(del Blog de la Academia Alfonsiana)
La propuesta de una «fraternidad universal» no es ciertamente nueva en nuestra historia, desde diversos ángulos se la ha buscado. Con mayores o menores aciertos. Ha habido diversos grupos que incluso buscando dicho ideal se han dividido entre ellos por tener diferentes modos de buscarla y de concretarla. Esto podría llevar a renunciar y a no seguir insistiendo, o por el contrario podría simplemente indicar la necesidad de seguir intentando encontrar nuevos y posibles caminos de realización. El papa Francisco, en continuidad con la mejor tradición cristiana y la impronta del Vaticano II, estaría por estos intentos. Su propuesta tiene sus peculiaridades, acentúa que dicha fraternidad/sororidad además de ser universal, debe ser abierta, sin fronteras, inclusiva, respetuosa de las diversidades y, fundamentalmente, respetuosa de la común e inalienable dignidad humana. Frente a esta propuesta encontraremos sin dudas normales reacciones que incluyen rechazos, escepticismos y acogidas muy variadas. La pregunta es si el tiempo histórico está lo suficientemente maduro como para no quedarnos allí, en las primeras y comprensibles variopintas reacciones, y poder ir más allá realizando pasos concretos de encuentro y abriendo procesos de diálogo mediante los cuales se pudiera ir abandonando trincheras y abriéndose a nuevas configuraciones identitarias, personales y colectivas. Desde la experiencia histórica podría preguntarse si será posible ir más allá de los darwinismos sociales, de las variadas tendencias a devorarnos mutuamente, de las aparentes supremacías de pueblos y naciones, de las intolerancias viscerales, epidérmicas e ideologizantes, de los crasos fundamentalismos de todos los colores, de todos los individualismos y egoísmos, de los más variados mecanismos de competición desleal y excluyente, de la mercantilización de la mayor parte nuestras relaciones, personales y sistémicas, de las viejas y nuevas guerras por los bienes y los recursos. La lista podría seguir. Nótese que no hemos dicho eliminar estas realidades sino ir más allá. Desde una perspectiva tan humana como hondamente cristiana no se pretende lograr sociedades completamente “perfectas”, pero sabemos que se puede (se debe) ser mejores seres humanos en cada momento del devenir histórico.
La «fraternidad/sororidad abierta y universal» es, desde esta perspectiva histórica, una necesidad de conquista. Desde una visión cristiana agregamos que ello es posible porque antes es un don, una oferta incoada en lo profundo de nuestra humanidad, creada y redimida por un Dios que es amor y comunión, fuente de toda fraternidad/sororidad humana. Pues como bien decía el Vaticano II: «Al proclamar el Concilio la altísima vocación del ser humano y la divina semilla que en este se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación» (GS, n. 3) y además que «todo lo que ha propuesto el Concilio pretende ayudar a todos los seres humanos de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en Él de forma explícita, a fin de que ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del ser humano y tiendan a una Fraternidad universal más profundamente arraigada y bajo el impulso del amor» (GS, n. 91).
Así las cosas, habría que determinarse a comprometerse, desde todos los ángulos y niveles posibles, a encaminar procesos que permitan hacer de la fraternidad/sororidad abierta y universal un marco inspirador fundamental. Ello requiere, según el papa Francisco, al menos un cambio en la consciencia de nuestra humanidad a escala planetaria, en el cual debería estar implicado todo el género humano y que supondría algunos puntos de consenso con una carga de valor irrenunciable. Les podríamos sintetizar así:
- El reconocimiento y aceptación de la común e inalienable dignidad humana;
- El reconocimiento y aceptación de la principalidad del bien común como objetivo y como mediación sociohistórica de todo proyecto humano;
- El reconocimiento y aceptación de la salvaguarda sociocultural y legal de la igualdad y de la libertad a todos los niveles;
- El reconocimiento y aceptación de la prioridad del quehacer político sobre el económico favoreciendo el desarrollo integral de los seres humanos en mutua colaboración entre ellos y todo el ecosistema;
- El reconocimiento y aceptación que todo ello es posible si desde todas las perspectivas humanas y religiosas se asume un compromiso explícito por sostener procesos reales de transformación, buscando superar todo lo que impida, teórica y prácticamente, la realización de la fraternidad/sororidad abierta y universal;
- El reconocimiento y aceptación que se requiere abandonar definitivamente todos los mecanismos violentos de interacción para pasar decididamente a mediaciones dialógicas, abiertas, críticas y respetuosas de todo lo anteriormente indicado;
- En fin, el reconocimiento y aceptación que todos los seres humanos podamos, de alguna manera, como san Francisco «acoger la verdadera paz» «liberarnos de todo deseo de dominio sobre los demás» «hacernos uno de los últimos» y «buscar vivir en armonía con todos/as» (cf. FT, n. 4).
Padre Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR