(del Blog de la Academia Alfonsiana)
Ya antes del V-Day, es decir, el día en que la vacuna contra el coronavirus comenzó a administrarse de manera exponencial, en las redes sociales y otros medios de comunicación, comenzó el debate entre quienes consideran obligatorio vacunarse y entre los detractores de la vacuna y la propia obligación de profilaxis.
En los últimos días hemos recibido mucha información sobre la efectividad de la vacuna, que es difícil de manejar para quienes no son expertos en la materia. Luego hay una pequeña galaxia informativa, pero muy ruidosa, que afirma, sin datos científicos en la mano, que la vacuna no es más que un complot urdido por compañías farmacéuticas y gobiernos mundiales para controlar a las masas.
Sin querer entrar en esta estéril polémica, creo que es necesario hacer dos simples consideraciones. 1. El mundo se enfrenta a una epidemia que anuncia muerte y trastornos en el estilo de vida; 2. La historia nos enseña que las enfermedades solo se han derrotado con medicamentos y vacunas. Entonces: ¿por qué esta adversidad hacia las vacunas en general y la del Covid-19 en particular? ¿Qué comportamiento moral responsable adoptar?
Algunas orientaciones religiosas también contribuyen a confundir ideas sobre un tema tan delicado. Por ejemplo, los Amish, rechazando la modernidad, repudian el uso de medicamentos y vacunas ellos mismos. Para los seguidores de la iglesia científica, la ciencia cristiana, nacida en los Estados Unidos en 1892, todas las enfermedades deben curarse con la oración. También se encuentran posiciones contrastantes en las iglesias protestantes.
Otras negaciones religiosas hacia la vacuna se relacionan con las sustancias que contienen, como el uso de animales inmundos (para el judaísmo y el Islam) o la presencia de células de cultivo que originalmente se tomaron de fetos abortados voluntariamente. Sobre este tema, me refiero al post “La cuestión de las vacunas” y la nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe “Nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas anti-Covid-19”.
Para nosotros los creyentes, vacunarnos es una opción clara por el bien común, una opción moral dictada por la responsabilidad que tenemos hacia los demás hombres. La vacunación para un creyente es un deber humano, en nombre de la solidaridad social, y cristiano, en nombre de la caridad hacia uno mismo y el prójimo. En un contexto cultural donde el impulso de la interdependencia es fuerte, frente a opciones tan importantes, no deben prevalecer el individualismo y los estilos de vida autorreferenciales.
Ante una crisis de salud, no podemos anteponer el bien personal al bien común. Como creyentes estamos llamados a vacunarnos para ejercer libremente nuestra responsabilidad moral hacia los hombres.
La nota “Vacuna para todos. La vida en 20 puntos para un mundo más justo y saludable” elaborado por la Comisión Vaticana Covid-19 en colaboración con la Academia Pontificia para la Vida. En el punto n. 13 afirma: «Sobre la responsabilidad moral de la vacunación (también en base a lo dicho en el n. 3), es necesario reiterar cómo este tema también implica una relación entre la salud personal y la salud pública, mostrando su estrecha interdependencia. En este sentido, creemos que es importante considerar tomar una decisión responsable al respecto, dado que el rechazo de la vacuna también puede constituir un riesgo para otros ».
El Bien Común es una elección moral responsable compuesta por las relaciones como una forma especial de bien relacional. Dado que son las relaciones entre las personas las que constituyen el bien, por eso vacunarse se convierte en una elección moral auténticamente responsable. Frente al bien, debemos dejar de lado la lógica del yo para permitir que la de nosotros gane como una elección que nos remite al Bien único y supremo.
padre Alfonso V. Amarante, CSsR