“Nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras presencias, ¿responden a lo que el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores, son adecuados para abordar su finalidad en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que hemos de cambiar? ¿Tenemos la misma pasión por nuestro pueblo, somos cercanos a él hasta compartir sus penas y alegrías, así como para comprender verdaderamente sus necesidades y poder ofrecer nuestra contribución para responder a ellas? ” (Carta del Papa Francisco a la Vida Consagrada, 2014).
Son estas palabras del Papa Francisco en la actualidad, pero son preguntas que de una u otra manera se ha hecho siempre la Iglesia cuando ha intuido que no responde adecuadamente a lo que los hombres y mujeres de cada momento están necesitando, cuando las estructuras de un momento determinado ya no nos permiten cumplir nuestra misión.
Es por ello que la Iglesia ha estado desde sus orígenes en estado de permanente reestructuración, ha entendido que la encarnación es inherente a su esencia y a su misión. De ahí que en algún momento de la historia se haya acuñado la expresión «Ecclesia semper reformanda est» («La Iglesia siempre ha de estar en proceso de reforma»). Se trata de la necesidad constante y el anhelo permanente de la Iglesia de permanecer fiel al evangelio y a la misión recibida del Redentor, para responder mejor a los desafíos de cada tiempo y cada lugar concreto.
A lo largo de la historia el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia carismas que le ayuden a responder a las urgencias pastorales concretas, inspirando reformadores como San Benito, San Juan de Ávila, Santa Teresa de Jesús, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, San Alfonso, San Clemente, etc.; ellos supieron responder a las necesidades de su tiempo de modo que, sin perder de vista lo esencial, supieron reconstruir para generar vida, siempre en fidelidad al Redentor y a la Iglesia. Se trata del mismo principio de aggiornamento introducido por Juan XXIII durante los albores del Concilio Vaticano II.
La fundación de la Congregación del Santísimo Redentor es fruto de esa generosidad del Espíritu Santo, que ofrece a su Iglesia un nuevo carisma misionero, esta vez en el Sur de la Italia de principios del siglo XVIII, de la mano de San Alfonso María de Ligorio. Un carisma que se recrea en San Clemente cuando atraviesa los Alpes y obliga a que la proclamación del Evangelio se realice de una manera nueva. ¿Por qué de manera nueva? Porque nueva era la realidad que exigía “adaptar los medios a las situaciones de las personas concretas, en las circunstancias y según sus posibilidades de comprensión de la verdad cristiana” (Hajduk, Spicilegium 2020, I, p. 108). Todo esto nos suena muy familiar a nosotros cuando hoy utilizamos el término “reestructuración”.
Apenas podemos imaginar la turbulencia de la época en que San Clemente vivió, una época fuertemente marcada por el iluminismo, el josefinismo y la sociedad moderna de los siglos XVIII-XIX. Fueron los años de la dominación de Napoleón sobre Europa, años que estuvieron marcados por un odio particular hacia la Iglesia. Este es el contexto en el cual San Clemente desarrolla su misión, un contexto casi siempre hostil: “Cuando todo parecía floreciente en San Benón de Varsovia, las tropas napoleónicas dispersaban el grupo de redentoristas formado por él. Cuando pensaba haber encontrado un refugio en la pacífica Suiza, eran el clero y el gobierno cantonal los que ponían dificultades. Cuando en torno suyo se iba formando un prometedor grupo de jóvenes en Viena, la capital imperial, la policía lo ponía en la alternativa de expatriarse o de abandonar la congregación. Cuando, superadas estas dificultades, el emperador estaba a punto de firmar la aprobación del instituto, era la muerte la que le quitaba el consuelo de ver cumplida materialmente su misión”. (F. Ferrero, Para una interpretación histórica de San Clemente, 229).
Solo después de su muerte pudieron apreciarse los frutos de su misión. Y estos frutos no se hubieran cosechado jamás si él no hubiera asumido la realidad de su tiempo y no hubiera hecho las adaptaciones (reestructuraciones) correspondientes. Después de regresar de Roma tras su ordenación, no podía simplemente trasladar las estructuras y los métodos que había conocido allí. Las circunstancias lo obligaron a dejarse guiar a donde el Espíritu quería llevarlo y a utilizar los métodos misioneros que respondían mejor a las necesidades de los fieles. Y eso fue precisamente lo que hizo.
Signo y germen de renovación en su tiempo
En una época de grandes cambios como la nuestra los cristianos podemos tener la tentación de aferrarnos al pasado, a “lo que se ha hecho siempre”. San Clemente nos muestra que es posible una renovación desde dentro: del corazón, de la comunidad, de la Iglesia y del mundo. Lo realmente apasionante de San Clemente “es verlo surgir de un mundo del pasado (eremitas, primeros redentoristas, iglesia austríaca) para irse encarnando, poco a poco y con toda sencillez, en el mundo nuevo de la Ilustración, de las revoluciones, del Romanticismo y de la Restauración, hasta ocupar uno de los primeros puestos en la renovación cristiana de Centroeuropa” (F. Ferrero).
Es verdad que la tarea no es fácil, y que este proceso de renovación de la Congregación y de la Iglesia lleva su tiempo. San Clemente nos enseña que, frente a los vaivenes propios de su tiempo, todo es cuestión ponerse en camino y armarse de paciencia: “¡Animo! ¡Dios dirige todo!,” solía decir (R. Decot), mientras reorganizaba y ponía todos los recursos, de manera creativa, al servicio de la misión. Y es que San Clemente, lejos de ser un santo taumaturgo o con dones excepcionales, fue un hombre expuesto a las crisis propias de su tiempo, que no dejó de sembrar la semilla, aún frente a la incerteza de poder ver sus frutos. Es interesante contemplar cómo el arduo apostolado en Varsovia y Viena tomaron rumbos y dieron frutos que ni él mismo había contemplado. Frente a lo incierto y novedoso, junto a la fe y al amor a la Iglesia, destaca en Clemente su actitud de aceptación del riesgo al fracaso y al error cuando se trata de abrir caminos. De esta manera, como el grano de mostaza (Mt 13, 31), fue signo y germen de renovación en su tiempo.
Ayer y hoy: dos épocas, una misma constante
Con el Papa Francisco la Iglesia se ha embarcado en un proceso de conversión no solo “de puertas adentro” sino también entendiéndose a sí misma como como una Iglesia en salida. En su deseo de renovación de la Iglesia ha denunciado a quienes se resisten a un cambio de las estructuras y se excusan diciendo “que siempre se ha hecho así.”
Del mismo modo la Congregación, embarcada en este proceso de reestructuración que supone cambio de estructuras y disponibilidad misionera, encuentra ciertas resistencias para pasar a una pastoral decididamente misionera. Es por ello que en este momento es bueno acudir a la Constitución 13 que nos habla del dinamismo misionero: “Al realizar su misión la Congregación procura actuar con iniciativas audaces y con tenso dinamismo. Llamada a cumplir fielmente a través de los tiempos la obra misionera que Dios le ha confiado, va evolucionando en el modo de realizar su misión”.
La constitución 90, por su parte, señala que “los redentoristas serán misioneros más eficaces en la medida en que vayan adaptando convenientemente cada día más su propia actividad apostólica y unan a ella más estrechamente una continua renovación de sí mismos: espiritual, científica y pastoral.”
Esto lo entendió muy bien San Clemente. Él nos enseña hoy “la importancia de adaptar las acciones pastorales al contexto concreto para anunciar a la gente la alegría de la vida en Cristo y su evangelio” (Hajduk, 96).
Preguntas para la reflexión:
· La reestructuración viene a ser para nosotros hoy un sinónimo de la conversión de las mentes y de los corazones. ¿Qué tipo de apegos pueden estar favoreciendo o no los procesos de reestructuración y renovación dentro de la Iglesia y de la Congregación hoy?
· ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? (Papa Francisco, mayo 2013)
· ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? (Papa Francisco, mayo 2013)
Oración
Dios de infinita bondad,
que restauras todas las cosas en Jesucristo Redentor,
y por la gracia del Espíritu Santo renuevas todo de acuerdo a su imagen.
Haz que, por la intercesión de San Clemente, también nosotros
podamos leer los signos de los tiempos y podamos responder con fidelidad
y de manera siempre nueva, al llamado que nos haces
a ser colaboradores de la obra Redentora.
Que la intercesión y el Perpetuo Socorro de María sostengan nuestra Congregación,
en el aquí y en el ahora, especialmente durante este proceso de restructuración.
Amén.
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UN SOLO CUERPO es un texto de oración propuesto por el Centro de Espiritualidad Redentorista.
Esta reflexión fue escrita por: Pedro Lopez, CSsR
Para más información: Piotr Chyla CSsR (Director del Centro de Espiritualidad, Roma) – fr.chyla@gmail.com.