(del Blog de la Academia Alfonsiana)
Meditación de Adviento con San Alfonso y el Papa Francisco
“La invitación a la alegría es característica del tiempo de Adviento: la expectativa del nacimiento de Jesús, la expectativa que vivimos es gozosa, un poco como cuando esperamos la visita de una persona que amamos mucho, por ejemplo un amigo o un pariente que no hemos visto durante mucho tiempo … Estamos en una alegre expectativa»[i].
… por tanto, no una espera pasiva, sino activa, porque es paciente y constante (cf. IIa lectura del tercer domingo de Adviento; 1 Ts 5, 16-24) como la del Bautista “que – excepto la Virgen y San José- más vivió la espera del Mesías y la alegría de verlo llegar (cf. Jn 1, 6-8.19-28) “[ii].
¿Eres tú … o tenemos que esperar a otro?
Oh Dios, que llamas a los humildes y a los pobres a entrar en tu reino de paz, que tu justicia brote entre nosotros, porque vivimos con gozo esperando al Salvador que viene.
(Oración Colecta Domingo IIIa)
Una espera “saludable”
San Alfonso, en su cuarta meditación de Adviento, ofrece una interpretación que podríamos decir “sana”, en el sentido eminentemente alfonsiano, de la “espera” del Redentor para la que la humanidad está llamada a prepararse. Dios Padre – escribe de Liguori – “que pasen cuatro mil años después del pecado de Adán antes de enviar a su Hijo a la tierra para redimir al mundo”. En esto estamos llamados a admirar la “sabiduría divina; difirió la venida del Redentor para hacerla más agradable a los hombres: la postergó para que se conociera mejor la malicia del pecado, la necesidad del remedio y la gracia del Salvador. Si Jesucristo hubiera venido inmediatamente después del pecado de Adán, la magnitud del beneficio se habría estimado poco”[iii]. Con su advenimiento – leemos en la sexta meditación – el mundo fue liberado tanto de las tinieblas de la idolatría, en que con su persona, Cristo, “da luz del Dios verdadero”, tanto de las tinieblas del pecado, por medio de ” la luz de su doctrina y de sus divinos ejemplos “[iv].
La inquietud que impulsa la búsqueda … y la acción de Dios
En la escritura alfonsiana, la inquietud que anima la espera y la búsqueda activa del Bautista – y quizás también el corazón de todo hombre – parece encontrar una respuesta en los labios del Padre eterno, a quien Alfonso hace “decir”: “Este pobre niño […] que vean, oh hombres, puestos en un pesebre de bestias y extendidos sobre paja, sepan que este es mi Hijo amado, que ha venido a tomar sobre sí sus pecados y dolores; ámalo, pues, porque es demasiado digno de tu amor y te ha obligado a amarlo demasiado “[v]. Ciertamente, la “salvación de todos los hombres” nada “podría agregar” a la grandeza de Dios, sin embargo, “hizo y sufrió tanto para salvarnos a los miserables” [vi]. Sólo “un Dios fue capaz de amar con tanto exceso a los miserables pecadores que éramos tan indignos de ser amados” [vii].
Un verbo se repite varias veces en los textos del santo Doctor, es el verbo “buscar” aplicado al hombre pero mucho más a Dios. En la novena meditación, por ejemplo, es el mismo Cristo quien busca al hombre, lo que lleva a cumplimiento de las palabras del profeta Isaías (Is 35,1-6a.10). “Soy un pobre pecador”, escribe Alfonso, y luego, volviéndose hacia el amado Redentor, exclama “pero a estos pecadores dijiste que viniste a buscar:” No vine a llamar justos, sino pecadores “(Mt 9 , 13). Soy un pobre enfermo, pero a estos enfermos has venido a curarlos diciendo: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos” (Lc 5, 31). Estoy perdido por mis pecados, pero usted ha venido a salvarlos “[viii].
Posteriormente, como resolución personal del discurso anterior, Alfonso escribe “Mi Jesús […] Has venido del cielo a buscar la oveja perdida. Búscame, pues, y no te busco más que a ti “[ix]. Tú “has dicho que a los que la abren, no desdeñes entrar y permanecer en su compañía (Ap 3, 20). Si una vez te alejé de mí, ahora me amo y no quiero nada más que tu gracia. He aquí la puerta está abierta, sube a mi pobre corazón, pero entra para no salir nunca. Es pobre, pero al entrar lo harás rico. Seré rico, mientras te posea, el bien supremo “[x].
… Un elemento más para reflexionar
Ah, mi querido Niño, dime ¿qué has venido a hacer en esta tierra? Dime a quien buscas Ah, ya te entiendo, viniste a morir por mí, a liberarme del infierno. Has venido a buscarme a mí, la oveja perdida, para que ya no huya de ti y te ame. (cf. Nueve meditaciones para cada día de la novena, 267).
No sabes abandonar un alma que te busca; si te dejé en el pasado, ahora te busco y te amo (cf. Ibid., 273)
padre Antonio Donato, CSsR
[i] Francesco, Angelus, Piazza San Pietro, 13.12.2020.
[ii] Ibid.
[iii] A.M. de Liguori, [Meditazioni] Per li giorni dell’Avvento sino alla novena della nascita di Gesù Cristo, in Opere ascetiche, IV: Incarnazione – Eucaristia – Sacro Cuore di Gesù, Redentoristi, Roma 1939, med. IV, 147-148; [= Avvento].
[iv] Ibid., med. VI, 152.
[v] Ibid., med. VII, 155. Circa l’obbligo interiore ad amare colui che per primo ha amato, Alfonso, nella quindicesima meditazione, scrive: posti di fronte allo «eccesso di bontà e d’amore [di] un Dio [che ha] voluto ridursi a comparire da picciolo fanciullo, stretto fra le fasce, collocato su la paglia, che piange, che trema di freddo, che non può muoversi, che ha bisogno di latte per vivere, com’è possibile non [sentarsi] tirato e dolcemente costretto a dare tutt’i suoi affetti a questo Dio infante che si è ridotto a tale stato per farsi amare?». Certamente «se senza fede entreremo nella grotta di Betlemme, altro non avremo che un affetto di compassione in vedere un bambino ridotto a stato così povero, che nascendo nel cuore dell’inverno sia posto a giacere in una mangiatoia di bestie, senza fuoco ed in mezzo ad una fredda spelonca». Se invece, entreremo con viva fede, così come i pastori «che erano illuminati dalla fede», riconosceremo «in quel bambino l’eccesso del divino amore, e da questo amore infiammati [andremo] poi lodando e glorificando Dio» (cf. Ibid., med. XV, 173-174).
[vi] Cf. Avvento, med., IX, 158.
[vii] Ibid., med. IX, 158. Nella tredicesima meditazione Alfonso riprende questo concetto e, rivolgendosi al lettore, afferma: «Considera come Gesù patì sin dal primo momento di sua vita, e tutto lo patì per nostro amore. Egli in tutta la sua vita non ebbe altro interesse, dopo la gloria di Dio, che la nostra salvezza. Egli come Figlio di Dio non avea bisogno di patire per meritarsi il paradiso: quanto sofferse di pene, di povertà e d’ignominie, tutto l’applicò per meritare a noi la salute eterna. Anzi potendo salvarci senza patire, volle assumere una vita tutta di dolori, povera, disprezzata e abbandonata da ogni sollievo, con una morte la più desolata ed amara che abbia fatta mai alcun martire o penitente, solo per farci intendere la grandezza dell’amore che ci portava e per guadagnarsi i nostri affetti. Visse […] per ottenere a noi la divina grazia e la gloria eterna, affin di averci sempre seco in paradiso» (Ibid., med. XIII, 168-169).
[viii] Avvento, med. IX, 159.
[ix] Ibid., med. X, 162.
[x] Ibid., med. XII, 168.