Enfrentar el pecado ecológico, generar “cuidadonía”

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Enfrentar el pecado ecológico, generar “cuidadonía” [1]

Un clamor, que no siempre se quiere escuchar, es que estamos viviendo un ecocidio en pleno desarrollo, que tiende a destruir todo el ecosistema, por afán de lucro e indiferencia egoistica de una humanidad vuelta sobre sí misma y sus propios intereses mezquinos.

El Sínodo Amazónico así se ha expresado: «Proponemos definir el pecado ecológico como una acción u omisión contra Dios, contra el prójimo, la comunidad y el ambiente. Es un pecado contra las futuras generaciones y se manifiesta en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía del ambiente, transgresiones contra los principios de interdependencia y la ruptura de las redes de solidaridad entre las criaturas y contra la virtud de la justicia» (SA, n. 82). La referencia al Catecismo de un fundamento teológico relacional es importante: «La interdependencia de las criaturas es querida por Dios» por lo tanto «existe una solidaridad entre todas las criaturas» (CCE, n. 340; 344)[2].

¿Se trata de un tema nuevo? Ni la expresión ni la realidad lo es[3]. La insistencia y la urgencia de darle no solo “prensa” sino peso específico en las consciencias humanas es quizás lo más nuevo. Además, requiere colocar el tema al interno de la llamada a la conversión integral como fruto de escuchar los clamores de la tierra, los gritos de los pobres y de los pueblos que por todo nuestro mundo sangran por esta herida ecocida.

Asimismo requiere que de una vez por todas se profundice la visión teológica de la realidad del pecado. Cosa tampoco del todo nueva, pero que espera mejores comprensiones y desarrollos. No es suficiente seguir presentando el tema como si el primer analogado fuese solamente el pecado personal, por comisión u omisión, con consecuencias sociales o comunitarias (cf. ReP, n. 16)[4]. No es suficiente con reconocer la existencia de estructuras de pecado (cf. SrS, nn. 36; 37; 46), que al menos condicionan el obrar humano. Es necesario reconocer que además de los pecados personales existen pecados estructurales y sistémicos. Y el pecado ecológico debe ser comprendido en todos estos niveles. Por eso, el Sínodo dice que se «requiere de una profunda conversión personal, social y estructural» (SA, n. 81).

El pecado estructural es una situación de pecado que incluso cuando tenga su origen en los pecados personales, llega a tener una autonomía real con poderes propios. El pecado estructural termina siendo una forma de estructurar la vida humana, la vida social, se trata de una mentalidad fuertemente radicada en estructuras vitales y sociales, una forma ciertamente bastante egoísta y no relacional. El peligro más grave radica en el hecho de que cuando el pecado estructural se arraiga, se vuelve al mismo tiempo impersonal y, por lo tanto, se enmascara más fácilmente. Estas estructuras de pecado a su vez generan y sostienen sistemas de pecado, de allí que se requieran cambios de paradigmas estructurales y sistémicos (cf. LS, n.5), sin los cuales sería imposible enfrentar el ecocidio actual. Una forma sería apostar por generar una verdadera “cuidadonía”, donde la lógica del cuidado impregne todos los niveles de la existencia y sea el criterio fundamental para la aceptación o no de medidas y configuraciones socioculturales, políticas y económicas.

Padre Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR

 

[1]      Con este neologismo entendemos precisar mejor la realidad de una ciudadanía configurada desde el valor del cuidado, así entonces se trata de generar “cuidadonía”.

[2]      Francisco, Discurso a los participantes del XX Congreso de la Asociación internacional de derecho penal (15.11.2019): «Un sentido elemental de justicia implicaría que algunos comportamientos, de los cuales las corporaciones son generalmente responsables, no queden impunes. En particular, todos aquellos que pueden considerarse como “ecocidio”. […] Debemos introducir, estamos pensando, en el Catecismo de la Iglesia Católica el pecado contra la ecología, el “pecado ecológico” contra el hogar común, porque está en juego un deber», en http://w2.vatican.va/content/francesco/it/speeches/2019/november/documents/papa-francesco_20191115_diritto-penale.html.

[3]      Piénsese por ejemplo: el anticipo “profético” en la novela de Rachel Carson, The Silent Spring, Hyghton Mifflin, New York 1962; Laura Conti, Cos’è l’ecologia, Mazzota, Milano 1977 (con importante bibliografía); el informe de Mihajlo Mesarovic – Eduard Pestel, L’umanità ad una svolta, Secondo rapporto al Club di Roma, Mondadori, Milano 1974; y los aportes pioneros en la teología moral de Bernard Häring, Libertad y Fidelidad en Cristo, III, Herder, Barcelona 1983, Cap. V «Ecología y Ética», 182-222.

[4]      De esto, ya hablaba con profética claridad nuestro hermano Marciano Vidal, Cómo hablar del pecado hoy. Hacia una moral crítica del pecado, PPC, Madrid 1974, 165-193.