(del Blog de la Academia Alfonsiana)
Como creyentes, más aún como seres humanos, más que nunca en este momento histórico no solo se nos reclama lucidez crítica, sino respuestas lo más plausibles posibles, para que nuestra humanidad sea tal y no se pierda a sí misma arrastrando con ella todo el entero ecosistema.
El papa Francisco nos ha embarcado en el proyecto de pujar por una humanidad más fraternal/sororal/solidaria, para salvar y cuidar nuestra humanidad y nuestra casa común. Nos ha invitado, de alguna manera, a entretejer alternativas de vida, a suscitar estilos de vida alternativos que ayuden a evidenciar que somos capaces de no autodestruirnos. Sus planteos no son solo meta-éticos sino además, y principalmente, transformadores de la realidad, desde su mayor hondura y complejidad. Por eso, se podría decir que se trata de proponer ese horizonte utópico que permite andar con pasos proféticos y liberadores por esta historia, buscando las mejores mediaciones socioculturales, políticas y económicas para seguir andando con dignidad y libertad.
En este sentido, nos ha ofrecido su Carta encíclica Todos hermanos/as (2020) diciendo de entrada que nos la entregaba: «como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras» (FT, n. 6). Y por otro lado, al comienzo de este año, nos ha dejado un claro mensaje del paradigma desde el cual puede ser posible un nueva sociedad, que llegue a vivir en paz, nos referimos al Mensaje para la celebración de la 54 Jornada Mundial de la Paz (01.01.2021), donde estructuró su mensaje en torno al tema: «La cultura del cuidado como camino de paz».
A la luz de estos contextos paradigmáticos, en este espacio quisiéramos proponer como tema para profundizar algo que quizás sea uno de los síntomas más antiguos y más difíciles de asumir y superar. Una realidad personal, social y sistémica que daña y bloquea todo el proyecto del que venimos hablando: el odio.
El odio es una emoción humana, una reacción se podría decir, pero que para radicarse necesita de una decisión y de contextos muy precisos que la impulsen y sostengan. Como reacción primera, afectiva y hasta efectiva, no se puede controlar, o mejor evitar. Lo que sí se podría controlar son sus manifestaciones prolongadas y radicadas, tanto a nivel personal como social y sistémico. Es uno de los elementos que más dañan y bloquean la realización humana y sus mundos de relaciones.
Es un argumento que se estudia y enfrenta desde varias angulaciones[1]. Aquí me permito referir directamente dos estudios que al menos en lo personal me ayudaron a ir dándole más lucidez y necesidad al sueño/empeño del papa Francisco. Me refiero, ante todo, al aporte de Carolin Emcke, Contra el odio[2]. Esta Autora, desde su experiencia y formación, reacciona de forma contundente ante este fenómeno, hoy más que nunca difundido y practicado como estrategia sistémica, porque –según ella – la democracia solo es posible si tenemos el valor de enfrentarnos al odio. Nuestras sociedades se manifiestan como nunca extremadamente hipocondríacas, temerosas de contaminarse constantemente con lo diferente: extranjeros, otras religiones, otras opciones políticas, homosexuales, etc. Se respiran aires recalcitrantes que buscan a toda costa mantener una cierta “pureza” de principios y de concreciones socio-históricas; pureza farisaica podríamos agregar. El otro aporte que sugerimos considerar es el de Juan José Tamayo, La internacional del odio[3]. Este reconocido teólogo analiza con claridad y profundidad el fenómeno actual de ciertos populismos políticos, sus relaciones con lo religioso y cierta cultura del odio como estrategia para expandir ciertas ideologizaciones políticas-económicas.
Ambos aportes pueden ayudar a darnos cuenta que como dice el papa Francisco: «Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos» (FT, n. 77) y que «cuando una determinada política siembra el odio o el miedo hacia otras naciones en nombre del bien del propio país, es necesario preocuparse, reaccionar a tiempo y corregir inmediatamente el rumbo» (FT, n. 192). Pues, insiste el papa que «la verdad es que ninguna familia, ningún grupo de vecinos o una etnia, menos un país, tiene futuro si el motor que los une, convoca y tapa las diferencias es la venganza y el odio. No podemos ponernos de acuerdo y unirnos para vengarnos, para hacerle al que fue violento lo mismo que él nos hizo, para planificar ocasiones de desquite bajo formatos aparentemente legales. Así no se gana nada y a la larga se pierde todo» (FT, n. 242)[4]. Y esto puede ser posible desde el paradigma de la cultura del cuidado porque está en reales condiciones de afrontar y superar la crisis de paradigmas de nuestro presente histórico, porque ante todo sabe y puede asumir mejor la sublime dignidad humana y de toda la realidad ecosistémica, así como sus dimensiones plurirelacionales y pluridimensionales[5]. Este paradigma permite hacerse cargo de otra manera de los desafíos de la historia buscando no solo nuevas interpretaciones sino acciones revolucionarias que parten de la apertura, la tolerancia, la cercanía, la inclusión, generando por ende espacios reeducativos de encuentro, de inclusión, de libertad relacional y de conciencia integral y holística, donde se pueden enfrentar y corregir la intencionalidades, afrontar y resolver los conflictos desde el recíproco cuidado y no desde todos sus contrarios. Es un cultivo, una cultura, que se abre paso en, desde y para la paz.
p. Antonio Gerardo Fidalgo, CSsR
[1] Cf. Antonello Nociti, Guarire dall’odio. Come costruire una pace multinazionale: lo straordinario insegnamento del Sudafrica, FrancoAngeli, Milano 2000; Aaron T. Beck, Prisoners of hate. The cognitive basis of anger, hostility, and violence, Perennial, New York 2000; Carlos Castilla del Pino – Carmen Gallano et al., El odio, Tusquets, Barcelona 2002; Rogeli Armengol, El mal y la conciencia moral. La fuerza de las ideologías, el respeto, el amor, el odio, Comte d’Aure, Barcelona 2014; Giovanni Ziccardi, L’odio online. Violenza verbale e ossessioni in rete, Raffaello Cortina, Milano 2016.
[2] Carolin Emcke, Contra el odio. Un alegato en defensa de la pluralidad de pensamiento, la tolerancia y la libertad, Taurus, Madrid 2017. Carolin Emcke (Müllheim an der Ruhr, 1967) estudió Filosofía en Londres, Frankfurt y Harvard, e hizo su tesis sobre el concepto de «identidades colectivas». Entre 1998 y 2013 viajó como periodista por distintas zonas en conflicto. En el curso 2003-2004 fue profesora visitante en la Universidad de Yale, donde impartió clases de Teoría Política. En 2016 obtuvo el Premio de la Paz de los libreros alemanes. Es también autora de los libros: Von den Kriegen; Briefe an Freunde, Stumme Gewalt; Nachdenken über die RAF, Wie wir begehren; Weil es sagbar ist: Über Zeugenschaft und Gerechtigkeit.
[3] Juan José Tamayo, La internacional del odio: ¿Cómo se construye?¿Cómo se deconstruye?, Icaria editorial, Vilassar de Dalt (San Ginés de Vilasar-Cataluña) 2020. Juan José Tamayo Acosta (Amusco, Palencia, 1946) es doctor en Teología por la Universidad de Salamanca, diplomado en Ciencias Sociales por el Instituto León XIII y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid. Es autor de numerosos libros, entre los que destacan: Por una Iglesia del pueblo (1976); Nuevo paradigma teológico (2003); Adiós a la cristiandad (2003), Fundamentalismos y diálogo entre religiones (2004; Islam. Cultura, religión y política (2009).
[4] Sobre el tema del «odio» en FT es interesante ver los acentos y los contextos en los cuales el papa hace mención: FT, nn. 43; 45; 72; 192; 227; 242; 244; 282-285.
[5] Cf. Nuestro aporte en el Blog: Antonio Gerardo Fidalgo, La cultura del cuidado, del cuidar, del cuidarnos… (26/02/2021), en https://www.alfonsiana.org/blog/2021/02/26/la-cultura-del-cuidado-del-cuidar-del-cuidarnos/