nuestra misión, la misión de todos; no debemos olvidar tampoco que la calidad de nuestra misión en el mundo depende de la fidelidad con nuestros compromisos locales.
La Palabra de Dios es luz para nuestros pazos
Romanos 12, 1 – 8
Dirigiéndose a sus hermanos, San Pablo comienza con una declaración contundente: “Los insto… por la misericordia de Dios…” Y los invita a hacerse “un sacrificio vivo y santo, agradable a Dios.”
Así también invita a sus hermanos a entrar en un proceso de discernimiento. Les pide no conformarse con la situación presente, sino más bien buscar la voluntad de Dios valiéndose de nuestras habilidades humanas.
San Pablo señala que el cuerpo está compuesto por muchos miembros, pero que toda su estructura puede encontrar su fundamento solo si está enraizada en Cristo. De esta manera, respeta la dimensión universal e individual de la Iglesia, pero señala que, en últimas, es Cristo quien le da unidad a esta estructura. La unidad y la diversidad son apreciadas y valoradas como una manera de entender, por la fe, la voluntad de Dios dentro de ámbitos tanto globales como locales, los cuales mutuamente se complementan y sostienen.
Es particularmente interesante ver cómo se desarrollan los diferentes niveles y descripciones de los párrafos del capítulo 12 de esta carta de San Pablo a los Romanos. El capítulo comienza con una invitación al sacrificio de cuerpo y mente. A continuación, se indica la composición de la Iglesia y, finalmente, Pablo señala la fuerza motriz que debe animar y dar vida a toda la estructura, esto es el amor mutuo. Se forma así una secuencia que podría servir como un derrotero o forma para abordar y examinar la complejidad de cada realidad en particular, como la iglesia, la congregación, la comunidad local, etc.
Bebiendo de nuestro propio pozo
El Padre Joseph W. Tobin, al final de su mandato como Superior General de nuestra Congregación, escribió una Communicanda con el título: Carta a los Cohermanos. En esta carta él describe el estado de la Congregación. Entre muchas observaciones importantes, hay algunas que pueden ayudarnos a profundizar sobre la vida y la misión de los Redentoristas en la Iglesia y en el mundo como Un Cuerpo Misionero.
Communicanda 3 – 2009 (73 – 76):
Creo que debemos estar de acuerdo en que el seguir a Cristo de una forma o de otra, no es algo arbitrario. En el tema de la vocación no hay nada arbitrario. Todo cristiano debe seguir su vocación; es decir, la voluntad de Dios en su caso individual y, en cuanto la ha encontrado, hacer lo que el comerciante de la parábola de Jesús, “alegrarse y vender todo lo que tiene” para vivir en fidelidad con la llamada del Señor (Mt 13,44). Para mis padres, su vocación como esposos y padres fue superior a cualquiera otra cosa porque fue su vocación; es decir, a la que fueron llamados. Para mí, ser Redentorista es el mejor camino posible en la vida porque es al que Dios me ha invitado.
Por nuestra profesión, hemos respondido al Señor con el don total de nosotros mismos y nos hemos comprometido a buscar la voluntad de Dios dentro de una concreta comunidad eclesial, la Congregación. Nuestra obediencia a Dios, algo invisible, tiene lugar dentro del marco de nuestra comunidad visible.
Así como no podemos afirmar que amamos a Dios, a quien no vemos, si despreciamos al hermano, a quien sí vemos (cf. 1Jn 4,20 – 21), los Redentoristas no pueden decir que buscan la voluntad de Dios a menos que dicha búsqueda tenga lugar dentro de la comunidad visible de la Congregación. Así, las normas para dirigir el discernimiento y tomar decisiones son de crucial importancia a la hora de evitar el peligro de reducir la misión de la Congregación a un trabajo o a un recorrido que se hace principalmente para el propio auto engrandecimiento y que por tanto es, más o menos, dirigido por cada individuo personalmente. [38]Nuestras Constituciones proponen que la búsqueda de la voluntad de Dios sea una tarea en la que sea corresponsable cada uno de los miembros de la Congregación.
Ningún Redentorista puede desentenderse de la tarea de contribuir a crear una comunidad obediente, “pues a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común” (Const. 92; cf. 1Cor 12,7; Const. 72). Por tanto, un crucial servicio de quienes detentan la autoridad es alentar a la comunidad en su esfuerzo por escuchar, discernir, e “inducir a los religiosos a cooperar con obediencia activa y responsable en el cumplimiento de sus cargos y en la aceptación de tareas” (Const. 72).
Para la reflexión y el diálogo
- ¿Qué apreciaciones puedes hacer sobre la calidad de la vida comunitaria en tu propia comunidad?
- ¿Cuáles serían los elementos positivos de vivir y trabajar en comunidad?
- ¿Cómo podemos mejorar nuestra vida comunitaria y, en consecuencia, nuestra misión?
UN SOLO CUERPO es un texto de oración mensual propuesto por el Centro de Espiritualidad Redentorista. Para más información:
P. Piotr Chyla CSsR (Director del Centro de Espiritualidad, Roma) – fr.chyla@gmail.com. Traducción: Cristian Bueno Fonseca CSsR