(del Blog de la Academia Alfonsiana)
El papa Francisco parte de la dura constatación que nos pesa un mundo cuyas mayores sombras son la cerrazón, la fragmentación, el individualismo y las heridas deshumanizantes que nuestros estilos y sistemas de vida producen. Desde este contexto se anima a reproponer el sueño y el camino humano y cristiano fundamental: el de una «fraternidad/sororidad abierta y universal», que sea capaz de animar y sostener una «amistad social», por medio de la cual se puedan a su vez animar y sostener procesos de transformación paradigmática, con el solo fin de lograr una vida más digna y libre, en paz, en armonía entre los seres humanos, los pueblos y el ecosistema.
Con estas perspectivas propone la recuperación y el lanzamiento de una praxis de «la mejor política», animada por «el amor político» y el ejercicio de un poder local e internacional que mire más por las personas que por los meros beneficios y oportunismos. Propone la generación de una nueva «cultura del encuentro», donde «el diálogo y la amistad social» vengan a ser la motivación y el soporte fundamental para poder lograr «verdaderos consensos» en la búsqueda de la verdad y de las mejores estrategias en orden a ir más allá de la situación actual en la que el mundo se encuentra.
Es así que se llega al momento en el cual el papa trata de algunos puntos que habría que asumir para dar mayor viabilidad a su proyecto social. Es lo que afronta fundamentalmente en el Capítulo VII «Caminos de reencuentro», con la motivación que «en muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia» (FT, n. 225). Y entre las cosas que se necesitan está «el perdón» y «la reconciliación» (cf. FT, nn. 227-252).
Perdón y reconciliación, dos elementos tan importantes para la salud humana integral, tan reconocidos y valorados por no pocas religiones y sanos humanismos, pero no menos rechazados o minusvalorados, sobre todo en el plano social y sistémico.
Con realismo histórico y evangélico la Iglesia asume que los conflictos son inevitables, lo que no quiere decir que no se puedan evitar en algunos casos y que no tengan que ser necesariamente un componente esencial de las relaciones personales y sistémicas. Pero eso sí, hay que saberlos reconocer y afrontar desde una perspectiva más amplia que la mera conflictividad por la conflictividad. Dejarse animar por la dinámica del perdón y de la reconciliación, según el papa, no lleva a renunciar a la defensa de lo propio o de lo que se valora como justo, sino que «la clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata una carrera de venganza» (FT, n. 242).
El papa valoriza la realidad del perdón y de la reconciliación como elementos que contribuyen a «la paz social», a asumir de una forma distinta «la conflictividad social» y, sobre todo, a evitar el trillado camino de «la venganza» (cf. FT, nn. 243-243; 245; 251).
Tampoco propone ni un perdón fácil ni una reconciliación a cualquier precio, así como que aclara que ambos no se imponen sino que requieren de un proceso de adhesión y convicción personal. Se trata de ir hacia un plano superior de comunicación y de realización humana, en el cual se solicita el ejercicio de ciertas virtudes (cf. FT, nn. 232; 245; 246; 249). Puesto que «la verdadera reconciliación no escapa del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través del diálogo y de la negociación transparente, sincera y paciente» (FT, n. 244).
Todo este proceso, que conduce a configurar la «amistad social», necesita como dos principios básicos para poder ser real y efectivo. Por un lado, aquel que el papa ya formulara en su texto programático, esto es, «la unidad es superior al conflicto» (EG, n. 228), el cual no supone «apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna», de modo tal que «las tensiones e incluso los que se podrían haber considerado opuestos en el pasado, pueden alcanzar una unidad multiforme que engendra nueva vida» (FC, n. 245). Por otro lado, «la memoria», ante todo «una memoria penitencial, capaz de asumir el pasado para liberar el futuro de las propias insatisfacciones, confusiones o proyecciones» (FT, n. 226), porque es la que «es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno», puesto que «nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa» (FT, nn. 248-249). Dicha memoria, recuerda el papa, no se refiere solo a los horrores sino también a las cosas buenas. Se impone un «perdón sin olvidos», remarca el papa, de ahí que el ejercicio integral de la memoria sea necesario, memoria de las víctimas y de los victimarios, memoria para no repetir el pasado, para el aprendizaje y para ir transformando la realidad (cf. FT, nn. 250-254). En definitiva, el papa nos invita a que «renunciemos a la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin. Dejemos de ocultar el dolor de las pérdidas y hagámonos cargo de nuestros crímenes, desidias y mentiras. La reconciliación reparadora nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los demás» (FT, n. 78).
padre Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR